por MÚLTIPLES AUTORES*
Manifiesto firmado por líderes políticos del continente
estimados,
Alberto Fernández, Luis Arce, Luiz Inácio Lula da Silva, Guillermo Lasso, Gabriel Boric, Gustavo Petro, Irfaan Ali, Mario Abdo Benítez, Pedro Castillo, Luis Lacalle Pou, Chan Santokhi, Nicolás Maduro.
Somos un grupo de expresidentes, cancilleres, ministros, parlamentarios e intelectuales sudamericanos que buscamos contribuir a los desafíos del presente. Nos alienta la necesidad de dejar atrás una historia de sueños rotos, promesas rotas y oportunidades perdidas. Una pandemia que azota al mundo desde hace casi tres años, la guerra de Rusia con Ucrania y la profundización de la disputa entre China y Estados Unidos han creado un nuevo escenario internacional.
La globalización tal como se ha organizado hasta el día de hoy está en duda. También lo son las viejas formas asimétricas de integración entre países centrales y periféricos. El nuevo mundo emergente conlleva amenazas, pero también oportunidades que no se pueden volver a desperdiciar. Una crisis climática que no deja de empeorar y una anomalía respecto al respeto del derecho internacional genera una especie de caos global en el que crece incluso el riesgo de una tragedia provocada por las armas nucleares. Se requiere una intervención urgente de los organismos multilaterales que hoy lamentablemente se encuentran debilitados y muchas veces impotentes.
La hegemonía norteamericana se ve desafiada por el surgimiento de China, una nación milenaria gobernada de manera centralizada. Por su parte, la Unión Europea busca defender su modelo de cohesión social y abrir, sin haberlo logrado por el momento, espacios que le permitan conquistar su autonomía estratégica. Al mismo tiempo, el llamado Sur Global, con nuevas potencias emergentes, busca abrir espacio e incidir en el diseño de una nueva forma de gobernanza para el planeta.
Una característica esencial del nuevo escenario es la fragmentación del espacio mundial, que tiende a reorganizarse en torno a grandes bloques regionales, en los que, al cerrarse, pueden convertirse en verdaderas fortalezas. La geopolítica tiende a desplazar la cuestión económica del centro de gravedad de las decisiones. En este nuevo contexto, nociones como salud, autonomía alimentaria y energética cobran nueva relevancia. En este mundo de bloques regionales, nuestra América Latina aparece como una región marginal e irrelevante. Es, con diferencia, la región más afectada por la crisis económica y social que siguió.
Con solo el 8% de la población mundial, América Latina registra más de la cuarta parte de las víctimas del COVID-19, vive una recesión dos veces más profunda que la economía mundial y ha visto un aumento de alrededor de 50 millones de personas que viven por debajo de la línea. de la pobreza En la región prevalecen la fragilidad de las estructuras productivas, la acentuación de la dependencia de un reducido número de productos primarios, el debilitamiento de las instituciones democráticas y la fragmentación política que impiden alzar una voz común en los asuntos globales. La reciente 'Cumbre de las Américas' mostró con crudeza la ausencia de una posición común por parte de nuestros gobernantes, al punto que el centro de la discusión lo ocuparon las exclusiones y las ausencias.
Querido presidente,
Estamos convencidos de que este panorama sombrío no es inevitable. Nuestra región puede hacer más. Poco a poco, el proceso de integración se está reactivando. La iniciativa del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, permitió reactivar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) creada en 2010, que estaba paralizada desde 2017. La Cumbre celebrada en septiembre de 2021 permitió reunirse y adoptar un importante plan de acción sobre autoabastecimiento en salud, dirigido a fortalecer la producción y distribución de medicamentos, especialmente vacunas, con el objetivo de reducir nuestra dependencia externa. Actualmente, la Presidencia Pro Tempore asumida por el Presidente de Argentina, Alberto Fernández, busca continuar con este esfuerzo, profundizando la “unidad en la diversidad” como imperativo ético para crecer con más igualdad y justicia.
La integración es ahora más necesaria que nunca. Un esfuerzo significativo en esa dirección alimentaría un círculo virtuoso que fortalecería a los organismos multilaterales y contribuiría a un bien mayor que actualmente peligra: la paz. A diferencia de otras regiones, América Latina y el Caribe erradicó las guerras entre países hace mucho tiempo y puede presentarse al mundo como una Zona de Paz. También puede ser una región que contribuya a la paz, practicando una estricta política de autonomía en relación con las grandes potencias. Una América Latina integrada, no alineada y pacífica recuperará prestigio internacional y podrá superar la irrelevancia en la que nos encontramos. Entonces estaremos en mejores condiciones para enfrentar las cuatro principales amenazas que enfrenta la región: cambio climático, pandemias, desigualdades sociales y regresión autoritaria.
Los recientes procesos electorales han permitido el triunfo de gobiernos y coaliciones políticas favorables a la reactivación de la integración regional. A partir de enero de 2023, todos los principales países, sin excepción, tendrán gobiernos a favor de retomar y fortalecer los procesos de integración. Esta es una oportunidad que no se puede perder. Juntos podemos hacer que nuestra voz se escuche. Divididos, nos volvemos invisibles y no somos escuchados. Los esfuerzos de integración son viejos y sus resultados hasta ahora modestos. Las diferencias con otros esquemas, como el de la Unión Europea (UE) o la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), entre otros, son abismales. Así, por ejemplo, mientras en la UE el comercio interregional representa más del 70% del total, en América Latina, tras sucesivos descensos, en la actualidad no supera el 13%.
La noble idea de la integración se ha convertido para muchos en una tarea imposible. Décadas de frustración han erosionado el prestigio de la idea misma de integración y debilitado el campo de fuerzas sociales y políticas llamadas a sustentarla. Para avanzar, la sustancia debe triunfar sobre la retórica y los logros deben tener prioridad sobre el discurso.
La diversidad de la región latinoamericana y caribeña hace necesario entender la integración como un proceso que necesariamente adopta una geometría variable compuesta por varios planos que se expanden a distintas velocidades. Cada una de las subregiones tiene particularidades que, de no ser tenidas en cuenta, terminan por ralentizar el proceso en su conjunto. México en América del Norte, América Central, el Caribe y América del Sur tiene metas y requerimientos en común con el mundo, pero al mismo tiempo tienen sus propias especificidades.
Es evidente que una nación grande como México es una realidad muy diferente a la de América del Sur, dado que su comercio está fuertemente orientado hacia el mercado norteamericano, concentrado en productos manufacturados y con mucha menor influencia de China. La excepcionalidad de México no tiene por qué convertirse en rivalidad. Si alguna vez hubo uno, es hora de ir más allá. Profundos lazos históricos, culturales y lingüísticos nos unen a México. En el nuevo escenario internacional, organizado en torno a grandes bloques, una estrecha relación entre México, Centroamérica, el Caribe y Sudamérica representa una gran ventaja para el grupo.
América del Sur es una entidad por derecho propio con 18 millones de kilómetros cuadrados y 422 millones de habitantes, lo que representa dos tercios de la población total de América Latina. Con sus costas atlántica y pacífica, tiene un enorme potencial para los procesos de integración física y comunicación que deben implementarse con estricto respeto a altos estándares ambientales, la organización de cadenas productivas y el desarrollo de un mercado común. América del Sur también tiene un amplio espacio para la cooperación en los campos político, cultural, financiero, militar y científico-técnico.
Además, cambios políticos muy recientes, como los ocurridos en Chile, Colombia y Brasil, están generando un nuevo impulso transformador en esta subregión. El potencial de América del Sur sólo podrá materializarse en la medida en que los países que conforman la subregión creen un espacio en el que puedan reunirse, identificar proyectos comunes y desarrollar iniciativas conjuntas. Esta necesidad fue bien visualizada en su momento y llevó a la creación de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) a través del Tratado Constitutivo firmado en Brasilia en 2008, que entró en vigor en 2011.
Durante sus siete años de funcionamiento, UNASUR ha desarrollado múltiples iniciativas de interés. Se valora especialmente su labor en materia de manejo de crisis político-institucionales, y se destaca el funcionamiento del Consejo de Defensa, que ha logrado avances notables en esta delicada área.
También se ha avanzado en el campo de la salud y en el desarrollo de una amplia cartera de proyectos de infraestructura física. Sin embargo, su débil capacidad de implementación, la ausencia de una dimensión económica, comercial y productiva y el abuso del veto implícito en la regla del consenso en los procesos de toma de decisiones, incluyendo el nombramiento del secretario general, facilitaron la parálisis de UNASUR y la intento de reemplazarlo por el llamado Foro para el Progreso de América del Sur (PROSUR) en 2019.
Sin embargo, en la práctica, PROSUR no fue más que un emprendimiento improvisado y precario, con nula capacidad operativa, como lo demostró su total inoperancia durante la pandemia, momento en el que la acción concertada fue especialmente necesaria. PROSUR es ahora un todo vacío, una institución fantasma.
Por lo tanto, es urgente la reconstrucción de un espacio efectivo para la coordinación sudamericana. Tal como lo documenta el estudio detallado del Centro de Investigaciones Económicas y Políticas (CEPR), el Tratado Constitutivo de UNASUR de 2008 sigue vigente para todos los países que no lo han denunciado, y la organización continúa existiendo a nivel internacional. Al menos cinco países no denunciaron el Tratado y entre los que lo hicieron, al menos dos, Argentina y Brasil, lo hicieron de manera irregular, por lo que podían optar por dejar sin efecto sus denuncias. Además, como se muestra en el citado estudio, ninguno de los siete países que se retiraron cumplió con las disposiciones del Tratado Constitutivo relativas a la búsqueda del diálogo político (artículo 14) para la solución de controversias o al procedimiento de enmienda previsto en el artículo 25.
Sin embargo, no se trata de una reconstitución puramente nostálgica de un pasado que ya no existe. Una nueva UNASUR debe asumir la responsabilidad autocrítica de las falencias del proceso anterior.
En concreto, debe:
(i) Asegurar el pluralismo y su proyección más allá de las afinidades ideológicas y políticas de los gobiernos de turno. En este sentido, hay mucho que aprender de esquemas como el de la UE o la ASEAN, en los que coexisten países con gobiernos e incluso regímenes de tendencias políticas muy diferentes.
(ii) Sustituir la regla del consenso, que acaba teniendo un efecto paralizante, por un sistema de toma de decisiones con quórums diferenciados, según los asuntos a resolver. En particular, la elección del Secretario General no puede estar sujeta al derecho de veto de un país.
(iii) Incorporar nuevos actores para complementar los esfuerzos de los gobiernos y parlamentos. Deben incorporarse al proceso universidades, institutos tecnológicos, centros culturales, representantes gremiales, grandes, pequeñas y medianas empresas. En su ausencia, la integración pierde vitalidad y tiende a burocratizarse.
(iv) Priorizar la implementación de una agenda de temas prioritarios. Las instituciones deben construirse a partir de la agenda, garantizando su viabilidad y no al revés, como ha sido muchas veces en la tradición latinoamericana.
La agenda prioritaria debe incluir al menos lo siguiente: Un plan de autoabastecimiento en salud dirigido especialmente a la producción y compra conjunta de vacunas e insumos esenciales para la salud; acuerdos para facilitar la inmigración ordenada; un programa integrado para abordar el cambio climático en línea con los Acuerdos de París; obras prioritarias de conectividad vial, ferroviaria y energética; la recuperación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para la región y el fortalecimiento del Banco de Desarrollo de América Latina (CAF); medidas que favorezcan la cooperación entre empresas de la región, como la contratación pública conjunta y la armonización regulatoria; la construcción de un enfoque regional común a los principales desafíos globales que deben presentar al G20 los tres países latinoamericanos participantes del G20: Argentina, Brasil y México; creación de un grupo de trabajo para transitar hacia un sistema financiero comercial con miras a una futura integración monetaria, cuando las condiciones macroeconómicas lo permitan; un enfoque común de la deuda externa y el financiamiento internacional para los países de renta media que constituyen la mayoría de los países de la región; mecanismos para facilitar la colaboración en materia de seguridad y protección pública; convenios para impulsar programas de formación y aprendizaje a lo largo de la vida, especialmente para que el mundo del trabajo pueda afrontar el reto de la digitalización; políticas conjuntas para regular la acción de los grandes monopolios tecnológicos.
La reconstitución de un espacio regional sudamericano no es contradictoria con el avance de la integración latinoamericana en un sentido más amplio. Una Nueva UNASUR puede ser perfectamente funcional para la proyección de la CELAC. Además, no hay que olvidar que la antigua UNASUR fue decisiva para la creación de la CELAC. Así, la nueva UNASUR puede ser una fuerza que fortalezca a la CELAC, ya que ha sido reconstituida a partir de 2021.
A partir del principio de geometría variable, es posible identificar una división de roles por la cual la CELAC está llamada a convertirse en el espacio privilegiado para definir una posición común de la región en temas de la agenda multilateral: cambio climático, transición energética, comercio. , inversión, finanzas internacionales, derechos humanos, desarme, paz y seguridad, migración, narcotráfico y crimen organizado. Para ello, la CELAC necesita dotarse de una estructura institucional mínima y una secretaría técnica con capacidad ejecutiva.
Querido presidente,
Es en tiempos de crisis y adversidad cuando se necesita especialmente la experiencia y sabiduría de quienes gobiernan. En el escenario actual, están en riesgo las conquistas democráticas que tanto costó lograr en América Latina tras la secuencia de dictaduras que azotó la región en la década de 1970. Tenemos grandes expectativas del liderazgo que está brindando en sus países. Confiamos en su visión de hacer de nuestra América del Sur un motor de un nuevo nivel de unidad e integración latinoamericana, anclado en la solidaridad continental y en los valores permanentes de la paz y la democracia.
firma la carta
Presidentes anteriores: Michelle Bachelet, Chile; Rafael Correa, Ecuador; Eduardo Duhalde, Argentina; Ricardo Lagos, Chile; José Mujica, Uruguay;
Dilma Rousseff, Brasil; Ernesto Samper, Colombia.
Ex Cancilleres: Celso Amorim, Brasil; Rafael Bielsa, Argentina; José Miguel Insulza, Chile; Jorge Lara, Paraguay; Guillaume Long, Ecuador; Heraldo Muñoz, Chile; Rodolfo Nin, Uruguay; Aloizio Núñez, Brasil; Felipe Solá, Argentina; Jorge Taiana, Argentina; Alan Wagner, Perú
Ex Ministros: Luiz Carlos Bresser Pereira, Brasil; Manuel Canelas, Bolivia; Adriana Delpiano, Chile; José Dirceu, Brasil; Maria Do Rosario, Brasil; Daniel Filmus, Argentina; Tarso Genro, Brasil; Fernando Haddad, Brasil; Jorge Heine, Chile; Salomón Lerner, Perú; Luis Maira, Chile; Aloizio Mercadante, Brasil; Carlos Ominami, Chile; Paulo Sérgio Pinheiro, Brasil; Mariana Prado, Bolivia.
Parlamentarios (ex y actuales): José Octavio Bordón, Argentina; Iván Cepeda, Senador, Colombia; Flavio Dino, Senador electo Brasil; Guilherme Boulos, Diputado electo, Brasil; Marco Enríquez-Ominami, ex diputado, Chile; Gloria Florez Schneider, Senadora, Colombia; Jaime Gazmuri, ex Senador, Chile; Vilma Ibarra, exsenadora, Argentina; Esperanza Martínez, Senadora, Paraguay; Veronika Mendoza, ex diputada, Perú; Constanza Moreira, exsenadora, Uruguay; María José Pizarro, Senadora, Colombia; David Racero, Presidente Cámara, Colombia; Mónica Xavier, exsenadora, Uruguay.
Docentes: Humberto Campodónico, Perú; Evandro Menezes, Brasil; Javier Miranda, Uruguay; Juan Gabriel Tokatlian, Argentina; Vicente Trevas, Brasil.
Directores de organismos internacionales: Paulo Abrão, Brasil, ex Secretario Ejecutivo de la CIDH; Carlos Fortín, Chile, ex Secretario General Adjunto de la UNCTAD; Enrique García Rodríguez, expresidente de CAF; Enrique Iglesias, expresidente del BID, exsecretario ejecutivo de la CEPAL y la SEGIB; Marta Mauras, Chile, ex directora regional de UNICEF para América Latina y el Caribe; Juan Somavía, Chile, ex Director General de la OIT.
O el sitio la tierra es redonda existe gracias a nuestros lectores y seguidores. Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
Haga clic aquí para ver cómo