por MARJORIE C.MARONA*
Celso de Mello es ese decano: el de una Corte Suprema que se arriesgó a un protagonismo ejercido, muchas veces, a costa de la legitimidad del sistema político, y que ahora se suma a la coalición de resistencia democrática frente a un gobierno que fue gestada por la política de crisis que ayudó a construir
Celso de Mello se jubila el próximo noviembre después de servir durante más de 30 años como ministro del Supremo Tribunal Federal. La historia del Ministro Celso de Mello en el STF va de la mano con la de la Constitución de 1988, no sólo por la casi coincidencia de fechas entre su nombramiento y la promulgación de la carta que inauguró el más reciente período democrático en Brasil, sino también por su actuación marcada por la defensa -calificada de intransigente por algunos- de las libertades individuales.
Su mandato, sin embargo, transcurrió en años en los que no tanto el ejercicio de la jurisdicción constitucional, sino, sobre todo, la competencia penal del STF caracterizaron el protagonismo del tribunal. Celso de Mello se convirtió en decano del STF en 2007; el miembro más antiguo de la Corte, en el año en que se inició la sentencia de la Acción Penal 470 -la mensualidad-. Comprender la actuación de un ministro más allá de sus decisiones y votos, particularmente la actuación institucional de Celso de Mello, como decano del STF, no es tarea sencilla. En primer lugar, porque un análisis de esta naturaleza no puede ser captado fácilmente por los modelos explicativos disponibles, basados en ciertos supuestos sobre la motivación de ministros y sobre la restrições a sus comportamientos, que no son necesariamente verificables para el contexto brasileño porque fueron forjados en otro – los EE.UU.
Además, el motivación de ministros se concibe en términos de preferencias politicas - fundamentalmente observable en su deseos; y las restrições a sus comportamientos se entienden mejor en términos de reglas del juego (en el campo de la institucionalidad formal). Como resultado, los estudios sobre el comportamiento judicial se centran en comprender el papel de los ministros en los registros y arrojar luz sobre mecanismos institucionales formales que limitan/oportunizan su desempeño.
Se conocen trabajos valiosos que atienden a las facultades individuales de los ministros del STF, enfocadas a fijar la agenda, señalar preferencias y, sobre todo, la toma de decisiones. Pero poco o nada nos dicen sobre el desempeño institucional del decano de la Corte Suprema. Esto porque la posición institucional expresada por el Decano de la Corte Suprema agrega pocas prerrogativas – a diferencia de lo que sucede con el Presidente de la Corte o el Presidente de las Salas, por ejemplo – por lo que entender el papel institucional del Decano del STF exige un enfoque relacional, que incorpora la dimensión informal de las negociaciones, de las relaciones interpersonales y políticas, presuponiendo el reconocimiento de un tipo de autoridad arendtiana – el reconocimiento recíproco de su legitimidad.
Celso de Mello es reconocido por sus pares como líder, lo cual no es poca cosa en una corte donde cada ministro tiene facultades excepcionales, que pueden ejercerse sin mucho control mutuo o externo. Son innumerables las manifestaciones de colegas que lo reconocen como una especie de “reserva moral” del STF – la referencia en tiempos difíciles, fuente de consejos. El decano, por tanto, no sólo encabeza la fila de ministros cuando entran en el Pleno -una de las prerrogativas dictadas por la antigüedad-, o disfruta del consuelo de escuchar los argumentos de sus compañeros antes de emitir su voto. Celso de Mello ha sido activo en conducir al STF a la condición de actor político fundamental en la historia reciente del país.
Y esta historia no puede contarse sin considerar el ejercicio de la competencia penal del Tribunal Supremo como elemento constitutivo de una estrategia específica de combate a la corrupción que tuvo su punto álgido de institucionalización con Lava Jato. Pues bien, el decanato le llegó a Celso de Mello cuando estaba en marcha el “big bang” del Supremo Tribunal Federal: el juicio de la mensualidad, cuando el tribunal enmarcó, de manera inédita, a grupos y actores políticos, alejándolos de acciones minoristas que caracterizó la dinámica institucional de combate a la corrupción hasta el inicio de los gobiernos del Partido de los Trabajadores en 2003.
La asignación mensual colocó a la corte en el centro del debate público. Después de la asignación mensual, el STF se consolidó como “un vórtice en torno al cual giraban los conflictos de la vida institucional del país” (Recondo, Weber, 2019). Además, la sentencia de la Ação Penal 470 es un evento fundamental para comprender los procesos de cambio institucional que atravesó el STF para convertirse en el tribunal que es hoy. En ese sentido, Lava Jato puede ser considerado, en la trayectoria de la Corte, en línea con el juicio de subsidio mensual. Y Celso de Mello, como decano, unió esfuerzos, particularmente con los presidentes y relatores que triunfaron en los juicios penales por corrupción que el STF comenzó a albergar, para allanar el camino a la Corte Suprema en la afirmación de su competencia penal.
Como decano, tuvo un papel fundamental en momentos de profunda crisis interna que atravesó el STF, particularmente como pacificador en los conflictos entre el relator y el revisor de la Acción Penal 470, los magistrados Joaquim Barbosa y Ricardo Lewandowski. En Lava Jato actuó en sintonía con el primer relator, el ministro Teori Zawaski, con quien sostuvo reuniones privadas sobre el caso; ofreciendo, más de una vez, su sello de aprobación para decisiones clave. En público, se mostró enfáticamente a favor de la operación. Participó directamente en las negociaciones internas del STF -y entre la Corte y la PGR- que resultaron en la ampliación del perímetro de acción de la mayor maniobra de combate a la corrupción en el país, inaugurando un nuevo momento en la correlación de fuerzas en Brasilia.
En noviembre de 2015, Zavascki ordenó la detención cautelar del entonces senador Delcídio do Amaral, líder del gobierno de Dilma, no sin antes negociar el apoyo de sus colegas, para lo cual fue fundamental la intermediación del decano. La detención de un parlamentario en esas circunstancias impuso una operación de hermenéutica constitucional creativa que se justificó en la supuesta necesidad de un cambio en el orden institucional del país. Celso de Mello no fue ajeno a las polémicas envueltas. En la sesión de juicio en la que se respaldó la decisión, hizo uso de su posición institucional para acomodar las opiniones de los otros ministros y hacer que la decisión sea inteligible para el público, utilizando eslóganes y un lenguaje que se entiende de manera más inmediata.
Celso de Mello fue contactado nuevamente por Zavascki, buscando el apoyo necesario para remover a Eduardo Cunha del mandato y de la presidencia de la Cámara, lo que se presentó como una oportunidad para replicar, en mayor escala, la solución de Delcídio do Amaral. No decepcionó. El cargo de decano también lo ayudaría en la construcción de soluciones frente a los momentos de crisis que la muerte de Zavascki inauguró en el STF de Lava Jato: Celso de Mello se convierte en una voz de autoridad frente a teorías, maniobras y lecturas sesgadas del regimiento para encontrar la mejor manera de reemplazar al ponente.
En ese momento, la agenda criminal ya se había convertido en una enorme fuente de fricción entre la Corte Suprema y el mundo político, y se puede decir que el decano estuvo activo durante todo el proceso, aunque no siempre tuvo éxito. Quizás el caso más expresivo sea el de la ejecución de una sentencia antes de que sea firme, politizado por la situación del ex presidente Lula. Celso de Mello hizo una importante intervención para evitar el desgaste que impondría a la imagen pública del STF el inminente enfrentamiento entre el ministro Marco Aurélio Mello y la entonces presidenta Carmem Lúcia por la agenda del juicio.
El decano sugirió una reunión informal para la negociación interna de una solución ante la negativa del presidente de encaminar dos Acciones Declarativas de Constitucionalidad (ADC) que sustituyeron la pregunta sobre la constitucionalidad de la prisión en segunda instancia, cambiando probablemente el entendimiento reciente de La corte. La rebelión de Carmen Lúcia resultó, alternativamente, en el juicio de un hábeas corpus presentado por la defensa de Lula. La sentencia del caso concreto, considerando el peso político de Lula, presionó a la Corte a mantener su posición reciente sobre la constitucionalidad del arresto antes de la decisión final e inapelable de la condena. Lula permaneció en prisión y el episodio, de hecho, erosionó la imagen pública de la corte.
Celso de Mello lamentó lo que calificó de politización de la agenda de la Corte y reaccionó a informaciones publicadas en la prensa de que habría presionado a la entonces presidenta Carmen Lúcia para que pusiera en agenda el tema de la prisión de los condenados en segunda instancia, supuestamente para favorecer a Lula. De hecho, aunque la sentencia em tesis (ADC) podría beneficiar al ex presidente, al desligar los debates de su situación particular, la trayectoria de Celso de Mello definitivamente no autorizó críticas de parcialidad a favor de Lula. conjeturas sobre su preferencias políticas la actuación del decano parece indicar, en efecto, persistentes esfuerzos por ampliar el papel institucional de la Corte (cuando el contexto lo permitía) y por defender su lugar institucional (cuando la coyuntura empezaba a exigirlo).
Actualmente, cuando ya se podía esperar que preparara sus últimos actos ante la inminencia de su retiro, Celso de Mello viene reafirmando su condición institucional como decano, particularmente en la defensa del STF frente a los sucesivos ataques externos a la institución y sus ministros. Ante la inercia de Dias Toffoli, presidente de la Corte, fue su iniciativa reaccionar a la demostración pública de intimidación del general Villas Bôas, aún en 2018. En plenario, calificó el pronunciamiento de inadmisible, extraño y perjudicial para la salud. ortodoxia constitucional; una práctica típica de un “pretorianismo que debe ser rechazado”. En otro episodio, cuando un soldado de la reserva ofendió en las redes sociales a la ministra Rosa Weber, entonces presidenta del TSE, Celso de Mello volvió a salir a la luz pública repeliendo los ataques, que calificó como sucio, sórdido y repugnante. Con eso, indujo una red de solidaridad entre sus compañeros, quienes decidieron remitir el caso a la Fiscalía General.
Ante los virulentos ataques que se acumularon a lo largo de la campaña de Jair Bolsonaro por la presidencia de la República –y, una vez más, interpelados por el silencio de la presidencia de la Corte–, Celso de Mello volvió a reaccionar. Esta vez, recurrió a la prensa -que no es como él- para calificar la declaración de Eduardo Bolsonaro sobre las posibilidades de cerrar la Corte Suprema de "inconsecuente y golpista". Ante la designación del general Fernando Azevedo para asesorar el despacho del presidente de la Corte, Dias Toffoli, el decano se mostró crítico, aunque la mayoría de los ministros no vieron ningún problema con la novedad: un militar dentro del STF.
Dias Toffoli anticipó la victoria de Bolsonaro y dio indicios de una dinámica conciliadora, de diálogo, entre la Corte y el Palacio del Planalto, pero el decano, en la oposición, pasó a hacer valer su liderazgo interno ante posibles contratiempos. Lo hizo añadiendo a la autoridad de decano las prerrogativas de relator en el caso de tipificación como delito de homofobia. Guiar este proceso iría en contra de los planes de paz política anunciados recientemente por Toffoli, pero, como dicen algunos ministros de la corte, la petición de Celso de Mello no puede ser negada –y el decano así lo hizo formalmente. Celso de Mello lideró entonces al STF en garantizar el apoyo a la criminalización, a través de los tribunales, de la homofobia, marcando una posición frente a un nuevo Congreso más conservador, pero, sobre todo, ante la agenda aduanera extremadamente conservadora del gobierno de Bolsonaro.
Al frente de procesos que se tramitan en el STF y que ponen bajo sospecha al gobierno de Bolsonaro, Celso de Mello viene ampliando un frente de resistencia al desmantelamiento del Palácio do Planalto. Un dato curioso es que uno de estos procesos, precisamente el que opone a Sérgio Moro a Jair Bolsonaro, ha sido señalado por especialistas como una “trampa” para el Supremo Tribunal Federal, en la medida en que repercute en la Jabalí que capturó la agenda de moralización política en Brasil; que en la jurisprudencia de la Corte se criminalizaba la política; y quién era la base de apoyo del propio gobierno de Bolsonaro.
Celso de Mello es ese decano: el de una Corte Suprema que se arriesgó a un protagonismo ejercido, muchas veces, a costa de la legitimidad del sistema político, y que ahora se suma a la coalición de resistencia democrática frente a un gobierno que fue gestada por la política de crisis que ayudó a construir.
* marjorie c marona es profesor del Programa de Posgrado en Ciencias Políticas de la UFMG. Investigador del Instituto de Democracia y Democratización de la Comunicación (INCT/IDDC)