Larga cola de la gran plaga

Imagen_Elyeser Szturm
Whatsapp
Facebook
Twitter
Instagram
Telegram

por Eugenio Trivinho*

Respuesta a la necropolítica neofascista: comunicación, política y ética en tiempos de amenazas generalizadas

Creemos que hubo una vez un color como el gris pero no era muy grave y se escapó con el viento.
Paul Violi (2014, pág. 27)
La piedad es mi última espada.

yi-sang, poeta coreano
(apud IM, 1999, p. 11)

Prólogo

Evidencias dispersas desde hace tiempo indican que el pensamiento de oposición en Brasil, tal como se expresa en las esferas políticas, académicas, culturales y periodísticas del espectro de izquierda (para usar un término increíblemente revitalizado, como referencia para el posicionamiento y la acción), necesita con urgencia cambio de visión -estructural, profunda y conjunta- sobre el enfrentamiento estratégico de la realidad nacional actual. Este desplazamiento implica elevarse al macro plano histórico-social de un combate híbrido y al unísono más serio, intenso y de cola larga. Más de doce meses de peligroso rediseño neoliberal del Estado brasileño solo reforzaron la urgencia de esta tarea multilateral. Varias voces políticamente sensibles han llamado la atención sobre ello, dentro y fuera del ámbito parlamentario y de las Universidades, especialmente en la prensa digital alternativa y progresista, con un radar abierto y más inclusivo. Si este hecho mitiga la originalidad del énfasis en la referida convocatoria, nueva puede ser la forma argumentativa de reformularla, en el debido tono histórico-social, en compatibilidad con justificaciones más definidas de la urgencia de la causa. La siguiente reflexión es un aporte en este sentido, equiparado en la construcción colectiva y paulatina de un horizonte antifascista, como forma de defensa incondicional de la democracia como valor universal.[ 1 ] El estudio roza, a contrapelo, toda forma de desencanto (en particular el nihilista), análisis precipitados y/o vacilantes, convicciones petrificadas en reticencias antigregarias y, sobre todo, rendición pesimista. a priori. Por el contexto, el pesimismo, junto con los tres primeros factores, constituye un regalo previo e incondicional a un adversario peligroso: se le sirve una copiosa cena, en un lugar, mesa y hora determinados por él, el gesto de ayuda, la cabeza inclinada. – , teniendo en la bandeja oxidada los templados derechos históricos de todas las multitudes traicionadas.

Tanto por tanto, luego se apegaron más a nosotros,
por beber venganza.
Guimarães Rosa (2001, p. 84)

Hace unas décadas, el indecible delirio de la extrema derecha de un resentido brasileño, ya mayor, residente en el estado estadounidense de Virginia, desencadenó silenciosamente una guerra narrativa y pragmática contra todos los segmentos de la izquierda (ortodoxa y heterodoxa, afiliada a partidos políticos). partidos o no, con o sin mandato) identificados paranoicamente como contrarios al modelo económico de statu quo, que ha estado en vigor durante más de 200 años. Una importante estirpe civil de militantes de movimientos y partidos sociales, trabajadores urbanos y rurales, sin techo y sin tierra, estudiantes, artistas, intelectuales, sindicalistas, docentes, investigadores, etc., encajan en la “escala cultural” de este objetivo. y, con ellos, todos los derechos sociales, civiles y políticos, laborales y de seguridad social reconocidos por la Carta Constitucional de 1988, derechos que toda forma de oposición a la statu quo nunca te canses de actuar con auténtico estilo. Obviamente, el objetivo tiene, en el mejor de los casos, propensiones físicas; y en este caso, en el centro de la mira, están los cuerpos selectivos.

Robando tesis fundamentales a Antonio Gramsci, la extrema derecha bolsonarista, tan inculta como violenta, inspirada en la tonada alucinante del pseudo-avatar de Virginia, también insertó estratégicamente esta guerra en el registro de la cultura, vista desde un punto socio-antropológico. de vista. El vector político (o, si se quiere, más precisamente, la micropolítica y la nanopolítica, en las filigranas más reducibles e informales de la vida cotidiana) es solo un ingrediente estructural de este enfoque, una prioridad, pero solo un ingrediente. La cultura como circunscripción bélica de disputas cotidianas y capilares en todos los sectores sociales se reescala así al nivel del proceso civilizatorio, con progresivas consecuencias morales-pragmáticas, a partir de la actualidad.

No por casualidad, con pasos más rápidos en esa dirección, estos neofascistas, cosiendo populismo caudillista, arrastre emocional e inmediatez histórica, apoyaron a la derecha brasileña corrupta (y desesperada por la autodefensa) para librar una batalla de vida o muerte en 2016, en el perímetro de un golpe ejecutivo-parlamentario-judicial, con el objetivo de hacerse con el control del poder político federal; ampliaron electoralmente ese poder en 2018, con el equipamiento de todo el aparato principal del Estado, y ahora son pasantes en la profundización administrada y en red de todos los capilares multisectoriales en expansión.

En palabras del preámbulo, este es el estado del arte operativo – estado de excepción – del “progreso neofascista” en Brasil, bajo el influjo tónico de vientos similares provenientes de Europa, Estados Unidos y América Latina: desde el final de este década, la extrema derecha, en un arco abierto de solicitación nociva, con grietas internas o no, debe intensificar acciones para llevar a cabo, de forma coronelista, nepotista y fisiológica, todo tipo de disputas moral-fundamentalistas en la dimensión política, oficial y no, en todos los escalones de los campos, así como extender la llamada “guerra cultural” y aprovecharla en función de ocupar una amplia gama de espacios posibles: desde las iglesias pentecostales hasta la “Banda Bíblica” en el Congreso Nacional y en cámaras estatales y municipales [religión]; de la gobernabilidad federal de cuatro años (subcolonizada por intereses norteamericanos) a la consolidación de la [política] estatal neoliberal, “flaca” y socialmente indiferente; desde los grandes conglomerados mediáticos conservadores hasta los marketing baja ideológica [comunicación de masas]; de las redes sociales reaccionarias y milicianas (especialmente en contextos audiovisuales) a la robotización en línea y la algoritmización fácilmente influenciable [cultura digital]; desde la parcialización político-religiosa del aparato judicial hasta la descarada judicialización policial del sistema electoral [judicial (bajo la tergiversación antirrepublicana del lawfare)[ 2 ]] y de las megacorporaciones nacionales y extranjeras al sistema [economía] financiero parasitario.

El paso del tiempo conspiró para multiplicar los segmentos de la lista, que el deber analítico, exigiendo doble aliento, deja claro que, por idénticos extremos simétricos, se extienden desde la amenaza homicida al Sistema Único de Salud (SUS) hasta la atroz corrosión (ya consumado) Seguridad Social [previsión social]; de la politización partidista del sistema escolar (con la falacia de la “enseñanza sin ideología”, leída en la disuasión “escuela sin partido”) a la escabrosidad privatista del “Future-se” [educación]; desde la estigmatización denigrante y desdeñosa (como nunca antes en el país) de las Universidades hasta la descalificación de la inversión en investigación e innovación [ciencia]; del archivo federal de la reforma agraria a la nulidad nacional de los derechos indígenas; desde el apoyo indiscriminado a milicias paraestatales (“oficializadas” para “combatir” el crimen organizado y el narcotráfico) hasta la ruidosa “Bancada da Bullet” en el Parlamento y la militarización diaria de la población [seguridad pública]; desde la insolencia en relación con la legislación contra el racismo, la homofobia y la xenofobia hasta la investigación tergiversada de la violencia contra los pueblos indígenas, afrodescendientes, mujeres y miembros de comunidades LTBTI [de género]; desde la liberación desenfrenada de pesticidas hasta el nuevo impulso de venta -madereros, mineros y buscadores- de la Amazonía y otras reservas naturales, con autorización no oficial para deforestar y, si es necesario, asesinar [el medio ambiente], etc.

En el horizonte límite de esta “guerra cultural” de desmantelamiento sistemático de los derechos reconocidos por la Constitución y por la legislación específica, constituye una ingenuidad política olvidar que la mera existencia corporal de los opositores (e incluso de los no alineados) es, para los neo- el fascismo, una presencia no agradecido en el mundo. La existencia ideológica de mentalidades distintas tiende a convertirse cada vez más en un enemigo público prioritario, objeto de humillación de todas las formas cínicas e irónicas de autoritarismo (juguetón o no), de “fachada democrática”, mientras miles de asesinatos por año -desde líderes indígenas y comunidades LGBTI, activistas antirraciales y ecologistas, etc. – se propagará sin ninguna visibilidad en el medios de comunicación de masas, bajo la indulgencia u omisión continua de las instituciones (empezando por la circunscripción de los Ayuntamientos), fuera de las estadísticas oficiales y bajo el odioso aplauso de las “bandas virtuales” de extrema derecha. La experiencia histórica nunca ha ocultado que los neofascistas podrán “arribar” -físicamente- de todas las izquierdas (y no sólo en los ámbitos parlamentario y universitario) cuando ya no tengan la posibilidad de un quórum garantizado en los votos republicanos, que tanto aborrecen, y que incluso hace desangrarse el joven y frágil tejido de las reglas democráticas mínimamente consolidadas en el país, entre los escombros de la dictadura cívico-militar-empresarial de fines del siglo pasado, especialmente en el período comprendido entre 1995 y 2016.

Estos rápidos trazos demarcan y proyectan una resistente situación histórica, tan lenta como insidiosa, bajo el supuesto, lamentablemente, de innumerables enfrentamientos, eventual fuente incivilizada de impredecibles flagelos (materiales y simbólicos). Sin embargo, ¿no eran ellos, los haters, los criminales, sus secuaces y aduladores quienes lo querían –afirma la convencida prudencia antifascista–, con las agresiones discursivas y procesales que continuamente perpetraban, dentro y fuera de la Red, cuchillo en mano?

II

Los puestos de ametralladoras definían una verdadera empalizada.
Había esa niebla blanca que se obtiene en un terreno bajo
Y fue un deja-vu […]
Seamus Heaney (2014, pág. 80)
la roca habla:
Si buscas fuego, aquí lo tienes.
François Cheng (2011, pág. 77)

Salvo discernimiento más consistente en contrario, el diverso campo de la izquierda (caracterizado más adelante), junto con las fuerzas democráticas más simpatizantes del centro del espectro político tradicional (con o sin gravitación en las disputas electorales en todos los niveles de la Estado), quedará así –para no ser víctimas de un intento de saneamiento sociopolítico sin precedentes–, el deber histórico de la retorsión en bloque procesal y cohesionador, a través de la calificación consensuada de todos los ámbitos posibles de respuesta –el espacio sociofragmentario de la “contraguerra” cotidiana, dicen los más ávidos-, intensificándola estructuralmente en el registro elegido por los neofascistas: el de los ideales civilizatorios proyectados para la posteridad.[ 3 ]

El objetivo explícito de la “guerra cultural” no es la “reconstrucción” de la “nación” (esto, en realidad, es sólo un medio), sino la permanente colonización ideológica del futuro a partir de una invasión discursiva mayoritaria, perentoria y repetitiva – como se señaló antes—en todos los espacios en el presente. Los neofascistas, desde los grandes hasta los aparentemente minúsculos, tienen que ser derrotados democráticamente, uno por uno, en el menor tiempo posible, para que su potencial político y moral se reduzca y no cumplan la promesa permanente: destruir masivamente infestar mañana. La reducción sustancial de este riesgo estructural depende de la máxima deshidratación electoral urgente de su ascendencia seductora y oportunista sobre el imaginario de las clases medias y populares. Una de las principales plataformas de la guerra, en los vacilantes suspiros de la democracia en el país, es la web multimedia constituida por todos los canales estratégicos (masivos y digitales) de participación y expresión.

De corazón y tonalidad de esgrima, el alma progresista de las fuerzas de izquierda tiene mucho que decir y hacer en este horizonte. Fueron ellos quienes, con una presión intrépida a favor de las libertades políticas y civiles (nunca reductivas a la libertad económica), construyeron el Occidente republicano, en las condiciones históricas más inhóspitas, debilitando las agrupaciones conservadoras y reaccionarias, así como los vínculos con los modelos políticos de regímenes anteriores. . ¿No será ahora que una horda de conservadores y reaccionarios incultos, con caricaturescos arranques patriarcales en una región tropical cuyas élites se empeñan en mantenerla salvaje, pondrán fin a un ataque imparable milenario y transnacional contra todos los modelos de statu quo ligada a la producción incesante de iniquidad.

Que el crisol de poder prioritario para este mensaje sea el campo de la izquierda (y no el difuso espectro tradicional del centro-izquierda, estando prohibido el oportunismo) no necesita -ya por la amplia indicación anterior- de una extensa explicación y justificación. Desde antes del surgimiento del capitalismo industrial como sistema económico, la izquierda representa, en Brasil y en América Latina, el auténtico latido político de lo contradictorio –tanto socio-fenomenológicamente como discursivo-praxeológicamente- como motor principal de desafíos al orden de cosas Aun con una energía histórico-teleológica bastante enfriada para superar lo existente en bloque, son, sin duda –por la convicción de un alma humanitaria–, el depositario fundamental de la confianza política y ética en el desempeño de la tarea (inaugural y continua) de difusión de la disposición antifascista. Se configuran socialmente como un amplio ámbito político y cultural, tan horizontales como internamente matizados, con empuje e influencia esparcidos por las arterias y nervios de las metrópolis, ciudades y pueblos, en surcos entrecruzados, hoy fusionados con redes digitales.

Estas notas bastan para resaltar que, en rigor, la izquierda, tal como aquí se entiende, conserva un fuerte carácter político. stricto sensu (vinculados a los partidos políticos), pero no son cautivos de este importante entorno, de enfrentamientos y disputas convencionales predominantemente en torno a los niveles ejecutivo y parlamentario del Estado. La izquierda merece ser pensada en el camino y/o bajo el prisma de una semántica más rica y comprensiva, como un poder de oposición inmanente y socialmente orientado – en reserva a priori, por descontento ético, político y/o cultural estable, y/o sospecha posteriormente, expresada en el espíritu coherente de la contestación justificada, con la valentía permanente del rechazo (total o meditado, radical o flexible)-, en todos los sectores de la acción humana: se extienden desde los movimientos sociales hasta los partidos instituidos y las asociaciones no legales, desde directorios estudiantiles hasta sindicatos de trabajadores, desde ONG hasta entidades de categorías profesionales, tanto como entrelazan el campo de las ciencias y las artes, cortan religiones y laicismo, animan proyectos editoriales, análisis críticos en economía y alternativas pedagógicas, etc.

El aspecto más importante de esta expansión de la comprensión es el espíritu y/o la propensión a la oposición. Las izquierdas políticas se incluyen en este rango. Lejos, pues, de constituir una mera metáfora recuperada, propia del ente metafísico o abstracto para la preservación propositiva de un significante querido, la referencia innegociable de la izquierda, en el influjo de las calles a las redes y viceversa, es el posicionamiento concreto de una contradicción consciente e inventiva (programática o no, doctrinaria o no) en relación con los fundamentos y consecuencias de los modelos macroirracionales que producen las desigualdades socioeconómicas en la civilización tecnocapitalista tardía, que abarca todos los oscuros regímenes políticos, de de carácter autoritario, ya sea fascista ortodoxo, o de carácter alternativo y competitivo, instalado en el Estado y/o niveles empresariales, a partir de su manifestación más cercana. Este redimensionamiento semántico honra los anteriores pilares formales de oposición y realiza un diálogo entre ellos y el futuro del antagonismo y la contestación (hoy en y con las redes de comunicación), sin omitir la imperiosa necesidad de reinvención del segmento político-partidista de izquierda. (Nadie, en todo caso, necesita decirlo: en el suelo frío de un auto-reconocimiento más profundo, ella misma sabe que necesita abrazar imaginarios heterodoxos en la confluencia entre impulsos micropolíticos, si no también nanopolíticos, paralelos al Estado, y macropolíticos). -redes de afectos y diversidades anticonservadoras, que, ubicadas en nuevas calles y corredores emergentes, ya no desembocan necesariamente en las mismas plazas urbanas, ni compiten por los mismos objetos políticos y sociales). legión de personas sin registro de partidos políticos.

El protagonismo de las corrientes representativas de estas fuerzas dispersas de oposición -recuérdese- impulsa (y a veces inflama), en su conjunto, un importante movimiento y oscilación en la historia, aunque hoy desprovista de vigor dialéctico, en medio de formas tan diversas y simultáneas (materiales y inmaterial) de acumulación, inversión, preservación y transmisión de capital económico dentro del propio capitalismo, inflado por el desarrollo acelerado del conocimiento científico y tecnológico. Esta función cuasi-autopoiética de oposición encierra, en su cinturón socialmente fragmentado, el epicentro principal de la posibilidad de tantear en los magmas más sensibles de la vida política de una sociedad. Ninguno statu quo queda o puede quedar sin este contradicto inmanente, so pena de necrosis más fácil en el totalitarismo, explícito u ocluido.

Tal condición de oposición necesita ser ampliamente optimizada, tanto en naturaleza socio-tecnológica como en eficiencia política y reverberaciones históricas; aún queda por articularse y reforzarse mejor frente a las amenazas ya anunciadas. Bajo lastre en su contenido de resistencia propositiva, una de sus cualidades estratégicas esenciales es sin duda la más elemental (y, por increíble que parezca, difícil): su autocomposición en un inextricable y extenso haz -la unión de todas sus fuerzas internas , representativa de sus estratos, categorías o corrientes más disponibles y proactivas. Fuerzas progresistas simpatizantes, igualmente autosituadas en el cinturón regular de alguna oposición, participan de este proceso de cuestionamiento del orden de las cosas cuando optan por confrontar prioritariamente tendencias políticas, económicas y/o culturales que, voluntarias, inconscientes, garantizan abrazar ( directa o indirecta) a todo tipo de miseria humana y abandono de la alteridad, así como al congelamiento de las medidas políticas para superar esta situación, a través del Estado y de las organizaciones vinculadas a él.

Ciertamente, el principio bélico de la extrema derecha introduce a todas las fuerzas de oposición, especialmente del lado partidario y sindical, en un dilema estrictamente inconcebible sin la debida decisión de entrar o no en los espacios de los llamados “culturales”. guerra”, jugando o no el juego de verdugos y criminales, en el ajedrez arrogante y duelista que exigían. Cuando Hitler fraguó, entre las décadas de 1920 y 1930, la guerra de expansión ario-europea, el mundo democrático, tras la resistencia secular bajo el tamiz vital de la legítima y necesaria defensa propia, no dudó en darle la merecida respuesta, en contraataque militar. represión al colmo de la conflagración provocada unilateralmente por invasiones de otros países. Todos somos hijos e hijas de esta epopeya histórica de valentía fatal, que optó por proteger la libertad aún bajo el capitalismo, en la sabia aventura de evitar un ambiente humano indudablemente peor. La historia atestigua la rareza de pueblos o localidades que, amenazados y colocados en idéntica disyuntiva, optaron por no reaccionar y desproteger a sus semejantes, abriendo una guardia suicida a la destrucción total de su propia historia e identidad.

La “guerra cultural”, que es reaccionaria en todos los sentidos, se librará mayoritariamente en un terreno simbólico-discursivo, aunque durante mucho tiempo haya tenido efectos vergonzosos y/o coercitivos, a menudo criminales, en el mundo práctico. Sin embargo, está lejos de ser un enfrentamiento light: su feroz pólvora ha engendrado muertes físicas todos los días (como se ha señalado, de indígenas, negros, mujeres, miembros de comunidades LGBTI, pobres, “periféricos”, militantes, etc.), de forma generalizada y sin estadísticas oficiales al respecto. .

En rigor, las astillas en el campo político-partidista de izquierda –surgidas de disputas legítimas, pero hoy ciertamente en un lugar y tiempo inoportunos– y la no reprogramación de la visión estratégica al nivel de una disputa micropolítica sin solo alimentan el cañón rival. Nunca antes, en la impensable situación de una extrema derecha burlesca y electoralmente victoriosa, ha quedado tan claro cómo la continuidad del divorcio o conflicto entre los líderes y las fuerzas progresistas de izquierda es en buena medida providencial para que la siniestra misma se disuelva. El adversario, siempre inquieto, espera, con los dedos cruzados sobre la frente del demonio, la fragmentación permanente de los frentes enfrentados. La gravedad histórica del presente, en una herida sin calcificación a la vista, precipita la urgencia de una articulación multilateral y estable frente al abismo pantanoso a escalar. Tanto en casas parlamentarias como en plazas públicas y redes virtuales, la tarea requiere de todas las fuerzas de oposición antifascista, con el apoyo siempre atento de instancias solidarias de la comunidad internacional, comprometidas con la defensa incondicional de los derechos humanos, sociales y civiles. , en particular con la libertad de pensamiento, expresión y organización.

Además, esta unión estratégica obedece al rasgo estructural simultáneo y fundamental del problema: se justifica tanto más cuanto que la crisis monumental en la dimensión política del país representa, en honor de un desafío histórico rotundo, la oportunidad -no se debe olvidar- de la reinvención, en la medida de lo posible, de la propia democracia, a partir de sus escombros.

III

La respuesta a la “guerra cultural” debe ante todo atender a la logística de la circulación de significantes y significados. Esta paradójica tarea implica una meticulosa elección de palabras.

Por mucho que las democracias contemporáneas hayan sido esculpidas a partir de dos largas guerras tecnológicas y mundiales –el nazi-fascismo se habría extendido más allá de Europa si no fuera por las fuerzas occidentales aliadas en la última de ellas–, constituiría una ingenua estrategia político-estratégica y procedimiento sígnico-procesal, más allá (es decir, de la inscripción en un curso elemental de contranarrativa en contextos de aguda conflictividad social), para utilizar, con el pretexto de desquitarse a la altura, una terminología que agradaría mucho al gusto del adversario y al canalla. juego - por ejemplo, usando la palabra "contraguerra" o, más exactamente, "contraguerra antifascista" o similar. Cualquier prudencia estratégica que sea mínimamente consciente de su falibilidad real se encuentra en problemas cuanto más superficial es el plan de enfoque. En un ambiente alimentado por propensiones a la guerra –del cielo abierto a espacios selectos, de calles y redes a parlamentos, y viceversa–, las prácticas políticas y, en concreto, la micropolítica y la nanopolítica, tan acostumbradas a chispas y fuegos semánticos (lo que es arraigados en la espuma abisal del sentido), necesitan sumar inteligencia de escala, alimentándola de marcadores de estructura, no sólo de ingredientes de contenido (que los remite al perímetro de los significantes). Bajo tal arco prevalece la métrica y las funciones del tablero, no las piezas de ajedrez; valen más los pilares normativos del juego, no el juego en sí; más los principios, no los empirismo.

Las razones son evidentes y su explicación relativamente serena: la “guerra cultural” de los neofascistas está ligada, de mayor a menor, a una necropolítica sistémica y, obviamente, a la racionalización institucionalizada, mediática y estetizada del odio obliterado (inconsciente y /o no confesado) como leitmotiv en el ámbito de las prácticas e interacciones políticas cotidianas. Los cinco bloques temáticos posteriores detallan los fundamentos de esta perspectiva.

IIIa

Y sin embargo, los que no comen mueren, y los que no comen lo suficiente
Muere lentamente. Durante todos los años que mueras
No se le permite defenderse.
Bertold Brecht (2000, pág. 73)

La llamada “guerra cultural”, desde su concepción absurda hasta sus implicaciones totalmente irresponsables, representa, en la historia reciente de Brasil, la reconfiguración de la violencia (en todos sus tipos, no solo simbólica) como necropolítica neofascista[ 4 ], catapultado -como se ve- en el plan macro-social para el futuro del país.

Áspero hablando, necropolítica (del griego necros, refiriéndose a cuerpo muerto, cadáver), aquí tomado en semántica ampliada, nombra el conjunto socialmente articulado y descentralizado (es decir, sin centro conductor) de técnicas de administración del Estado y la sociedad en las que y a través de las cuales la contabilidad (programada u osmótica) -aleatoria ) de muerte en determinados sectores de la población, con evidencia para los más pobres, especialmente los negros, constituye, explícitamente o no, uno de los ejes matrices del ejercicio del poder. La ciencia de la necropolítica o necropolitología, a su vez, estudia las formas en que el valor articulatorio de la muerte o la danza de las fuerzas tanácticas (desde Thanatos, dios griego de la rama) se inserta en la administración del Estado y de la sociedad, es decir, en lenguaje biopolítico, la función estructural de las formas de producción y manifestación de las muertes (materiales y simbólicas) en el gobierno de los vivos distribuidos en un determinado territorio.

La necropolítica, como suena ontológicamente con todos los fenómenos y procesos, presenta dos planos espacio-temporales: uno, estructural, relacionado con sus manifestaciones en el fluir de la historia y en el suelo de los países en particular; y la otra, coyuntural, ligada a la forma e intensidad con que este tipo de política se configura localmente y en cada momento. Confundiendo instancias de gobierno e instancias del Estado en un haz promiscuo de principios institucionales básicos y prácticas mayoristas ejecutivas, legislativas y mediáticas, la necropolítica cose, en el plano macroeconómico, los elementos socioestructurales y coyunturales financieros que la interesan y sustentan.

En general –más aún en las últimas décadas– subordina la producción y distribución de la riqueza social a la prosperidad del capital improductivo con función sistémicamente parasitaria (rentista) y, por tanto, tímido en términos de apoyo o inversión en políticas de generación formal. empleo e ingresos regulares. Al concentrar la propiedad de la riqueza producida en manos de unas pocas familias o individuos, engendra una segregación geopolítica socialmente endógena al prever una ocupación desigual del suelo de las ciudades, con territorios de opulencia separados de focos de miseria y pobreza.

Su consolidación, si bien descarta concepciones conspirativas de origen para operar principalmente como una sociodinámica estructural basada en la administración de la indiferencia como política implacable, implica un aumento de las dificultades socioeconómicas para la mayoría de la población, especialmente en los estratos empobrecidos y desprotegidos: Achaca, mediante un prorrateo extensivo y comparativamente indefendible, impuesta a los estratos más desfavorecidos, mientras que eximía o gravaba a la baja las grandes fortunas y herencias transmitidas en los estratos acomodados; y eleva los precios de los bienes básicos para la suficiencia de la vida colectiva y la formación satisfactoria de la ciudadanía (alimentos, medicinas, escuela, guardería, bienes culturales, deportes, etc.). El empobrecimiento progresivo que promueve multiplica, como algo “natural”, la miseria nómada en las ciudades –objeto de una agresiva política de gentrificación en determinados momentos (como los megaeventos deportivos, en los que se espera que millones de extranjeros impulsen la industria turística y comercio), así como la ampliación indefinidamente el perímetro de la pobreza sedentaria en las zonas periféricas. La escultura de esta realidad inhóspita obliga, en función de la edad, a la necesidad de un ingreso temprano a las actividades laborales encaminadas a la sobrevivencia, marcando con severidad el camino de millones de niños y adolescentes hacia la adquisición del estándar normal de formación educativa que luego demandará el trabajo. mercado mismo. .

Además de modular de esta manera las trayectorias sociales, grupales e individuales de acceso a vivienda de calidad, hospitales equipados, movilidad urbana, saneamiento básico, educación superior, centros tecnológicos de ocio, etc., la necropolítica ataca el sistema de seguridad social o desvaloriza sus condiciones sociales. valor estructural al aplazar la protección jurídica del Estado a la mayoría de los ciudadanos vis a vis al contratar el período de vida en usufructo de ese derecho adquirido; acceso de superélite a planes básicos de salud y programas privados de pensiones; implementa políticas de seguridad pública sin inversión de contrapartida en el sistema escolar, bajo el supuesto populista e inmediato de que el fortalecimiento de la represión policial al narcotráfico y al crimen organizado en las clases más pobres no representa un racismo institucionalizado, sino una solución legítima urgente, exigida por la mayoría de “buenos ciudadanos”, definidores de sufragios; y se entrega (cuando no, juega un papel protagónico) a la asepsia social de oposición a establecimiento a través de la predicción no oficial o informal de asesinatos de líderes políticos y militantes o simplemente no computando o investigando tales muertes. Más allá de su tamiz estructural, la necropolítica siempre suena más evidente y lúgubre cuando se reviste de componentes éticos y fundamentalistas y elige a determinados grupos sociales como objeto de su movimiento necrológico.

No hay necropolítica realizada o mediada por el Estado sin lastre histórico previo, bajo la forma de una necrocultura sustentada (espontánea o tácitamente) en el modo de vida de una parte significativa de la población, ya sea por acción discursiva voluntaria (verbal o no). -verbal), o por hábitos incuestionables desde temprana edad, reforzados a lo largo del proceso de socialización y educación (tanto en la familia como en la escuela) y reconfirmados en y a través de las prácticas de consumo y ocio.

Igualmente, no está de más registrar –en este punto, a modo de afirmación de la evidencia histórica– que la dinámica social del capitalismo, en cualquiera de sus fases, si se deja libre a los intereses salvajes del mercado, sin la mínima mediación de un Estado socialmente orientado y complementado por organizaciones de la sociedad civil alineadas con los valores democráticos, es, por su propia naturaleza, necropolítica. Esta propensión constitutiva –de intereses encendidos a nivel local, empírico e inmediato, pero totalmente ciego a escala macroestructural (de reverberaciones nacionales e internacionales)– no sólo calcifica, sino que acelera funestos resultados cuando la política que regula el Estado se configura de acuerdo a a idénticos fundamentos necropolíticos, buscando cumplirlos como única verdad, como en el caso del neoliberalismo. Más aún, debe reconocerse, si se quiere, que cualquiera, consciente de las múltiples franjas del concepto, quiere afirmar que la necropolítica es, en efecto, más antigua de lo que uno imagina, trascendiendo, en una larga retroacción en el tiempo, la experiencia capitalista en la historia: la necropolítica precede, desde un terreno bárbaro, a la antigüedad guerrera-expansionista, cosiendo estructuras feudales e imperiales esparcidas por todo el mundo, expectorando totalitarismos y dictaduras de punta a punta y se instala, como niebla ocluida, en el corazón desprevenido de las democracias modernas hasta llega al presente en la modalidad procesal del neofascismo. Ciertamente, la aprehensión de macromandatos espaciotemporales a través de la reiteración deliberada de un mismo prefijo puede resultar algo tediosa, pero nunca falla con la veracidad fáctica: bajo todos los riesgos de la incomprensión analítica estacional, la categoría de necropolítica, junto con la necrocultura de cuyo bucho homeopático prospera, no deja de, como prisma panorámico de visión sobre las fortunas y desventuras humanas, replantear la historia hasta ahora específicamente como necrohistoria.

La lucidez de la cultura griega antigua atestigua que la necropolítica, cuando no es esencialmente plutocrática (del griego plutos, riqueza, que significa “gobierno de los más ricos”), es al menos plutófila o plutólatra; y, no está mal admitir, como decían los antiguos, en la perspectiva pro-aristocrática de la época, no es raro tratar de lo que el historiador griego Polibio llamó kakistocracia (por kakistos, superlativo de kakos, malo, con extensa sinonimia: innoble, sucio, perverso, vil, pernicioso, desastroso) – en fin, el poder ejercido por los peores.

La desgracia política, cuando se autoinflige a nivel macrosocial e histórico, no escatima en aspectos siniestros: conspira para esparcir la desgracia por los caminos más tortuosos. La necropolítica contribuye –intencionalmente o sin querer, da igual– a la constante generación de crisis económicas y sociales a través del propio Estado para combatirlas luego, en la frialdad, con la inmediatez de las mencionadas políticas de seguridad pública, que victimiza –es -destaca-, con detenciones y asesinatos, a la población menos favorecida, en general afrodescendientes.

Como se desprende de las notas anteriores, la administración necropolítica implica una figuración diversificada de muerte programada. Las tendencias sociotanácticas divulgadas van desde las muertes sumarias por operativos policiales hasta la forma de muerte procesada en tiempo ultralento, pasando por la segregación geográfica permanente combinada con la falta de asistencia del Estado, el abuso de la salud pública y la negación o negligencia de la seguridad social. Mientras tanto, la muerte simbólica sistemática aparece, como horizonte igualmente prioritario, en dos vertientes: la persecución policial-judicial, mediática y/o moral (con fuerte prejuicio operativo) o la privación de libertad, con prisión temporal o perpetua, legal o ilegal, con cosa juzgada o no.

IIIb

¿Fue el viento de los basureros?
o algo en celo

persiguiéndonos, el verano se volvió amargo,
¿un nido sucio incubando en alguna parte?
Seamus Heaney (2014, pág. 34)

Este último aspecto –la muerte simbólica– merece un desarrollo específico desde el ángulo de las relaciones entre formación social de subjetividades, producción periodística y realidad. lawfare.

Sin otras propensiones esenciales, la necropolítica sistémica fragua y entrecruza, de un modo no antes ideado, tanto las formas de subjetividad que conforman (por statu quo) que, en un círculo vicioso ontológico-fenomenológico, corresponden a su propia reproducción histórico-social, así como al tipo irrazonablemente coherente de resultado general de la administración estatal que mueve y enriquece la máquina informativa y publicitaria del periodismo sensacionalista de masas (especialmente audiovisual) , centrado en robos, asesinatos, dramas familiares e individuales, catástrofes y desastres, pérdidas emocionales, hechos grotescos, etc. – finalmente, el alarmante espectro de lo trágico o calamitoso reducido a la desviación de la “normalidad de vida”, así como la exclusión social equiparada a la muerte (física o simbólica). Esta estrategia mediático-estética de concentrar desgracias, fatalidades e incertidumbres en un único espacio de producción de signos (la pantalla), en la modalidad programada de una subjetivación proposicional del mundo centrada en amenazas y peligros aterradores y así ofrecida corporativamente como una mercancía alucinatoria específica en el profuso reino de las mercancías, la mayoría, cerrando el círculo, recurre a las mencionadas formas de subjetividad socialmente engendradas. El aprecio por la metáfora no desacreditaría la veracidad de cualquiera que pudiera afirmar tout court que la necropolítica nutre, a base de incesantes fatuidades, la comunicación de masas guiada por una “ideología del cuervo” y que, sin embargo, necesita ser, paradójicamente y compulsivamente, aceptada como ejercicio legítimo de la libertad de empresa y de expresión, so pena de infiel amenaza a la democracia .

Tales mandatos contradictorios se pronuncian tanto más cuando, desplegando las filigranas, el contexto temático evoca que el periodismo sensacionalista, por su puesta en escena discursiva de apelaciones a los signos, equivale explícitamente a la producción simbólica fundamental de la necrocultura. Como su beneficiario directo y fáctico, esta producción informativa no sólo honra los hechos aceptándolos para su difusión masiva, sino que los reconstruye bajo el pretexto de convertirlos en una mera referencia especializada. Simultáneamente, la sustenta día a día difundiéndola como modelo axiológico normal de una visión del mundo practicista.

En efecto, la prensa sensacionalista de masas no corresponde a simples adornos estéticos y publicitario-funcionalistas de la necropolítica. El aspecto antitético de esta rama informativa alarmista y espectacular se evidencia en los rasgos complementarios de la dimensión política de su actuación social. Igualmente populista, como toda necropolítica “modernizadora”, incorpora, en su agenda prioritaria, la defensa paternalista (y heterosexual) de los estratos más pobres y vulnerables frente a lo que, proveniente de la administración pública, compromete su mínima existencia. Atento a la preservación ampliada de la audiencia, obviamente necesita defender los valores democráticos y la libertad de opinión, como el aire crucial que respira, con cada noticia, para proponerse como un producto de consumo despolitizado. Estas características, tomadas como un mosaico, sólo muestran que la dimensión simbólica de la vida social condicionó la estructuración de una etapa tan ambigua de trampa informativa que este periodismo necropolítico stricto sensu, como especificidad del proyecto histórico-liberal de la economía simbólica en el campo de la opinión, termina interesándose fuertemente por el mantenimiento mismo de la democracia formal, la misma que, a su vez, instrumentalizada o instrumentalizada, sirve a la afirmación de la necropolítica.

La expresión “periodismo necropolítico stricto sensu”, lejos de implicar la exclusividad de vinculación con la necropolítica, tampoco significa que los sistemas de noticias de masas, nacionales e internacionales, en su conjunto, así como las distintas modalidades de producción periodística en este contexto, sustraigan participación directa o indirecta en el proceso de constitución. o despliegue social de la necropolítica como sistema. La expresión aspeada, por el contrario, los implica. Aunque también beneficiarios de los hechos socialmente generados por la necropolítica (como sucede con vehemencia con los vehículos ideológicos de la extrema derecha), los tipos considerados “normales” de producción periodística (siempre más audiovisuales que radiofónicos e impresos) –es decir, aquellos desprovistos de arrebatos verbales, impulsos extravagantes y audacia propositiva, acompañados de un diseño sonoro de arrastre emocional para optimizar el arrebato de los espectadores- autodisfrazan la tendencia sensacionalista de su exposición informativa en una performance estético-tecnocrática de una supuesta “objetividad”, “neutral” y /o descripción “exenta” de los hechos.

En estos casos de vínculo menos explícito con la necropolítica, esta realidad multiprensiva, sin embargo, aparece, ostensiblemente, en la fermentación mediática e interresonante de una atmósfera general lawfare, es decir, de la banalización tan integral como reiterativa de supuestos “efectos de verdad” incuestionables referidos a hechos noticiosos sembrados en el ámbito del Derecho, cuando la interpretación profesional de los principios constitucionales y legales por parte del Estado se establece bajo hermenéuticos-leales y tergiversación oficialista del ejercicio de la función pública. Inmersos en la burbuja social (política lado sensu) creado por esta banalización, en el circuito de migración y reproducción de noticias que oscila de medios de comunicación de masa a medios de comunicación digitales y viceversa, las subjetividades espectatoriales, ante, por ejemplo, una perseverante concatenación de acciones del Ministerio Público, el Poder Judicial, la Policía (civil o militar), los órganos ejecutivos y los informativos diurnos, acaban recibiendo como perfectamente normal la selectiva , denuncia y exposición mediática persecutoria (ya, en todo, un juicio público) de individuos aislados o grupos de personas, empresas, entidades o marcas, como forma “legítima” y anticipada de aplicación de la justicia penal –que, en rigor, correspondería exclusivamente a la esfera constitucional correspondiente, en un tribunal e instancia judicial esperados –, y ello independientemente del efecto colateral (intencional o culposo) de irremediable ruina de las reputaciones involucradas y, con ello, de reparto e imposición de muerte simbólica , ya per se socialmente segregado.

la realidad signica lawfare, de paisajes mediático-noticios tendientes a ser más duraderos que esporádicos o efímeros, arando suavemente el entramado oscilante de emociones imponderables de las masas –hasta el punto paulatino de contribuir a la gestación de juicios previos estandarizados y estigmatizantes, así como arrastrarlos indiscriminadamente y sin consideración de consecuencias (inmediatas o inmediatas)–, configura aleatoriamente un forzado entorno social y político que, en el extremo de la línea judicial, tiende, a pesar de los deliberados autodiscursos de indebida autonomía de los jueces, a colaborar grandemente para la condena populista (temporal o definitiva) de sujetos sometidos a continua línea multimedia. Esta burbuja casi incondicional de “efecto de verdad”, hoy beneficiada por el concurso condición sine qua non y replicador de las redes sociales, está configurado de tal manera que cualquier paso atrás en la toma de decisiones al respecto, de carácter absolutista o menos que ejemplar, sería considerado absurdo y contestable por manifestaciones en la plaza pública. Es así como, al absorber de manera subrepticia y no planificada funciones del Poder Judicial, la exposición persecutoria en visibilidad multimedia convierte, sumariamente, a simples imputados e investigados, imputados o no –por tanto, sin sentencia firme en un contexto adecuado– en sumarios de condenados.

La sutileza de este proceso social es compatible con el alcance macroestructural de su ocurrencia, en diversas mediaciones, más allá de la posibilidad de su aprehensión por el sentido común, en el ámbito inmediato de la percepción cotidiana. Una interpretación terrestre de esto insinúa, en general, que los medios de comunicación (en todos los medios) buscan tal colaboración, por ventajas económicas e ideológicas para su supervivencia como negocio. La realidad, independientemente de cualquier modus operandi mecanicista o fácil, añade una complicación adicional a lo que ya es difícil de admitir socialmente y poner francamente sobre la mesa de discusión. la conjetura acusatoria a priori que la gran prensa de masas, por vocación inmanente a ordenarse según las tendencias estructurales y coyunturales del capitalismo, busca, invariablemente y siempre voluntariamente, participar en el proceso sistémico-necropolítico de producción de muerte simbólica vía lawfare debe ser, en rigor, tan descartado como, en la compensación diametralmente opuesta, nunca se puede desatender este hecho gigantesco: la continua producción en espiral del periodismo de masas, cuando sintéticamente aprehendido por el conjunto de reverberaciones interresonantes de su funcionamiento no resonante. concatenada como un multicorredor sociomediático de circulación de reportajes, imágenes, videos e informaciones, de hecho, compite por establecer, a escala simbólica macroestructural, el resultado descrito, con perjuicio generalizado para el funcionamiento de la propia democracia, paradójicamente proyectada en su nombre y en su favor.

A lawfare, visto en este ambiente mediático, demuestra que el proceso social al que se refiere es mucho más sustancial que la mera movilización de las estrategias de Derecho y la legislación vigente a perseguir, mediante la instrumentalización del Estado, autoridades, ciudadanos y empresas. Su característica aparentemente legal, alimentada por la reiteración panópica de noticias (por parte de todos medios de comunicación, no sólo por los informativos), contribuye, a su vez, a la aceptabilidad más fluida de hechos y narraciones en el ámbito individual y aislado de los reductos de recepción y consumo. En la urdimbre no transmitida de estos mandatos (accidentales o, al menos, no autocráticos, hasta el punto de confundirse, al final, con un azar caprichoso y desafortunado), la gran prensa de masas sólo cubre, en una acción culturalmente placentera, recursiva , expectativas sociales que contribuye a engendrar previamente, especialmente en las clases de mayores ingresos.[ 5 ]

IIIc

LOS DE ARRIBA
Se unieron a una reunión.
hombre de la calle
Deja de esperar.
Bertold Brecht (2000, pág. 158)

Declaro que el mejor hombre del mundo
puede endurecerse y embrutecerse hasta tal punto,
que nada lo distinguirá de una bestia salvaje.
Fedor Dostoieffsky (1911, p. 229)

Evidentemente, la danza de la muerte comenzó a jugar un papel más pronunciado en el neoliberalismo semilegalista negociado por la necropolítica neofascista en Brasil. Cola tardía de la ola mundial de políticas draconianas de Estado mínimo desde principios de la última década del siglo pasado, esta necropolítica adquirió tintes específicamente fascistas durante y después del proceso electoral de 2018, ya sea por el vencedor y su equipo, o por significativo y más nervioso entre los millones de caudillos y votantes al azar, estos últimos seducidos por el desconocimiento desenfrenado del ficticio llamamiento anticomunista.

El espectro de la muerte, entonces avivado, teje, desde un bulto axiomático, narrativas y discursos (públicos y privados, presenciales o en redes digitales, anonimizados o no) con cuatro conocidas locuras bárbaras: (a) el racismo notorio (de los más encriptados, debido a la ley penal vigente, incluso de los más ostentosos e impunes), en consonancia con posiciones histórica y técnicamente infundadas contra las cuotas de negros y pardos y en apoyo a (o cumplimiento de) operativos policiales recurrentes e indiscriminados, con muertes o no, dentro de comunidades conocidas por tener una mayoría negra; (b) homofobia convencida, con arrogante defenestración de miembros de la comunidad LGBTI y desvalorización de los avances en política de género (ideológicamente acusados ​​de “ideología”…); (c) xenofobia velada (mezclada con anticomunismo fundamentalista) contra venezolanos y cubanos, y (d) misoginia no confesada o demostrada inconscientemente en el uso de un lenguaje rústico, patriarcal o de sentido común sexista, en el que las mujeres aparecen como seres instrumentales e inferiores, entre otros males simbólicos sintomáticos. Todas estas formas de intolerancia protagónica, a menudo combinadas, han producido, no se puede enfatizar lo suficiente, muertes en serie, a diario, de norte a sur de Brasil.

Por supuesto, en la historia occidental, la necropolítica no siempre ha sido neoliberal. El neoliberalismo globalizado, sin embargo, es, desde los fundamentos tecnocráticos hasta el cuello de botella de la megapublicidad, una necropolítica sistémica subsumida en una economía política que se revela como una cosmovisión seria, competente y socialmente responsable. El bolsonarismo, en su vertiente mayoritariamente civil, a su vez, como movimiento populista emergente –todavía con la vaguedad programática que lo define, o quizás por eso–, se presenta como una variante peligrosa de esta necropolítica al hiperanimarla bajo el régimen fascista restaurado. afluencias A raíz de destacados quejandos en otras partes del mundo, el bolsonarismo civil no deja de ser, látigo en mano, un continuum significativamente reprogramada y abierta de par en par de la necrocultura sistémica fraguada en Brasil especialmente en el transcurso de 300 años de esclavitud institucionalizada, la última horrenda explotación (material y simbólica), entre otras similares en siglos pasados, para asumir formas (y cobardemente lentas) de- caracterización por la ley, aún no plenamente incorporada y/o cumplida en la profusa sucesión de hechos de desigualdad observados desde la cotidianidad de las interacciones barriales hasta las formas regulares de selección y trato en las oficinas públicas y empresas privadas.[ 6 ]

Dado que su poder mortífero tiende a conducir invisiblemente a la muerte a contingentes mayores (según lo estipulado en objetivos socialmente seleccionados) en la paciente brújula histórica del largo tiempo y bajo la prerrogativa de la instrumentalización estatal de los tributos de la población, la necropolítica neofascista no falla. corroborarse, de hecho, como una especie de socio-darwinismo tanáctico instituido y legalizado, más lento que su versión matricial de la primera mitad del siglo XX y, por tanto, más proclive a pasar, en la percepción del sentido común, como un tipo de gobierno “normal”, como “vida”, por lo tanto, sin ser jamás percibida como necropolítica – y, como tal, escapando ilesa.

Explicando un lastre más complejo de factores conjugados e históricamente más próximos, la necropolítica del bolsonarismo, apenas emergiendo de una dictadura cívico-militar-empresarial de más de dos décadas, no por casualidad desaira, con escandalosa rudeza, a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y defiende , burla, los derechos humanos y sus defensores, al mismo tiempo que honra a los torturadores y beneficia a los policías involucrados en acciones represivas y/o de muerte.

En este particular, es imposible, además, no reconocer, y passant, que Brasil alcanza, a partir de 2019, una condición sociopolítica post-1964 tan inédita como paradójica, en la que gendarmes (civiles) de arribismo oportunista en las jerarquías y dependencias del Estado, ocupables mediante sufragio universal o nombramiento obligatorio, se jactan -por menos desde el punto de vista discursivo y formal- más extremistas que militares de alto rango, distribuidos en las tres Fuerzas y actores gubernamentales en diferentes estratos. El pasado plomizo del país hace, en efecto, tal anotación bastante problemática, por las incertidumbres y riesgos inherentes y, por tanto, debe ser colocada con cuidado y debido contexto: ya sea por declaraciones públicas y/o línea de conducta que el gran El la prensa investiga en su mayoría asiduos, tales altos mandos militares, viendo cada caso bajo la bienvenida excepción de un tribunal contrario (empezando por ciertos polémicos discursos de la Vicepresidencia), no han demostrado, al menos formal y abiertamente, hostilidad a la Constitución Federal de 1988, así como, con la misma significativa observación (en la que se ve preservada la ranciedad de la amenaza anticomunista), dejan de venerar verbal y explícitamente al régimen republicano y democrático.

Más de tres décadas después, estos militares, en una oportunidad histórica única, que aprovecharon esta oportunidad de oro para “reconstruir” por completo la imagen de las Fuerzas Armadas en la sociedad en su conjunto, han señalado, sin críticas públicas, a la dictadura militar como todo un abandono estratégico, como capítulo innoble, del vínculo oficial y umbilical con los calabozos de tortura, atrocidad que, a pesar de ser conocida y apoyada por Estados Unidos, avergonzaba a Brasil ante los ojos del mundo moderno, libre y desarrollado, especialmente en Europa. Es decir, las Fuerzas Armadas, que el estricto afán positivista por el orden y la seguridad nacional asignó a la derecha y extrema derecha del espectro político tradicional, intentan, bajo el emblema providencial de la racionalidad, rediseñar su propia imagen social (anteriormente ligada a la nacionalización de la economía y la violencia política) a través de una táctica y tensa comparación con una extrema derecha civil, tonta y frenética (vinculada a la privatización indiscriminada y, en ocasiones, a la necropolítica relacionada).

En aras del rigor histórico, es imposible no notar, viceversa, que varios de estos militares de alto rango del Gobierno Federal, pares estatales de los mayores involucrados en el entonces inédito régimen dictatorial, aparecen, en la visibilidad mediática. (masivos y digitales), como “moderados” en comparación, en términos de comportamiento y tendencia política, con los asfixiados diputados (ejecutivos y legislativos), a los que han venido jurando apoyo (sin poner del todo “la mano en el fuego”). , como una tecnocracia cualificada y diversificada.

Apenas iniciado el 2020, esta alta dirección, obviamente con el objetivo de anular la repercusión nacional e internacional y dejar de dañar la imagen de la administración, de las Fuerzas Armadas y del país, presionó al Presidente de la República, en principio resistente, a destituir sumaria y urgentemente al Secretario Especial de Cultura, luego de que este último, el día anterior, hubiera parodiado un extracto de un discurso de Joseph Goebbels, un secuaz nazi, en un pronunciamiento oficial en YouTube, para anunciar avisos de financiamiento público para la producción cultural. Los militares negociaron esta exoneración coincidiendo con las reacciones inmediatas de la Presidencia de la Cámara de los Diputados y del Senado Federal, así como de la Presidencia del Supremo Tribunal Federal (STF) y de la Asociación de Abogados de Brasil (OAB). La circunstancia es un sismógrafo inequívoco de la disputa silenciosa por modelos de sociedad dentro de la tecnoburocracia del Estado: la derecha uniformada, aparentemente "discreta" y "crítica", seguridad "guardiana" del conservador "orden republicano", actuando - ¿hasta cuándo? – para contener sangrías no deseadas, de gigantesca reverberación mediática, sembradas en todos los Poderes por las diatribas de la ultraderecha del ejecutivo civil. punta falsa iceberg que, por su profundidad, sólo esconde una tez volcánica activa, el episodio se reparte también a ambos extremos de este termómetro: o bien es un factoide oficial previsto para poner a prueba, cuantas veces sea necesario, los límites de la democracia actual, por medio de verificación periódica del estado del arte de la sensibilidad colectiva frente a las novedades autoritarias – estado del arte dado por el nivel de alerta e indignación de los sectores sociales más organizados, así como por el ánimo general de defensa de los valores democráticos ​​[y, en este caso, el factoide integra una serie de chivos expiatorios previamente estipulados (como las “naranjas” de los conejillos de Indias) para la práctica calculada de sacrificio y retiro bajo contabilidad estratégica]; o es un hecho fortuito, ¿quién cree? – con epicentro en un apresurado acto hiperestético de un excéntrico neofascista que, como un “linfoma escénico” en el tejido autoritario de gobierno, puede ser extirpado “sin problemas”, para alimentar reacciones negativas y hacer que todo vuelva a la normalidad un armisticio satisfactorio, como si nada hubiera pasado. En todo caso, sembrando incertidumbre estructural, el episodio, aterrador y ominoso (validando así la primera conjetura anterior), expectoró, de la manera más organizada hasta el momento, las vísceras del protoproyecto político de sociedad, economía, cultura y moral que articula, por lo menos, a los estratos civiles mayoritarios del gobierno federal, en especial a los más próximos o próximos a la Presidencia de la República.]

Las personas torturadas, sus familiares y descendientes, así como todos aquellos que discreparon del negocio institucional del ensañamiento, en el mencionado período de militarización social y aún después, en las comisarías y cárceles del país, tienen derecho a suponer que, dada la historia pasada de involucramiento militar con la tortura –oficiales que, en rigor, no deben participar en juegos de partidos políticos o equipos de gobierno (civiles o uniformados) en ningún estrato de la jerarquía administrativa–, ellos, incluso haciendo un juramento formal de respeto por democracia y a la Constitución (dos coeficientes no siempre necesariamente juntos), pueden algún día incumplirla.

En su larga historia, la cultura militar brasileña ya ofreció al país desde dictadores con insignias sangrientas hasta republicanos convencidos, celosos de sus funciones constitucionales de protección nacional contra la agresión externa, entre otros destinos propios de un Estado moderno. Legó incluso revolucionarios notoriamente socialistas. Se espera, con una apuesta abierta, que la historia futura no demuestre, a su costa y riesgo ajeno, que la noticia que resuena desde hace tiempo sobre los perfiles militares “moderados” entra en la lista de ornamentos de la política. ingenuidad.

IIId

Ferox gens nullam esse vitam sine armis rati.[ 7 ]
Livio (citado Pascual, 2004, pág. 73)

Por razones que sólo la lógica confirma la evidencia, la necropolítica neofascista es inseparable de las relaciones de clase, familiares y personales de cultivo recurrente, silencioso o no, del odio como valor social articulador. Dado que es imposible –como antes se ha señalado y recontextualizado aquí– que un fenómeno surja históricamente, se configure socialmente y cristalice políticamente a partir de nihil, no hay necropolítica neofascista que no sea esencialmente odiosa, es decir, profundamente arraigada en el humus cultural difundido desde tempranas interacciones en la socialización primaria y, por tanto, desde el inicio de la formación psicoemocional individual, como mentalidad de presunta estigmatización de la alteridad, así como la estructuración (simultánea o diferida) del modelo de sociedad como espejo de esta violencia.

El hecho de que, a un ritmo más temerario, el acoso social del odio sea un ingrediente relevante del bolsonarismo como movimiento político también es evidente en la lógica trivial. Ansiosa de un galope más rápido a lomos del proceso electoral de 2016, esta ideología militante, bajo el chismorreo canino –recordemos– de pretender ser “no ideológica”, culminó en endurecer enormemente el estado de los conflictos sociales anclados en una sana polarización política a conducirlo, a la carrera, a una dinámica conflictiva inflada por prácticas y actitudes iracundas de polarización ideológica. El bolsonarismo arrastró así la importante rivalidad pragmático-narrativa entre derecha, centro e izquierda, vigente en el país desde 1985 hasta 2016, al impredecible precipicio del resentimiento, la ira y el asco -casi étnico- del extremismo sectario.

El término “guerra” y sus derivados (incluyendo gestos evocadores de guerra literal, guerra civil, guerra de guerrillas, sonidos de disparos y similares) pertenecen al repertorio público de violencia y odio de los neofascistas y sus simpatizantes.

Como sabemos, este odio no es, en esencia, una mera flema estratégica escenificada para el efecto mediático, ni una simple técnica calculada de marketing político para cosechar éxito electoral, y mucho menos cualquier simulación teatral para causar una impresión pública duradera. Ultranacionalista y reaccionario, este odioso sentimiento resulta ser, salvo mejor valoración psicológica, genuino, es decir, expresado con la veracidad fáctica que sólo la espontaneidad del carácter y de la conducta hace convincentemente indiscutible, sin mediación de artificio o artificio, con apoyo en profusa vena cultural, inconscientemente enraizada en el seno de una parte empática y/o susceptible de la población. Gestionado en la propia dinámica de las relaciones sociales y, por tanto, ascendiendo efectivamente sobre la esfera individual, serpentea como desde el fondo de las vísceras, con la conciencia (total, parcial o nula) del sujeto, dando manifestación desde un estado latente, de disponibilidad inmediata.

En los últimos años, este odio ha ganado cada vez más capilaridad desde varios bastiones digitales de medios de comunicación muebles, con los que y gracias a los cuales adquirió variadas expresiones multimedia, todas las cuales encajan en un típico mosaico identitario, una hiperestética de la vehemencia, por así decir, cuyos contornos supuestamente inofensivos del signo adornan una mayor impetuosidad, clandestina, que de hecho cuenta y en torno al cual gira toda la dinámica de gobierno, en forma de competente y acelerada destrucción tecnoburocrática de todos los derechos constituidos. [La producción audiovisual preparada por personal de la Secretaría Especial de Cultura, en el episodio mencionado, no es más que una sinécdoque sintomática de esta hiperestética neofascista. El Presidente de la República designa al secretario de cartera con pleno conocimiento de la biografía y posiciones políticas del beneficiario. La vacilación del Presidente para exculparlo, según las noticias de la época, revela -cabe subrayar- cuánto es el aparato del Estado, desde las venas obstruidas hasta la tentativa boca del volcán, plagado de neofascismo.

Las líneas, la verborrea, los gestos, las modulaciones faciales, las prácticas y actitudes, los símbolos y marcadores calculados, las mentiras e invenciones, los arrebatos amenazantes y el chantaje, etc., en imágenes, videos, audios, textos y extractos digitales, con repercusiones en medios de comunicación de masas conservadoras –todo en espiral arrastrante, tan imponente y difundido como contagioso, en clichés y prejuicios (bélicos o ensordecidos)–, se alter-dirige hacia objetivos preestablecidos selectivamente (ideologías, prácticas políticas y culturales, grupos sociales , perfiles individuales, empresas y ONG, etc.), con el objetivo de antropomorfizar procesos histórico-sociales complejos en “chivos expiatorios” del castigo público lo más rápido posible, en el arco casuístico de las mediaciones estatales, bajo giros jurídicos y procesales idiosincrásicos.

Las tendencias esquemáticas de este odio -vigilar, culpar y criminalizar, en una palabra, potencialmente eliminar, no solo neutralizar- ya no son exclusivas de ciertas clases privilegiadas de consumo y/o prerrogativa de la persona, por mucho que un liderazgo populista y carismático sea de poca importancia infundirla, catalizarla y/o irradiarla socialmente.

El proceso electoral de 2018 y el resultado de la elección contribuyeron, con renovado vigor, a la racionalización socialmente ampliada de este odioso y antiguo sentimiento como narrativa organizada y convincente –“la izquierda”, dice ahora, en un estigma sistematizado aquí tout court, “son socialmente peligrosos y criminales, son tan corruptos, moralmente decadentes, culpados exclusivamente de todo y merecen un castigo severo, con prisión o muerte”. Una gran parte de la sociedad, incluida la población (incluidos los más pobres), medios de comunicación de masas y de mercado, asumió este discurso como moralmente verdadero o políticamente útil. En determinados momentos histórico-sociales, encuentra condiciones favorables para manifestarse en gradaciones de virulencia, según la pertenencia a determinadas categorías sociales, el perfil general de los individuos o grupos sociales protagonistas, los blancos elegidos para la victimización, el ambiente político, las condiciones circunstanciales. razones, los objetivos en juego, las presuntas disputas, etc.

El rústico repertorio de la necropolítica neofascista ha sido invocado durante mucho tiempo, con orgullo y en primer lugar (como sigue siendo, oficialmente o no, en artículos periodísticos, libros, mensajes en YouTube, etc.), por la extrema derecha bolsonarista, desde dentro del edificio mismo de la democracia. La hostilidad comenzó con los defensores de esta necropolítica. La truculencia (física y/o simbólica) es parte de su lenguaje. El deseo de una “guerra cultural”, con sus delirantes ya menudo biliosas justificaciones psíquicas, se encuentra entre los ingredientes molares de este imaginario necropolítico e hiperestético. La vehemencia de la expresión –“guerra cultural”–, su sustantivo aislado y sus usos sociales pertenecen al léxico de este tipo de autoritarismo. Estas opciones de vida delimitan un rostro, estipulan un lado, y éste debe configurarse socialmente como exclusivo de ellos, no ajeno (en el terreno político, sea vecino y contemporizador, sea oposición no condescendiente o confrontación no negociable). Este es un punto fundamental, para ser sometido a un amplio foco de atención: Brasil está en guerra –guerra endógena, guerra de autoflagelación–, y eso por voluntad exclusiva de ellos.

Como no hay alternativa más afortunada, conviene, por tanto, dejar la endogenia del odio con y para los odiosos voluntarios ya quien la quiera; y coinciden en que su hiperestética producción necropolítica pronto termina por abrirse la guerra entre ellos, hasta que la percepción de una gran desgracia un día reseca esta nociva posición política sobre Brasil, reverberando para América Latina y para el mundo, con hollín esparcido sobre sus propios actos individuales y grupales. .

Tercero

Esta confusión babilónica de palabras
Viene de lo que es el idioma
Decadente.
Bertold Brecht (2000, pág. 31)

[…] la venganza será lenta,
aunque mi mente está ansiosa.
BJALFASON, Kveld-Ulf
(citado JELSCH, 2013, pág. 43),
líder [jefe] del clan vikingo del siglo X

La propensión narrativa y pragmática de la necropolítica y la hiperestética neofascista forma parte de la lista de incitaciones a la violencia, sujetas a un tratamiento jurídico restrictivo, en forma de jurisprudencia establecida a partir de 1940 (cf. artículo 286 del Código Penal), y no clemencia institucional, policial y/o judicial. Tal flema impune, de manipulación visiblemente agresiva y oportunista de las vigas democráticas formales de los contextos en los que operan los neofascistas y en favor de lo que ideológicamente los sabotea, demuestra, en su totalidad -desde los supuestos del carácter autoritario en juego hasta las intenciones no confesadas: qué es el neofascismo y a qué apunta.

Este humus delictivo de incitación a la violencia implícito en la expresión “guerra cultural” y derivados es tal vez suficiente para desautorizar, como algo precipitado y fácil, enmarcar un argumento como el presente en un estigma lingüístico-clasificatorio común, a saber, como “ izquierda política”. light”, supuestamente propia de una clase media culta y cojeando alineada con la trayectoria de las causas populares… Ciertamente, la prudencia como valor permanente, decantada en probada experimentación, sin un nivel fijo y excluyente en la pirámide social, es la primera irresistible y legítima seducción. de la estrategia Ninguna resistencia política digna de ese nombre, sin embargo, debe ser diluida con tópicos o néctar de almendras, so pena de traición al camino anterior de los que quedaron en el largo camino. Los charcos de sangre nunca fallan.

La recomendación sigue un camino diferente y sin sutilezas: la respuesta a la “guerra cultural” debe ser, por naturaleza, dura, pero antibelicista, convencida, pero no militarista, audaz e intrépida, nunca beligerante, audaz y creativa, nunca armista, incansable. e irreversible sin ser marcial. Las debidas represalias deben actuar en valores y educadores republicano-democráticos. Desde su médula y firmeza, necesita ser políticamente emblemática: el ejemplo debe venir de la izquierda. Si se produce en nombre o a la luz de alguna guerra, se encuadrará en la nomenclatura pragmática del rival -la llamada “guerra cultural”- y, por tanto, en el repertorio lingüístico-hiperestético que es de tal interés para la necropolítica neofascista. Al perder, de este modo, la identidad distintiva de una oposición cualificada, acaba abdicando de su razón de ser, contribuyendo a destinar sus cimientos al vertedero.

Vale la pena evocar evidencias: no hace falta haber cursado siquiera una disciplina elemental en estrategia militar para deducir que no toda declaración de guerra merece una respuesta en forma de contraguerra, inmediata o diferida. Los gritos de guerra emitidos desde la verborrea (hoy en los medios y quizás vía Twitter…) de los jefes bufonescos e iracundos, cuando no en estado alcohólico, ni siquiera merecían –y merecen–, por ejemplo, más que una piadosa consideración oficial.

La noción de debida represalia, que las virtudes civilizadas prescriben para ser mediada por los órganos competentes del Estado, no integra obligatoriamente el vocabulario y/o el imaginario semántico del campo de la guerra. Aun así, la agresión física y/o verbal, sufrida por cualquier motivo, una vez inaceptable, deja de merecer una contrarreacción inmediata, por el tiempo que sea necesario. Devolver el golpe, que puede equivaler de manera confiable, según sea el caso, incluso a un acto de respuesta de silencio intencional, es prueba de valía, inadmisible si de otra manera es defectuosa o defectuosa.

Este procedimiento es, en rigor, equivalente a una dúplica política, que debe entenderse en la escala histórica de los recientes acontecimientos políticos en Brasil, antes y después de la promulgación de la Constitución Federal de 1988, con un perfil democrático avanzado en materia de protección de los derechos humanos. , derechos civiles y sociales derechos políticos, sociales, laborales y de seguridad social. Fuerzas de derecha y centroderecha, nacionalistas y populistas, dominaron el escenario federal del poder hasta principios de 2003, cuando entonces tres votos -uno ya en el año anterior y los otros en 2006, 2010 y 2014- avalaron los gobiernos de coalición. de centro-izquierda de Luís Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff hasta la destitución de esta última, en 2016, con motivo de un golpe ejecutivo-parlamentario-judicial perpetrado sobre argumentos arreglados y pruebas discutibles. Las numerosas políticas públicas de los gobiernos de Lula y Dilma fueron una respuesta calificada a la establecimiento período económico-financiero y cultural. La extrema derecha victoriosa en las elecciones de 2018 representa una réplica neoliberal históricamente regresiva y socialmente irresponsable -vengativa, no está mal decirlo- a los avances de gobiernos anteriores en innumerables sectores de la vida nacional. Por lo tanto, una réplica contrafascista se debe a un ultraconservadurismo legalmente vehemente.

Además, al predecir esta réplica, el uso de la palabra “guerra” y sus derivados, por comprensible y legítimo que sea, no deja de revelar una flema similar a la de la rusticidad voluntaria del oponente. La lucidez estratégica cataloga este procedimiento como protocerebral. La “guerra cultural” no es un conjunto de “batallas callejeras”, por mucho que la hiperestética neofascista de varias bandas urbanas lo quiera y lo haga sonar en sus manifestaciones digitales. La inteligencia más media, salvo conspiración insana y suicida con efecto colectivo nocivo, recomienda el sentido común ante el deseo de prender fuego a la propia casa –en ella hay desde niños hasta mujeres embarazadas y ancianos–, para después resistelo. El deseo de lo peor pronto brota contra los propios pirómanos; y la escala del daño se ve mayor -con no poca autotraición- cuando las llamas se extienden hacia la población más pobre y vulnerable.

Tales precauciones se enumeran a pesar de la falta de advertencia, en la vacilación velada, siempre entregándose ante la crudeza de la verdad: en general, de un extremo al otro del espectro político convencional, quien habla de “guerra” Apenas sabe de qué está hablando, qué significa realmente histórica y socialmente en materia de drama familiar e individual, y a qué conduce finalmente –durante años o décadas–. Esta objeción banal y veraz agita la sensibilidad literaria y universal de milenios conmovedores, castigados por el fantasma viscoso del horror. Zuhayr (2006, p. 149, 151-152), poeta beduino preislámico, parece, por ejemplo, hablar todavía al presente, con impresionante actualidad y prudente franqueza, desde lo más profundo de la sabiduría árabe con aspecto pacifista ( del siglo V al VIII d.C.):

¿Qué es la guerra sino lo que has conocido y vivido? ¿Y en qué se convierte ella en estas historias sospechosas?

Y más adelante, con aparentes metáforas, anuladas por la contundencia expresada:

Saciaron su sed hasta que estuvo muerta, pero luego la tomaron para beber de pozos inmensos, llenos de armas y sangre. Y se lanzaron a sus propios destinos, volviendo a un pasto insalubre y sin sabor.

Teniendo en cuenta la totalidad de la explicación anterior y hasta prueba consistente en contrario, la lealtad a la lucha en favor de la consolidación de la democracia real en el país -esto es, tendiendo a enraizarla en el ámbito de las interacciones individuo a individuo, grupo a grupo, a las filigranas de género, étnicas y raciales en la vida cotidiana- recomienda que, en relación con el múltiple tipo de violencia que implica la forma de necropolítica neofascista, la escultura de la debida retribución no hace, al menos por ahora e incluso justificación inversa, uso programático de la palabra “guerra” y derivados, incluso en forma metafórica, con el fin de esperar la resistencia. Como contrapolítica de distribución social de significantes y significados, vale, en la larga reconstrucción republicana que se avecina, reservar los mencionados términos para el empedernido rival, aun cuando, inalterada su obsesión, languidezcan en sus manos.

Estos cuidados con el origen y lugar de las líneas contendientes, así como con el ordenamiento social y destino del léxico, cubren necesidades desplegadas: mientras la “guerra cultural” de los haters les hace considerar como enemigos a todos los miembros alineados a la izquierda, los preceptos republicanos de la represalia contrafascista, en el respeto pedagógico a las reglas del juego democrático y en nombre de la preservación controlada y la reconstrucción de la democracia, hace que sean tratados como oponentes peligrosos, prioridades en el conteo de dedos, cuanto más coser avances en moldear el Estado según la imagen de bizco en su espejo ideológico. "¡Palabras! ¡Demasiada concesión!” / "¡Mejor así! ¡Si no, las cosas van a empeorar!”, reclaman, ya en altercado, los hígados enloquecidos de venganza, cada polo por su parte, la hemoglobina en los lirios. Desde este punto de vista, que la jubilosa inmediatez recompensa con la seductora adulación, quien afirma esto tiene toda la razón. Por otro lado, la dimensión impasible de la historia y la perspectiva de la educación política, junto con las acciones en su nombre, presagian siempre, en el cálculo cerebral, el destino ruinoso al que, en las interacciones políticas y sociales, conduce toda y cualquier espuma hepática. .

Estos apuntes, por cierto, están en la línea de la célebre recomendación del general chino Sun Tzu (1993), quien desde el siglo VI a.C. equiparaba la esencia y prioridad del arte de la guerra a la especial estrategia de vencer sin la necesidad de batallas campales. . El conflicto (explícito o no) ya es un modo de guerra, enseña el sabio del antiguo Reino de Wu (de ahí, antes, Sun Wu, el famoso Sun Tzu o “Maestro Sun”).[ 8 ] Peca contra la inteligencia arremeter contra la desgracia. Lo que vale tácticamente para los significantes debe valer éticamente para la pragmática: el léxico y repertorio procedimental de la noviolencia activa arroja, justa y fatalmente –como se indicó– la responsabilidad del perfil agresivo por la incivilidad del adversario, que así configura sí mismo, por responsabilidad intransferible, como único protagonista del estado de excepción que, bajo una sutil conformación –“vida normal”, por así decirlo, con colores mediáticos y de publicidad masiva– quiere perpetuar en Brasil. (Un ingenioso interregno recuerda que la necesidad política de represalia configura también una posición de “pie de guerra”, como indicio de desconfianza a priori y justificado, preparado para el contraataque. La hipérbole lúdica, sin embargo, en el matiz “duro”, cesa en este punto…)

IV

Si vinieras en un autocar
Y me puse un disfraz de campesino
Y nos encontramos un día en la calle
Bajarías y te inclinarías.
Y si vendieras agua
Y monté un caballo
Y nos encontramos un día en la calle
Bajaría a saludarte.
poeta chino desconocido
(citado Brecht, 2000, pág. 146)

Puliendo marcadas diferencias internas y construyendo la solidez de la agenda común de primera línea, el pensamiento democrático de izquierda, los movimientos sociales progresistas y, en el esperado ruedo, los sectores político, académico, cultural y periodístico, cuentan con todos los recursos para cumplir , aunque sea al filo de la navaja, su vocación histórica y su misión política, en nombre de un mínimo equilibrio social, capaz de garantizar la subsistencia constante del ideal republicano, ahora y en la posteridad.

En términos generales, especialmente en las filigranas del campo de izquierda, la calificación de la respuesta antifascista presupone, en su complejo mosaico pragmático, un combate micropolítico y noviolento guiado por una carácter distintivo a priori aversión a las dicotomías absolutas e irreconciliables, es decir, a una ética procesal y de reconocimiento entre iguales compatible con el menor daño endógeno posible por disputas programáticas (que el momento hace pequeñas, sin dejar nunca de ser importantes) provocadas por visiones polarizadas e incluso estigmas prescindibles. La supervivencia histórica misma del pensamiento de oposición depende, en bloque, de una carácter distintivo compatible con más y más philia, para evocar el impulso de la amistad por afinidad de principios entre los antiguos griegos – philia aquí nutrido y guiado por un patetismo negentrópico glocal, de eficacia reconstructiva, anti-ruina, es decir, un fuerte y solidario sentimiento de responsabilidad sociopolíticamente dirigido, actuado y compartido de forma híbrida y expandida, desde baluartes locales o regionales en tiempo real electrónico-comunicacional, en contextos propiamente digitales más diverso, apuntando a ambos: philia e patetismo glocalizada, es decir, ni global ni local, sino la mezcla de las dos dimensiones, glocal, en el hic y nunc (aquí y ahora)]–, la formación de bloques multilaterales para el cumplimiento histórico de objetivos específicos. La calificación de la réplica contrafascista presupone una decoración política de solidaridad vigorosa, elástica en espiral aquí y en otros lugares, con evidencia en el poder extendido.

Expresada desde otro ángulo, esta réplica requiere constituir, alentar, promover y perpetuar un haz multitudinario de fuerzas contiguas, mutualizadas en el afecto y la cooperación programática, al menos de alcance nacional, capaz de funcionar flexiblemente como una amplia red descentralizada de resistencia, en un frente de barricada simbólica dispersa, con poder desplegado de contagio constructivo, tanto en el tejido glocal como fuera de él (desconectado) – una respuesta que se conforma, ella misma, como un macroentorno cultural, atópico y asincrónico (es decir, sin necesidad de que cada integrante esté presente simultáneamente en el mismo reducto, bajo la misma franja horaria), al punto de cada uno, participando en este lugar plurieufónico, sabiendo dónde y desde dónde estás, qué hacer para involucrar al oponente y (con suerte, convencer o “ganar”) a tus seguidores. En teoría y en parte, esta consonancia pragmática ya viene ocurriendo desde el período electoral de 2018, si no antes, desde el golpe ejecutivo-parlamentario-judicial de 2016. La realidad necropolítica del neofascismo y la pretendida escala civilizadora de la “cultura guerra”, sin embargo, requieren dinámicas estructurales y acciones más organizadas, vis a vis menos espontáneos y aleatorios, y por tanto cada vez más co-reforzados y enraizados en la vida cotidiana.

En términos programáticos, el pulido hospitalario, el reconocimiento y la celebración de las diferencias, a pesar de ser siempre difíciles y arriesgadas, necesita encontrar, en este contexto, el camino seguro de una alianza estratégica en torno a propósitos comunes y por un tiempo determinado, en este caso, por la duración. de “guerra cultural”, hasta el éxito formal en al menos tres o cuatro grandes ciclos electorales. La meta de mediano y largo plazo es la disolución creciente y profunda, por sufragio universal, de todas las expresiones inmediatas del neofascismo dentro del aparato estatal y, en lo posible, su progresivo debilitamiento en todos los corredores multicapilares y mediáticos que emanan de los poderes republicanos (en especial, el Ejecutivo y el Legislativo) por el sentido común de las calles y residencias, y viceversa.

Este último entorno testimonia, en el fondo, la escala macrotemporal del proceso bélico, exigiendo, más allá de la métrica de décadas, la prolongada eficacia “atlética” de un proyecto educativo para la construcción de la democracia real (no sólo los rituales jurídicos y electorales). ) y de carácter social, así como para la producción de subjetividades afines, desde los estratos de tierna edad. La mayor urgencia política, institucional y jurídica, sin embargo, consiste en impedir el fracaso planificado del frágil Estado de derecho brasileño y en blindar las conquistas en materia de derechos humanos, sociales, civiles y laborales realizadas por la larga presión histórica de las tendencias de izquierda, en medio del salvajismo nepotista y fisiólogo del gran capital del país. Simultáneamente, esta urgencia implica consolidar y ampliar el rango político, institucional y jurídico de protección a todos los cuerpos de lucha amenazados –desde pueblos indígenas, afrodescendientes, mujeres, homosexuales, militantes “periféricos”, etc.: “la oposición vive”, en la corriente cultural del estigma–, impidiendo la debacle de muertes protagonizada por las fuerzas conservadoras del orden y su mentalidad ciegamente funcionalizada a favor de la statu quo, ambos nutridos por formas aberrantes de prejuicio normalizado. Juntos, urge consolidar formas e instrumentos jurídicos de sanción y prevención en relación a las distintas manifestaciones del odio de extrema derecha.

Obviamente, el horizonte de la alianza estratégica neguentrópica siempre aleja cualquier intento o forma idealista de aglutinación pragmática basada en imperativos identitarios, con efectos nocivos homogeneizadores para las asociaciones y tendencias políticas de izquierda, capaces de adulterar sus discursos y perfiles de lucha tradicionales, anular trayectorias ideológicas singulares y borrar los logros históricos. No se trata de fusionar líneas partidarias (algo, dicho sea de paso, imposible), sino, más bien, de yuxtaponer subjetividades políticas, institucionales, grupales y/o individuales genuinamente similares, en suma, de antifascistas indiscutibles, eliminando todo advenedizo, fuerzas ambiguas y/o inseguras-, en la misma línea de frente, con tono sincronizado y enfoque y dirección consistente. En la misma línea, en algunas ciudades del país ya se han organizado interesantes iniciativas de catálisis, ya sea más a la izquierda o más cerca del centro del espectro político convencional. Para no fracasar tan rápido como aparecieron (y mañana se reconocerán como tropiezos políticos aislados, representativos de intenciones estratégicamente correctas en un principio), la batalla contra la necropolítica neofascista, que necesariamente deben garantizar los principales líderes de la oposición (en relación tanto con las tendencias del gobierno federal, en cuanto a la corrosiva dinámica estructural del “nuevo” statu quo económico-financiero), exige la superación, suspensión o, al menos, relativización de toda forma de personalismo centralizador, del tipo “caudillo latino” o no (sobre todo si carece de carisma o de amalgama electoral de partida), mutatis mutandis, Calcas matizadas y reescaladas del coronel brasileño de Casa Grande, interesado en el ejercicio democrático del paternalismo de masas. La peligrosidad del adversario, aunque sea borrada en la aparente normalidad alienada de la vida cotidiana en general, justifica importantes renuncias simbólicas y concesiones mutuas.

Para despejar cualquier duda, malentendido o vacío semántico, se debe enfatizar que, por la naturaleza de la represalia en juego, esta condescendencia estratégica e integradora tiene un significado relevante incluso en relación con los miembros arrepentidos y/o resentidos, siempre que sean decidido ideológicamente, proveniente de las clases adineradas e instituciones privadas consortes. La historia de la izquierda demuestra per se la validez y utilidad política de, por ejemplo, relatos y/o “técnicas” autodenunciantes, testimoniales de Influenciadores de YouTube, líderes económicos y destacados profesionales identificados como no pertenecientes al campo tradicional de la izquierda. La movilidad vertical de las convicciones y propensiones políticas (más aún cuando son auténticas y continuas), además de constituir un hecho social innegable, tiene consecuencias (formación o fortalecimiento de corrientes de opinión, expansión o deshidratación de votos, etc.) que no pueden ser descuidado Millones de personas de las categorías más pobres o desfavorecidas se pasan al otro lado sin culpa, sin conciencia y sin dar explicaciones a nadie, asfixiando -no pocas veces, con alegría incuestionable- a neofascistas y derechistas imbéciles, tecnócratas y neo- Secuaces liberales, todos socialmente insensibles. Por el contrario, la izquierda en Brasil sumó, a lo largo de las décadas, un sinnúmero de aliados permanentes e irreversibles, especialmente de las categorías intelectuales y culturales de los estratos acomodados.

Hasta que cambien las reglas, en la (pequeña) pragmática republicana de hoy, la política es, en última instancia, convenciendo y conquistando subjetividades y afectos, a través del combate constante entre discursos y narrativas. Como se indicó anteriormente, es necesario promover, consolidar y expandir, en todos los ámbitos, en Brasil y, más extensamente, en América Latina, la más amplia red antifascista, antineoliberal y antitecnoburocrática, como un principio axiomático crucial y a priori, con el fin de evitar la reclamación de derechos anunciada. Quienes juegan continuamente, si no en el campo de la izquierda, al menos a su lado ya su favor, merecen un gesto de bienvenida y una etapa de confianza (bajo estricto seguimiento político) por causas y agendas definidas. (En rigor, la cordura política, en aras de la supervivencia colectiva en el arco de la libertad, propugna que la batalla republicana contra el neofascismo debe ser compromiso de todos – como dicen, “toda la sociedad” interesada al mismo tiempo , institucional e impersonal, debe, en particular, subsistir incansablemente como la gran bandera del pensamiento de oposición, en el amplio radar de carácter distintivo, philia e patetismo a favor de los valores democráticos. Los complicadores inmanentes de este supuesto terminan por hacer que la contabilidad moral de la respuesta antifascista deba ser acogida con el cuidado necesario, de manera selectiva.) quienes no tienen tradición política, académica, jurídica y/o periodística en este sentido. consideración y deseo de alinearse con la causa).

V

Nightcloud con la luna detrás de ella
Paul Violi (2014, pág. 28)

Pero no se dirá: Los tiempos eran negros
Y sí: ¿Por qué callaron tus poetas?
Bertold Brecht (2000, pág. 136)

Evidentemente, toda gran plaga –en expresión tomada aquí como metáfora, sin ánimo de profilaxis social– suele tener una larga cola. La que oficialmente está en vigor en Brasil desde principios de 2019, con raíces legales y políticas al menos a mediados de 2016 –una vieja plaga en una cepa readaptada tropicalmente– seguirá exigiendo, entre otras virtudes y recursos estratégicos, paciencia histórica, preparación formación cognitiva (incluidas las jurídicas y técnicas), política, aplomo emocional (es decir, odio cero), alta tolerancia al enfrentamiento dialógico diario (sin rencores ni resentimientos), certero aliento militante, firmeza en la represalia juiciosa contra toda y cualquier forma de intolerancia ideológica, hostilidad personal y coerción física, y, si es posible, buen humor y espíritu de piedad (nunca piedad) hacia el nivel bastante desfasado de los interlocutores.

La calificación de la réplica contrafascista –en teoría, pacifista, como se ha dicho, pero nunca indulgente– presupone la adopción (educativa, en última instancia) de instrumentos y respuestas republicano-democráticas no negociables, capaces de constreñir permanentemente – sin contratiempos-, las fuerzas reaccionarias sofocadas para encajar necesariamente en los marcos, reglas y/o mecanismos de instituciones consolidadas a partir de la Carta Constitucional de 1988, mientras la sociedad brasileña no alcanza un instrumento magnum más perfeccionado.

La historia política de los países capitalistas ricos o subdesarrollados desde el final de la Segunda Guerra Mundial es lo suficientemente explícita como para exponerse a poca o ninguna duda en cuanto a la demostración de cuánto contribuyó la defensa perseverante de los derechos humanos, civiles y políticos, sociales y laborales. a contener las angustias y los delirios que se apartan de los lineamientos civilizatorios aceptables, basados ​​en el paradigma democrático de la sociedad, el Estado y el individuo. El admirable espíritu de lucha de la izquierda y fuerzas afines, tan genuinamente insustituibles en carácter y verdad de expresión, participó y siempre participará con fuerza en este proceso. En rigor, son los segmentos de izquierda –de la calle y ahora de las redes glocales a las casas parlamentarias de todos los niveles, y viceversa– los que, utilizando el único lenguaje que entienden las élites económicas y políticas nacionalista-conservadoras, a saber, el lenguaje asertivo de la presión insistente (sobre todo movida por la indignación o la revuelta), logran extraer, en la práctica, el máximo de las instituciones vigentes en el sentido de establecer institucionalmente líneas macrofronterizas y colocar clips correctivos frente a las indiscriminadas andanadas necropolíticas que , de lo contrario, tienden a revivir formas conocidas de salvajismo y/o incitar a otras nuevas, quizás peores. [Investigaciones psicoanalíticas de diversas corrientes freudianas se han cansado de atestiguar que una de las principales funciones de la cultura, para que ésta sobreviva como tal, es educar (en el sentido de conformar reglas y propósitos y/o apaciguar mediante la recanalización sublimatoria de energías) la pulsión de muerte desde la fase inicial de socialización infantil...]

Como se deduce libremente de la reflexión de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (2018) sobre las formas en que se arruinan los regímenes democráticos, las regresiones histórico-sociales necropolíticas en el ámbito de los estados nacionales a lo largo del siglo XX tomaron un cuerpo mayor que el terriblemente imaginado en ese momento. el tiempo no tanto porque poco se especuló sobre el punto final de sus últimas consecuencias o porque las fuerzas opositoras estaban fragmentadas, sino, más bien, porque había, desde las entrañas institucionales, políticas y jurídicas históricamente establecidas, barreras pétreas, infranqueables por cualquier Procedimientos flexibles: ¡o eso o la deposición y el exilio! – y capaz de asegurar, en nombre de la diversidad social, política y cultural, la debida contención antientrópica. Además, la ocurrencia de estas regresiones neofascistas muestra, con un legado de una lección igualmente fructífera, no sólo cuánto fracasaron tales formas de contención, rellenas de autoengaño, sino también en qué puntos estuvo la respectiva debilidad de la percepción en el rostro de los signos del horror, entonces presentes en las tendencias concretas que se dieron en las décadas siguientes. Sociedades marcadas por un fuerte tronco de preceptos políticos, jurídicos y éticos republicano-democráticos, por el contrario, lograron neutralizar o expulsar a grupos nepotistas y fisiólogos con inclinación autoritaria (cabe mencionar que incluso representan mentalidades de clase privilegiadas con perfil histórico). que sigue siendo feudal o esclavista) fuera del aparato ejecutivo del Estado, aislándolos también en cámaras parlamentarias mayoritarias.

En la circunscripción de los imponderables de la confrontación democrática, ciertamente conviene subrayar, por reorientación de énfasis, la mutación y ampliación de la plataforma de los conflictos. Todas las dictaduras de la segunda mitad del siglo XX fueron, en general, grandes beneficiarias de mecanismos estatales y sociocomunicacionales que facilitan las interdicciones (por censura o autocensura forzosa) a la producción de contenidos, dentro y fuera de la sociedad. medios de comunicación masa. El advenimiento de la Web en la década de 1990, de hecho, condicionó posteriormente la explosión mundial relativamente incontrolable de la diferencia, dada en y por la conurbación de infinitas voces de diferentes lugares de expresión política y cultural, a través de la difusión de las llamadas redes sociales. . . Esta expansión glocal masiva del ejercicio de la opinión se mantiene independientemente de que la actual algoritmización de los espacios de acción en línea filtrar todos los flujos comunicacionales y sistematizar los resultados de la libertad expresiva en tendencias mayoritarias estandarizadas, que, a su vez, terminan ejerciendo una influencia significativa sobre toda la espiral simbólica misma.

Si el carácter histórico-social y tecnológico del enfrentamiento político progresista ha cambiado profundamente, lo mismo ha ocurrido, en innumerables suelos nacionales, con cualquier intento de consolidación de anhelos autoritarios. La reconfiguración de la ingeniería de los procesos censores perturbó simultáneamente las placas tectónicas del disfrute de la libertad. Los extremos de la línea de manifestación de las voces de la contradicción constante experimentaron horizontes nunca antes experimentados. El barajado de los modos de incubación y mantenimiento de los conductos del silencio fue acompañado simultáneamente por el redimensionamiento digital del (irreversible) ejercicio de denuncia de gritos y contestaciones irreductibles. En adelante, la multitud de voces glocalizadas, aunque predominantemente matizadas por sesgos ultraconservadores y temerosos, hoy escudadas en instrumentación robótica en línea –, nunca deja de asegurar que, entre pesos y contrapresiones, la espiral simbólica de la instancia digital e interactiva de lo social se computa necesariamente dando cuenta del poder tecnocrático de grupos que se dicen dueños de lo social. statu quo (mediático o no), con supuestos derechos para convertirlo en objeto monopolista de sus prerrogativas de acercamiento a los reyes de turno, para la ocluida imposición de sutiles controles y/o ostensivos efectos policiales. La potencia social y política de esta espiral sociotécnica imposibilitó el ejercicio de un desprecio continuo tanto por parte de los servicios de inteligencia estratégica como de las instancias corporativo-financieras, mediáticas y de mercado encargadas de preservar el orden vigente. Si bien este macrodesplazamiento geopolítico y el renacimiento sin precedentes del poder de lo popular dan un aliento relevante a la lucha democrática, no contribuyen, como nada, obviamente, a garantizar certezas sobre el rumbo del propio legado democrático y/o sobre las formas de reconstrucción social a partir de sus escombros.

La calificación de la represalia contrafascista a través de una alianza organizada y estratégica entre todas las corrientes de izquierda, junto con importantes fuerzas simpatizantes de la causa progresista (incluyendo, en este caso, varios cuerpos de periodismo de masas), solo apunta a fortalecer la tendencia a imponer sólidas restricciones, con una inexorable exigencia de repliegue, en favor de la consolidación de una malla sociopolítica de bloqueos negro-entrópicos. El halagador fantasma de la barbarie es hoy tan denso que las drásticas restricciones republicanas juegan paradójicamente a favor de garantías mínimas de libertad, de modo que los percances de la extrema derecha (partidista, empresarial y/o militar) en materia de administración pública son insignificantes mientras que la locura sancionada por el sufragio ostenta la última pluma oficial del poder político. El mensaje del movimiento antifascista articulado a nivel nacional debe ser vigoroso, vigorizando uno de dos itinerarios: o se moldea la sinrazón para forjar instituciones republicano-democráticas sin traición endógena y subrepticia (dentro del aparato estatal) y/o sabotaje por parte de aliados externos fuerzas (incluidas las internacionales), y retirarse definitivamente, en una paráfrasis plácida y anticipada del espejo de 1945; o se les pedirá que renuncien en deshonra a las reglas de oro por las que ascendieron a ellos. Es necesario realizar la debida represalia para dejarle claro a todo aquel que intente destruir la democracia que también tendrá que lidiar con los institutos de frenado, comenzando por los dispositivos de protección de la Constitución Federal; y, dependiendo de la gravedad del perjuicio a los valores democráticos, el sistema penitenciario también, bajo la presión de la sociedad civil organizada, en las calles, en el parlamento y en las redes.

Además de estos horizontes pragmáticos, vale recordar la necesidad de disputar, uno a uno –con propuestas y proyectos alternativos y socializadores–, los espacios donde el neofascismo (y no solo los bolsonaristas) quiere albergar (y, por las múltiples bordes de la “guerra cultural”, serán incluso rincones empinados); imponer divisiones al campo contrario, impedir su (aparente) cohesión y, de paso, conquistar la mayor cantidad anual de simpatizantes para la causa incondicional de los derechos humanos y las políticas públicas de reparación del daño social, incesantemente causado por un modelo de desarrollo socioeconómico basado en sobre la desigualdad como vector “natural” de jerarquía y distinción. Este aspecto merece ser subrayado: como se señaló al comienzo de este texto, cualquier contraataque calificado –que se espera que se limite al nivel simbólico y más pacífico posible– es y será siempre a favor de la democracia como un valor universal y del mundo democrático como una conquista civilizatoria históricamente establecida.

En las áreas de educación stricto sensu, instructivo en línea, artística, humorística, jurídica y periodística –en paralelo a los tradicionales muros de Universidades, partidos políticos, sindicatos, etc., y sumando obviamente todas estas instancias–, vale la pena intensificar y diversificar acciones de esclarecimiento público descentralizado y continuo sobre la situación. política nacional, más allá de lo meramente puntual y posteriormente a los actos y hechos realizados por el neofascismo, ya sea desde una fuente gubernamental o desde las entrañas de la propia sociedad civil. Superar este estado de dependencia sociofuncional, peligroso en todos los sentidos, es una acción política si no está a merced de la fatalidad de empirismo del mundo- se puede lograr fácilmente si se unen mediante la multiplicación de iniciativas destinadas a contextualizar previamente confrontadas con la inminencia de horizontes ya evidentes. En concreto, en este aspecto –solo como refuerzo sugerente– conviene reforzar la promoción de cursos cortos de formación política, ciclos de conferencias y conferencias, mesas de debate y círculos de conversación; la previsión pluriautorial de notas de repudio, cartas abiertas y manifiestos, peticiones y petitorios públicos; la tematización (en línea e desconectado) de las diversas facetas del problema en eventos (serie o esporádicos) de asociaciones científicas, políticas y/o culturales, así como en reportajes, artículos de prensa y entrevistas a especialistas; el enfoque directo o la mención en enseñe, obras de teatro, canciones, exposiciones y acontecimientos intervenciones artísticas, satíricas y stand-up comedy, veladas poéticas, imaginería, producciones videográficas, radiofónicas de Podcast etc. para anclar a direcciones digitales y retransmitir a través de redes sociales, etc.: ocupado todas las calles glocales – la esfera pública híbrida – por la inteligencia hermanada asíncronamente en el imaginario de oposición a la banalidad del mal (sin olvidar las preocupaciones de Kant y Arendt).

Por las razones expuestas anteriormente, la necesidad de la multiplicación merece una atención aparte. indefinidamente de prácticas glocales antifascistas en contextos digitales e interactivos, a través de acciones políticas calificadas (es decir, enmarcadas en los respectivos lenguajes, en forma estratégica y contenidos lo más innovadores posibles) en todos los espacios virtuales, utilizando imágenes, audiovisuales, sonido y /o escritos, que pueden funcionar como medios tácticos, ultraflexibles y articuladores. Este es –y será para el futuro– un aspecto crucial: el uso políticamente efectivo, desde el punto de vista del combate cognitivo y educativo, de las tecnologías y redes digitales para incidir de manera concreta, cotidiana y decisiva en las filigranas sociales de la vida personal. y las relaciones cotidianas.

Las tendencias actuales proporcionan razones objetivas y convincentes para tal cuidado. La inserción social de la variable digital e interactiva en el espacio de las disputas políticas en torno al Estado constituye un hecho histórico irreversible. Desde la experiencia electoral norteamericana del bienio 2007-2008, en la que el demócrata Barack Obama fue el primer presidente afrodescendiente en ese país, la política partidaria a nivel internacional estableció un giro masivo hacia la circunscripción (desconocida en este sentido hasta entonces). ) de iniciativas digitales. La campaña con acciones pioneras y el resultado de las elecciones llamó la atención de actores políticos de todo el mundo a tal punto que convirtió la frontera virtual de las redes rizomáticas en el nuevo escenario de batallas y esgrimas. Esta frenética y devastadora cordillera glocal ayudó a elegir, en Estados Unidos, al posterior presidente, el multimillonario populista Donald Trump. En Brasil, la odiosa tendencia de la extrema derecha ha provocado, desde los primeros años de la década pasada, que esta feroz corriente política (de carácter predominantemente no escrito) inunde, en una aterradora espiral diurna, todas las redes sociales, especialmente aquellas con recursos audiovisuales. . , con la ayuda de reprogramadores robóticos en línea. Más temprano, la tormenta anticomunista de 2018, con fuerte repercusión en las redes sociales (como suena proyectada hacia un mañana indefinido), eligió al actual ocupante del Palacio del Planalto, que avala, con pólvora miliciana, todo el caldero digital a favor de la privatización. el neoliberalismo, la militarización legítima y la reescritura necrofascista del Estado brasileño.

Estas puntadas sucintas, en la curvatura de la avalancha de eventos cubiertos, bastan para demostrar que, desde hace más de una década, las redes digitales ya no son la extensión de las calles: entre una protesta multitudinaria (cara a cara) y otra. , las redes son lo que se convirtió en el (nuevo) “espacio urbano”. El proceso también se ha invertido durante mucho tiempo: la tecnofacilitación móvil, vinculado a la ultraportabilidad miniaturizada, transformó las calles en una extensión de redes, revelando que, desde el punto de vista de la comunicación en tiempo real (instantaneidad interactiva), en particular a través de teléfonos celulares, la tensión política entre el centro (del huracán) y la periferia (la vida cotidiana)) tenían placas tectónicas profundamente perturbadas: como recuerda Paul Virilio (1984, 2002), un pensador francés tardío, el centro se convirtió en las redes, y el centro se llama tiempo real. Hay varias iniciativas, veteranas y en curso, de población continua y expansiva de estas redes por corrientes de izquierda. Necesitan multiplicarse infinitamente y orientarse políticamente en una perspectiva antifascista unificada, más determinada y con acción – como se sugiere – necesariamente descentralizada.

Evidentemente, por la importancia social y cultural de la visibilidad mediática en este proceso, la empresa sociopolítica y ético-cultural antifascista necesita, como deber de inteligencia estratégica, sumar, sin prejuicios ni pruritos injustificados, la voluntad o adhesión osmótica de todos los canales y programas audiovisuales y radiofónicos estrictamente contrarios a los rasgos autoritarios y aventureros, en particular a través de capas periodísticas, humorísticas, de debate y/o entrevista, en tiempo real o no. Este punto, a pesar de ser extremadamente sensible, tan problemático como esencialmente, es, al mismo tiempo, de suma importancia para la mesa de discusión.

Por suerte o por desgracia, la macrored antifascista, dada su naturaleza histórico-social, nunca podrá darse el lujo de descartar a priori – sin la necesaria aprobación del mejor juicio de secuencia – ese influyente cinturón simbólico de la industrialización de la cultura (¡al que llegamos, por necesidad política!), atascado en ramas socialmente entrelazadas (y con acción descentralizada) de los diarios impresos, revistas semanales de información y emisoras de radio y televisión, con repercusión en el día a día de la visibilidad digital de los terminales fijos o móviles. Es decir, además de la acogida más serena de los medios de comunicación (desde partidos políticos u otras organizaciones civiles), consignados en Internet y/o proyectados vía cable, el multitudinario movimiento antifascista no puede rendirse ante la postura muy modesta, tan antiestratégica, de fuerzas solitarias, tan simpatizantes y extensas, de todos los espacios y poros de las instancias sociomediáticas conservadoras e con una clara función vigilante en relación con lo que, de manera explícita o en supuestos, atente contra los preceptos constitucionales, vulnere la libertad de expresión y opinión, la relación formal entre los poderes republicanos y su relación con la sociedad civil, y colabore para la destrucción de los derechos civiles. En teoría, en estos ambientes mediáticos, el conservadurismo, cuando es políticamente serio, culturalmente comprometido e históricamente consciente de su programa, es esencialmente antifascista, por temor a que, de repente o en un futuro inmediato, se derritan prerrogativas legales referidas a iniciativas empresariales sin tutela por parte del Estado y/o gobiernos y la circulación de opinión sin control previo por parte de organismos externos. A quien no escapan las filigranas discursivas y narrativas de medios de comunicación masiva, la agenda de procedimientos en este ámbito empresarial, encaminada a rechazar por completo un presagio nefasto, llega a romper, en alguna parte de su producción simbólica, con el cinismo eufemístico y protopolítico de la “objetividad” y la “neutralidad” periodísticas.

En particular, el arco de represalia contrafascista debe incorporar, como compañías independientes y consonantes –en una operación paralela casi militante, ahora discreta, ahora sobreexpuesta, con una audiencia numerosamente merecida–, las voces asalariadas y las instancias progresistas de este círculo mediático conservador. , manteniendo un relativo margen de acción opinativa convencida, siempre enarbolada con sensibilidad y pronta a la denuncia valiente y directa, ya sea en textos de articulación, o (cuando sea posible) en editoriales, o incluso en videos y/o audios de comentarios analíticos.

Asimismo, la macrored contrafascista necesita contar con el apoyo tácito de grandes contingentes de la población (en las clases popular, media baja y media consumidora) preocupada por superar las actuales circunstancias históricas del país, especialmente y con razón, la gigantesca porción más pobre afectó sus ingresos mensuales y sus derechos laborales y de seguridad social.

El objetivo, que –recuérdese– estas circunstancias resultan transgeneracionales, debe ser, junto con acciones más organizadas y fructíferas en redes digitales e interactivas, condicionar la formación, sin una instancia acaparadora y conductora, de una amplia visibilidad mediática de contra- presión, en la arquitectura política de un ecosistema republicano-democrático diferenciado internamente y cohesionado en la causa programática, y que funciona como barrera social de protección antifascista, de todo tipo y proveniente de todos los sectores. Y, luego de haber convertido el territorio nacional en una semiosfera contestataria ampliamente permeada por flujos verbales, audiovisuales y sonoros para salvaguardar la democracia, puede bajar la guardia, en estado de prudencia y atención, con un éxito político para ser referenciado a la posteridad y una conciencia multilateral del deber cumplido.

VI

Y donde lo has visto, lo lees alguna vez
qué caballero andante ha sido llevado ante la justicia,
por los malos homicidios que hubiera cometido?
Cervantes (2004, p. 91)

El escenario histórico-social de este macrocombate antifascista –no se puede olvidar– se entrelaza con otra arista del estado de excepción post-2016 relativamente “normalizado” en el que se encuentra formalmente la joven democracia brasileña a partir de ahora. El pensamiento de oposición a las tendencias mayoritarias de la actual realidad federal es firme en reconocer que, acumulativamente al clima sociomediático autoritario de la lawfare, la defensa de los valores democráticos depende, paradójicamente y por igual, del rechazo decidido y solución urgente al ostensible mesianismo jurídico del poder judicial, que, aclimatado en condiciones políticas anómicas y convenientes recientes, se consolidó en el país a lo largo de la segunda década de este siglo.[ 9 ]

Desde la primera instancia jurisdiccional (en promiscuidad de principios y funciones con la agenda del ministerio público) hasta los escalafones más condecorados del sistema judicial, cierto segmento hermenéutico-procesal relativamente concatenado asumió un rol hegemónico-mediático más allá de la línea roja constitucionalmente admisible , para, en la transición de la década, realizar dos acciones institucionales jurídicamente atípicas: (1) la negociación de atribuciones del Poder Legislativo en nombre de la lucha contra la corrupción entre el Estado y el gran capital, bajo amparo legal en casi libertad incondicional de investigación y juicio, así como un lastre sin precedentes en el productivismo lawfare [vale la pena precisar, negociación sistemática de factoides mediáticos-periodísticos ampliamente corrosivos para la reputación de nombres citados selectivamente en audiencias oficiales, basados ​​en acuerdos de denunciantes obtenidos mediante trueque judicial para la conmutación de la pena (regla en un tribunal de primer grado, con la aprobación posterior de Corte Suprema de Justicia Federal]; y, al hacerlo, (2) la subordinación de los principios constitucionales a ocasionales interpretaciones jurídico-políticas, tan absolutistas como dudosas, sobre las cuales sólo descansa la misma hermenéutica, junto con instancias superiores que manejan y aplicarlos.

Las interpretaciones jurídicas y políticas en sentido contrario no han sido suficientes, en términos de consistencia y finalidades, para tejer un buen consenso capaz de impedir que este autoproclamado (y no unánimemente repugnante) monarquismo judicial -con una base jurídica y socialmente carácter un tanto “sanitario”, podría pretender alguien- sigue socavando el régimen democrático, con el pretexto de ser su salvaguarda “técnica”, aparentemente exenta de ideologías partidistas, arrojándolo tan violenta como silenciosamente a la deserción estructural (lejos del ideal llave-tronco del sano equilibrio entre los tres Poderes republicanos) al profundizar el mismo estado de excepción que, en rigor, le correspondía combatir, como deber constitucional.

VII

El baterista dirá tonterías sobre la libertad.
Bertold Brecht (2000, pág. 143)

En la recapitulación desarrollada, los síntomas sociopolíticos y las expresiones del neofascismo en Brasil se integran fácilmente, como se ve, en un hilo coherente. Progresivamente dilapidando la competencia del Estado como agente empresarial, para convertirlo en un mínimo esqueleto dinámico con debilitado poder de injerencia económica, la necropolítica neofascista yuxtapone el rápido y ruidoso despido de las políticas públicas socialmente restauradoras al desmantelamiento legal y sistemático de las sociedades constituidas. derechos sociales, en particular laborales y de seguridad social, acabando con toda regulación exitosa a favor de los asalariados y los más pobres. Mezcla ataques verbales degradantes contra la Constitución Federal de 1988 y discursos de promoción pública a criminales y verdugos de las dictaduras latinoamericanas de las décadas de 1960 a 1980, para vilipendiar, con descarada truculencia, a todos los defensores de una legislación alineada con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. . Sostiene, con voluntaria transparencia, cantos autoritarios, como el copioso discurso, con variaciones estacionales, que los mandatos formales y las reglas de ecuanimidad del Estado de derecho obstaculizan la gobernabilidad del país. Por razones relacionadas, bombardea medios de comunicación, programas informativos, reportajes y artículos de prensa, así como producciones culturales (películas, videos, obras de teatro, etc.) en defensa de los valores democráticos y/o con una posición crítica en relación con el Gobierno Federal. cumplir con esto guión de la ruina con el mismo aguijón mordaz con el que asfixia a los organismos oficiales de investigación y la producción de indicadores estadísticos sobre el estado del arte en diversos sectores sociales.

Además, la necropolítica neofascista otorga enfático apoyo, en plaza abierta, a milicias paraestatales y grupos de exterminio, mientras, en comisiones especiales del Congreso Nacional, obliga, con obtuso acoso, al establecimiento normativo de la “exclusión de la ilicitud”, pomposo “juridiquese”. ” macabra pretendía poner de rodillas al país ante dos hechos inciviles perpetrados: (1) robar, no sin un eufemismo tartufo, la legislación federal que respalda el proyecto (todavía no plenamente consumado en Brasil) de la regla de ley; y (2) otorgar oficialmente autorización a los agentes de la represión estatal, convertidos en cazadores neobandeirantes con las manos nerviosas en el gatillo, para matar selectivamente, es decir, en tono racista, con la pretensión adicional de legitimar la huida de cualquier tribunal penal. Por lo tanto, invariablemente condiciona un terreno fértil para el renacimiento agresivo del integralismo brasileño (readaptado del nazi-fascismo europeo en las décadas de 1930 y 1940), a raíz del reciente fortalecimiento del movimiento intervencionista-militar bajo una coartada constitucional, al mismo tiempo que fuerzas fundamentalistas represivas y oscuras (Estatales e informales, mano a mano) se ven indiscriminadamente liberados, orgullosos de sí mismos, con acciones sin remordimientos.

Como no podía ser de otra manera, la necropolítica neofascista ejerce y estimula intencionadamente la estigmatización sectaria y deshonesta de la izquierda, con fundamentos históricos y sociales colegialmente adulterados: presentándolas como “perversas”, “sanguinarias” y “peligrosas amenazas” a la democracia. régimen, propagan un clima político y mediático inhóspito, basado en la desinformación repetitiva, para generar inseguridad cognitiva y desconfianza estructural, ambas con efecto incondicional. Traslada, con ello –no sin disuasión primaria–, sus propios atributos al regazo del enemigo, en un afán de ocultar, bajo la cortina de humo de las imputaciones, lo que verdaderamente son los neofascistas, dificultando el sentido común y los no-fascistas. opinión pública especializada para acceder a la percepción de que los haters y simpatizantes son quienes en realidad constituyen una amenaza a la democracia, la misma que los neofascistas, de vez en cuando, se muestran obscenamente empeñados en “velar” por implotar, como una gran bomba de acción enrarecida y progresiva, poco a poco. Parte de ese procedimiento táctico, en consonancia con la subestimación de la ONU, las prácticas de injuriosa e infame corrosión de la reputación de personalidades consagradas de la historia democrática, en Brasil y en el exterior, a sabiendas alineadas con proyectos progresistas, socialistas y/o populares de Estado y política de acción. Etcétera.

Para optimizar los hechos –no es demasiado explicar–, la necropolítica neofascista, astutamente competente en explotar convenientes resquicios legales, se adorna con leyes vigentes solo para deshilacharlas, cambiando de ropaje normativo según la ocasión. Confundir un régimen democrático con el orden jurídico imperante, da a todos, por estar perfectamente encuadrados, la apariencia de ser inofensivos, por lo que no hay razones sensatas para temer, por ejemplo, en relación a las políticas neoliberales, supuestamente necesarias en sí mismas. Tales políticas siguen, sin embargo, cimientos marcadamente antisociales en la medida en que se colocan en ruptura absoluta con el principio de recalentamiento consecuente de la economía a través de la participación productiva, normativa e intensa del Estado, guiada por un proyecto de sociedad bajo el compromiso de la sociedad sistémica. combate a las desigualdades socioeconómicas y generación progresiva de empleabilidad formal.

La gran peste –vale la pena señalar– resurge más embelesada y segura de sí misma (como con la justificación de un resentimiento reprimido en humillaciones de décadas) no sólo por la legitimidad de un ciclo electoral y/o por los vacilantes engranajes de la Estado brasileño de derecho, pero principalmente bajo la pretensión populista de permanecer enmarcados en ellos. La memoria matiza la justicia contra trampas y señuelos: el neofascismo –cabe señalar–, embrionario en las relaciones sociales cotidianas, como movimiento furtivo y con poder de disputa por el control del Estado, serpentea, cuando vence, la ascensión en él sólo para llevar a cabo lo aún siniestro de manera velada y lenta, es decir, eliminando a más personas a través del tamiz de una contabilidad tecnoburocrática espantosamente indiferente. Por razones estratégicas, esta necropolítica puede incluso valerse del cinismo institucional y discursivo para “promover” el modelo de democracia formal en varios espacios mediáticos, solo para, a escondidas, lograr exactamente lo contrario.

Estructuralmente, la producción simbólica de los medios de comunicación de masas, especialmente en lo que se refiere al periodismo de las grandes corporaciones (televisión y radio al frente), acaba participando, desgraciadamente, por voluntad propia o por ósmosis, en esta subrepticia y frívola disuasión de “aplaudir” a diario la desmantelamiento neoliberal centrípeto del edificio de la democracia con paquetes de "servicio de noticias" sobre ella, de "alta calidad técnica", "objetividad" e "imparcialidad", como diciendo -como concesiones del Estado que son-, la contra la voluntad de sus propios ojos ciegos, que aceptan o toleran la destrucción antirrepublicana siempre que todo parta del ordenamiento jurídico vigente.

Cabe subrayar, además, que la gran plaga, diseminada glocalmente, reaparece en todos los poros de la sociedad: en las calles, cámara en mano; en grupos familiares y vecinales, con abundante comida en la mesa o no; nosotros y piel medios de comunicación medios de comunicación (periódicos y revistas impresos, así como televisión y radio), por medios de comunicación y nichos interactivos (sitios web, blogs, plataformas, perfiles, canales, etc.), por multitecnologías (escritorios, ordenadores portátiles, netbooks, tablets, Teléfonos celulares), entre otras características. La gran peste es tecnológicamente íntima con los cuerpos adherentes: se propaga aún más a través de las prótesis comunicacionales, las mismas que, por la miríada circulante de comentarios e mensajes, también cuerpos de obsidia que lo rechazan por principio. Como no hay autoritarismo (de ningún tipo) sin la ayuda de la comunicación (vinculada a una determinada forma de estética), en adelante el neofascismo proviene de y a través de una realidad glocalizada en tiempo real, de y a través de la visibilidad multimedia, que sirve, mientras está clavado a ellos (a través de aparatos e Médicos), quiere crecer, garantizando su duración. Noticias falsas constante y sistemáticamente elaborado por hordas digitales (oficiales o no), con medios de comunicación tácticas, en prácticas de guerrilla virtual, incluyendo operaciones en y desde el Pantanal da red profunda; delegación robótica en línea choques de desinformación premeditados que mejoran socialmente; propaganda agresiva y reiterada del folleto neoliberal; conferencias de prensa con aplausos planificados; Omisiones oficiales deliberadas y características relacionadas: todos estos factores de comunicación pertenecen a la misma lógica política de la época.

A pesar de la serie de bufonadas mediáticas aparentemente espontáneas o accidentales, que en realidad no hacen más que disuadir las malas intenciones más profundas, la necropolítica neofascista que surgió de las elecciones de 2018 es una “máquina de guerra” en rápido autoaprendizaje (especialmente sobre cómo retro-desconfigurar en total lo social post-1988), en permanente reajuste interno y cada vez más preparados para el cerco organizado (siempre negado, pero efectivo) a las tendencias discursivas divergentes que –cuchillos de lluvia– tienden a cuadruplicar la influencia política, cultural y/o mediática en las próximas décadas . Más aceitado en los engranajes, completa pretenciosamente su proyección de seguridad tanto sobre los magmas de la historia como sobre sus fachadas narrativas, pasadas y futuras.

No es falso conjeturar que, en una reacción virulenta y populista a los avances sociales de los gobiernos progresistas de izquierda de principios de siglo, la necropolítica fascista, queriendo desencadenar la “guerra cultural” en América Latina, optó nuevamente por Brasil ( después de más de siete décadas) como un conejillo de indias geopolítico, en la estela actualmente protegida por el espejo más cercano, la extrema derecha estadounidense, por cuyas rayas y estrellas corporativas solo perros y faldas (sin conciencia de vergüenza) saludan en público.

VIII

La oscuridad se extiende pero no elimina
sustituto estelar en manos.
Carlos Drummond de Andrade (2000, p. 31)

el entierro espera a la puerta:
el muerto sigue vivo
João Cabral de Melo Neto (1997, p. 169)

La sustracción discursiva, como política de Estado, de realizaciones civilizatorias y/o valores civiles del panteón de evidencias constituye un hecho histórico-cultural capital. Cuando se hace necesario defender con uñas y dientes la diversidad cromática de alguna perogrullada vigente, el procedimiento, por su propia existencia, sin ayuda de ningún argumento ni contenido, revela la magnitud del revés histórico en materia política. Tan desconcertante como es hoy para un ciudadano educado de cualquier país económicamente próspero desde la segunda mitad del siglo XX en adelante, la restricción política y legal de ideas, discursos y prácticas que arruinan el valor de la libertad de pensamiento y expresión, por ejemplo, pasa, en el Brasil post-2018, por la necesidad de defender incondicionalmente la experiencia democrática en una versión aún pasado de moda, formales, es decir, estatales y abstractas, ancladas en interacciones institucionales de Poderes modelo y rituales electorales. Se trata, por supuesto, de una democracia mínima, totalmente insuficiente, alejada del horizonte de la democracia real en las relaciones sociales cotidianas, hacia donde, con baches y sabotajes periódicos, la sociedad brasileña parecía encaminarse, hasta hace poco tiempo.

Lo que, sin embargo, apareció durante décadas como un logro indiscutible, asentado, con prosperidad, para los próximos pasos de desarrollo económico y cultural (como en la trayectoria histórica de varios países europeos), ha vuelto a ser urgente en territorio nacional, como sollozante forma de resolución de una grave regresión histórica. Es decir, con todos los daños y perjuicios que ya existen, de profundas desigualdades, en gran medida por el limitado modelo de democracia vigente –de hecho, lo que queda de ella en el país–, las circunstancias socio-históricas y políticas obligan nosotros para defenderlo a priori, como un bien mayor, como la única forma de evitar una situación peor, incrustada en una excepción más tónica. Este señor corrobora el justo coro internacional en curso, apoyándose en la trayectoria política reciente del mundo: por quimérico que sea el absurdo, se ha vuelto crucial proteger bajo siete llaves el frágil legado de avances institucionales y multilaterales conmovedoramente extraídos de imperios y totalitarismos. , dictaduras y golpes de Estado, a fin de otorgarle un período histórico indefinido, de respiración libre, de superación según las culturas locales y de fruición prolongada, más consecuente y cotidiana que la que actualmente se obtiene, hacia una civilización democrática -si es posible, reinventada- que involucre la mayor número de países.

Aunque proyectadas por una fuente ideológica susceptible de crítica radical y/o revisión social y axiológica legítima –esto es, la modernidad política de la Ilustración francesa–, las presuntas democracias allí, que retoman la experiencia sistémica greco-clásica, son demasiado jóvenes para marchitarse. desventuras necropolíticas resilientes, como el neoliberalismo y/o el neofascismo. La validez teórico-práctica per se esta proposición es independiente del hecho de que, desde el primer surgimiento histórico-social de la experiencia democrática, sus modelos actuales han sido protagonistas de guerras seriales (de autodefensa, contraataque y/o belicismo unilateral) a lo largo del siglo XX y hasta el momento (dos guerras mundiales campales; una larga “guerra fría”, de espionaje y chantaje, que dura; y una guerra contra el terror de movimientos fundamentalistas fragmentados, financiada por estados contra-occidentales). En Brasil y América Latina, esta experiencia no tiene más de 50 años.

IX

Pisa duro en el suelo de la noche.
Déjalo en el cruce
Estrellas armadas marcando la ruta.
No es demasiado tarde:

afectado el duro viaje,
la multitud se levantará innumerable.
Pedro Tierra (2000, p. 69)

Evidentemente, el éxito numérico del sufragio universal dentro del edificio democrático nunca garantizará el derecho de nadie y/o de ningún movimiento social a bombardear los pilares de todo el edificio. Ninguna actuación electoral exitosa garantiza el triunfalismo orgulloso de llevar a la comunidad a la boca del precipicio.

Frente al desastre anunciado por esta regresión histórico-social, la carácter distintivo no dicotómica, la philia estrategia ampliada y patetismo La neguentropía mencionada anteriormente exige, como terreno fértil para el combate, el desarrollo de prácticas glocales politizadas, multimediales, guiadas por principios democráticos, especialmente en contextos digitales e interactivos, apuntando a la producción discursiva de transparencia republicana y antifascista. Desde otro ángulo, el choque entre cosmovisiones, ideas sobre la organización de la sociedad y proyectos políticos para el futuro de Brasil debe ser elevado al nivel de una visibilización diseccionadora de bulos y mistificaciones y a favor del esclarecimiento público sobre y contra los delirios ideológicos del neo -hiperestética fascista, con un enfoque prioritario en noticias falsas e interpretaciones que, de la historia a la ciencia, de la filosofía a la política, de la educación a las artes, distorsionan, con intención reaccionaria y absurda, la lógica de los hechos pacíficos (pese a su relatividad histórica) y engendran desinformación estructural. (En los últimos años, las adulteraciones de la extrema derecha se atrevieron en vano a ascender a paradigmas científicos especializados, con repercusiones arraigadas en la mentalidad del sentido común. El discurso ultraconservador atacó, por ejemplo, las tesis de la circunferencia de la Tierra y el sistema heliocéntrico; el mañana podría ser el cambio de la ley de la gravedad y otros serenos consensos… En el campo del arte, se escuchó, en un video en YouTube, subido por el resentido brasileño de Richmund, en Estados Unidos, que el filósofo alemán Theodor Adorno habría compuesto las canciones de los Beatles… Siguiendo por el mismo camino, esta extemporánea desdicha no estará lejos de proponer que los aparatos electrónicos desarrollados por la modernidad política puedan ser mantenidos o cargados de tapones fijados en las narices humanas. camino aleatorio de la historia, refiriéndose a ella en una simple nota a pie de página, con un tratamiento hilarante.)

La producción discursiva glocalizada de visibilidad negentrópica constituye un trabajo sociocultural y político colectivo de puesta en evidencia de la catástrofe neofascista, de producción incansable de desmantelamiento de la transparencia de todas sus excrecencias (de lo invisible a lo burdo), en un ritmo cada vez más concatenado y extendido. , en y desde todos los campos del saber y de la acción (con urgencia para los agredidos o amenazados), a través de acciones dentro y fuera del sistema escolar y universitario, en la línea que se extiende desde el ámbito del trabajo al del tiempo libre, a través de movimientos o segmentos políticos, jurídicos, culturales, académicos, periodísticos y afines, en un esfuerzo de pensamiento republicano-democrático radical dirigido a incidir en la calidad de la ciudadanía socialmente producida y en la formación crítica de las personas, presentes y futuras, en todos los grupos de edad, desde una edad temprana. La construcción institucional y social de un blindaje político y cultural de principios antifascistas, cimentado en la cotidianidad y en continua expansión, es y será siempre la mejor prevención, con protestas masivas glocalizadas y/o directamente en las calles, cuando sea necesario.

Como ocurrió a lo largo de los 21 años de la dictadura cívico-militar-empresarial, la producción artística guiada por la intencionalidad politizadora de los contradictorios, en todas las ramas (en la música, el cine, el video, el teatro, la literatura, la fotografía, la stand-up comedy etc.) y en todos los entornos mediáticos, tiende a jugar –junto con la jurisprudencia democrática y las categorías de abogacía, con la (hoy amenazada) comunidad de educadores y con los movimientos sociales de izquierda– un papel exponencial en el proceso de fortalecimiento del campo estructural progresista y dinámico, internamente diverso y, al mismo tiempo, programáticamente unísono a favor de la reorganización de la sociedad brasileña. Esta fundamental función cultural se compatibiliza también con el trabajo colectivo, dentro y fuera de los propios partidos políticos, parlamentos y movimientos sociales, en las calles y/o en las redes, de seguimiento certero del proceso histórico de arraigo de la democracia en el país, con efectos transformadores (lentos, pero esperados) en la filigrana de las relaciones sociales cotidianas.

Siguiendo el ejemplo de la ideología “nacionalsocialista” alemana de la segunda década del siglo XX, precursora del Tercer Reich y su policía secreta, las SS, y que hizo un uso extensivo de la tecnología de radio comercial emergente en ese momento, Brasil neofascismo, asolado por la exacerbación del abuso verbal sínico-mediático y políticamente excesivo límite, uno tiene, en teoría, que ser víctima de su propia boca voraz. El plano simbólico de la cultura, lleno de contradicciones históricas internas, en cuyo submundo se constituyó y “sembró” el neofascismo la llamada “guerra cultural”, debe serlo, por su total apertura a la diversidad plurivocal y, por qué no, a la la saturación política pro-democracia, el antídoto mismo de este movimiento necropolítico.

epílogo

[…] todavía
hay canciones para cantar más allá de la
hombres.
Paul Celan (1977, pág. 64)

la calle interminable
va más allá del mar.
Carlos Drummond de Andrade (2000, p. 20)

O bien las fuerzas progresistas y más preparadas del espectro de izquierda, catalizando diferencias simpatizantes y no oportunistas – con ojos atentos a la naturaleza y dirección de las alianzas – colaboran vigorosamente para ganar la “guerra cultural”, en la escala socio-histórica y política en que se proyecta en Brasil, o la necropolítica neofascista se tragará suavemente a todos los diferentes y más pobres (incluidos los correligionarios y/o útiles), haciéndolos marchitarse poco a poco, con costosas consecuencias para la miríada de alineados pueblos que quedan -incluso, quién sabe, el futuro cercano seducirá a los más bárbaros y cínicos deleites para instalar la vituperación de la civilización en el salón de la historia, precisamente a través de las leyes, normas y reglas que las fuerzas progresistas han construido, en la extensión del propio mundo civilizado, para impedir el resurgimiento de la gran plaga.

Reacción teórica (con trasfondo político) al actual estado de excepción y su caldero de nefastas inclinaciones, este texto –como se señala en la primera nota a pie de página– ciertamente abdicó de toda novedad cuando fue escrito para corroborar los esfuerzos de salvaguardia y la necesidad de reinvención. de valores republicano-democráticos, así como fortalecer los cimientos de la unión programática y permanente de las fuerzas sociales sobre cuyos hombros deposita hoy sus esperanzas el cumplimiento de esta histórica tarea. En términos generales, el momento exige, en el fondo, la competencia alerta de la sociedad civil organizada y comprometida con estos valores. No fue diferente la exhortación del poeta, expresada tan seca como lumbrera, “cuando el fascismo se hacía cada vez más fuerte”, en el tránsito de la segunda a la tercera década del siglo pasado:

Lucha con nosotros en un sindicato antifascista[ 10 ]!
(BRECHT, 2000, pág. 95).

La desdicha política e institucional de la actual regresión histórico-social en Brasil hace quizás que la arcada temporal de la presente reflexión, con aire como visto pesado –a la altura de la responsabilidad y del llamado del momento–, cubra, de mala gana esparcida , las próximas dos o tres décadas. La profunda indignación de una parte importante de la población con la necropolítica neofascista ojalá tienda a convertirse en el mensaje principal de la reflexión, junto con tantos similares ya publicados, aquí solo un poco más sistematizados y extensos y, quizás por eso, , en el verso extra, un palo de brasa más convincente–, para situarse políticamente más allá del escenario antaño descrito por Lacan, al servicio del testimonio personal, en una sorprendente metáfora, desplegada a lo largo de casi dos docenas de páginas:

Siempre he hablado con las paredes.
[…] es que, al hablar con las paredes, a algunas personas les interesa.
La pared [el muro] siempre puede servir como un espejo [muro][ 11 ].
Jacques Lacan (2011, p. 80, 99)

En la precariedad de las certezas, lo único que prevalece es que la obra de represalia es siempre menos fuerte cuando, en el curso de estrategias y procedimientos y, más aún, después de ella, si bajo victoria efectiva, se desalienta la comodidad ganada por las lecciones más políticas son urgentes y continuas.

La defensa, hoy como ayer, dramática, de la democracia en Brasil sólo espera no vivir el disgusto de tener que escuchar, ¿cuántas veces? – que las diferencias históricas e identitarias en el ámbito político de la izquierda son tan grandes que la lucha contra la necropolítica neofascista tendrá que hacerse según el patrón de actuación mayoritario hasta ahora, es decir, segmentado y/o fragmentado, cuando no al azar El oponente hace apuestas de carroña; y, como es sabido, incluye dicho patrón en uno de ellos. Que la expectativa democrática contraria tenga como compañero el rechazo del olvido, con una fuerza capaz de convertir la memoria de la historia reciente en un monumento colectivo y representativo de honor a la voz de la poesía que prometió no rendirse jamás al “verso fácil”, en la persona de Hamilton Pereira da Silva, único heterónimo Pedro Tierra ([1975], 2009)[ 12 ], poeta brasileño de alma entera, preso político de 1972 a 1977, que geopolitizó el poema en finura de origen –“mi tierra”– y que, abrazando al Brecht de la oscura etapa de entreguerras (según el epígrafe del bloque temático V), rechazaba “el lirio / de las ferias semanales de flores muertas”, entraba en el poema “amordazado” y “manos atadas”, le ofreció “ensangrentados (…) [sus] dedos / sobre el cemento de la celda” y, recordando que “la poesía… / contra toda forma de muerte / florece”, versó, también secamente:

Sin embestidas de caballeros de la muerte
será silenciado.

Y, bajo la crueldad de las “lunas encadenadas” que le hirieron la “muñeca / en una risa de hierros / comprometida” (ibíd., p. 175), testificó:

Este poema no es un murmullo,
es vidrio roto en la garganta,
grito masticado
en el momento de la ejecución.

El arte como decantación más refinada de la libertad de expresión es uno de los primeros en sufrir el paso áspero de la hoja en su piel. En el manantial del entrelíneas como en cada verso doloroso, en cada pincelada de fondo, en cada escultura inconclusa, sólo el arte, antes, durante y después de la brutalidad de los hechos, logra, en la más profunda sensibilidad del signo, reunir todos los gritos suplicantes, toda revuelta retenida, de convicción en marcha, contra la tiranía. Monumento al dolor irredimible del mundo clavado en los jardines delanteros de todos los palacios blindados, el arte – “pisoteado, escupido, torturado” (ibid., p. 173) – madura en el infierno plomizo de los días, siempre volcánico en ejemplaridad. primavera, la piel soberana desnuda, la sangre aún mojada.

            La inminencia de las adversidades hace que las octavas serias sean el terreno necesario: no olvidemos nunca a los poetas (representando aquí a todos los trabajadores del arte) que se negaron a ceder a la seducción del silencio y mucho menos a la sonrisa obtusa del adversario. quien, grande y vil, camufla la cobardía en el escudo armado del verdugo ante los indefensos. Hay momentos en que sólo el haz permanente de hombros, brazos y futuros puede, vívido en la memoria, alcanzar el honroso estadio de una justa evocación. Los poetas, fieles al sufrimiento humano incluso donde el cuerpo y el alma mueren un poco cada mañana, labran horizontes en la piedra – “Libero la palabra de la sombra y escribo en la piedra el trazo provisional de mis sueños”, que “revivo, recompongo gris, en los sueños de cada uno” –; estos poetas, recordando a los verdaderos héroes, redime el alma y la trayectoria de los desfavorecidos, los deshonrados, los inocentes y de “todos los que se fueron sin despedirse”[ 13 ]. Sólo una rudeza de espíritu universal, compatible, además, con la rudeza de los tiempos actuales (no sólo en Brasil), puede cometer la descortesía de olvidar, sin hermanarse, sin fortalecer, sin levantar barricadas, a quienes vivieron “el suelo de la muertos", "una tierra donde se cosen las bocas de los hombres" y, aun así, ofreció su poesía, en la totalidad de su ser -"muñeca rota, / venas abiertas"-, como "el barro de un país en lucha". con los ojos vueltos a la reconstrucción de la vida:

Labraré la tierra por la mañana.
con estas manos
todavía esposado.

Como en el fondo más inesperado de la justicia silenciosa de la historia de la cultura, esta evidencia no deja de otorgar un orgullo indecible: los torturadores no tienen poetas; y si lo hubieran hecho, serían un insulto a toda la literatura. Animales de sótanos de tortura, embriagados de sangre (para invocar a Dostoievski), mucho menos serán poetas. O carácter distintivo de la poesía recorta la historia identitaria de sí mismo: siempre ha sido purgado de las manos carmesí de los criminales. Algo diferente ocurre en relación con sus electores: los fascistas “superiores”, lleven o no traje, tienen artistas favoritos. El gusto es suficiente: no es necesario ser el propio artesano para profanar el arte. Por eso, en un caso como en otro, sólo hay razones, a contrapelo ya la luz de lo inigualable, para reelaborar la oscuridad a través de la voz de los poetas: dictadura, tortura y fascismo nunca más. El lema antitotalitario, de carácter universal, contiene también una antítesis idiosincrásica y humanitaria en el anhelo. Los poetas suelen asentarse donde la desolación, el desengaño y la locura germinan terreno próspero para que algún día alguna trampa ingeniosa los anule. Su mensaje, inserto a la vez en el guijarro del ahora y en el mármol por venir, espera, en protesta ahora discreta, ahora llameante, la justicia desenmascarada que la disolverá, extirpando la aflicción (explícita o inespecífica) que la fundó. Esta justicia, que se apunta a sí misma sin vergüenza, fiel a la reparación de los daños –los mismos que para ser combatidos y mínimamente superados requieren del pasado–, es atraída exclusivamente, con gran afecto, por los que no olvidan.

São Paulo, verano de 2020.

* eugenio trivinho Profesor del Programa de Posgrado en Comunicación y Semiótica de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP).

Referencias

BOURDIEU, Pierre. petardeos 2. Río de Janeiro: Jorge Zahar, 2001.

BRECHT, Bertold. Esta confusión babilónica; Quien se defiende; En tiempos oscuros; Comienzo de la guerra; Amigos; Cartilla de guerra alemana. En: --. poemas 1913-1956. Traducción de Paulo César de Souza. 6. ed. São Paulo: Ed. 34, 2000. pág. 31-32, 73, 136, 143, 146, 157-160.

CELAN, Pablo. Litosoles. En: --. poemas. Traducción: Flávio R. Kothe. Río de Janeiro: Tempo Brasileiro, 1977.

CERVANTES, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Madrid: Real Academia Española; Alfaguara, 2004 (Edición del IV centenario / Asociación de Academias de la Lengua Española).

CHENG, François. Canción doble y otros poemas. Traducción: Bruno Palma. Cotia, SP: Taller, 2011.

DOSTOÏEFFSKY, Fedor. La casa de la muerte: o La vida carcelaria en Siberia. Londres; Nueva York: JM DenT & Sons; EPDutton, 1911.

DRUMMOND DE ANDRADE, Carlos. lo llevo conmigo; Nuestro tiempo.En: ——. Una rosa do povo. 21. ed. Rio de Janeiro; São Paulo: Registro, 2000. p. 18-22, 29-37.

GIANNOTTI, José Arturo. trabajo y reflexion. 2ª ed. São Paulo: Brasiliense, 1984.

HENEY, Seamus. Excavación; Casa de veraneo; De lo que digas no digas nada. En: --. Poemas seleccionados: 1966-1987. Nueva York: Farrar, Straus y Giroux, 2014. p. 1-2, 34-36, 78-80.

MI, Yun Jung. ojo de cuervo: y otras obras de Yi Sáng. São Paulo: Perspectiva, 1999. (Colección Signos, 26).

JELSCH, Judith. El Museo Británico poesía vikinga de amor y guerra. Londres: Museo Británico, 2013.

LACAN, Jacques. Estoy hablando con las paredes: conversaciones en la Capilla de Sainte-Anne. Traducido por Vera Ribeiro. Río de Janeiro: Zahar, 2011.

LEVITSKY, Steven; ZIBLATT, Daniel. Cómo mueren las democracias. Río de Janeiro: Zahar, 2018).

MARTINS, Cristiano Zanín; MARTINS, Valeska Teixeira Zanin; VALIM, Rafael. La guerra de leyes: una introducción. São Paulo: Contracorriente, 2019.

MBEMBE, Aquiles. crítica de la razón negra. Traducción de Marta Lance. Lisboa: Antígona, 2014.

_______. necropolítica: Biopoder, soberanía, estado de excepción, política de la muerte. Traducción de Renata Santini. Río de Janeiro: ediciones n-1, 2018.

MELO NETO, Joao Cabral de. Muerte y vida severa. En: --. serie y antes. 4. imp. Río de Janeiro: Nova Fronteira, 1997. p. 143-180.

MONTAIGNE, Michel de. Ensayos🇧🇷 São Paulo: Ed. 34, 2016.

MÜLLER, Luis. El triunfo de Thanatos: el fascismo bolsonarista como encarnación de la necropolítica La casa de cristal, 09 de noviembre 2018. Disponible en: https://acasadevidro.com/2018/11/09/o-triunfo-de-tanatos-o-fascismo-bolsonarista-como-encarnacao-da-necropolitica/. Acceso em: 21 ene. 2020.

NOGUERA, Renato. ¿Es posible la democracia?Revista de culto, n. 240, 05 de noviembre 2018. (Parcialmente disponible en https://revistacult.uol.com.br/home/democracia-e-possivel/. Consultado el: 21 de enero. 2020.)

PASCAL, Blaise. Pensées. Edición de Michel Le Guern. París: Gallimard, 2004.

PELBART, Peter Pal. El devenir-negro del mundo. Revista de culto, No. 240, 05 de noviembre 2018. (Disponible en: https://revistacult.uol.com.br/home/o-devir-negro-do-mundo/. Consultado el: 21 de enero. 2020.)

ROSA, Joao Guimaraes. gran interior: senderos. 19. ed. Río de Janeiro: Nova Fronteira, 2001. (Edición especial).

SOUZA, Jesse de. retrasar la élite. Rio de Janeiro: Estação Brasil, 2019. (Edición revisada y ampliada).

TIERRA, Pedro. Con estas manos; No mires atrás…; La sombra persiste; El motivo del poema; Regreso a la Tierra; Explotar. En: --. Poemas de la gente de la noche. 2ª ed. São Paulo: Fundación Perseu Abramo; Editorial Brasil, 2009. p. 67, 69, 90, 173-174, 175-176, 178.

TZU, Sol. el arte de la guerra. Traducción de Roger Ames. Nueva York; Toronto: Ballantine; Random House of Canada, 1993. (La primera traducción al inglés que incorpora los textos Yin-ch'üch-shan recientemente descubiertos).

VIOLÍ, Pablo. Tiranosaurio Bronx; Cuatro poemas. En: --. Poemas seleccionados: 1970-2007. Editado por Charles North y Tony Towle. Berkeley, CA: Rebel Arts, 2014. pág. 27, 28.

VIRILIO, Pablo. Crítica de L'espace. París: Christian Bourgois, 1984.

_______. La inercia polar: este. París: Christian Bourgois, 2002.

ZUHAYR. ZUHAYR, hijo del padre de Sulma. En: poemas suspendidos: Al-Muallaqat. Traducción de Alberto Mussa. Río de Janeiro: Registro, 2006. p. 139-154.


Notas

[1] [Advertencia:] Ensayo exclusivamente de divulgación, los aportes teórico-estratégicos y pragmáticos que en él se recogen cumplen, en rigor, con fidelidad al subtítulo originalmente previsto (y luego sustituido por un apartado menos específico), a saber: carácter distintivo no dicotómico, philia estrategia ampliada y patetismo glocal negentrópico en tiempos de reescalado micropolítico de la cultura. Estas expresiones conceptuales se aclaran y articulan a lo largo del argumento.
La naturaleza y propósito del texto, escrito y titulado antes del primer caso de contaminación por COVID-19 en China, inspiró al autor a suspender el cumplimiento de los procedimientos académicos regulares en favor de la aclaración ampliada, dirigida a públicos variados. Por ello, la argumentación se planteó de forma que se prescindiera, en lo posible, de los adornos técnicos que normalmente se basan en la metodología de la cita seriada. Este recurso gravitó principalmente hacia la fijación de epígrafes inspiradores y borrones de texto. Asimismo, las notas a pie de página se han reducido al número necesario.
La presentación cercana y sistemática del ensayo se presta a los hábitos lingüísticos inquebrantables de la autoría. Los lectores notarán muchos pasajes sellados con tinta timbrada: sólo pretenden equiparar, como un simbolismo evidente, pero con una adecuada intención de señalización, a la gravedad histórico-social de la statu quo brasileño actual; y, además, sirven, contrariamente al panfletismo, para demarcar la cualidad de un bando: más que proponer, el texto está comprometido –en combate, por así decir–, concebido y escrito con alegría del alma, convencido por los valores profesados. y por el objetivo trazado. Por circunstancias que la historia se encarga de simetrizar, el ensayo evoca y cumple lo que Pierre Bourdieu, rompiendo con el paradigma weberiano del divorcio analítico entre ciencia y política, establecía, en el año 2000, en el Prefacio a petardeos (p. 7), uno de sus escritos políticamente más comprometidos y notablemente actualizados: “[…] quienes tienen la oportunidad de dedicar su vida al estudio del mundo social no pueden permanecer neutrales e indiferentes, distanciados del luchas cuyo resultado será el futuro de este mundo”.
Aunque no estrictamente académico, el texto evidentemente moviliza saberes científicos y literarios al servicio de la divulgación en lenguaje libre, pues es prácticamente imposible abordar el tema, en el suelo mismo de la tierra, sin manos sobrias sobre la contraespada de protección, ojos en la resistencia activa y un pie en la calle. Más que todos, y antes que ellos, los poetas conocen el diseño. Con variaciones de forma y color, sus versos, porque en la sangre, la exudan, sin importar el capullo de pertenencia:

Entre mi dedo y mi pulgar
El corral rechoncho descansa; cómodo como un arma.
Seamus Heaney (2014, pág. 1)

Y para los que aún tengan dudas sobre si en la historia de la cultura la poesía, siempre vista como mansa, lucha, escuchemos el dramático testimonio de quienes sufrieron, a la intemperie, sus propios versos:

La poesía no marca el tiempo.
[...]
La encontré en un día lluvioso,
durante el combate.
Trae un viento de libertad en tu boca
y la ametralladora en sus manos.
Pedro Tierra (2000, p. 173)

Que, desde un punto de vista estrictamente metodológico, el texto parezca menos científico se explica por sí mismo (y por lo tanto también se justifica) en y por la convicción de que la mejor respuesta a todas las formas de brutalidad social debe provenir no solo de y a través de la calle ( y, hoy, en ya través de la red), pero también a través del arte de todos los géneros, en todos los soportes, especialmente bajo el asiduo fomento de las estrategias lingüísticas y los servicios éticos de la razón de contradicto. La estructura formal del texto, evocadora de la composición de una obra de teatro, hace eco, uno quisiera creerlo, de este principio, tanto más cuanto en la compañía fundamental y puntuada de los poetas.
No mais, o ensaio foi concebido, exclusivamente, para defender o que sobrou da democracia no Brasil, engrossar as fileiras da reinvenção dos valores democráticos e adensar fundamentos para amalgamar as forças de esquerda e progressistas em torno dessas tarefas, como contribuição ao combate ao neofascismo en Brasil.

[ 2 ] El tema se aborda en los bloques temáticos IIIb y VI, a continuación.

[ 3 ] Ver bloques temáticos III, IV y VIII.

[ 4 ] Las relaciones entre necropolítica, fascismo y bolsonarismo fueron, por primera vez, articuladas, de manera relativamente sistemática (aunque no definitiva), por Peter Pál Pelbart, Renato Noguera y Luiz Müller, en artículos sobre filosofía y sociología comprometidas, publicados en noviembre 2018, todavía bajo el impacto de las elecciones en ese momento. Los textos de Palbert y Noguera, “El devenir negro del mundo” y “¿Es posible la democracia?”, respectivamente, aparecieron en Revista Cult, n. 240 (noviembre de 2018); y el de Müller, "El triunfo de Tánatos", fue publicado en línea (en el mismo mes). (Ver las referencias bibliográficas). Con respecto a la necropolítica, los autores se basan en los argumentos pioneros de Joseph-Achille Mbembe, en necropolíticabiopoder, soberanía, estado de excepción, política de la muerte o crítica de la razón negra, obras fundamentales para comprender el concepto y su alcance empírico, especialmente vinculado a la dimensión racial y poscolonial de la política y la cultura, con profundas repercusiones económicas en las condiciones de vida, trabajo y ocio cotidianos de las personas negras y grupos sociales económicamente desfavorecidos y estigmatizados .

La presente reflexión, inspirada en las relaciones entre el neoliberalismo, la necropolítica neofascista y el bolsonarismo, constituye un libre despliegue del horizonte entrevistado por los cuatro autores, como contribución teórica al reconocimiento de las múltiples facetas del tema, también más allá del colonialismo. racialización de la piel, en la dirección de una estructura socioestructural de necropolitización del sistema político en condiciones neoliberales. La tarea se realiza con y bajo el espíritu de complementariedad –hombro con hombro– subsumido en el objetivo aquí propuesto, de combinación programática y progresista de la izquierda, como se describe a continuación.

[ 5 ] La complejidad de la lógica social lawfare, capturado en el presente estudio como macroevento sociomediático de acoso, arrastra una vasta bibliografía interdisciplinaria, aún poco conocida en Brasil. En él, el concepto, originalmente ligado a la movilización de la legislación vigente como instrumento de guerra, aparece también relacionado con la aplicación de técnicas psicológicas y de comunicación sobre la opinión pública y poblaciones enteras, para el cumplimiento de diferentes objetivos (políticos, geopolíticos, religiosos , comerciales, etc.), a escala nacional y mundial. Corte Tout – para privilegiar una importante sección brasileña de esta bibliografía, compatible con una exposición integral bajo el prisma crítico del Derecho –, véase Martins, Martins y Valim (2019).

[ 6 ] El pasaje evoca la obra sociológica fundamental de Jessé de Souza – para la renovada comprensión de Brasil –, especialmente retrasar la élite (2019).

[ 7 ] Frase recogida por Pascal en Pruebas, de Montaigne (Libro I, Capítulo XIV).

versión francesa, en Pensées (p. 518), fijado por Michel Le Guern: Nation farouche, qui ne Pensait pas que la vie sans les armes fût la vie. Traducción de Sergio Milliet al portugués: nación feroz que no creía poder vivir sin luchar” (apud Montaigne, 2016, p. 98). Versión alternativa, cercana a la francesa: “nación feroz, que no creía que la vida sin armas fuera vida”.

[ 8 ] La referencia es de Roger Ames, traductor de la primera edición norteamericana de el arte de la guerra (op. cit., p. 10) basado en la nueva versión del texto de Sun Tzu descubierto en excavaciones arqueológicas en Yin-ch'üeh-shan, provincia de Shantung, en 1972. El hallazgo incluía exposiciones ampliadas de los trece capítulos tradicionales del trabajo y otros cinco, hasta ahora perdidos.

[ 9 ] Bajo el concepto de “populismo criminal”, Luis Nassif reconoció, de manera sucinta, brillante y completa, este rasgo amenazante (ya no tan sutil) del Poder Judicial brasileño (incluido el Ministerio Público Federal). En un video en YouTube, titulado “El siglo del Poder Judicial, la mayor amenaza para la democracia”, el analista político enumera ejemplos recientes, en Brasil y en el mundo (encontrados en Japón, Estados Unidos, Canadá, Portugal y Perú), en el que el Poder Judicial, siguiendo al Estado de Derecho bajo la necesaria presunción de la defensa de los valores y garantías civilizatorias, juega una copiosa política de compliance bajo una serie de megaconveniencias societarias y denunciantes, en cuyo cumplimiento se termina perjudicando a la Carta Magna al otorgar funciones de investigación y obstaculizar el establecimiento del debido proceso legal guiado por el precepto de la contradicción plena, dado en el sentido amplio derecho a la defensa; y, de esta forma, cierra todo el ciclo del servicio ejecutivo con persecuciones políticas sancionadas por sus propias decisiones superiores, apoya detenciones arbitrarias y espectaculares como si fuera la suprema instancia correctiva de la sociedad y, finalmente, se impone como la loci de referencia para la sentencia de eventuales recursos. El vídeo está disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=0grwaf6x7Go.

[ 10 ] Había un guión en esta palabra (aquí elidido), porque la traducción del poema se fijó en 2000, antes de que entrara en vigor el Nuevo Acuerdo Ortográfico de la Lengua Portuguesa.

[ 11 ] muro: paranomasia del psicoanalista francés por aglutinación de palabras nativas mur e espejo (espejo), según la traductora de la obra, Vera Ribeiro.

[ 12 ] Los extractos enumerados en la secuencia (excepto la nota 13, a continuación) articulan los significados de cinco de los poemas del autor, citados en la bibliografía.

[ 13 ] Extracto de la dedicatoria de José Arthur Giannotti a trabajo y reflexion (São Paulo: Brasiliense, 2ª ed., 1984).

Ver todos los artículos de

10 LO MÁS LEÍDO EN LOS ÚLTIMOS 7 DÍAS

Crónica de Machado de Assis sobre Tiradentes
Por FILIPE DE FREITAS GONÇALVES: Un análisis al estilo Machado de la elevación de los nombres y la significación republicana
Umberto Eco – la biblioteca del mundo
Por CARLOS EDUARDO ARAÚJO: Consideraciones sobre la película dirigida por Davide Ferrario.
Dialéctica y valor en Marx y los clásicos del marxismo
Por JADIR ANTUNES: Presentación del libro recientemente publicado por Zaira Vieira
Ecología marxista en China
Por CHEN YIWEN: De la ecología de Karl Marx a la teoría de la ecocivilización socialista
Cultura y filosofía de la praxis
Por EDUARDO GRANJA COUTINHO: Prólogo del organizador de la colección recientemente lanzada
El complejo Arcadia de la literatura brasileña
Por LUIS EUSTÁQUIO SOARES: Introducción del autor al libro recientemente publicado
Papa Francisco – contra la idolatría del capital
Por MICHAEL LÖWY: Las próximas semanas decidirán si Jorge Bergoglio fue sólo un paréntesis o si abrió un nuevo capítulo en la larga historia del catolicismo.
Kafka – cuentos de hadas para mentes dialécticas
Por ZÓIA MÜNCHOW: Consideraciones sobre la obra, dirigida por Fabiana Serroni – actualmente en exhibición en São Paulo
La debilidad de Dios
Por MARILIA PACHECO FIORILLO: Se retiró del mundo, angustiado por la degradación de su Creación. Sólo la acción humana puede recuperarlo.
Jorge Mario Bergoglio (1936-2025)
Por TALES AB´SÁBER: Breves consideraciones sobre el recientemente fallecido Papa Francisco
Ver todos los artículos de

BUSQUEDA

Buscar

Temas

NUEVAS PUBLICACIONES

¡UNETE A NOSOTROS!

¡Sea uno de nuestros seguidores que mantienen vivo este sitio!