por FLAVIO AGUIAR*
José Cardoso Pires y el 25 de abril
"¡Es el momento!" (Fernando Pessoa, en Mensaje).
1.
A mediados de 1975, el nuevo gobierno portugués envió una misión de escritores a Brasil para “explicar” qué fue la Revolución de los Claveles, el 25 de abril. Fueron cinco o seis escritores que visitaron universidades y otras instituciones culturales brasileñas.
También acudieron al curso de Letras de la USP, que entonces estaba ubicado en el “antiguo” CRUSP, como fuerza de ocupación para impedir que los estudiantes regresaran a su complejo residencial. Además, detrás de esa “ocupación” había otra idea: la de crear un Instituto de Letras, idea en ese momento patrocinada principalmente por un grupo de profesores de derecha, el llamado “Bando da Lua”.
Esta idea venía hundiéndose desde una asamblea de profesores, celebrada el año anterior, en la que había ganado por poco la propuesta de permanecer en lo que quedaba de la Facultad de Filosofía, desmembrada por la reforma de 1970. Pero no había desaparecido del horizonte. . Incluso renacería más tarde, bajo la égida de otros debates. Pero esta es otra historia. Volvamos a los portugueses.
Del grupo, el que más apego tenía, por diferentes motivos, a Ernesto de Melo e Castro, alto, elegantemente delgado, barbudo, que por motivos emocionales se quedaría en Brasil; y sobre todo a José Cardoso Pires, bajito, de físico fuerte y rechoncho, gran amante de los coñacs y cosas parecidas.
José Cardoso tenía entonces 50 años. Aún viviría hasta los 75 años, sucumbiendo a un derrame cerebral poco después de su cumpleaños, celebrado en julio. Ya era un escritor famoso; fue perseguido durante la dictadura de Salazar por sus vínculos con el Partido Comunista, del que pronto se distanciaría.
En Letras, los redactores cumplieron su cometido por la mañana. Fui a ver tu conferencia con mis alumnos. Tenía 28 años y estaba terminando mi maestría en el teatro del Qorpo-Santo. Formó parte del claustro de profesores de la Facultad desde 1972, por invitación del profesor Décio de Almeida Prado, para compartir con él clases sobre dramaturgia brasileña.
Por afinidades electivas y por recomendación de amigos en común, por la tarde fui a encontrarme con José Cardoso en un bar del centro de São Paulo. Nos quedamos bebiendo coñacs hasta el anochecer y él, con una prosa de fino sabor, me narró su participación en los hechos del 25 de abril en Lisboa, el año anterior.
Sin poder reproducir su acento portugués, me apoyaré en lo que queda de su curiosa narración en mi memoria, abriendo comillas y recordando con emoción la amistad que nos unió.
2.
Me dijo:
“La noche del día 24 estaba en casa cuando, alrededor de las diez, sonó el teléfono. Respondí y escuché la voz de un viejo amigo del Partido Comunista, que vivía en la clandestinidad desde hacía algún tiempo. Me dijo: '¿Estás ahí, José'? "Lo soy", respondí. Entonces me dijo: '¡José, ha llegado el momento!' ¡Y colgó!
Atónito, le conté a María Edite, mi esposa, lo sucedido. Ella me preguntó: '¿Qué quiso decir con esto: ha llegado el momento?'. 'No lo sé', respondí, 'ya verás que vendrán y me arrestarán'.
Continué: 'María, por favor prepárame una maleta: unos calcetines, un cepillo de dientes, una camisa, ese tipo de cosas'. Así lo hizo y esperamos, sin poder dormir. Pasada la medianoche, llamaron a la puerta, justo dentro del edificio. '¡Ha llegado el momento!', le dije a María, y abrí la puerta. Me encontré cara a cara con dos soldados, un sargento con galones y un soldado con un rifle al hombro, detrás de él. Le repetí a María: ¡'ha llegado el momento'!
Para mi sorpresa, entró el sargento y me dio un abrazo diciéndome: '¡sí, camarada, ha llegado el momento!' Esto es una revolución democrática, y vinimos a buscarte para llevarte a la televisión a hacer una declaración'. Me prohibieron ir a la radio y la televisión y dar entrevistas. Tenía sospechas, pero fui. Después de todo, estaban armados. Me despedí de María Edite y bajé a la calle con los dos. Nos esperaba un camión del Ejército y cuando me subí a su carrocería reconocí a algunos compañeros que estaban allí entre otros soldados. Le pregunté a uno de ellos qué estaba pasando. 'No lo sé', me dijo, '¡solo sé que ha llegado el momento!'. Y nos dirigimos a la emisora de televisión.
Allí nos llevaron –éramos como diez o doce– a una habitación, con una mesa en el centro y una botella de whisky encima. Y nos quedamos ahí horas, hablando y sin saber qué estaba pasando. Hasta que al amanecer fingí ir al baño y logré escapar del edificio.
Busqué una cabina telefónica y llamé a mi esposa. 'Mirar'. Le dije: 'Voy a dar una vuelta por el centro para saber qué pasa y volveré a casa'. Debería llegar sobre las diez.
Fue loco. Yo estaba al lado de Otelo Saraiva de Carvalho cuando llegó al edificio de la policía política, PIDE, para liberar a los presos y arrestar a los guardias de la prisión, que habían disparado contra la multitud. Mataron a algunas personas e hirieron a otras. Fueron las únicas víctimas de la revolución”.
Sólo regresé a casa tres días después. Y mi hija no ha vuelto hasta el día de hoy”.
Todavía hablamos de Brasil y de la esperanza que nos dio la Revolución de los Claveles. Nos despedimos emocionados.
* Flavio Aguiar, periodista y escritor, es profesor jubilado de literatura brasileña en la USP. Autor, entre otros libros, de Crónicas del mundo al revés (boitempo). Elhttps://amzn.to/48UDikx]
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