por LUIZ MARQUÉS*
Quienes se oponen a posiciones que no están de acuerdo con el neoliberalismo, que quieren poner la economía al servicio de la ciudadanía, se convierten en enemigos mortales, cucaracha – en una metamorfosis sin metáfora
La evolución del capitalismo, inicialmente, pasó por tres momentos: manufactura, libre competencia y monopolio. Este último se caracteriza por la interdependencia de los monopolios y el Estado, en el siglo XX. Una prueba de ello son los vínculos orgánicos entre las fábricas de guerra y las potencias mundiales. El capitalismo monopolista se distingue por la fusión del capital bancario y industrial, que formaron oligarquías financieras. Los fideicomisos y los bancos están en el origen de las megacorporaciones, en un mercado aún desorganizado. Entre 1950 y 1960 se produjo un paso del “capitalismo en crisis” al “capitalismo organizacional” que los historiadores de la sociedad y la cultura occidentales denominan “Estado regulador”. al mismo ritmo con la expansión imperialista.
Así, por costumbre, la figura del Estado regulador se naturalizó en la subjetividad de las personas.. A la derecha, explica por qué los gobiernos niegan los plebiscitos sobre la privatización de empresas estratégicas para la sociabilidad común: agua, electricidad, gas, etc. En el caso de la izquierda, esto explica por qué los anarquistas tuvieron dificultades especiales para difundirse en el período de posguerra.
Inflexión neoliberal
El radicalismo del libre mercado se extendió por los hemisferios Norte y Sur en los años 1980, respaldado por el Consenso de Washington. Muestra la abrumadora hegemonía ideológica del neoliberalismo: el cuarto momento. Las críticas al principio de regulación y planificación central son cada vez mayores, ya que fomenta la “cultura de la dependencia” (hacia Leviatán). La afirmación se hace eco de la libertad individual para atacar el Estado de bienestar. La versión egoica de la libertad esconde la aporofobia contra los pobres y el eugenismo de clase, traducido en el recorte de las inversiones públicas para incrementar la “cultura empresarial”. Según Margaret Thatcher, “la sociedad no existe, lo que existe son los individuos y las familias”. En esta concepción, la vida social es un lugar de paso más que un lugar de compartir. Adiós a la democratización decisional.
La regulación no se evapora en el aire; se traslada al ámbito privado. Sin embargo, ni siquiera las privatizaciones disminuyen la importancia del Estado, en teoría, por dos razones: (a) requieren la creación inmediata de organismos de control y; (b) el aparato estatal es quien legaliza la hiperexplotación. La “nueva razón del mundo” busca reconfigurar la subjetividad para litigar agendas regulatorias, no para celebrarlas. Pero el dilema capitalista tras la ferroviaria, la motorización y la informatización continúa. Cómo ampliar un sistema apuntalado segregación racial ¿socioeconómico? ¿Cómo el abandono de millones de personas establece un límite sistémico a la necropolítica? “La responsabilidad social de las empresas es el beneficio”, dice Milton Friedman, para bloquear la discusión (sic).
Las democracias rotas priorizan la representación política, en el sentido de que los ciudadanos no participan directamente en el gobierno del país. polis; Eligen representantes para delegar el poder de decidir sobre la dirección de la gestión. Las aspiraciones populares son secuestradas, con la financiarización del Estado. Las finanzas en el neoliberalismo provocan una desindustrialización brutal. La Inteligencia Artificial sustituye a profesionales con estudios superiores en sectores de actividad, y quita puestos de trabajo tradicionales a la clase media, que está sumida en el desempleo.
El liberalismo se separó del neoliberalismo, en la época en que los partidos eran capaces de institucionalizar y resolver los conflictos sociales, respetando las “reglas del juego” bobbianas. Con la imposibilidad del diálogo, a través del odio, se produjo un cortocircuito en el horizonte de la concertación. Los movimientos sociales redoblan su apuesta por la participación activa para politizar sus acciones. Se les empuja hacia el maximalismo nacional e internacional. El extremismo de derecha impone una mirada a la totalidad. Las articulaciones del gabinete parlamentario ceden ante la “política de la enemistad”, encerrada en burbujas. Democracia en abstracto era compatible con el capitalismo; en concreto no es hoy.
las grandes causas
Si los diccionarios son los termómetros culturales de cada época, ¿qué hizo Oxford en 2016 con la “posverdad” (“pos-verdad”) un símbolo de nuestro tiempo, vale la pena recurrir a Diccionario de ciencias políticas e instituciones políticas., organizado por Guy Hermet, Bertrand Badie, Pierre Birnbaum y Philippe Braud, para evaluar el cambio repentino que afectó la comprensión de la política, una generación después de la publicación del libro. La edición impresa en Lisboa, en 2014, repite la séptima edición de 7 del original en francés. La portada es eurocéntrica y presenta una reproducción emblemática del pleno del Parlamento Europeo en Bruselas. Se entiende, desde el principio, que el núcleo del concepto de política se refiere a acuerdos interpartidistas.
La entrada “Politización” (páginas 239-40) clasifica con el epíteto de “visión idealista” (equivocada, alejada de la realidad) la “concepción de la política como una lucha por 'grandes causas', impregnada de motivaciones éticas: el progreso social en nombre de solidaridad, el sacrificio de intereses particulares en nombre del patriotismo, la emancipación de los trabajadores en nombre de la justicia y la razón”. Entonces considere. “Una politización demasiado intensa es peligrosa en las democracias pluralistas, porque es probable que acabe con el espíritu de negociación y la preocupación por un compromiso pragmático entre las fuerzas sociales”. La entrada recuerda el “fin de la historia” especulado por Francis Fukuyama, con la formalización del fin de la antigua URSS. En otras palabras, la política debería ceñirse únicamente al corporativismo parlamentario y abandonar las pasiones revolucionarias.
Normalmente, la objeción del diccionario sería incluso comprensible. Dada la encrucijada histórica entre fascismo y democracia, la narrativa es un anacronismo dada la amenaza de la extrema derecha. Sorprende que la entrada no se haya adaptado a la era del posliberalismo, donde oponentes con posiciones discordantes se convierten en enemigos mortales. cucaracha, en una metamorfosis sin metáfora. A la democracia le corresponde inmunizarse contra el cólera para avanzar en un proceso civilizador y poner la economía al servicio del 99% de la ciudadanía. El discurso sobre las grandes causas –catástrofe climática, desigualdades, guerras, racismo, sexismo, invasión de la privacidad por parte de algoritmos, precariedad del trabajo– articula mentes y corazones. La lucha antifascista es la otra cara de la lucha antineoliberal y de la lucha por suplantar al conservadurismo teocrático actual.
En Brasil, parte de las llamadas “élites” respaldan el golpe del 8 de enero. Básicamente, por un lado, está la defensa de las finanzas y laissez-faire – el libre mercado; y por el otro, apoyo a la regulación –planificación del Estado. La controversia sobre el beneficio neto de Petrobras es esclarecedora. Los empresarios quieren distribuir los ingresos extraordinarios de 80 mil millones de reales en forma de dividendos a los accionistas, además de lo esperado: una práctica contra el país debido al desgobierno de Michel Temer y Jair Bolsonaro. Con el Globo Más adelante se opusieron al Programa de Reindustrialización Sostenible (2023) del gobierno federal. Quienes entienden el papel de la petrolera en la dirección de la economía brasileña postulan el superávit para fortalecer la empresa: la industria naval, la transición energética.
Aquí está el resumen de la comparación de proyectos. En Globe News, rugió el resentimiento: “Hablando de los años ochenta. Intervencionista. Nombre y apellido, Luiz Inácio Lula da Silva”. Los medios de comunicación son parte de la disputa, más que árbitros de ella, es decir, activistas del rentismo. Norberto Bobbio ya en fin-du-siecle acusa a los grandes medios de comunicación de ser un obstáculo para la democracia, con el sofisticado argumento de que pasteurizan el pensamiento individual y destruyen las bases de la República. El ideal de la patrulla neoliberal es la gobernabilidad con servidumbre voluntaria a los intereses financieros.
Por asociación de ideas, nos recuerda el discurso del fallecido José Paulo Bisol allá por 1994, en Largo Zumbi dos Palmares, en Porto Alegre, sobre la lucha de clases y la urgente importancia de construir resiliencia colectiva para hacer del pueblo un sujeto de la historia: “Nos sentimos pequeños para luchar, pero cuando tomamos y levantamos la mano de Lula se vuelve fuerte. Descubran colectivamente que pueden superar la opresión y los opresores. Así que caminamos juntos hacia el futuro”.
* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.
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