Celebridades: ayer y hoy

Imagen: David Buchi
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por FRANCISCO FERNANDES LADEIRA*

Nuestra existencia es mucho más compleja y angustiosa de lo que demuestra la quimérica felicidad de los famosos de ayer y de hoy.

A fines de la década de 1990 y principios de la de 2000, los medios brasileños comenzaron a dar gran protagonismo a las llamadas “celebridades”, nomenclatura por la cual se designa a una persona considerada “famosa”, es decir, conocida por el público en general, una presencia constante. en programas de televisión, columnas de chismes y portadas de revistas especializadas.

En su momento aparecieron varias publicaciones destinadas exclusivamente a acompañar el día a día de los famosos, como la famosa revista Caras (toda celebridad que se precie debería pasar al menos un fin de semana en Isla de Caras). No por casualidad, entre 2003 y 2004, la Globo emitió una telenovela titulada precisamente celebridad.

En décadas pasadas, cuando los celulares aún no tomaban fotografías y “autofoto” era solo una palabra en la clase de inglés, no era fácil convertirse en una celebridad. O el individuo tenía algún talento artístico, musical o deportivo, debidamente reconocido, o vivía a la sombra de alguien: “novia de fulano”, “hijo de cicrano” o “amigo de beltrano”. Solo había una forma posible de convertirse en una celebridad: aparecer de forma exhaustiva en los principales medios de comunicación, preferiblemente en programas de televisión con altos índices de audiencia.

Sin embargo, esta realidad ha cambiado con la llegada de las redes sociales. Un perfil en Facebook o Instagram es suficiente para que cualquiera se sienta una celebridad, es decir, tener la sensación de ser observado por los demás, “siguiendo” su día a día, publicando lo que come, desvelando a dónde va, compartir sus opiniones sobre un tema determinado y, por supuesto, plantear algunas controversias. ¡No más anonimato!

si antes, paparazzi acechaba a las celebridades en busca de los mejores (ya menudo vergonzosos) destellos; en estos días, los usuarios de las redes sociales son suyos paparazzi. De esta forma, el espacio virtual se convirtió en una gran competencia por los “me gusta”.

Sin embargo, como ha advertido Sören Kierkegaard, la comparación es la raíz de la infelicidad humana. Esa alegría de compartir ciertos eventos considerados importantes en las redes sociales pronto se convierte en frustración al darse cuenta de que el otro tiene un auto más nuevo, una casa más grande, viajó a la playa más popular o tiene un trabajo más valioso.

Esa foto colgada estratégicamente para intentar poner celoso al exnovio pronto pierde sentido cuando se entera de que está con una pareja más guapa e interesante. Estos son los efectos secundarios de las redes sociales: a veces nos damos cuenta de algo que (al principio) no queríamos saber, pero que acaba afectándonos. “Lo que Facebook o Instagram ve, el corazón siente”, dice un clásico dicho popular, adaptado a la contemporaneidad.

En resumen, la “vida real” no es un cuento de hadas. Ya lo decía Roberto Carlos: cualquiera que espere que la vida esté hecha de ilusión se puede volver loco. Nuestra existencia es mucho más compleja y angustiosa de lo que demuestra la quimérica felicidad de los famosos de ayer y de hoy.

*Francisco Fernández Ladeira es estudiante de doctorado en geografía en la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp). Autor, entre otros libros, de La ideología de las noticias internacionales (edición CRV).


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