por JOANA SALÉM VASCONCELOS*
Prefacio al libro recién publicado por tinta de limon
“Lo que abrió el 18 de octubre de 2019 es de tal intensidad que es difícil pensar que a corto o mediano plazo pueda cerrar”. Así evalúa el joven alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, la profundidad de los cambios que se están dando en Chile. “Esta explosión es fuertemente territorial”, explica. En él surgió un amplio “juicio histórico popular”, dice Javiera Manzi, de la Coordinadora Feminista 8M, cuya “dimensión desestimatoria es clave”, agrega Alondra Carrillo. Para ambos, el levantamiento social chileno de 2019 abrió el camino a una nueva “imaginación política radical”.
“La gente está cansada de la democracia representativa y exige participación”, resume Luís Mesina, vocero del movimiento No+AFP, que lucha contra las cajas de pensiones, expresión de las pensiones privatizadas en Chile. “Es el paradigma neoliberal chileno el que puede ser hecho añicos por la ciudadanía”, apuesta. El colectivo Vitrina Dystópica complementa: “Hay un componente transversal en las luchas y malestares […]. El elemento desencadenante de esta transversalidad es el movimiento que realizan los estudiantes de secundaria” para denunciar el “marco frágil del endeudamiento”.
Feministas, estudiantes, jubiladas, trabajadoras, desocupadas, indígenas, indignadas, empobrecidas, endeudadas… Entre octubre de 2019 y marzo de 2020, las calles chilenas fueron ocupadas por un gigantesco “baile de los que quedan[baile de los excluidos], como decía la canción de Los Prisioneros de 1986. En la peligrosa “primera línea”, jóvenes con piedras de colores y escudos, audaces, entrenados durante una década y media de enfrentamientos con los carabineros, la policía chilena. Por primera vez, los “radicales” cuerpo a cuerpo fueron aplaudidos como héroes anónimos de una rebelión masiva contra el sistema neoliberal.
La revuelta chilena “politizó el malestar”. Su consecuencia más visible fue la posibilidad histórica de enterrar el neoliberalismo de Augusto Pinochet, Sérgio de Castro [ 1 ] y Jaime Guzmán [ 2 ], derogando la actual Constitución del país creada en 1980 por la dictadura y tirando a la basura el concepto de “subsidiariedad del Estado”, refundando el país sobre bases profundamente populares y verdaderamente democráticas.
En este libro, todas las voces vienen de la calle, trayendo consigo el poder político del combate real. De las periferias, de los territorios saqueados, de las vidas precarias, de los sin techo y sin jubilación. Son las voces de los transgresores, de los que conscientemente quieren escapar del control neoliberal y, para ello, crear una nueva historicidad solidaria que alimente la lucha colectiva. Son las creadoras de una “poética de la rebelión”, artífices de la lucha por el poder que se expresa con simbolismo en las palabras de los muros, en los performances feministas, en los murales, en los derribos de monumentos, en cada centímetro de la territorios convertidos al utilitarismo del capital.
Esta obra ofrece al lector brasileño dieciséis capítulos de autoría individual y dos de autoría colectiva, que señalan las múltiples dimensiones de una gran transformación. Una polifonía orientada al mismo horizonte histórico de la recomposición de lo común. Por eso, chile en llamas es un retrato representativo de la diversidad e inteligencia plural del nuevo sujeto popular que se formó en el país.
Durante al menos treinta años, el “modelo chileno” ha sido tratado por las élites neoliberales latinoamericanas como un ejemplo sobresaliente de desarrollo y libertad del capital. El “tigre” del continente, un paraíso estable dentro de una región caótica, el vecino exitoso. Al menos desde 2006, cuando estalló la revuelta de los estudiantes secundarios contra la educación neoliberal y el endeudamiento –la llamada Revuelta de los Pingüinos, en referencia al traje pantalón que se usa como uniforme escolar–, los chilenos han encendido una estridente señal de alerta sobre la farsa de la normalización del “pinochetismo sin Pinochet”. En 2019, esta farsa ha perdido cualquier base lógica de apoyo.
El “modelo” se basa en la desocialización radical del trabajo, en la desintegración de toda asociación solidaria, en la sociabilidad individualista, en la capitalización de la seguridad social y, sobre todo, en el endeudamiento generalizado como dispositivo de control social. En Chile, los derechos sociales son inconstitucionales, pues los mecanismos de gratuidad y las garantías de derechos por parte del Estado violan las “libertades de mercado”. El estado subsidiario impide el uso de los fondos públicos para el bien común. La clase obrera se convirtió al estatus de consumidores empobrecidos e indefensos.
No son solo treinta años, son 47 (o tal vez más de quinientos, como enseñan los pueblos indígenas). En el recrudecimiento del malestar chileno, reinó el “masoquismo de mérito”, el despojo de territorios, la delincuencia normalizada de los ricos. Parte del paquete es el cinismo de las promesas individualistas, el triunfo del egoísmo, la consternación popular.
No hay que olvidar nunca que, para crear el “modelo chileno”, la dictadura de Pinochet asesinó al menos a 3.216 personas, torturó a 38.254, robó más de siete millones de hectáreas a campesinos e indígenas, despidió a 230 trabajadores y exilió a 1991 compatriotas. Así lo dicen los informes de las Comisiones de la Verdad de 2001, 2004, 2011 y XNUMX.
Entre octubre de 2019 y enero de 2020, para proteger el “modelo”, el gobierno del presidente Sebastián Piñera arrestó a 22 personas, hirió a 282 (incluidos 460 niños), torturó a 183 ciudadanos (o más, ya que este número se refiere a aquellos que tuvieron el coraje de denuncia), provocó traumatismos oculares a 27 chilenos, agredió sexualmente a XNUMX víctimas y mató a XNUMX personas. Todo esto en cuatro meses, dentro de una “democracia protegida”, blindada contra experimentos populares de tipo allendista.[ 3 ]
Mucho más que narrar perspectivas políticas y compartir imaginarios radicales, las voces de la calle que hablan en este libro muestran que Chile puede ser la frontera de una revolución epistemológica de paradigmas anticapitalistas en América Latina. Allí, la izquierda juega un papel protagónico, cambiando el centralismo y el estatismo del siglo XX por la diversidad, por las economías del cuidado y por la recreación de la comunidad; que prescinden de las formas horizontales por las jerárquicas; que apuestan por la pluralidad de voces anónimas y desconfían excesivamente de los poderes individuales; que disputan al Estado como poder popular destituyente, para nunca pactar con los matices blandos del sistema.
Pero el despido no es suficiente. La revuelta chilena también fue constituyente. No me refiero sólo a la nueva Constitución, que será concebida por la mayoría antineoliberal de la Convención Constituyente, cuya presidencia será ocupada por Elisa Loncón, una mujer mapuche. Hablo también de la “constitución” de nuevos sentidos de la solidaridad cotidiana en barrios periféricos impactados por la crisis del coronavirus, el hambre y el desempleo; la “constitución” de nuevos lazos sociales e históricos entre los vencidos de muchas generaciones; de la “constitución” de perspectivas, prácticas, valores y afectos de la humanidad que se quiere ser, construida colectivamente a partir de ahora. Hay un giro epistemológico de izquierdas en Chile, impulsado por feminismos alternativos (ecológicos, indígenas, plurales, solidarios y combativos). Los feminismos y las perspectivas indígenas juegan un papel pedagógico en la reinvención de las infraestructuras del bienestar comunitario.
El poder destituyente de las calles apunta a una dialéctica de las luchas revolucionarias, en la que destruir el poder actual del neoliberalismo en su cuna exige simultáneamente forjar nuevos sentidos solidarios para la vida popular y recrear la estrategia anticapitalista en el fragor de la lucha: destituir y constituyen, como parte de los mismos gestos políticos.
El modelo chileno se está poniendo del revés. Ahora somos nosotros, los precarios de Brasil y América Latina, los que podemos aprender de Chile. Chile en llamas: la revuelta antineoliberal es un pequeño paso hacia este largo aprendizaje.
* Joana Salem Vasconcelos es doctora en historia por la USP. Autor de Historia agraria de la revolución cubana: dilemas del socialismo en la periferia (Avenida).
referencia
Tinta de limón. Chile en llamas: la revuelta antineoliberal. Traducción: Igor Peres. San Pablo. Elephant Publisher, 2021, 384 páginas.
Publicado originalmente en el sitio web Otras palabras [https://outraspalavras.net/movimientoserebeldias/o-chile-mostraque-ainda-podemos-despertar/]
Notas
[1] Ministro de Hacienda de Chile entre 1976 y 1982.
[2] Senador, fundador del partido conservador Unión Demócrata Independiente, colaborador legal de Augusto Pinochet y uno de los principales artífices de la Constitución de 1980.
[3] Referencia a Salvador Allende, presidente de Chile entre 1970 y 1973, cuando se suicidó dentro del Palacio de La Moneda como víctima del golpe de Estado liderado por Augusto Pinochet.