Cien Años de Soledad

Úrsula Iguarán y José Arcádio Buendía, los fundadores de Macondo. Ilustración de Carybé, 1971
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por SOLENI BISCOUTO FRESADO*

La fabulosa ciudad de Macondo: una alegoría de América Latina

En 1989, en una entrevista sobre el lanzamiento de El general en su laberinto, al periódico Semana, Gabriel García Márquez reveló que su compromiso con el pueblo colombiano y, en general, con el pueblo latinoamericano, no era sólo estético, sino fundamentalmente ético. Cansado de las versiones oficiales de la historia, consideró la posibilidad de invertir todo el dinero que recibiría de la venta del libro en la creación de una fundación, dirigida a jóvenes historiadores, aún no contaminados por los ideales dominantes, que escribirían la “verdadera” Historia de la Historia de Colombia, “en un volumen solista (…) que se lee como una telenovela”.

Lo que García Márquez llama “verdadera” es la historia de despojo y explotación de los pueblos latinoamericanos, que no aparece en los libros de texto escolares, pero necesita ser rescatada, reflexionada y repetida, antes de que se borre de la memoria y desaparezca en una ráfaga. de polvo y viento, como pasó con Macondo.

Y esta es exactamente la propuesta. Cien Años de Soledad (1967), obra fundamental de García Márquez y ya reconocida como un clásico de la literatura mundial, escrita como novela, en un solo número, que abarca toda la historia de Colombia, y más ampliamente de América Latina. El saqueo de Riohacha por el pirata inglés Francis Drake en 1596, que simboliza la explotación que sufrió América Latina durante el periodo de colonización europea. Las divergencias, sólo aparentes, entre liberales y conservadores, que caracterizan la situación política latinoamericana, pero que son también una referencia a la guerra de los mil dias en Colombia y su fin con la firma del Tratado de Países Bajos, en 1902. La instalación de compañia unida de frutas en varios países de América Latina, a principios del siglo XX, y la Masacre del Banan Tree en 1928. El trabajo también permite reflexionar, no sólo sobre estos datados acontecimientos, sino, sobre todo, sobre los procesos sociohistóricos de construcción, destrucción y reconstrucción de numerosas ciudades latinoamericanas.

El lenguaje fantástico utilizado por el autor, lejos de ser pura invención sólo para engañar y hacer el mundo más apetecible, es una forma de conocer y comprender la realidad de forma crítica, en sus aspectos más dolorosos.

El autor y su obra.

Desde su lanzamiento, Cien años Resultó ser un fenómeno editorial, ya que sus 8.000 copias iniciales se vendieron rápidamente. Fue catalogada como una de las obras más importantes en lengua castellana durante el IV Congreso Internacional de la Lengua Española (2007), incluida en la lista de “100 mejores telenovelas en español del siglo XX” del periódico español El Mundo, de los “100 libros del siglo XX” del diario francés Le Monde y en los “100 mejores libros de todos los tiempos” de Club de Libros de Noruega. Traducida a más de 40 idiomas, con más de 30 millones de ejemplares vendidos y plenamente elogiada por la crítica general y especializada, acabó ganando, en 1982, el Premio Nobel de Literatura para Gabriel García Márquez.

Para los latinoamericanos, Cien años Tiene un peso aún mayor: es la reconquista y la comprensión de la propia identidad. En este sentido, para Cobo Borda (1992), gracias al libro los latinoamericanos finalmente saben quiénes son y de dónde vienen. Así como los rollos de Melquíades revelaron la identidad de Aureliano Babilônia, Cien años revela la identidad latinoamericana. Los habitantes de Macondo se salvaron gracias a Melquíades, y los lectores también pueden salvarse leyendo Cien años, afirma Zuluaga Osorio (2001). Para Gustavo Bell (2001), García Márquez fue más allá de los estereotipos internacionales negativos para revelar la grandeza y la riqueza cultural de Colombia. De esta manera, el autor colombiano marcó a toda una generación, influyendo profundamente en la mentalidad de una época.

Este carisma no se debe sólo al talento literario de García Márquez, sino también a su compromiso sociohistórico. Además de la propuesta de crear una fundación para escribir la “verdadera” historia de Colombia, creó, en julio de 1994, la Fundación para un Nuevo Periodismo Latinoamericano, con sede en Cartagena, para la formación de buenos y verdaderos periodistas, donde la ética sería el ingrediente principal.

Las ideas lanzadas en Cien años Abarca toda la producción literaria de García Márquez. Antes de 1967, su obra estaba compuesta por una constelación de discursos, que involucraban recuerdos familiares y fantasías creativas, que convergían en la cristalización del mundo macondiano. Un ejemplo de esto es la historia. El regreso de Meme (1950) o La casa de los Buendia (1950), o incluso, El monólogo de Isabel cobra vida en Macondo (1955). Sin embargo, serían los cuentos publicados en “La Girafa”, entre 1950 y 1952, los que revelarían algunos personajes y temas de su obra maestra. Después Cien años, los temas y personajes permanecieron en la producción de García Márquez, sobreviviendo al apocalipsis de las últimas páginas. Como en El otoño del patriarca (1975) Crónica de una muerte anunciada (1981), o incluso, en El general en su laberinto (1989).

El propio autor admitió el doloroso embarazo de Cien años. Comenzó a escribir la obra con apenas 18 años, pero en ese momento, con poca madurez literaria, fue incapaz de resolver los problemas para llevar a cabo el ambicioso proyecto que imaginaba. Apenas 22 años después, García Márquez ya tenía 40 años, se publicó la obra (Márquez, 1994).

Los datos biográficos sobre el autor aparecen a lo largo de su producción y aclaran muchos aspectos de Cien años. Sus abuelos maternos, quienes lo criaron hasta los ocho años, fueron fundamentales en la construcción de su personaje y permearon toda su producción: “Doña Tranquilina era una mujer muy imaginativa y supersticiosa”, y su abuelo, el coronel Nicolás Márquez, “la figura mas importante de mi vida”. Por decisión de sus padres, fue separado de sus abuelos para estudiar en un internado “frío y triste” en Barranquila, después de Zipaquirá, donde su único consuelo era leer en la biblioteca (Márquez, 1994). Para Lepage y Tique (2008), debido a estas fuertes influencias de su experiencia familiar, García Márquez se representa, en todas sus obras, aspirando a la utopía de la eterna infancia, en una versión muy interesante del síndrome de Peter Pan, con una confusión entre persona y personaje. Con Cien años García Márquez recuperó lo esencial de la literatura en general, el arte y el placer de contar y, lo más significativo, recibió el estatus de voz por excelencia de América Latina.

Curiosamente, su esposa Mercedes no está personificada en ninguno de sus personajes. En los pocos momentos que aparece en sus tramas tiene la misma identidad: se llama Mercedes y es farmacéutica, ambas en Cien años, como la prometida secreta de Gabriel, amigo de Aureliano Babilônia, como en las dos veces que interviene Crónica de una muerte anunciada (Márquez, 1994).

Cien años da cuenta de una pregunta, prácticamente obsesiva a lo largo de la producción ficticia de García Márquez, sobre el tiempo y la historia. Sus personajes son incapaces de vivir su tiempo, y acaban viviendo en una época cíclica de desgaste y muerte. Es la época del mito, irracional y fabuloso y no la cuadrícula de los calendarios. La repetición de nombres (José Arcádio, Aureliano, Úrsula, Amaranta, Remédios), en las siete generaciones de la familia Buendía, es un ejemplo de esta repetición permanente, como si el mundo se volviera sobre sí mismo.

García Márquez inició sus actividades como periodista luego de los hechos que dieron lugar al “bogotazo”, en 1948. Luego del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, la población de Bogotá inició una revuelta espontánea y desordenada, con varios muertos, gran cantidad de saqueos e incendios. Pronto, el movimiento se extendería a varias ciudades importantes de Colombia. El asesinato de Gaitán fue el colmo para que el país entrara en el período conocido como “la violencia.

De hecho, desde mediados de la década de 1940, el ascenso de una minoría conservadora al poder presidencial ha disgustado a una gran parte de la población colombiana. Los presidentes Mariano Ospina Pérez (1946-1950), Laureano Gómez Castro (1950-1953) y Roberto Urdaneta Arbeláez (1951-1953) introdujeron el terror y la violencia, eliminando focos de resistencia liberal. Sólo después del ascenso del general Gustavo Rojas Pinilla, mediante un golpe de Estado, en 1953, los liberales lograron una tregua y las guerrillas disminuyeron. Las disputas entre conservadores y liberales, la violencia, la represión, el fraude electoral por parte de gobiernos conservadores y el ascenso de los militares al poder son elementos políticos de la historia colombiana que emergen en Cien años, aunque sea de una manera fantástica.

Para Bensoussan (1995), Gabriel García Márquez se convirtió en un maestro soberano y un verdadero Creador, con capital y majestuosidad, de un mundo inscrito en la historia. Cien añosComo Biblia, tiene cuatro grandes momentos: éxodo de los fundadores, génesis, desarrollo y apocalipsis de Macondo, narrado en un tiempo mágico, donde el pasado aparece después del presente y el futuro antes que el pasado.

Estos cuatro grandes momentos también pueden asociarse a la imagen de la vida y de la historia humana: infancia, madurez, vejez y muerte, que aparecen en un universo mágico y sagrado. En esta obra, continúa Bensoussan (1995), García Márquez puso toda su experiencia y sensibilidad colombiana y, sobre todo, la realidad más completa del universo latinoamericano. Cien años Es una suerte de síntesis de toda la producción y de la imaginación fértil y desordenada de García Márquez. Es una obra que revela la totalidad del espíritu de pensar, soñar y escribir de su autor.

El fantástico realismo de Cien Años de Soledad

Primos que se enamoran y les perturba la maldición de tener hijos con cola de cerdo. Una mujer fuerte y decidida que vivió más de cien años intentando impedir las relaciones entre primos, para evitar la maldición. Una bella e inquietante joven sin compromiso con los asuntos terrenales que asciende al cielo. Otra joven busca superar sus miedos y deseos comiendo tierra y cal de las paredes. Un hombre emprendedor, fascinado por el conocimiento, los experimentos químicos y los inventos, que enloquece y queda atado a un castaño.

Un coronel que sobrevivió a catorce atentados, setenta y tres emboscadas, un pelotón de fusilamiento y un intento de suicidio, tuvo diecisiete hijos con diecisiete mujeres diferentes, todas las cuales fueron asesinadas. Tu hermano dio la vuelta al mundo sesenta y cinco veces en una docena de años. Otra joven habló de su propia muerte y desde entonces cosió su propio sudario, porque sabía exactamente el día y la hora en que moriría. Todos son habitantes de Macondo, ciudad que lloró flores amarillas a la muerte de su fundador y donde mariposas del mismo color acompañaron a un hombre enamorado. Todos ellos son personajes del realismo fantástico de Gabriel García Márquez en Cien Años de Soledad.

El realismo fantástico es una escuela literaria propia de la América española que surgió a principios del siglo XX. Sin embargo, sería en las décadas de 1950 y 1960 cuando la expresión tomaría mayor impulso con las obras de García Márquez. En 1949, el cubano Alejo Carpentier, en el reino de este mundo (1985), se consideraba partidario del realismo mágico. Realismo fantástico y realismo mágico se convirtieron así en términos cercanos y similares, pero no sinónimos, conservando sus especificidades. Sin embargo, ambas surgieron del enfrentamiento entre la cultura de la tecnología y la cultura de la superstición, propia de América Latina a mediados del siglo XX. También surgieron como una forma de reacción, a través de palabras, contra los regímenes dictatoriales de ese período. En obras de realismo fantástico, lo irreal o lo extraño aparecen como elementos comunes y cotidianos, un espacio privilegiado para expresar mejor las emociones y pensamientos ante la realidad del mundo.

El lenguaje de García Márquez es, cuanto menos, atractivo. Su realismo fantástico encanta y lleva al lector a través de las complejidades del alma humana, no sólo de los Buendía, sino de todos nosotros. Con esta obra García Márquez repudió la mentalidad bogotana, que le dio a la capital de Colombia el título de “Atenas Sudamericana”. Contrariamente al academicismo actual, García Márquez optó por revelar los males y conflictos de un pueblo oprimido por la sucesión de presidentes autoritarios y tiránicos. Optó por revelar la cultura popular de un pueblo nacido del mestizaje, valorando la cultura costera del Caribe y afrolatinoamérica.

Sin embargo, la opción por el realismo fantástico no es sólo política en García Márquez, también es afectiva. Su abuela, Tranquilina Iguarán Cotes (apellidos de dos mujeres fuertes en Cien años), que contribuyó decisivamente a la construcción de su carácter y personalidad, tuvo una capacidad excepcional para tratar los acontecimientos extraordinarios como hechos naturales, para contar los acontecimientos más fantásticos e improbables, como si fueran verdades irrefutables. Su casa estaba llena de historias de fantasmas, premoniciones, presagios y profecías. Al leer a Franz Kafka, García Márquez encontró el mismo espíritu. El autor contaba las cosas igual que su abuela, sólo que en alemán. Con Kafka, García Márquez se dio cuenta de que existían otras posibilidades de la narrativa literaria, además de las racionalistas y académicas, que había conocido en los manuales. Para él fue como “quitarse el cinturon de castidad” (Márquez, 1994, p. 40).

Es prácticamente imposible de leer. Cien años Apenas una vez. Después de conocer toda la trayectoria de siete generaciones de la familia Buendía, sus encuentros y desencuentros, es necesario volver al principio, para al menos intentar descifrar y comprender mejor los entresijos del árbol genealógico de esta compleja y seductora familia. que se confunde entre Josés Arcadios y Aurelianos.

Los cien años de soledad no son sólo una referencia a los pergaminos escritos por el gitano Melquíades y sólo descifrados por el penúltimo de los Buendía, sino que acompañan a todas las generaciones de esta familia marcada por el destino, el karma y la herencia del destino, sembrada entre aventuras. , impulsividad y tragedia de Josés Arcadios e introspección y lucidez de Aurelianos. Todos en la familia Buendía se sienten solos e incomprendidos. Utilizando la soledad como refugio, tienen fantasías y deseos secretos que no pueden exponer ni satisfacer. Y la soledad no es sólo suya, también pertenece a sus familias. Pilar Ternera, Rebeca, Santa Sofía de la Piedad, Fernanda del Carpio, Petra Cotes, Maurício Babilônia, todos marcados por la soledad.

Sin duda, el tema de la soledad es un hilo conductor en Cien años, Pero no el único. La memoria, con sus recuerdos y olvidos, arbitrarios o no, está presente a lo largo de la narración y acompaña a todos los personajes. José Arcádio transmitiría a toda su descendencia, genéticamente, la memoria de Melquíades. Su hermano menor, el coronel Aureliano Buendía, recordaría, frente al pelotón de fusilamiento, el día que conoció el hielo. Su esposa, Remédios, sería recordada por todos los Buendía como la bisabuela-hija que nunca cumplió 15 años. Los gemelos José Arcádio Segundo y Aureliano Segundo cambiarían de identidad tantas veces que olvidarían quiénes eran realmente.

La primera generación de los Buendía ya había afrontado la plaga del insomnio y su evolución hacia el olvido: primero de los recuerdos de la infancia, luego del nombre y la noción de las cosas, hasta el olvido de la propia identidad y de la conciencia de ser, convirtiendo a las personas en “idiotas sin sentido”. pasado." Tratando de luchar contra la erosión de la memoria, el patriarca José Arcádio Buendía colocó placas por todas partes para recordar el nombre de las cosas y su utilidad. Si no fuera por Melquíades y su elixir de recuperación de la memoria, los habitantes de Macondo se habrían perdido en sus propios recuerdos, que no habrían sido más que el olvido.

La discusión sobre la memoria adquiere un enfoque prácticamente científico en el capítulo en el que se narra la masacre de la estación de tren. Es el momento en el que García Márquez, aún con cierta dosis de ficción y exageración, elementos propios de su narrativa, nos aporta elementos de cómo pensar no sólo la característica fundamental de la memoria (recordar y olvidar), sino, sobre todo, En definitiva, cómo la memoria puede construirse, modificarse, distorsionarse, culminando en la construcción de otra historia, la oficial, de acuerdo con los deseos de la clase dominante. Es el capítulo más impactante del trabajo y se analizará más adelante.

Macondo – de la fundación a la destrucción

La ciudad de Macondo puede ser una referencia a Aracataca (Colombia), ciudad donde nació García Márquez y vivió parte de su infancia. Cerca de Aracataca había una plantación de plátanos llamada Macondo, que en lengua bantú significa plátano. Pero, al estar a orillas de un río, Macondo también podría ser una referencia a Barranquilla, la ciudad caribeña donde García Márquez vivió de joven y donde completó sus primeros años de secundaria.

Macondo es, ante todo, una ciudad inventada, pero con fuertes vínculos históricos y sociales, sin lugar ni tiempo definidos, lo que permite viajar a cualquier lugar y en cualquier momento. Es una ciudad como tantas en el mundo, que comenzó como un pequeño pueblo, gracias al empeño y voluntad de sus fundadores, creció y se desarrolló, experimentó progreso y prosperidad, opresión y tiranía, y luego pronto vivió períodos de barbarie, hasta fue olvidado y desapareció en una ráfaga de polvo y viento.

Los orígenes de la ciudad se encuentran en una maldición y un profundo dolor de conciencia por parte de sus fundadores. José Arcádio Buendía y Úrsula Iguarán eran primos y, por tanto, culpables de asesinato. Anteriormente, la tía de Úrsula se había casado con el tío de José Arcadio y tuvieron un hijo con cola de cerdo, más parecido a una iguana que a un ser humano. El apellido de Úrsula tiene así un doble significado: es el apellido de la abuela de García Márquez y una derivación de iguana.

Las relaciones de sangre son una constante en Cien años, una maldición para los Buendía y que determinará el fin de la familia. Además de José Arcádio y Úrsula, Rebeca y José Arcádio (hijo de los fundadores), primos terceros, no pueden resistir su pasión y se casan, pero no tienen hijos. Aureliano José y Amaranta, sobrino y tía, viven una pasión tórrida, nunca consumada físicamente. José Arcádio (quinta generación de la familia), muere recordando el cariño que le brindaba su tía tataranta Amaranta durante sus baños. El parentesco consanguíneo sólo se da con Aureliano Babilonia y Amaranta Úrsula (sobrino y tía), quienes tendrán un hijo con cola de cerdo. La maldición que dio origen a Macondo determina también el fin de la familia Buendía y de la propia ciudad, en una historia circular.

Temerosa de dar a luz iguanas, Úrsula no quiso consumar el matrimonio, hasta que la sabiduría popular detectó que algo andaba mal con la joven pareja, que aún no tenía hijos. Prudencio Aguilar, después de perder una pelea de gallos con José Arcádio, gritó para que todos en la ciudad de Riohacha lo escucharan, que Úrsula seguía virgen, incluso después de casi dos años de matrimonio. En un ataque de furia, José Arcadio lo mató. A partir de entonces, la pareja empezó a sentirse perseguida por el alma de Prudencio. Decidieron huir de Riohacha, en un intento de olvidar el pasado y fundar una nueva ciudad, alejada de todo y de todos, donde todo debería crearse, como en los primeros días del mundo.

Úrsula y José Arcádio iban acompañados de otras 20 parejas, viajando hacia Occidente, en busca del mar. Después de dos años de un difícil viaje por las montañas, enfermos y cansados, acamparon junto a un río, donde fundaron una aldea. José Arcádio, el líder, era entonces un joven patriarca de carácter emprendedor. Él fue quien dispuso las calles para que todos, por igual, tuvieran las mismas facilidades y los mismos problemas. Macondo rápidamente se convirtió en el pueblo más trabajador y organizado, “donde nadie tenía más de 30 años y donde nadie había muerto todavía” (Márquez, 1977, p. 15).

Lejos de todo, sin correos, telégrafos ni estación de tren, Macondo habría quedado aislado si no fuera por el contacto con los gitanos, entre ellos Melquíades, que traían nuevos inventos, pero, sobre todo, historias de otros mundos e información de otras localidades. , que llenó aquellas almas aisladas de sueños y perspectivas.

Si bien José Arcádio fue el aventurero de la familia, fue Úrsula quien abrió las puertas de la ciudad a nuevos habitantes, quienes dieron un nuevo impulso a los antiguos residentes. Macondo deja de ser un pequeño pueblo, convirtiéndose en un pueblo activo, con tiendas y talleres artesanales. La ciudad pasó a formar parte de la ruta comercial árabe y de escala de extranjeros, permitiendo a la población acceder a los más variados tipos de mercancías. Incluso con el crecimiento de la ciudad, José Arcádio mantuvo su posición de patriarca, rediseñando la posición de las calles y casas para beneficio de todos.

Sin embargo, es un pseudopatriarcado. Si bien fue la fuerza de José Arcádio la que guió a aquellos hambrientos por los laberintos de la montaña, fue la fuerza de Úrsula Iguarán la que definió el rumbo del pueblo y salvó a la familia, durante más de un siglo, de la destrucción, como ella Poseía la memoria de la historia familiar. Era activa, pequeña, severa, decidida y valiente. Aún joven, unió a los fundadores de Macondo contra los deseos de sus maridos, obligándolos a permanecer en el pueblo que habían fundado, yendo en contra de los sueños febriles de su marido de conquistar nuevos lugares. Fue ella quien, durante la guerra, apartó del poder a su nieto, Arcadio, por gobernar basándose en el terror, y pasó a comandar la ciudad. Fue ella quien aseguró la supervivencia de la cepa impidiendo las relaciones entre primos y, en consecuencia, el nacimiento de niños con cola de cerdo.

Sólo después de su muerte se cumplió esta profecía. Nadie se dio cuenta jamás de que estaba ciega a causa de cataratas. Durante décadas se negó a envejecer y murió con más de cien años, pero permaneció lúcida, dinámica y entera hasta el final. A diferencia del patriarca, que murió siendo joven y tuvo que ser atado a un castaño, debido a ataques de locura.

En este sentido, es pertinente mencionar que el origen de la sedentarización humana y, en consecuencia, el surgimiento de las ciudades, están asociados al accionar de las mujeres. Eran, en las sociedades nómadas, responsables de recolectar frutos, aprender, más fácilmente que los hombres, los ciclos de la naturaleza y, más tarde, desarrollar la siembra y la cosecha. También fueron ellas quienes sintieron la necesidad de permanecer en el mismo lugar por mucho tiempo, durante el embarazo y los primeros meses de vida de sus hijos.

Macondo era un pueblo pacífico, donde estaban prohibidas las armas y no hacía falta un delegado, por lo que no aceptaron la autoridad de Apolinar Moscote. Tampoco aceptaron la autoridad del padre Nicanor Reyna. Llevaban años “arreglando los asuntos del alma directamente con Dios” (Márquez, 1977, p.83), sin bautizar a sus hijos, ni santificar las fiestas, y sin necesidad de intermediario alguno. En realidad era un pueblo pagano. En la casa Buendía, recién después de la llegada de la ferviente católica Fernanda del Carpio, esposa de Aureliano II, cuarta generación de la familia, quedaron colgados en el hito de la fundación de la ciudad los ramos de aloe vera y pan, símbolos de abundancia, intercambiado por un nicho del Corazón de Jesús.

La ciudad vivió días de pánico y conmoción debido a la guerra entre liberales y conservadores. Macondo era una ciudad sin pasiones políticas, con gente pacífica, pero que no aprobaba la violencia y mucho menos la arbitrariedad. Por eso, cuando se dieron cuenta de que los conservadores estaban manipulando las elecciones y, sobre todo, los hechos, declararon la guerra. Los 21 hijos de los fundadores estuvieron implicados en la conspiración liberal, sin saber exactamente qué significaba. Incluso Aureliano Buendía, que sólo quería fabricar en paz peces de oro en su taller, se convirtió en coronel del ejército revolucionario. No porque fuera partidario de causas liberales, sino porque no admitía que los conservadores cometieran atrocidades violentas contra la población.

La guerra duró décadas. Al final, conservadores y liberales ya no tenían deseos divergentes. Los liberales terratenientes ricos firmaron un acuerdo con los conservadores terratenientes ricos para impedir la revisión de los títulos de propiedad. Sólo el coronel Aureliano Buendía y su fiel amigo Gerineldo Márquez, los únicos supervivientes de los 21 jóvenes intrépidos descendientes de los fundadores, continuaron creyendo en sus ideales libertarios y no hicieron la guerra sólo por el poder. El coronel Buendía luchó por la victoria definitiva contra la corrupción de los militares y las ambiciones de los políticos de ambos partidos. Lo que le entusiasmaba era la posibilidad de unificar las fuerzas federalistas, con el objetivo de exterminar a los regímenes conservadores en todo Estados Unidos.

En este sentido, el personaje del coronel Aureliano Buendía pudo haberse inspirado en Ernesto Che Guevara (1928-1967), un guerrillero que García Márquéz admiraba y al que no escatimó elogios. Al igual que el Che Guevara, Aureliano luchó contra la opresión y la libertad de los pueblos, creyendo en la posibilidad de una unión entre todos los países latinoamericanos. Luego de un viaje en motocicleta con su amigo Alberto Granado en 1951, que fue decisivo para su formación política, Guevara se dio cuenta de que no sólo la opresión, sino sobre todo la pobreza y la enfermedad, eran realidades compartidas por todos los países latinoamericanos, situación que debía ser combatida y cambió con la unidad de todos.

Era un sentimiento de identidad latinoamericana que estaba creciendo en Guevara, y no sólo en Argentina. Además de la proximidad de ideales, está también la cuestión temporal. Cien años fue escrito entre 1965 y 1966 y publicado en mayo de 1967, es decir, antes de la muerte del Che Guevara. Durante este período estuvo involucrado, en Bolivia, con guerrillas que buscaban la unificación de América Latina, propuesta del imaginario coronel Aureliano Buendía.

Aunque había perdido la guerra, ya viejo y cansado, el coronel todavía causaba pánico entre los conservadores, revelando que las ideas liberales no estaban sometidas. Durante un carnaval, décadas después de terminada la guerra, alguien gritó inocentemente en medio de la fiesta: “¡Viva el Partido Liberal! ¡Viva el coronel Aureliano Buendía!” (Márquez, 1977, p. 195), la alegría se convirtió en pánico. El gobierno actuó drásticamente con disparos de fusil, que dejaron muertos y heridos en la plaza.

Tiempo después, tras nuevas arbitrariedades de los poderosos (que asesinaron a un niño y a su abuelo, porque el niño, por accidente, derramó una bebida sobre el uniforme de un cabo de policía), el propio coronel advirtió: “un día de estos, me ¡Voy a armar a mis muchachos para acabar con estos yanquis de mierda! (Márquez, 1977, p. 230), refiriéndose a sus diecisiete hijos, con diecisiete mujeres diferentes, todas con el nombre de Aurelino y el apellido materno. La acción del gobierno fue fulminante, todos los hijos del coronel, que vivían en diferentes localidades, fueron asesinados la misma noche, de un tiro en la frente.

Sólo Aureliano Amador, escondido en el bosque, sobrevivió a la masacre, para ser asesinado décadas después, cuando Macondo ya estaba perdido en el polvo, en la puerta de la casa Buendía. En otras palabras, incluso después de la muerte del coronel y del desvanecimiento de los ideales libertarios que podrían provocar una nueva revolución, la casa Buendía siguió siendo vigilada por las autoridades. Esta precaución era innecesaria. Nadie se acordaba del coronel Aureliano Buendía y sus treinta y dos revoluciones armadas contra la tiranía. Su nombre sería recordado sólo como el nombre de una calle, sin ninguna referencia a la persona misma ni a sus logros. La población llegaría a creer que nunca había existido y que no era más que un invento del gobierno, un pretexto para eliminar a los liberales.

Las batallas entre liberales y conservadores son una referencia explícita a los años convulsos que vivió la población colombiana en la transición de los años cuarenta a los cincuenta. Guerra de los mil días, que duró entre octubre de 1899 y noviembre de 1902, finalizando con la firma del Tratado de Neerlândia, exactamente como se describe en Cien años. Esta guerra es considerada el conflicto civil más grande de Colombia, devastando la nación y dejando más de mil muertos. La guerra no se limitó a Colombia, sino que se extendió a países vecinos, como Venezuela y Ecuador.

Tras el fin de la guerra, Macondo vivió un nuevo proceso de progreso. La escuela, antiguo cuartel liberal, fue bombardeada repetidamente y recuperada. Bruno Crespi construyó una tienda de juguetes e instrumentos musicales y fundó un teatro, que compañías españolas incluyeron en sus itinerarios. Macondo ya tenía contacto con el mundo. Pero en realidad el progreso sólo se produjo en Macondo, cuando Aureliano Triste, uno de los diecisiete hijos del coronel, tomó las vías del tren hacia Macondo. A partir de entonces, el pueblo quedó asombrado por las lámparas eléctricas, el gramófono, el teléfono y el cinematógrafo: “Macondo (vivió) en un vaivén permanente del revuelo al desencanto, de la duda a la revelación, hasta el punto que nadie podía Ya no sabemos con certeza dónde estaban los límites de la realidad. Era un intrincado revoltijo de verdades y espejismos” (Márquez, 1977, p. 217).

Las vías del tren, símbolo de modernidad y sinónimo de velocidad, colocaron a Macondo en la ruta de comerciantes y extranjeros. La ciudad creció rápidamente, se construyeron casas y se abrieron calles. Nuevos hábitos y valores, sumados a nuevos inventos, comenzaron a impregnar el aire y cambiaron el aspecto de la ciudad vieja. Estos cambios, ocurridos en Macondo, efectivamente se dieron en muchas ciudades latinoamericanas, que presenciaron el boom desarrollista de mediados de los años cincuenta. Contradictoriamente, el mismo tren que trajo avances y prosperidad también trajo el fin de la ciudad. Fue allí donde llegó el Sr. Herbert y poco después la compañía bananera del Sr. Jack Brown. Después de ellos, Macondo nunca volvería a ser el mismo.

La empresa bananera de Macondo es un referente de la instalación de compañia unida de frutas, una empresa norteamericana, en varios países de América Latina, para la explotación de plátanos y piñas. Como en Macondo, en todos los países donde se estableció, la empresa explotó la mano de obra local, financió el derrocamiento de gobiernos democráticos y promovió la instalación de dictaduras represivas, otorgando poderes a líderes locales que favorecían sus intereses económicos. En 1969, la empresa fue comprada por Corporación Zapata, una empresa cercana a Georg HW Bush, y cambió su razón social a Marcas Chiquita. El nombre ha cambiado, pero las prácticas siguen siendo las mismas. La empresa estuvo involucrada en varias masacres de sindicalistas y campesinos en América Latina.

La plaga bananera: la construcción de la memoria y la distorsión de la historia

La masacre de las bananeras, ilustración de Carybé, 1971.

El señor Herbert llegó a Macondo como un forastero más y decidió investigar más el lugar, después de comer un racimo de plátanos y analizar meticulosamente un ejemplar de la fruta con varios tipos de equipos. El personaje encarna no sólo al capitalismo neoliberal, sino, sobre todo, la negación del conocimiento en favor del pragmatismo del tener. Atraído por su fácil información empresarial, el señor Jack Brown llegó a la ciudad, acompañado de sus abogados vestidos con trajes negros, más parecidos a los buitres, preludio de la catástrofe que azotaría la ciudad.

La fertilidad de la tierra, el clima favorable y la población amable y trabajadora atrajeron a los especuladores capitalistas, que vieron la oportunidad de obtener ganancias fáciles. Los abogados vestidos de negro ya habían aparecido antes en la narrativa, cuando acosaron al coronel Aureliano Buendía para que formulara un acuerdo de paz entre las tropas liberales y el gobierno conservador. Los abogados, defensores de los intereses de la clase dominante, aparecen en la narrativa directamente asociados con la opresión y la especulación. No es casualidad que García Márquez los llame “ilusionistas jurídicos”.

Rápidamente, en una invasión tumultuosa, inoportuna e incomprensible, los estadounidenses, con sus familias, se instalaron en Macondo y cambiaron trágicamente la vida de sus habitantes. Construyeron sus casas al otro lado de las vías del tren y rodearon el lugar con una red metálica, no sólo para protegerlas, sino, sobre todo, para separarlas claramente de la población local, con la que no querían convivir, manteniendo las mismas costumbres de su tierra. Trajeron nuevos hábitos y encantaron a las generaciones más jóvenes. Sacaron del poder a los antiguos fundadores de la ciudad y colocaron en su lugar a forasteros que desconocían los valores y necesidades de la población.

Instalaron miedo, opresión y violencia. Emplearon a innumerables personas, basándose en la explotación laboral. Los trabajadores fueron sometidos a viviendas insalubres, atención médica ridícula, condiciones de trabajo pésimas e incluso ausencia de salario, ya que lo que recibían eran vales, que sólo podían canjearse por jamón de Virginia en los almacenes de la empresa. Fue un período de rápidos cambios, en el que los propios habitantes ya no reconocían su ciudad.

Incluso la naturaleza, los americanos cambiaron: “cambiaron el régimen de lluvias, aceleraron el ciclo de cosecha, y tomaron el río de donde siempre había estado y lo colocaron con sus piedras blancas y sus corrientes heladas en el otro extremo del pueblo” (Márquez , 1977, pág. Cuando se publicó el libro en 220, estos cambios podrían identificarse como pertenecientes al realismo mágico de García Márquez. Actualmente, se sabe que los avances tecnológicos e industriales, además de traer enormes beneficios, también tienen aspectos negativos, entre ellos alterar el ritmo de la naturaleza. Experimentamos períodos de lluvia, calor y frío intensos e intempestivos, como resultado de una contaminación excesiva. Las hormonas aceleran el crecimiento de los animales, por lo que pueden ser sacrificados más rápidamente. Se expropian territorios de antiguos asentamientos para la construcción de represas. Es el avance del capitalismo que no respeta ni la naturaleza ni la humanidad.

El ya anciano y observador coronel Buendía inmediatamente se dio cuenta de que algo extraño había ocurrido con la población de Macondo, lo que determinaría su fin. Cada vez más, los habitantes asumieron una actitud de sumisión hacia los forasteros, perdiendo todo el coraje de los fundadores de la ciudad.

Para los brasileños, el interés de los estadounidenses por el banano tiene una connotación especial. Después de una exitosa carrera en Brasil, en 1939, Carmen Miranda se propuso conquistar Estados Unidos. Un año después, la cantante y actriz, que llevaba adornos de frutas tropicales en la cabeza, en particular plátanos, fue aplaudida con entusiasmo por el público y las celebridades. Incluso el entonces presidente estadounidense, Franklin Roosevelt, no pudo resistirse a sus encantos de actriz.

Entre 1942 y 1953 actuó en 13 películas de Hollywood y en los programas más importantes de radio, televisión, discotecas, casinos y teatros de Norteamérica. De todas las películas, la más exitosa fue Entre la rubia y la morena (Toda la pandilla está aquí., 1943) dirigida por Busby Berkeley. En la película hay un musical que comienza con hermosas bailarinas recostadas en lo que sería una isla con plataneros. Carmen Miranda entra en escena sentada sobre frondosos racimos de plátanos, transportados en una carreta, sugiriendo que acaban de ser cosechados. Canta en inglés, en un ritmo nada brasileño, su propia historia: la fascinación que ejerce sobre la gente la niña con la fruta en la cabeza. Los plátanos son lo más destacado del musical.

No sólo están en el adorno que lleva Carmen Miranda en la cabeza, sino también en la decoración del conjunto y se transforman en un instrumento musical. En un ballet extremadamente coordinado, que, como acertadamente comparó Sigfried Kracauer (2009), parece más bien una demostración matemática, sin gracia, en una secuencia de actos repetitivos y agotadores, los bailarines bailan sosteniendo plátanos gigantes en sus manos. A este respecto cabe recordar también la famosa marcha de carnaval de Alberto Ribeiro y João de Barro, creada en 1937 y que aún hoy goza de un gran éxito:

Sí, tenemos plátanos.
Plátano para regalar y vender
Plátano, la niña tiene vitamina.
El plátano engorda y crece

Artistas como Carmen Miranda, Alberto Ribeiro y João de Barro se beneficiaron de la Política del Buen Vecino, que estuvo vigente en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina entre 1933 y 1945. Esta política, a pesar de valorar a muchos artistas, estuvo lejos de ser una beneficio para América Latina. Si bien los artistas triunfaron en los teatros, la radio y las salas de conciertos, sus países fueron invadidos por el modo de vida norteamericano, que en la gran mayoría de los casos borró las tradiciones locales, reemplazándolas por otras costumbres con las que la población tenía sin antecedentes ni identificación.

En Macondo no fue diferente. Meme, quinta generación de la familia Buendía, hija de Aureliano II y Fernanda del Carpio, se integró fácilmente a las costumbres norteamericanas. Aprendió a nadar, jugar tenis, comer jamón y piña de Virginia y hablar inglés. Se olvidó de que era Buendía, que había nacido en Macondo, en fin, perdió su identidad.

Tras la llegada de los americanos, en Macondo comenzaron a existir diferentes clases sociales. La igualdad de derechos y condiciones, trazada por José Arcádio Buendía en la fundación de la ciudad, quedó olvidada en el pasado. Con los estadounidenses y su compañía capitalista, los habitantes de Macondo vivieron barrios marginales, pobreza y enfermedades crónicas, resultado de malas condiciones de higiene y salud.

La urbanización de Macondo bajo el auspicio de la empresa bananera es un progreso engañoso, ya que trae consigo signos de dependencia económica. Este pseudoprogreso no es desconocido en muchas ciudades latinoamericanas, especialmente en las costeras. Las pequeñas comunidades pesqueras y artesanales de subsistencia, que vivían con suficiente alimentación y vivienda, atravesaron falsos procesos de desarrollo con la llegada de las grandes empresas. Compraron propiedades a precios bajos e instalaron grandes complejos hoteleros y de ocio, sólo para que los turistas disfrutaran de la belleza y las riquezas naturales.

De comunidades pesqueras autosuficientes pasaron a quedarse sin tierra, sin hogar, sin trabajo y sin dignidad, excluidos de los centros turísticos y sumándose a la gran población que vive por debajo del umbral de pobreza. Macondo simboliza todas estas ciudades que se han convertido en un engranaje más de la rueda del subdesarrollo. Es la metáfora del avance del capitalismo en América Latina.

Ante las pésimas condiciones de vida y de trabajo impuestas por la empresa bananera, estalló la huelga de trabajadores en Macondo. José Arcádio Segundo, hasta entonces capataz y defensor de las prácticas de la empresa, se sumó a los trabajadores e impulsó el movimiento, con la misma energía y determinación con la que años antes su tío abuelo, el coronel Aureliano Buendía, había liderado una guerra armada contra los conservadores. Los estadounidenses, propietarios de la empresa bananera, organizaron rápidamente una contrarreacción y sus abogados, abogados negros, llevaron el caso a los tribunales supremos.

El señor Jack Brown, ahora Dagoberto Fonseca, apareció con el cabello teñido, hablando castellano fluido, afirmando haber nacido en Macondo y ser vendedor de plantas medicinales, sin tener contacto con la empresa bananera. Los “ilusionistas legales” mostraron el certificado de defunción del “real” Sr. Brown, autenticado por cónsules y cancilleres. También lograron demostrar que las reclamaciones no eran razonables, porque la empresa bananera nunca había tenido empleados, ya que sólo contrataba mano de obra esporádicamente. Finalmente lograron que los tribunales sentenciaran y proclamaran en decretos solemnes la inexistencia de los trabajadores.

Para contener a la multitud de trabajadores descontentos con las sentencias del tribunal, el ejército se hizo cargo de las negociaciones y programó una reunión en la plaza de la estación de tren. Asistieron más de tres mil personas, entre trabajadores, mujeres y niños, entre ellos José Arcádio Segundo. En una rápida declaración de ochenta palabras, los huelguistas fueron catalogados como una banda de criminales y el ejército tenía derecho a matarlos a tiros. Como la multitud no abandonaba la estación y protestaba indignada con gritos y maldiciones, catorce nidos de ametralladoras les dispararon mientras intentaban huir indefensos.

Se trata de una reinterpretación de la actuación del compañia unida de frutas en Colombia. En 1928, exactamente como se describe en Cien años, ante las manifestaciones de los trabajadores por mejores condiciones laborales, la empresa ordenó a las autoridades reprimir a tiros a los manifestantes. El evento se conoció como la Masacre del Árbol Banan. En Cien años, Los muertos fueron colocados en un largo tren de más de doscientos vagones, que salía subrepticiamente de Macondo por la noche, sin luces y escoltado por soldados, probablemente rumbo al mar, donde arrojaría su peso muerto, exactamente como hizo con el plátanos desechados. José Arcádio Segundo logró escapar de la masacre y del terror de los carros.

Al regresar a su casa habló con varias personas, quienes le dijeron que en Macondo no había sucedido nada (Márquez, 1977, p. 294): “(…) habían leído una comunicación nacional extraordinaria, para informar que los trabajadores habían obedecido las para evacuar la estación y se dirigieron a casa en caravanas pacíficas. El comunicado informó también que los dirigentes sindicales, con un alto espíritu patriótico, habían reducido sus demandas a dos puntos: reforma de los servicios médicos y construcción de letrinas en las viviendas. (…) La versión oficial, repetida y repetida mil veces en todo el país a través de cualquier medio de publicidad que el Gobierno encontraba a su alcance, terminó prevaleciendo: no hubo muertos, los trabajadores satisfechos habían regresado con sus familias, y la empresa bananera suspendió sus actividades hasta que pasara la lluvia”.

En Macondo llovería durante cuatro años, once meses y dos días. Al final, ya nadie se acordó de la empresa bananera. La falsa prosperidad desaparecería con el agua de lluvia. En la casa Buendía la abundancia y la limpieza pertenecían a los tiempos de Úrsula y Santa Sofía de la Piedad. Aureliano Babilônia, sexta generación de la familia y que descifraría los pergaminos de Melquíades, después de cien años de soledad, aún sin saber que era Buendía, fue el único que creyó y repitió el relato de su tío abuelo: “Macondo había sido un lugar próspero y bien administrado hasta que fue perturbado, corrompido y explotado por la empresa bananera, cuyos ingenieros provocaron la inundación como pretexto para escapar de sus compromisos con los trabajadores” (Márquez, 1977, p. 331).

Sólo su mejor amigo, acertadamente llamado Gabriel Márquez (bisnieto de Gerineldo Márquez, quien había luchado por los liberales, junto al coronel Aureliano Buendía) creyó en su versión. Todos en Macondo repudiaron la historia de la masacre y de los trabajadores muertos arrojados al mar. Repitieron lo que habían leído en los textos judiciales y aprendido en la escuela: la empresa bananera nunca había existido.

La masacre de la empresa bananera había sido prácticamente borrada de la memoria, lo que dio lugar a la aparición de una historia oficial, que transformó la masacre en una discordia más, fácilmente resuelta, entre empleadores y empleados. De usurpadores, los capitalistas de la compañía bananera pasaron a ser recordados como bienhechores y promotores del progreso de Macondo. Con el paso de los años, incluso esta versión impuesta por los gobiernos conservadores fue reemplazada por otra más eficiente para la clase dominante, la de la inexistencia de la empresa bananera. Borrando de la historia y asfixiando la memoria de la empresa capitalista, también se borraron todas sus arbitrariedades, toda corrupción y todas las manifestaciones obreras realizadas en su contra. Todo el régimen de violencia lo impuso, no sólo a sus trabajadores, sino a toda la población de Macondo.

El capitalismo destructivo y el apocalipsis de Macondo

Tras el avance del capitalismo, representado por la empresa bananera, Macondo se convirtió en una ciudad de sobrevivientes del caos. La ciudad quedó en ruinas, con calles polvorientas y solitarias, un pueblo muerto, deprimido por el polvo y el calor. La propia naturaleza se olvidó de la ciudad, soplando un viento árido que petrificó los lagos, asfixió las plantas y cubrió para siempre los tejados de hojalata y los almendros solitarios. Ni siquiera los pájaros pudieron volar en la ciudad, perdiéndose, estrellándose contra los muros, hasta olvidarse de volar sobre Macondo. Los habitantes consumidos por el olvido y abatidos por sus pocos recuerdos, seguían inertes por las calles polvorientas y las casas en ruinas. Ya ni siquiera el tren se detenía en la estación. El polvo lo cubría todo: casas, muebles y personas.

En la casa Buendía no fue diferente. Las paredes estaban agrietadas, los muebles tambaleantes y descoloridos, las puertas estaban desniveladas. Termitas, polillas y hormigas rojas continuaron a su ritmo devastador, arrasando con todo. Los dos únicos miembros de la familia, José Arcádio y Aureliano Babilonia (tío y sobrino), estaban poseídos por un espíritu de resignación y deshonra. Amaranta Úrsula, tataranieta de los fundadores, pequeña y dinámica como Úrsula Iguarán, recién llegada a la ciudad luego de 10 años de ausencia, emprendió un viaje para salvar la casa y la comunidad, en vano. Ella tampoco sobreviviría a la catástrofe que azotó a la ciudad.

Las aguas del diluvio se llevarían también los últimos fragmentos de memoria. Nadie se acordaría de los fundadores de la ciudad ni de quiénes habían plantado los almendros, que si bien al principio refrescaban la ciudad con sus sombras, ya no eran más que ramas rotas y hojas polvorientas. Porque las ciudades que no preservan su memoria, ni escriben su propia historia, están condenadas al olvido y la destrucción.

Con el ejemplo de Macondo, Cien Años de Soledad reflexiona sobre la trayectoria de varias ciudades latinoamericanas, que se han convertido en una víctima más del avance del capitalismo. Desposeída y explotada, fue incapaz de sobrevivir a la tiranía del fetichismo de las mercancías. Muchos otros lo lograron, pero nunca fueron los mismos, se integraron en el mundo competitivo y superficial de la barbarie. Las reglas capitalistas son destructivas, tanto para las ciudades como para sus habitantes. Destruyen los recursos naturales, alterando sus ciclos y arquitecturas históricas, en beneficio de una sociedad cada vez más derrochadora. Imponen superficialidad y competitividad en las relaciones humanas.

Pero Cien años No es sólo muerte y destrucción. Defiende, sobre todo, la tesis de que las historias de tiranía de gobiernos fascistas, de revoluciones que resistieron la opresión y la violencia, de luchas de los trabajadores por mejores condiciones de vida y de trabajo, de saqueo y expropiación capitalistas no pueden olvidarse, ni borrarse. de la memoria, ni pueden transformarse en otra historia.

Considerando que la literatura tiene un lenguaje que articula lo mítico, lo histórico y lo maravilloso, cada obra literaria tiene su propia manera de producir significado. Ficticia por excelencia, la literatura recrea una realidad con una dicción innovadora. En este sentido, en Cien Años de Soledad, el discurso ficticio emerge como un lugar privilegiado para la verdad sociohistórica, ya que deslegitima y desmoraliza las versiones oficiales de la memoria y la historia.

* Soleni Biscouto Fressato Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Federal de Bahía (UFBA). Autor, entre otros libros, de Telenovelas: espejo mágico de la vida (cuando la realidad se confunde con el espectáculo) (Perspectiva).

referencia


Gabriel García Márquez. c. Traducción: Eliane Zagury. Río de Janeiro, Récord, 1977, 448 páginas. [https://amzn.to/4d1P6Uf]

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RODRIGUES, Marly. Los años cincuenta. Populismo y objetivos de desarrollo en Brasil. Colección Principios. São Paulo: Ática, 1996.


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