caleidoscopio de la democracia

Imagen: Denis Zagorodniuc
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por LUIZ MARQUÉS*

En el realismo fantástico latinoamericano, quien se suponía que debía correr estaba atrapado en 2018; quién debería estar en prisión corre en 2022

La democracia de los antiguos se ejercía directamente; la de los modernos por medio de una representación. En el primero, la votación deliberaba sobre la dirección de la sociedad y del Estado en una asamblea, que no incluía mujeres, esclavos y extranjeros; en el segundo, el voto elige a los que deliberarán en los templos legislativos. Antes, la democracia era el poder del demos y tuvo un sentido encomiable; en la actualidad se refiere al poder centrado en los representantes del pueblo y goza de un concepto en vertiginoso declive. Los liberales evaluaron el cambio de paradigmas a la luz de las mutaciones en la concepción de la libertad. Algunos la practicaban en la esfera pública para tratar asuntos relevantes para el destino de la sociedad. polis; otros en el ámbito privado para tratar asuntos ligados a una existencia atomizada, si no enajenada.

En Atenas (siglos V y IV aC), la democracia no suponía votar por la ocupación de las tareas gubernamentales. Se reconoció una isogénesis (igualdad de origen), una isonomía (igualdad ante las leyes) y una isegoría (competencia para expresar opiniones) en los ciudadanos que estuvieran predispuestos a realizar las referidas actividades, siempre que no existieran obstáculos por parte de los mismos. los que se reunían en plaza pública, bajo la égida de la palabra. Las elecciones se hacían por sorteo, con excepción del comandante militar. La administración era de y para muchos, no de y para unos pocos libres. El régimen que nombra a los llamados “mejores” fue considerado una aristocracia, más que una isocracia. Los conciliadores especularon con una síntesis entre democracia y aristocracia electiva, con la postulación de candidatos a cargos para su posterior selección por votación. Los filósofos, sin embargo, desconfiaban de la gobernanza basada en el protagonismo de la ciudadanía. Se propusieron en el trono ungido de gobernantes.

Jean-Jacques Rousseau, admirador de la agitación en Ahora sí de la antigüedad, fue una excepción. Despreciaba la delegación de autoridad como registró en Cartas Écrites de la Montaña (1764), al criticar a los contemporáneos que buscaron la legitimidad política en los pueblos del pasado: “No en romanos, espartanos o atenienses. Sois comerciantes, burgueses, ocupados en intereses privados; personas para quienes la libertad es sólo el medio de adquirir sin trabas y de poseer con seguridad”. Sin embargo, el solitario excursionista ginebrino pensó La Vraie Democratie inviable en grandes Estados territoriales. Después de Thermidor, que puso fin a la revolución jacobina en Francia (1793-1794), con un saldo de 30 cabezas rodadas en la cesta (incluidas las de Danton, Robespierre y Guillotin, el médico que inventó la guillotina), el prestigio de la democracia directa se hundió porque se la asociaba con la agresividad, la intolerancia, el fanatismo y se la culpaba de montar el teatro del terror.

El igualitarismo cristiano, secularizado, impulsó las luchas por la democracia contra las oligarquías que interesaban a los ricos, así como la democracia participativa interesa a los pobres. La secularización del cristianismo cuestionó el prejuicio que caía sobre los trabajadores manuales que, hasta el Renacimiento, eran vistos como bestias de carga, incapaces de mandar porque estaban acostumbrados a servir. Era la creencia arraigada en los círculos de los Ancien Régime. El jusnaturalismo, por su parte, fortaleció el postulado sobre los derechos naturales inalienables e inviolables de cada uno. La Comuna de París (1871), la Revolución Rusa (1905; 1917) y los Consejos Obreros de Fábrica en Italia (1919-1920), para retomar episodios icónicos de la historia universal, recuperaron la idea de sociedades capaces de situarse en moción de oficio, sin tutela ni dominación. Con la autonomía superando la heteronomía.

En el siglo XX, dentro del caleidoscopio de imágenes dispares, la democracia construyó una reputación que parecía indestructible. La lucha contra las podridas potencias dictatoriales (Alemania, Italia, Corea, Cuba, Vietnam, Nicaragua) reveló la energía explosiva de la ideología igualitaria. La democracia prescindió de adjetivos y se impuso como la ideología del futuro. Con razón George Burdeau abrió el libro, La democracia (Seuil), publicado en vísperas de mayo de 1968, con la frase: “La democracia es hoy una filosofía, una forma de vida, una religión y, casi de paso, una forma de gobernar”. Se imaginó, en su momento, que la democracia superaba a la política, reconfiguraba lo común, horizontalizaba las relaciones sociales, reinventaba la moral, las costumbres y daba un color plural a la utopía socialista. Derrochaba optimismo de razón y de acción para la insumisa generación de los sesenta, que olía a épocas tempranas.

El optimismo lo compartió un eminente pensador, referencia ineludible en el tema, cuando escribió un artículo sobre “La democracia de los modernos comparada con la de los antiguos – y con las posteriores(1987), compilado en Norberto Bobbio: el filósofo y la política (FCE). “Hoy, democracia es un término con una connotación fuertemente positiva”. En sincronía con el tiempo, en Política y Educación (1993), Paulo Freire insertó la democracia en el “proceso de humanización del ser humano”, resultado de un camino colectivo con diálogo y decisión. Es como si para la posteridad sólo quedara hacer un inventario de las tareas que implantarían la democracia en el comedor de la familia patriarcal, en los cuartos de los esclavos donde vive la memoria de los esclavos de la época colonial, en los lugares de docencia para reajustar los cuerpos docente/estudiantil/administrativos, en los ayuntamientos para distribuir el presupuesto municipal y, por supuesto, en los medios de comunicación para democratizar las mediaciones.

La victoria del Partido de los Trabajadores (PT), con Lula da Silva, en las elecciones presidenciales de 2002 se hizo eco del movimiento de democratización que, nacional e internacionalmente, se opuso a la hegemonía del neoliberalismo. También mostró una fuerte resistencia a la barbarie encarnada en las políticas neoliberales fratricidas, recomendadas por el Consenso de Washington y propagadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Los gobiernos progresistas de América Latina (Brasil, Uruguay, Argentina, Paraguay, Bolivia, Ecuador, Venezuela) hicieron del continente “revolucionario por excelencia”, en la expresión que honra al politólogo ecuatoriano Agustín Cueva, levantando barreras a los ataques contracivilizadores. José Artigas y Simón Bolívar renacían espada en mano en la región.

El desmantelamiento de la ola emancipatoria fue maquinado por Estados Unidos, con la “guerra híbrida” en el centro de las nacionalidades y el uso de lawfare y acusación para derrocar a los funcionarios legítimamente electos. Empezó con la destitución del presidente Fernando Lugo, en Paraguay, en 2012. La presidenta Dilma Rousseff no fue la primera víctima de injusticias prefabricadas. Lava Jato era parte de la estrategia del capital depredador. En el plano económico, al destruir las mayores empresas brasileñas y abrir de par en par las puertas al saqueo imperialista, en un monstruoso crimen contra la patria que aún permanece impune. En el plano político, estigmatizando y persiguiendo a los opositores con toga y mazo de juez. La corrupción de la función judicial se convirtió en un látigo para castigar a los insurgentes.

Hace treinta años, los peligros de la democracia correspondían a: (a) cambios en los patrones de comportamiento que desafiaban el patriarcado (sexismo) y el colonialismo (racismo), y necesitaban ser metabolizados por la sociedad en su conjunto; (b) la vulnerabilidad que generan los ataques de grupos terroristas, con formas de contención que amenazan garantías fundamentales; (c) la tecnocratización de la administración, en contradicción con la necesidad del control popular sobre la gobierno Es; (d) la monopolización/oligopolización de los medios que pasteurizan la información según el deseo de las élites económicas, es decir, los rentistas que, indiferentes al desempleo, el hambre y la muerte, sólo se preocupan por las finanzas. Y nada más / Sólo una tarde en la que puedas respirar, como en la canción de Silvio Rodríguez.

En el siglo XXI, la situación se agravó con la crisis de la democracia constitucional y el ascenso de la extrema derecha, que apuntan a la formación de estructuras de poder iliberales. Esto significa disparar contra las casamatas protectoras de la República, como el Supremo Tribunal Federal (STF); el elogio de la violación de los derechos individuales y el desprecio por el dolor y las consecuencias del sufrimiento de las mujeres que lucharon contra la dictadura, de quienes impulsan sus carreras a la sombra de torturadores y milicianos; la militarización del aparato estatal con la asignación de ocho mil criaturas de los cuarteles, simbolizada en Gal. Pazuello, el incompetente Ministro de Salud que asumió durante la pandemia; los gastos del despacho de Presidencia con la tarjeta corporativa en cifras para avergonzar a los banqueros; el recargo del 55%, equivalente a R$ 732 millones, en la compra de autobuses escolares y aportes ilícitos para la construcción de 2000 escuelas falso; los miles de millones a las enmiendas secretas de Centrão; las privatizaciones para banano de los activos estratégicos de la comunidad (Petrobrás, Presal, Puerto de Santos, Eletrobrás, Embraer, Correios, Caixa Seguridade, etc.); todo esto debilita las inmunidades de la democracia y aumenta la aversión a la política. El bien común se confunde (buena comuna) con el bien de los compadres (buen proprio). Entre nosotros, el Estado de excepción prescindió del camuflaje de la legalidad, para lucirse en la insensata marcha de asalto a la sociabilidad democrática hacia la gran final: el golpe de estado de la camarilla, para escapar del anunciado y tardío arresto.

“Ningún presidente legítimo ha dado tantas razones para ser investigado con rigor, exonerado por acusación y procesado, ni tuvo tal protección y tolerancia para su prueba criminal. No hay policía, no hay poder judicial, no hay Congreso, no hay Ministerio Público, no hay ley que someta a Bolsonaro a lo debido. Las manifestaciones no cesan. Dan una medida de la degradación que han sufrido en los últimos años las instituciones, el funcionamiento del país y la sociedad en general. Y lo aceptan”, acusa el periodista Jânio de Freitas. Obviamente, las clases dominantes están coludidas con la serie ininterrumpida de afrentas a la mínima decencia y al mínimo decoro, que humillan a la nación. Ciertamente, los "de arriba" se ven en el espejo de las rastaqueras que saquean la patria, pero no tocan los bolsillos de los poderosos. Al contrario, le quitan derechos laborales y sociales (alimentación, salud, educación, cultura) al pueblo -que siempre le ha desagradado- haciéndolo trabajar cada vez más por salarios más bajos.

La elección de Alberto Fernández en Argentina, Luís Arce en Bolivia, Pedro Castillo en Perú y Gabriel Boriac en Chile, sumada a la prometedora perspectiva de la unción de Lula en octubre en Brasil, devela el valiente vuelco de las corrientes antineoconservadoras, antineoliberales y antineofascistas en el Sur Global. La recuperación de la izquierda está en marcha. Las articulaciones del Foro de São Paulo (la urticaria ideológica de Olavo de Carvalho y caterva) que une a los partidos progresistas de la AL y, del Grupo de Puebla, que privilegia el intercambio político de personalidades- prueban la vitalidad y diversidad de las movilizaciones por la soberanía popular. La democracia al “sur” frente al “norte” la mañana continental, si se fundamenta en la representación, conserva desde antiguo el ímpetu de ampliar la participación ciudadana en la elaboración continua de propuestas que revitalicen los esfuerzos “desde abajo” con miras a la emancipación , con tecnologías que brindan intervenciones instantáneas a través de computadoras.

Bobbio afirma que “el fundamento de una sociedad democrática es el pacto de no agresión de cada uno con todos los demás y la obligación de obedecer las decisiones colectivas, con base en las reglas del juego preestablecidas en un acuerdo consensuado, siendo la principal aquella que permite resolver los conflictos que se presenten sin recurrir a la violencia recíproca” (ídem). Con el pacto de pacificación, los individuos abandonan el estado de naturaleza hobbesiano. Con el pacto de obediencia, las normas de convivencia constituyen la sociedad civil. Sin embargo, los llamados a apaciguar los ánimos y obedecer a la constitucionalidad no mueven al fascismo sociopolítico, que rodea de incertidumbres la coyuntura: ya sea adaptando la lupus homo homini la definición del jurista nazi alemán, Carl Schmitt, sobre la política tribalizada en el binomio excluyente “amigo-enemigo”; ya sea convirtiendo la dogmatización de las convicciones en el punto de apoyo del litigio de mala fe, en total irrespeto a la “ética de la responsabilidad” weberiana.

A nivel internacional, como se vio en la guerra de Ucrania, el principio de no agresión fue socavado por la reactiva Rusia y, al mismo tiempo, por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que agita la angú a pedido de EE.UU. . Las Naciones Unidas (ONU) y el Consejo de Seguridad no lograron poner orden en el caos. Predominó el principio de la legítima defensa, lo que, justa o injustamente, llevó al estallido de la guerra, además, sin consulta previa a la población. Contrariamente a lo que dice el refrán, no es la elisión de la verdad lo que inaugura las guerras, sino los procedimientos autoritarios los que decoran las declaraciones dementes.

Como resultado, las bombas derrumban edificios y puentes (reales y figurativos) junto con la frustración de las expectativas de felicidad de millones de personas, aunque no estén directamente implicadas en el malestar euroasiático, como resultado de represalias que actúan como mangas de viento en el aeropuerto. Son cosas interrelacionadas: la preservación de los Estados democráticos y la democratización del sistema internacional.

Tenemos que encontrar el hilo de Ariadna para salir del laberinto que aprisiona la democracia que queremos. El liderazgo con reconocimiento y credibilidad en ambos hemisferios nunca ha sido tan extrañado por el mundo, y Brasil. Esto le da dramatismo a las próximas elecciones: previstas, pero no aseguradas. Pude. En el realismo fantástico latinoamericano, quien se suponía que debía correr estaba atrapado en 2018; quién debería estar en prisión corre en 2022.

* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.

 

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