por PAULO SERGIO DUARTE*
Comentar dos instalaciones del artista
“Una multitud anónima aterroriza una de las paredes de la galería Vermelho, en São Paulo. En los 226 (en realidad son 256) collages de Carmela Gross, cortes irregulares y toscos forman ojos y bocas en manchas oscuras, que se convierten en rostros casi carbonizados, en permanente agonía”.
Carmela Gross, CABEÇAS, Galería Vermelho, São Paulo, 2021.
Este es el párrafo que abre el artículo de Carolina Moraes, en la primera página de Ilustrada – Folha de São Paulo, 17 de septiembre de 2021. Es raro que un artículo periodístico logre una síntesis magistral de una obra de arte en dos frases. Sabemos que el mundo en que vivimos, Brasil, en particular, lleva a los artistas a dejarse dominar por la política. Aquí es donde se distinguen los artistas mayores de los menores. Cuando lo poético se somete a lo político, el arte retrocede, se rebaja y esto ha sucedido con frecuencia, no solo aquí, sino en el mundo.
Con el arte dominado, el panfleto y la vulgata se adueñan del territorio de la obra con resultados anémicos que se confundirán con lo que pretenden oponer: el mensaje publicitario vulgarizado por el capitalismo tardío y acelerado en las pequeñas pantallas portátiles de celulares y tabletas que malabarear de manera finamente programada el consumo visual de jóvenes de las más diversas clases sociales. En las obras de arte es necesario exigir la reflexión poética frente a la comunicación inmediata propia de la publicidad: estas obras tienen que ser pensadas poéticamente para aumentar la fuerza de sus programas. Si no es así, lo que queda es basura panfletaria para tirar después de las manifestaciones o, a lo sumo, convertirse en Elegante terrorista – versiones actuales de chic radical de la década de 1970 – en las paredes de galerías e institutos de arte que practican la precaria estetización de la violencia.
Grandes artistas -como Carmela Gross- logran lo contrario, el arte resiste, no por el tema con el que interactúa, sino porque el lenguaje inventado eleva a la máxima potencia lo que lo diferencia de las imágenes banalizadas que saturan la cotidianidad en este mundo bipartito entre lo real y lo virtual.
Carmela Gross, CABEÇAS, Galería Vermelho, São Paulo, 2021.
Cabezas hay 256 “retratos”, que varían alrededor de 40 x 30 cm cada uno, formando la multitud de 300 x 1700 cm. Cada cara fue hecha con papel japonés pintado de negro, rasgado a mano y pegado sobre un fondo blanco. Es una multitud donde cada rostro es individualizado, único, todo negro, ninguno igual, cada uno expresando horror. Es un expresionismo reactivado en la contemporaneidad, muy difícil de encontrar incluso en los mejores museos. Retrato a retrato, la tristeza de los grabados de Goeldi se transforma en horror. Carmela logró multiplicar 256 veces El grito (1893), de Munch, en respuesta a la tragedia de nuestros días.
Carmela Gross, FONTE LUMINOSA, Galería Vermelho, São Paulo, 2021.
En la misma galería, había otra obra del artista: fuente de luz, 420 x 350 cm. Es una obra en neón y acero pintado de negro, formidable por la fuerza con la que contrasta la estructura geométrica negra que sostiene los neones y la libertad informal de los hilos rojos luminosos. El soporte es el protagonista, tanto como las luces de neón. Esta no es una lucha fácil, es parte de la historia del arte y de nuestra historia del arte. Lo informal y lo constructivo estuvieron peleados a lo largo de la década de 1950, no sólo en Brasil. Basta con mirar a Francia. Carmela logra una solución importante al imponer la luz informal de los neones rojos sobre el elemento geométrico constructivista, construyendo la paradoja histórica ante nuestros ojos de manera poética. Más que eso: transforma en interacción dialéctica -estéticamente productiva y solidaria- los dos vectores históricos opuestos transportados al lenguaje contemporáneo.
Carmela Gross, BOCA DEL INFIERNO, 34ª Bienal de São Paulo, 2021.
Boca del infierno fue presentado en la 34ª Bienal de São Paulo. Pronto impresionó por su monumentalidad: 6 metros de alto por 30 metros de ancho; en centímetros (según reglas de medidas museológicas) 600 x 3.000 cm. Hay 160 monotipos que van desde 60 x 46 cm hasta 121 x 81 cm. Estos monotipos fueron realizados en 2019, en el Ateliê de Gravura de la Fundación Iberê Camargo, en Porto Alegre. Evocan erupciones volcánicas, presentadas en negativo: llamas y lavas se muestran en negro.
Carmela Gross, BOCA DEL INFIERNO, 34ª Bienal de São Paulo, 2021.
Pero esto no es a lo que se enfrenta el espectador. Esta es información que obtuve del artista. La enorme pared presenta puntos negros de varias formas. El título Boca del infierno sugiere el origen de las imágenes; sólo sugiere, no define. Algunos de los spots se distribuyen hasta en cuatro soportes. En una época dominada por la tristeza, las manchas negras evocan el luto más que las erupciones volcánicas, responsables de las transformaciones geológicas.
Carmela Gross, BARRIL, A CARGO y HAM, 34ª Bienal de São Paulo, 2021. © Levi Fanan / Fundação Bienal de São Paulo.
Todavía en esa misma edición de la Bienal de São Paulo, podemos ver Presunto, de 1969, realizada en lona rellena, hoy, de poliestireno (en su primera presentación era paja de madera recubierta de lona), 50 x 300 x 180 cm. La obra tiene 51 años, pero ¿no se pudo haber hecho ayer? La fuerza de su contemporaneidad es evidente. Ahí radica un aspecto de la obra de Carmela Gross que podemos observar en otro importante artista contemporáneo: José Resende.
En definitiva, se trata de no poder detectar fases, que serán sustituidas por otras a lo largo del desarrollo de la obra. Apreciamos momentos con una identidad marcada por investigaciones del diálogo entre el lenguaje y los materiales con los que está tratando. Esto tiene importantes consecuencias para la formación de nuestro conocimiento artístico. Podemos apreciar la contemporaneidad como un momento histórico -fenómeno/percepción/elevación- que raros artistas son capaces de presentar dentro de su propia obra. No importa si fueron hechos hace cincuenta años o ayer, todos pertenecen al hoy-presente.
*Paulo Sergio Duarte. es crítico, curador y profesor de historia del arte en la Universidad Candido Mendes. Autor, entre otros libros, de El rastro de la trama y otros textos sobre arte (Funarte).