Carlos Marighella: la llama que no se apaga

Carlos Zilio, FRAGMENTOS 1 ANO CARCEL, 1971, rotulador sobre papel, 47x32,5
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por FERNANDES FLORESTAN*

La “legalidad”, en el sentido de una sociedad civil civilizada, es una ficción

El 4 de noviembre de 1969 pasó a la historia gracias a una hazaña policial-militar que culminó con la muerte de Carlos Marighella. Se cumplen entonces quince años de la muerte del principal dirigente de la Acción Libertadora Nacional (ALN), figura política que se había dado a conocer como militante del Partido Comunista Brasileño (PCB), su máximo dirigente y también su diputado en el Congreso que redactó la Constitución de 1946. Fue perseguido como el juego más codiciado y condenado a la muerte cívica, a la eliminación de la memoria colectiva.

Recién en diciembre de 1979, cuando sus restos fueron trasladados a Salvador, su ciudad natal, Jorge Amado proclamó el fin de la interdicción expiatoria: “Me retiro de la maldición y del silencio y aquí inscribo su nombre de bahiano: Carlos Marighella”. El año pasado, quitamos otra parte de la interdicción, en una ceremonia pública de recuperación cívica y homenaje que “lavó el alma” de socialistas y comunistas en São Paulo.

Un Hombre no desaparece con su muerte. Por el contrario, puede crecer tras él, crecer con él y revelar su verdadera estatua desde la distancia. Esto es lo que sucede con Marighella. Murió consagrado por un coraje indomable y un ardor revolucionario. Los verdugos trabajaron contra sí mismos; al martirizarlo, forjaron el pedestal de una gloria eterna. Ahora, este hombre vuelve a la actualidad histórica. No redimió a los oprimidos ni legó un nuevo partido. Pero atravesó las contradicciones que doblegaron a un partido que debió enfrentar la dictadura de manera revolucionaria, pase lo que pase. Así, desenmascaró la realidad de los partidos proletarios en América Latina.

En una situación histórica de dos caras (como me gusta describirla), la contrarrevolución y la revolución están tan unidas que son dos caras de la misma moneda. Superficialmente, parece que la lucha de clases opera en un solo sentido: hacia y a favor de los dueños del capital y el poder. Sin embargo, bajo tierra (en la “infraestructura de la sociedad” o en el “medio social interno”) hay varios fuegos, y el surgimiento de alternativas históricas puede depender de “un puñado de hombres valientes” o de partidos organizados y preparados para la revolución. .

En varios países latinoamericanos, incluido Brasil, la burguesía, a pesar de su dependencia económica, cultural y política, está incrustada en las estructuras de poder nacional y las controla con puño de hierro. Las dictaduras, “tradicionales” o “modernas”, marcan cambios repentinos, a veces efímeros, de una guerra civil latente a una guerra civil abierta. Ningún partido de los oprimidos puede pretender ser revolucionario, en la línea socialista o comunista, si no está preparado para enfrentar tenaz y ferozmente estas oscilaciones. La “legalidad”, en el sentido de una sociedad civil civilizada, es una ficción.

El gran valor de Carlos Marighella -como el de otros que enfrentaron con coraje y tenacidad esas contradicciones, con la “crisis interna del partido”- radica en que comprendió objetivamente y expuso sin vacilaciones lo que le enseñó la experiencia. En el diagnóstico, en ocasiones estuvo atrapado por terminologías y concepciones equivocadas que pretendía afinar y superar mediante una práctica revolucionaria consecuente con el marxismo-leninismo y con las exigencias de la coyuntura histórica. Finalmente, terminó victimizado por la vulnerabilidad central: la inexistencia del partido que pudiera abrir nuevos caminos en la transformación revolucionaria de la sociedad.

Un partido de este tipo no nace de la noche a la mañana. Requiere una construcción larga y difícil. Marighella se enamoró de las artimañas que había señalado, tratando de derrotar al enemigo donde era imposible escapar de su "asedio militar estratégico". No llegó al fondo del análisis de la revolución cubana, ignorando cuánto una situación histórica revolucionaria había simplificado los caminos de esa revolución. La “vía militar” revolucionaria, sin embargo, resultaría frágil bajo el capitalismo dependiente más diferenciado ya veces avanzado en América del Sur, especialmente después de la victoria del Ejército Rebelde en Cuba.

Las fallas y errores de Carlos Marighella se debieron a factores incontrolables e insuperables. Fue tan lejos como lo requería su deber, sin medios para hacer posible la misión necesaria. La revolución proletaria no es un “objetivo” del partido revolucionario. Es, al mismo tiempo, su razón de ser, su puntal y su producto, pero de tal manera que, cuando surge el partido revolucionario, es coordinador, concentrador y dinamizador de las explosivas fuerzas sociales existentes. Como señaló Karl Marx, “La humanidad solo se propone problemas que puede resolver, porque, profundizando en el análisis, siempre se verá que el problema en sí solo se presenta cuando existen o están presentes en el proceso las condiciones materiales para resolverlo. de existir".

Lo que califica y distingue las posiciones asumidas por Carlos Marighella es la intención de romper con una línea adaptativa, que apartó al Partido Comunista del polo proletario de la lucha de clases, convirtiéndolo en la “cola” y la izquierda permanentes de la burguesía. Su marxismo-leninismo estuvo mucho más cerca de la intención que de la consecuente elaboración teórica y práctica. Esto no le impidió encontrar, a través de la prioridad política y la acumulación de una vasta experiencia negativa concreta, una versión objetiva de las sinuosidades del comunismo adaptativo y tolerante que el marxismo académico descubrió demasiado tarde o, entonces, nunca quiso desenmascarar.

En el momento mismo en que volvemos a ser conducidos a los errores del pasado, parece indispensable volver sobre sus críticas y las razones de sus rupturas (aunque es impensable reabsorber el conjunto de soluciones teóricas y prácticas que inspiró y difundió). ). En tres puntos, al menos, es indispensable tomarlo como referencia para una depuración marxista de nuestros partidos revolucionarios.

El primer punto tiene que ver con los vínculos directos entre la teoría y los hechos concretos y la realidad, a través de la experiencia crítica y la acción crítica. Esta orientación es básica para la elaboración de un comunismo. hecho en América Latina, construida por nosotros, aunque con raíces marxistas y leninistas. Coloca en un segundo plano al intelectual “teórico”, eurocéntrico, y rechaza las “soluciones importadas”, que imponían los modelos invariables de algún monolitismo soviético, chino, etc.

El segundo punto es el más decisivo, ya que cuestiona qué partido revolucionario debe surgir de las condiciones económicas, sociales y políticas de los países latinoamericanos (y de Brasil en particular). Una sociedad civil que repele la civilización para todos y un Estado que concentra la violencia en la cúspide para aplicarla de manera ultraopresiva y ultraegoísta implican una específica barbarie exasperada. Un partido así siempre tendrá que ser una especie de iceberg, por fiable y duradera que pueda parecer su “legalidad”. Esto te permitirá interactuar dialécticamente en los dos niveles de la transformación revolucionaria de la sociedad: el burgués, dentro del orden, y el proletario y campesino, contra el orden.

El tercer punto se refiere a la alianza con la burguesía, que nunca debió alcanzar la densidad y permanencia que tuvo. Un partido comunista dócil a la burguesía nunca será proletario ni revolucionario y tendrá, como destino inexorable, pervertir la alianza política. “El secreto de la victoria es el pueblo”. El eje gravitatorio de las alianzas es, por tanto, la solidaridad entre los oprimidos; en sus luchas antiimperialistas, nacionalistas y democráticas, así como en sus intentos de domar la supremacía burguesa, conquistar el poder o implementar el socialismo.

En definitiva, Carlos Marighella era un soñador con los pies en la tierra y la cabeza bien puesta. Todavía desafía a sus perseguidores y merece que sus compañeros de camino (y el ex partido) tomen seriamente en cuenta su intento de resolver teórica y prácticamente el enigma del movimiento comunista en Brasil.

*Florestán Fernández (1920-1985) fue profesor emérito del Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la USP. Autor, entre otros libros, de La revolución burguesa en Brasil (Contracorriente).

Publicado originalmente en el diario Folha de S. Pablo el 12 de noviembre de 1984.

 

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