Capital y desigualdad

Wols (Alfred Otto Wolfgang Schulze), sin título (time_money), 1988.
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por PEDRO HENRIQUE MAURÍCIO ANICETO*

El aumento de las desigualdades socioeconómicas en las últimas décadas representa una de las tendencias estructurales más preocupantes de principios del siglo XXI

La legitimación de las desigualdades en cualquier sociedad es un desafío constante que da lugar a un sinfín de discursos e ideologías divergentes. Como señaló Thomas Piketty en capital e ideologia, este es un proceso intelectual, institucional y político que da forma a las estructuras sociales y políticas.

En el escenario actual, prevalece la narrativa propietaria, empresarial y meritocrática como justificación del régimen desigualitario hipercapitalista, creyendo que la desigualdad moderna es el resultado de elecciones individuales, igualdad de oportunidades y mérito personal. Sin embargo, esta narrativa, que ganó protagonismo en el siglo XIX y sufrió una reformulación global a finales del siglo XX, está mostrando signos de fragilidad.

En las últimas décadas, un fenómeno global ha desafiado las narrativas que sustentan las desigualdades socioeconómicas. Desde los años 1980 y 1990, las desigualdades han aumentado en casi todas las regiones del mundo, alcanzando niveles que hacen difícil justificarlas en nombre del interés general. La retórica meritocrática y empresarial, que sostiene que la desigualdad moderna es el resultado de elecciones individuales y de la igualdad de oportunidades, está cada vez más en desacuerdo con la realidad que enfrentan las clases desfavorecidas, que a menudo tienen un acceso limitado a la educación y la riqueza.

Además, culpar a los menos privilegiados se está volviendo más prominente, lo que contrasta con los regímenes desigualitarios del pasado que enfatizaban la complementariedad funcional entre grupos sociales. Esta desigualdad moderna también está asociada con prácticas discriminatorias y desigualdades estatutarias y etno-religiosas, que rara vez se mencionan en las narrativas meritocráticas. Dadas estas contradicciones y la ausencia de una nueva visión universalista e igualitaria para enfrentar los desafíos del siglo XXI, el riesgo de un resurgimiento del populismo xenófobo y nacionalista se convierte en una posibilidad preocupante.

La esencia de cualquier régimen desigualitario reside en la compleja interconexión entre una teoría de la frontera y una teoría de la propiedad. Estas dos cuestiones cruciales desempeñan papeles interdependientes a la hora de dar forma a las sociedades y justificar las desigualdades. La cuestión fronteriza requiere una explicación de quién pertenece a la comunidad política, en qué territorio y bajo qué instituciones debe organizarse esta comunidad, y cómo se relaciona con otras comunidades en el contexto global.

La cuestión de la propiedad implica definir relaciones entre propietarios y no propietarios, que van desde la propiedad de individuos, tierras y empresas hasta los recursos naturales, el conocimiento y los activos financieros. Estos regímenes de propiedad, junto con los sistemas educativos y tributarios, desempeñan un papel central en la estructuración de las desigualdades sociales y su evolución a lo largo de la historia.

En las sociedades antiguas, como las esclavistas, las cuestiones del régimen político y el régimen de propiedad estaban estrechamente entrelazadas, ya que algunos individuos eran propietarios de otros y ejercían poder sobre las personas y sobre la tierra. En las sociedades ternarias, que estaban divididas en tres clases funcionales, las clases dominantes tenían poderes y propiedades soberanos, manteniendo esta relación directa entre poder sobre los individuos y propiedades.

En las sociedades propietarias que florecieron en Europa en el siglo XIX, hubo un intento de separar estrictamente los derechos de propiedad del poder soberano, pero la relación entre régimen político y régimen de propiedad siguió siendo intrincada. Los regímenes censales reservaron durante mucho tiempo derechos políticos a los propietarios, mientras que las normas constitucionales limitaron la capacidad de redefinir el régimen de propiedad de forma pacífica y legal.

Estas conexiones estructurales entre régimen político y régimen de propiedad persisten en las sociedades modernas, incluidas las sociedades poscoloniales e hipercapitalistas. Es fundamental reconocer que la desigualdad contemporánea está profundamente influenciada por el sistema de fronteras, nacionalidades y derechos sociales y políticos, lo que genera complejos conflictos ideológicos en el siglo XXI. Las divisiones étnico-religiosas y nacionales a menudo dificultan la formación de coaliciones políticas integrales para abordar las crecientes desigualdades.

El aumento de las desigualdades socioeconómicas en las últimas décadas representa una de las tendencias estructurales más preocupantes de principios del siglo XXI a nivel global. Este fenómeno desafía no sólo la estabilidad económica, sino también la búsqueda de soluciones a una serie de otros desafíos apremiantes, incluidas las cuestiones climáticas y migratorias. Reducir las desigualdades y establecer un nivel aceptable de justicia se ha vuelto fundamental para abordar eficazmente estos desafíos.

Un análisis simple, basado en la participación del decil superior en el ingreso total, revela un aumento notable de las desigualdades desde la década de 1980 en casi todas las regiones del mundo. Esta proporción, que rondaba el 25%-35% en 1980, ahora oscila entre el 35%-55% en 2018, lo que sugiere que las desigualdades pueden seguir aumentando. Además, el aumento de las desigualdades ha afectado desproporcionadamente al 50% más pobre, cuya participación en el ingreso total ha disminuido sustancialmente. Las disparidades de desigualdad varían significativamente entre regiones, incluso considerando niveles similares de desarrollo.

Por ejemplo, Estados Unidos ha experimentado un aumento más rápido de la desigualdad que Europa, y la India ha experimentado un aumento más pronunciado que China. Además, algunas regiones, como África subsahariana, Brasil y Oriente Medio, ya eran muy desiguales en 2018, y el decil superior poseía una proporción aún mayor del ingreso total.

Los complejos orígenes de estas desigualdades van desde legados históricos hasta la discriminación racial y colonial, en la que influyen factores como la concentración de la riqueza petrolera. Sin embargo, estas regiones tienen en común el hecho de que están ubicadas en la frontera de las desigualdades contemporáneas, con una participación del décimo superior en alrededor del 55%-65% del ingreso total.

En conclusión, las reflexiones presentadas a partir del trabajo capital e ideologia, de Thomas Piketty, destacan la complejidad de las cuestiones relacionadas con las desigualdades socioeconómicas y su impacto global. Legitimar las desigualdades ha sido un desafío constante en las sociedades, con narrativas basadas en la meritocracia y el emprendimiento en aumento, que justifican las disparidades de riqueza.

En última instancia, destaca la necesidad de una reflexión profunda y una acción coordinada a nivel global para abordar las crecientes desigualdades y construir una sociedad más justa e igualitaria en el siglo XXI. El resurgimiento del populismo xenófobo y nacionalista es un riesgo que debe evitarse, y la promoción de narrativas alternativas y soluciones efectivas se vuelve esencial para forjar un futuro más equitativo.

*Pedro Henrique M.Aniceto estudia economía en la Universidad Federal de Juiz de Fora (UFJF).


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