carta a hijo

Imagen: Estudio Nada por delante
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por JOÃO PAULO AYUB FONSECA*

Siento decirte que en esta imagen los dos estamos clavados como piedra, porque ella también se reserva de antemano su papel de hijo.

“Cuando comencé a hacer algo que no te gustaba y me amenazabas con fracasar, entonces el respeto por tu opinión era tan grande que con ella el fracaso era inevitable” (Franz Kafka).

En este día en que todos rinden homenaje a personas como yo, tu padre, quisiera que esta carta te llegara a ti, hijo mío. A través de ella quiero contarles la historia de un gran fracaso. Sí, hijo, la paternidad se ha convertido para mí en un lugar privilegiado donde me veo fallando todos los días. Sé que no es fácil de entender, pero sin ese paso cojo, esa colección de gestos y palabras vacilantes, aturdidas, incompletas, a veces absurdas, en el camino que hacemos juntos, no habría amor.

Todo comenzó cuando llegaste a casa y encajaste perfectamente en mis brazos. En ese momento, no sé si imaginé que estaba frente a una experiencia inmensa y radical: contigo nacimos juntos, padre e hijo. Extrañamente, este nacimiento es un proceso ininterrumpido que me atraviesa todos los días, todos los días lo mismo, mientras tú creces y ahora puedes caminar por tu cuenta… Sin embargo, solo se sostiene a condición de que algo en mí necesite morir, o mejor dicho, fracasar.

El nacimiento, la condición del amor, la experiencia radical, el fracaso... todo eso tan difícil de nombrar, y en torno al cual doy tantas vueltas en busca de la palabra justa, se trata de una lucha interna, permanente, casi silenciosa, pero que a menudo provoca un ruido ensordecedor. Nuestro encuentro, inesperado e intenso, contrasta diariamente con la imagen acabada de un padre que habitaba en mí incluso antes de que nacieras tú.

Siento decirte que en esta imagen los dos estamos clavados como piedra, porque ella también se reserva de antemano su papel de hijo. Un papel que cristaliza una forma de ser y, por tanto, se empeña en conservar estructuras arcaicas idealizadas e inconscientes. Como rasgo constitutivo, estamos anclados y estacionados sobre aguas profundas.

La fórmula lista de la paternidad tiene su origen tanto en una ascendencia infinita, inmemorial, como en modelos psicológicos, pedagógicos y/o políticos de última hora. Como un fantasma real, muchas veces funciona como un órgano obsoleto y sin función en nuestro cuerpo, a la espera del momento oportuno en el que el dolor irrumpe y carga su expulsión.

Al escribir esta “Carta al Hijo”, nunca me sale de la cabeza otra carta, dirigida al padre, la “Carta al Padre”, de Franz Kafka. En él, la voz apagada del hijo testimonia su propio aplastamiento bajo el peso asfixiante del padre. Se da cuenta de que no es rival para su padre, un hombre que encarna la fuerza brutal y la solidez en un solo vaso. Al reconocer su fracaso (fracaso que resuena en cada detalle de su vida profesional, literaria, amorosa, etc.), Kafka confirma el éxito de esta paternidad ancestral que es también figura privilegiada del poder y la autoridad.

El texto de Kafka es una historia triste en la que es el hijo el que fracasa. Una historia ejemplar capaz de mostrarnos aún hoy que el fermento del amor y sus propias condiciones de existencia sólo son posibles en las fisuras, vacíos y espacios ubicados en los intersticios de las estructuras de poder. En el centro de la relación entre padre e hijo, las relaciones de poder deben expirar.

Mi incapacidad para mantener y hacer cumplir una imagen preestablecida de nosotros dos es nuestra única garantía de un encuentro real. Si el amor se alimenta de imágenes que se proyectan entre quienes se aman, también necesita un vaciamiento, un lienzo en blanco del que pueda emerger y tener lugar la expresión desconocida de la alteridad.

Otra manera de hablar de mi manera de fallar, que tú me enseñas a practicar todos los días, no sin sorpresas y dificultades, es tratar de delimitar el sentido de esta apertura a un ser desconocido en el espacio mismo de mi intimidad. Un ser que se anuncia donde cualquier expectativa caduca, o debe caduca, para que en este juego de miradas cruzadas puedas labrarte un verdadero lugar en el mundo.

En el día del padre, me gustaría tener un espacio completamente reservado para ti. Una reserva sin imposición, hospitalidad absoluta donde vivir y expresarse sin ningún tipo de restricción. Entre tus palabras también espero escucharme a mí mismo y encontrar algunos rasgos capaces de decir quién soy.

Hijo, gracias por invitarme a ser otro que yo mismo, aunque casi siempre llego tarde a este delicado encuentro entre los dos. La historia de fracaso que trato de contarte hoy es una versión preciosa del amor que aprendo de ti todos los días.

*Joao Paulo Ayub Fonseca, psicoanalista, es doctor en ciencias sociales por la Unicamp. Autor, entre otros libros, de Introducción a la analítica del poder de Michel Foucault (intermedio).


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