Por Wagner Iglesias*
Es difícil, horas después de la ceremonia de los Oscar, no relacionar la tormenta escénica de Parásitos con la inundación de São Paulo este lunes.
São Paulo amaneció caótico, bajo el agua, con la mayoría de sus principales vías bloqueadas. No es la primera vez y probablemente no será la última. Son décadas, más de un siglo de negligencia, irresponsabilidad, incompetencia, desvíos, marginación. De una ciudad que ahogó sus ríos y arroyos. que talaron sus bosques. Eso arrojó a millones de personas pobres, habitantes de barrios marginales, a las afueras, viajando en trenes y autobuses abarrotados a cambio de salarios de hambre. Quien invirtió en la (in)sociabilidad gris del cemento y el asfalto.
El cual siempre ha definido la asignación de recursos públicos a través de planes maestros diseñados por el sector privado. Quien priorizó el automóvil, la gasolina, el humo. Que ensalzaba los enclaves fortificados, los espacios exclusivos, con sus nombres en francés, inglés e italiano, con toda la seguridad y sofisticación que “usted y su familia se merecen”. Finalmente, de una ciudad que simboliza como pocas la sociedad brasileña y todos sus males.
Es difícil, horas después de la ceremonia de los Oscar, no relatar la tormenta escénica de Parásitos con el diluvio de este lunes en São Paulo, ambos recordándonos que, incluso en contra de su voluntad, los ricos, los pobres y los más acomodados estarán cada vez más en el mismo barco.
*Wagner Iglesias es profesor de CADA USP y PROLAM USP.