capitalismo libidinal

Jo Spence, Revuelta de la libido Parte I y Parte II, 1989
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por AMADOR FERNÁNDEZ-SAVATER

Prólogo del autor al libro recientemente publicado.

En este libro se ensayan varios ejercicios de “economía libidinal”. ¿Que significa eso?

En primer lugar, una suerte de fenómenos de escucha, de acogida, que llaman la atención no sólo sobre discursos o identidades, cálculos o intereses, sino también sobre posiciones de deseo y fluctuaciones de humor, deseos y desganas, así como estados del alma.

Jean-François Lyotard, en su libro titulado economía libidinal, nos enseña la distinción entre signos e intensidades: lo que se dice y lo que sucede, el nivel de información y el nivel de fuerzas. Nuestro oído, hipersemiotizado, registra (¡y créanme!) la retórica, las declaraciones, las gesticulación, pero pasa por alto las operaciones, las acciones y los movimientos que se deslizan “debajo”.

Es un oído incauto, que fetichiza los signos, que cree en lo que se dice y se muestra, que toma las cosas al pie de la letra. Pero no basta con hablar de algo (revolución, comunidad, cuidados) para que exista. Y viceversa: hay existencias imperceptibles, sin nombre, sin término de referencia, sin etiqueta.

En segundo lugar, una determinada idea o imagen sobre cómo funciona el capital. Si la economía política lo describe como regido por leyes e intereses, a menudo contradictorios, en conflicto y en crisis permanente, si la geopolítica lo analiza como un sistema de relaciones de poder, la economía libidinal lo muestra como un cuerpo asaltado por pulsiones, una superficie atravesada por intensidades, un sistema nervioso, emocional y afectivo, que padece patologías.

El capitalismo libidinal es un monstruo, un centauro específicamente, dividido entre un impulso de autoconservación, estabilización, normalización y un impulso demencial de conquista, pillaje y saqueo. Un régimen dual, promesa y veneno, productividad y destrucción, bienestar y guerra, que atraviesa cada institución y cada dispositivo, cada objeto de consumo y cada uno de nosotros.

Nuestra apuesta aquí es la siguiente: el mundo se mueve esencialmente en la medida en que cada uno de nosotros es movido (y movido) por los afectos. La “sordera libidinal” nos impide comprender de dónde saca sus energías el capital, o los nuevos derechos que hoy le sirven tan bien, cómo opera, en primer lugar, dentro de nosotros mismos, y qué se le resiste o se le escapa.

Hablando con un Escorpio

“Los límites del planeta imponen la necesidad de cambio”, “otro mundo no sólo es posible, sino también necesario”. Me pregunto qué idea tienen quienes hablan así de lo humano, del cambio como una necesidad, un deber, una cuestión de razones y argumentos.

¿Nunca has oído la fábula del escorpión y la rana? La rana es la buena conciencia progresista, llena de razones convincentes, pero siempre perpleja cuando el alacrán la pica en medio del río. Cuando, por ejemplo, contra toda lógica, la extrema derecha gana unas elecciones apoyadas en el voto de las clases populares.

Los seres humanos somos los únicos animales que se autodestruyen y que disfrutan haciéndolo, son los únicos capaces de destruir su entorno, sus condiciones de vida, su propio ecosistema. Es un animal “loco”, afirmó Cornelius Castoriadis, en el sentido de que no está programado para obedecer o amoldarse a un fin biológico o funcional, sino que, por el contrario, es un giro, un desvío de los planes, una confusión, un obstaculo. Para bien o para mal, un fallo en la lógica del universo.

¿Cómo se habla con un Escorpio? No presta atención a razones, pedagogías, morales o incluso intereses, incluido el suyo propio.

La creencia en una especie de “objetividad salvadora” (política, tecnológica, estatal), capaz de realizar el cambio necesario en nuestro nombre pero sin nosotros, ya ha encontrado su refutación en el fracaso de las revoluciones comunistas del siglo XX. Pero las ilusiones tienen la piel dura. Los límites objetivos del marxismo ortodoxo hoy dan paso a los límites físicos del planeta afirmados por los ecologistas. Sin embargo, todavía hay una búsqueda de algún tipo de automatismo revolucionario, una lógica abrumadora, una necesidad objetiva en torno a la cual se puedan crear la moral y la pedagogía. Ayer la catástrofe económica, hoy el colapso.

Volvemos a encontrar en el viejo Marcuse, hoy sepultado por los clichés de la época, una idea más fructífera: no hay ruptura entre la naturaleza interna y la naturaleza externa. En otras palabras, ninguna modificación en nuestra relación con el mundo es posible sin modificar al mismo tiempo nuestra disposición sensitiva, nuestra estructura instintiva, nuestra receptividad. La necesidad de cambio es impotente sin un deseo de cambio. El decrecimiento es mera retórica o moralismo sin disminución del deseo. Pero no sabemos nada sobre el deseo. La izquierda no sabe nada.

La revolución política o económica no entiende; sin embargo, no hay cambio objetivo sin cambio subjetivo, pero al mismo tiempo la subjetividad es un “nido de víboras” (o escorpiones). Sin buen carácter, sin hoja en blanco. El ser humano tiene un cuerpo, el cuerpo tiene pulsiones y las pulsiones son dos: Eros y Thanatos. ¿Cómo hablamos con los cuerpos?

El colapso es psíquico, social y ecológico

El “malestar desbordante” puede rastrear cierta transversalidad (siempre conjetural) entre las dimensiones psíquicas, sociales y terrestres de la vida bajo el capital.

A nivel íntimo, el desbordamiento se expresa, por ejemplo, en la “falta de tiempo” como mal estacional, en la relación de ansiedad e impaciencia con todo, en la percepción de una aceleración cada vez mayor.

“No puedo seguir el ritmo”, “no puedo llegar”, “no tengo vida”: en el lenguaje coloquial, el síntoma aparece si lo escuchamos (libidinal).

A nivel social, el desbordamiento se expresa en la explosión de las instituciones más básicas de los vínculos sociales: escuelas, centros de salud, administración pública. Imposibilidad de escucha, mínima capacidad de atención, precariedad de recursos, incapacidad para afrontar la proliferación de malestares que buscan obstáculos en lugar de refugio.

En el plano terrestre, el desbordamiento se expresa como un sentimiento generalizado de “traspasar todos los límites”: emergencia climática, depredación generalizada, destrucción de ecosistemas. El colapso es al mismo tiempo psíquico, social y ecológico. Cuerpos exhaustos, vínculos tensos, tierra arrasada. El agotamiento es el síntoma, ya nadie puede soportarlo. ¿Pero de qué es esto un síntoma?

El impulso trastornado del capital prevalece ahora sobre el impulso conservador. Las condiciones del mercado reemplazan a las condiciones estatales, la desregulación reemplaza a la regulación. Tanto en las instituciones de los vínculos sociales como en la relación con uno mismo y el mundo. Somos engranajes que aceleran cada vez más el mismo movimiento que destruye tu vida. Esa voracidad que nunca encuentra la paz ni el descanso, esa agitación o inquietud constante, de no estar nunca en casa, esa impaciencia ansiosa, esa relación consumista con todo, todo eso es lo que llevamos con el cuerpo.

El hámster está en la rueda. ¿Pero dónde está el freno de emergencia?

Política del deseo, política de Eros

La utopía neoliberal es el encuentro definitivo entre la vida y el capital, pero el malestar resiste e insiste. El síntoma no se puede eliminar.

La nueva derecha puede entenderse precisamente como la “negación de los síntomas”. Negación del cansancio, de la impotencia, de todo lo que no encaja y duele. Negación del cambio climático, violencia contra las mujeres, desigualdades sociales. Captan el dolor y el sufrimiento, el malestar y el rechazo, que es su fuerza libidinal, pero al mismo tiempo los reintroducen en una lógica de victimización. “Alguien tendrá la culpa de lo que me pasa”: las personas trans, los desafortunados, los ambientalistas. Apoyan así el mismo sistema que fabrica agitación en cantidades industriales.

¿Es posible romper la conexión diabólica entre el principio de rendimiento y nuestra energía física e inconsciente? ¿Calmar las órdenes mortificantes y mortales del superyó? ¿Dejar de ser el hámster de la rueda? Tener una relación diferente con el malestar, no victimizada y negadora, sino afirmativa y creativa. Cuidar el dolor como energía de transformación y palanca de cambio.

Freud asumió que el conocimiento del malestar (lo que llamó “sublimación”) estaba sólo al alcance de unos pocos individuos brillantes, como Miguel Ángel o Leonardo. Sospechaba de las masas, en las que sólo veía un fenómeno de regresión, de sumisión a un nuevo padre, de autoabolición de la singularidad. No se le puede culpar porque las masas fascistas lo persiguieron. Pero un movimiento colectivo puede desempeñar la función de superar creativamente el malestar. Está históricamente comprobado. No sólo Leonardo o Miguel Ángel, sino también Juan o Pablo. Es decir, cualquiera. Pensemos en el punk sin ir demasiado lejos: ¿no sería una obra alquímica con el malestar de la época capaz de transformar la desesperación en una forma de vida, un desafío a lo establecido, a nuevas bellezas y nuevos encuentros?

Las políticas del deseo, en las que pensamos aquí con la ayuda de Herbert Marcuse, Jean-François Lyotard o Franco Berardi (Bifo), son precisamente formas de sublimación creativa, ni compensatorias ni represivas, ni victimistas ni vengativas. Modos de saber hacer con el malestar que no son simplemente autorreferenciales y privados, cada uno aislado con su propia neurosis, sino sobre todo comunes y debidamente compartidos. Bajo práctica política, una práctica terapéutica, estética, erótica. Una mutación antropológica de la fuerza de Eros.

“Sólo el amor nos libra de la repetición”, dice Jorge Luis Borges. “Sólo Eros puede dominar la pulsión de muerte”, explica Freud. “Sólo el amor puede entregar el placer al deseo”, sugiere Lacan. La destructividad de nuestra cultura occidental no sólo está institucionalizada, sino que también ha sido arraigada psíquicamente. En la adhesión y fascinación por la fuerza bruta, en la indiferencia y crueldad hacia las poblaciones superfluas y los seres humanos en general, en el sentimiento de culpa y endeudamiento permanente hacia los mandamientos del superyó. Sólo Eros puede hablar con el escorpión. Es el único freno de emergencia capaz de detener la loca carrera del hámster sobre su rueda.

Transformar la lucha por la existencia (lucha por la vida) que tan decisivamente constituye la vida en Occidente –en forma de guerra para conquistarse a uno mismo, a los demás y al planeta Tierra a través del trabajo– en la pacificación de la existencia. Que se suprima el mandamiento del desempeño, mediante el aquietamiento de un disfrute cada vez mayor, o incluso mediante una actividad creativa y significativa que lleve en sí misma la recompensa. Dejad de “ganarnos la vida” –la vida como un trofeo en un mundo considerado un campo de batalla– y empezad a vivir.

*Amador Fernández-Savater Es periodista, editor y activista social. Autor, entre otros libros, de Fuera de Lugar (A. Machado Libros).

Traducción: Eleutério FS Prado.

referencia


Amador Fernández-Savater. capitalismo libidinal. Por Amador Fernández-Savater. Barcelona, ​​Ned Ediciones, 2024, 224 páginas. [https://amzn.to/43jJHDE]


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