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Louise Weiss (Diario de críticas)
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por RONALDO TADEU DE SOUZA*

Comentario al libro “Ulysses”, de James Joyce, a la luz de Burckhardt y Balzac.

La fascinación rodea el 16 de junio de cada año. Podría ser cualquier otra fecha en particular, entre las muchas que componen nuestro calendario. O lo mismo; la expresión simbólica de tantas efemérides de nuestra existencia histórica. El día dieciséis del sexto mes de cada año es un acontecimiento en el mundo de la literatura y las humanidades.

Mientras que la era moderna abarcó al menos seis siglos –o el tiempo del hombre del humanismo renacentista narrado en la prosa elegante (y elitista) de Jacob Burckhardt, quien decía que eran “los hombres multifacéticos [de este período inaugural] dotados de verdadera universalidad” [ 1] – y la sociedad moderna se delineó, si seguimos a Hobsbawn, en el mundo de comedia humana de Balzac [2] – el monetarismo cruel del señor Grandet, la ambición desmedida de las hijas de Goriot y en la comunidad de eficiencia que aplastó a Luciano Rubempré – que representó el final del siglo XVIII y la post-revolución francesa en el XIX siglo; el tema moderno irrumpió el 16 de junio de 1904. Crisis, guerras, revoluciones y el día de Leopoldo Bloom.

Nuestra subjetividad (moderna) tiene un día para celebrar: es cada 16 de junio. La fecha de una experiencia, tensamente condensada en 19 horas. 16 horas para los más modernos. El asombro que fascina es porque las 19 horas de la vida de Leopoldo Bloom están repartidas en las mil páginas del lenguaje de Joyce; O Odiseo podría contener, para el lector desprevenido, la era de Burckhardt y el mundo de Balzac, pero es subjetividad, es el sujeto moderno en su persistencia. Es, para desesperación de los conservadores y de la derecha que quiere imponer la violencia del inmutable orden natural (y con gradaciones jerárquicas), lo que el poeta Augusto de Campo llamó bolchevismo literario. Nuestra época: comienza en este arrollador acontecimiento lingüístico que es el Odiseo por James Joyce.

Es que el tenor del andar de Leopoldo Bloom se va tejiendo con los aguijones del viento, para que las “conversaciones perdidas”[3] expresen la infinidad de la historia. Todas las historias; significa la concreción del discurso que hace de “Edith, Ethel, Gerty, Lily” personajes de sí mismos: son emergencias narrativas de un tiempo multifacético. Son fantasmas del lenguaje que, en vez de surgir de más allá de la naturaleza, asombran porque quieren contarnos una historia. – “Cuéntenos una historia, señor.” – “Dígame señor, uno de fantasmas.” Con esto, la forma de la locución no queda fijada en el registro de las convenciones moderadas de la gramática de los salones.

Odiseo es la novela donde las palabras son de todos. Ahora; la palabra, contenido de la historia de cada sujeto, es la transmigración de la voz en la vida del tiempo. Así que, sea de día; ya sea después de la noche; en el cuarto; en “Calle Lima”; en la oficina de correos telegráficos”; en “Townsend Street”; en los chalets de Brady la voz, el contenido de uno mismo en el mundo aparece como un momento constitutivo de la experiencia de la realidad. Así pues, se estableció la trama a la que todos podían decir (debían decir y de hecho lo hicieron…), “tengo tiempo”. La vida es ese tiempo desbordante en el que el tiempo se ha desestructurado; en el que se convirtió en un atavío humano, un subjetivo "como sea que lo llames" algo. James Joyce rompió con el no-tiempo, el no-habla y la no-voz del “sociable”, el “banco[s]”, los “sacerdotes”, el “evangelio”.

Aquí estamos todavía en las primeras horas, minutos, segundos de las 19 de la noche; de cuando "Buck Mulligan salió de lo alto de las escaleras". Los sujetos que han despertado son, ya, en-sí y para-sí en la alteridad, “viejos”. Pero una vejez tensa con flores en las manos, no una vejez que lleva en las manos la maleta que uno lleva a misa, al banco, al bufete de abogados. Son las flores y las espinas de las palabras y los idiomas del mundo: latín, yoruba, inglés, alemán, xhosa/bantú. Es el tiempo de la vejez de la vida, de la subjetividad del Bloom, que quiere sentarse en cualquier “lugar vacante” y narrar la historia celestial de individuos, grupos, clases. Quiere contar la historia de los dramas de Shakespeare; de la metafísica de Sócrates y por qué no del “hombre de ciencia” como efecto del “hombre de la calle”.

Irrumpe en el tejido de Odiseo, entonces, el trueno de la rebeldía del lenguaje en la historia. Para Bloom, Dedalus, Mulligan, Gerty, Wylie, Tupper, Martha, Terry, Alf, todos reciben los periódicos "de Europa". (Los rusos, incluidos.) Se puede ver en el Odiseo, así, la angustia poética por la expresividad de la palabra como símbolo humano perteneciente a todos los hombres y mujeres; en el formulario-diario revela el infinito accesible a los modernos que hace de la experiencia algo del ámbito de la temporalidad existencial. En la fabulación de Joyce se vislumbra la inmanencia de un lenguaje múltiple –yuxtapuesto, bellamente confundido como asamblea de soviets– de un lenguaje que es acceso a la “resurrección [de] la vida a través de la facticidad del todo en uno; en diversos espesores. Por tanto, para la subjetividad postburckhardtiana y frente a la sociedad balzaciana “el lenguaje era ciertamente otra cosa”.

Leopold Bloom entendió su idioma a las 19 de la noche del 16 de junio de 1904. Es él quien enuncia en el Odiseo, más bien, el que impulsa a Stephen Dedalus a reconocer que el cielo puede no existir para la personalidad humana. “- Yo creo que está en el cielo si el cielo existe”. Si el cielo (trascendente e inmutable) es probable que no exista para el sujeto de la modernidad, entonces, ¿qué queda por hacer? Queda por vivir el escarnio desbordante del “Dios Todopoderoso”. En esto nos es posible contemplar el significado de la narrativa de James Joyce; en sus interchos pasará el deseo del lenguaje verdaderamente universal de dar “bastante” en el pasado. La poesía contará el presente que florece en España, Inglaterra, Irlanda, Rusia, Congo, América, Norte y Latinoamérica.

La forma literaria de esta percepción joyceana, del impulso existencial de Leopold Bloom en el Dublín de 1904, se condensa en la incendiaria frase de advertencia: "Dime quién hizo el mundo". Y en la trama alegórica del Odiseo la comprensión de quién hizo (y hace) el mundo se reorienta invocando el negativo de la creación. El mundo es el sorbo del hombre, de la mujer. Del no que “un sujeto le dice al otro y así sucesivamente” conformando la voz disruptiva de la comunidad venidera. De modo que el no que los sujetos dicen y narran entre sí es esa “mezcla dentro” de la poética de Joyce que rechaza el imperio “Habsburgo”; la “élite” europea; el “alguacil jefe municipal”; el “Presidente del Tribunal de Apelación”.

Ahora Leopold Bloom, Stephen Dedalus, Buck Mulligan y la subjetividad moderna son la burla del pasado; son la alegría del verdadero rostro de una charla que quiere la “comida más barata [para todos]” – quieren y dicen con audacia estilística, “Alegría: Ate: alegría”. Esta es la cesura del ahora en estructura no idéntica verbalizada (comi…), ya que es la libertad de todos en lo uno/diverso lo que constituye la forma del relato del Odiseo. Son las 19 horas de “Yo. Y yo ahora”.

Con esto, James Joyce quiere enfrentarse no al tiempo: sino al ser natural en el tiempo. La forma de novela de vanguardia incita a deshacer las convenciones; derriba el contenido del más allá –de la trascendencia, de la superioridad natural divina– y recrea la voz. (Recrea la palabra, la palabra de nosotros mismos en multiplicidad radical y comunidad abierta; “Pero [la palabra] actúa. La edad habla […] Adelante.”) Decir actos de palabra es decir que lo novelístico de la experiencia literaria, de vivir la lengua en lo real, conforma la trama por la cual "deben estar representados todos los aspectos de la vida" para que en la Odiseo la sonrisa de la vida tenía que ser un acontecimiento “para todos por igual”.

Por eso el tiempo, el tiempo como desafío a las costumbres, los hábitos, las cínicas formalidades de un salón de Guermantes o de un proceso judicial (Proust y Kafka) y las normas impuestas, resulta inquietante para las disposiciones conservadoras y tradicionalistas. Joycean, el sujeto moderno sabe que para bajar el “telón pesado” nuestras elucubraciones poéticas no pueden extenderse “por muchos días, día tras día”.

Que el “mundo exterior” invertido en el poder del Yo tiene que transfigurar el tiempo como un camino cotidiano, en una temporalidad lírica y arrolladora que deshace creencias establecidas – es el tiempo de hoy, la temporalidad del presente, que hace doblegar a las naciones antes del estallido de “(una inmoralidad nacional [que se hace] en tres orgasmos”). En efecto, tener orgasmos -todavía estamos en la mitad del día- es hablar con los “sacerdotes” que fingen la paz, es hablar como una mecha incandescente de que nos alabamos como dioses: “Alabemos a los dioses”. Es nuestra condición; condición de un “lo suficientemente largo para caminar” por minutos que sacuden la historia; tiempo de misión en Petrógrafo, Baviera, Carolina del Norte, Haití y Bahía. así que aunque Odiseo narra la caminata de un día de Leopold Bloom, su poeticidad deja al descubierto una forma de vida posible, por venir como una experiencia social futura. Es la experiencia de una experiencia (gratuita) que puede ir a la ópera sin vestidos de gala; y también "no se necesita dinero tampoco" para esto.

Porque es una existencia fuerte, con nombres dichos y pronunciados; una circunstancia de lenguaje en relación a la cual las subjetividades tienen que decir – “una niña sana…” y que el “hijo [del general] del regimiento” no es irlandés y debe ser retirado de la cerveza “cerca del grifo de agua” ". Esto se puede sentir en la urdimbre insurreccional de la novela. O Odiseo es la representación estética de la elevación de la voz: “¡Ai-ai!” algunos dirán. Es que “la voz se elevó, suspiró, moduló: fuerte, plena, brillante, audaz”. Entonces no es un tiempo del hombre, sino del “yo. Él. [Ella]. Viejo. [Mujeres de edad avanzada]. Joven"; es la temporalidad en que transcurren 19 horas desde Finlandia hasta abril, es el momento joyceano del “flujo, efusión, fluido, gozoso chorro, pulso. ¡Ey!". Es el tiempo del “lenguaje del amor”, “–… rayo de esperanza”. Desesperación conservadora. Es “Bloom Time” – él y “nosotros estamos parados aquí”[4].

*Ronaldo Tadeu de Souza es investigadora posdoctoral en el Departamento de Ciencias Políticas de la USP.

Notas

[1] Jacob Burckhardt La cultura del Renacimiento en Italia, PAG. 152. São Paulo, Companhia das Letras, 1991 (https://amzn.to/47tDJBA).

[2]Eric Hobsbawn. La era de las revoluciones. Río de Janeiro, Paz y Tierra, 2009 (https://amzn.to/45pmsrG).

[1] Todas las frases, expresiones y palabras (con la excepción de Burckhardt que ya se menciona y el extracto del poema de Jacques Rouman) entre comillas son del Odiseo por James Joyce. Utilicé en el artículo la edición consagrada de Editora Civilização Brasileira con traducción de Antônio Houaiss. Hay opciones de traducción más recientes, como la de Caetano Galindo (Companhia das Letras).

[2] Este pasaje es del poema Ventas Negre de Jacques Rouman que inspiró el título de Les Damnes de la Terre de Frantz Fanón. Ver el excelente libro de Deivison Mendes Faustino Nikosi – Frantz Fanon: un revolucionario particularmente negro, Ciclo Editorial Continuo, 2018 (https://amzn.to/3YDqg6c).

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