Brasil en la encrucijada

Imagen: ColeraAlegría
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por marjorie marona e FABIO KERCHE

Estamos ante la difícil tarea de sacar a un presidente de la República -lo que en los regímenes presidenciales se supone que es una medida excepcional- en medio de una pandemia, que trae condiciones aún más adversas.

Hemos llegado a un punto en el que sostener el gobierno de Bolsonaro se ha vuelto muy difícil, aunque la salida tampoco es fácil. La crisis sanitaria, de proporciones globales, toma aires de genocidio ante la total falta de capacidad del gobierno para hacerle frente: los muertos se amontonan en fosas comunes. Y Bolsonaro ha hecho de la pandemia de la COVID-19 su campo de batalla: en guerra declarada con actores políticos clave, dispara contra gobernadores, alcaldes, ministros del STF y congresistas. Los delitos de los que es responsable el presidente se acumulan casi al mismo ritmo que las sospechas de delitos comunes. Un país a la deriva y un gobierno que compromete las posibilidades de mantener su propio régimen democrático. Ante este escenario, la gran pregunta que surge hoy es cómo terminar el mandato de Bolsonaro, salvando lo que queda de democracia.

Con excepción de la renuncia, que sería un acto unilateral, todas las demás posibilidades para el fin de este gobierno involucran actores diversos y grados significativos de complejidad. Hay cuatro caminos posibles:

El primero es el juicio político de la fórmula Bolsonaro-Mourão a través del Tribunal Superior Electoral (TSE). Actualmente se tramitan ocho acciones de investigación judicial electoral (AIJE), en distintas etapas procesales y movilizando denuncias por distintos tipos de abusos. En la fase de instrucción, los AIJE que se ocupan de la supuesta desviación de comunicación y abuso de poder económico pueden aprovechar la investigación de la fakenews, que está siendo tramitado por el STF, bajo la relatoría del Ministro Alexandre de Moraes. El camino parece sencillo, cuando se considera que 4 de 7 votos en el TSE serían suficientes para destituir al presidente y su vicepresidente. Esta salida, si el juicio concluyera con condena a finales de este año, daría lugar a una nueva elección presidencial. Y aunque el TSE avanzara menos rápido, la eliminación de la boleta llevaría a una elección indirecta por parte del Congreso, hasta que se restablezca la elección directa por los votantes en 2022. Esta es la forma menos politizada de construir una salida, ya que involucra, casi exclusivamente, a los actores judiciales, aunque en un segundo momento se restableciera, directa o indirectamente, la soberanía popular.

Sin embargo, y precisamente por el objeto que jurídicamente protege -la soberanía popular-, la justicia electoral adopta un criterio de juicio anclado en la cautela probatoria. Es decir, la prueba debe ser abundante y sólida para que la justicia proceda a una condena por abuso de poder político o económico, que resulte en la eliminación de la boleta. Este camino es tan delicado que ni durante la crisis del gobierno de Dilma -cuya popularidad llegó a niveles irrisorios y la prensa, los empresarios y la mayor parte de la clase política consensuaron en torno a la necesidad de su salida- nadie se atrevió a emprender este camino. paso. Otro agravante aquí es que sería ingenuo suponer que los militares, después del espacio que ocuparon en la escena política nacional, no reaccionarían ante un desenlace que afectaría tanto a Mourão como a Bolsonaro. ¿Retiraría el TSE a dos militares de los cargos más importantes del país y las Fuerzas Armadas aceptarían pacíficamente la decisión? Incluso después de más de 30 años de democracia, esta posibilidad, lamentablemente, parece poco probable.

El segundo camino es a través del STF, donde la investigación abierta a partir de las acusaciones de Moro pone bajo sospecha al gobierno de Bolsonaro. En este proceso, el presidente podría, en teoría, ser condenado por un delito común vinculado a su cargo, lo que adelantaría el fin de su mandato. Esta posibilidad trae dificultades tanto desde el punto de vista legal como político. Jurídicamente, la cuestión fundamental involucra la discusión sobre los límites del control judicial sobre los actos políticos discrecionales: el STF no tiene una posición clara al respecto y la gramática penal no ofrece mucho apoyo para enmarcar los actos de Bolsonaro en los delitos de apología u obstrucción administrativa. de justicia Por no hablar de las dificultades relacionadas con la obtención y valoración de pruebas. Desde el punto de vista político, el proceso involucra a numerosos actores, con énfasis en el Procurador General de la República, Augusto Aras, quien tiene poder de veto. Al final de la investigación, podría decidir si continuar el proceso o archivarlo. Y, según todas las apariencias, Aras tiene pocos incentivos para seguir adelante. Con la vista puesta en su reelección en el cargo el próximo año o buscando ser designado para el STF por Bolsonaro, ¿por qué el fiscal general descontentaría precisamente a aquellos que tienen una pluma en la mano?

Incluso si el titular del Ministerio Público Federal denunciara al presidente, la Cámara de Diputados tendría que autorizar, por mayoría calificada de 3/5, el enjuiciamiento y juicio de Bolsonaro. Si eso sucediera, el presidente sería destituido a la espera del resultado. Esta es una de las razones, dicho sea de paso, por las que Bolsonaro está negociando apoyos con Centrão, un eufemismo para los diputados de derecha que buscan posiciones e influencia en el gobierno, en cualquier gobierno. A los límites que presenta esta vía para anticipar el fin de esta administración, se suman los costos que trae a la democracia misma. La solución jurídico-política amplía la ya hipertrofiada posición institucional del Supremo Tribunal Federal y rehabilita una narrativa de criminalización de la política que refuerza la deslegitimación generalizada del sistema político.

El juicio político es la vía política, por excelencia, para anticipar el fin de los mandatos. Es un instrumento pensado como excepcional, pero cuya distorsión ha manchado sus contornos con un golpe. Aquí está la tercera forma de reemplazar a Bolsonaro con Mourão. El presidente sería juzgado por un delito de responsabilidad. Lo que le faltaba a Dilma se queda en Bolsonaro. Son innumerables los actos del Presidente de la República que violan la Constitución Federal. Muchos son los pedidos que actualmente están a la espera de manifestación por parte de Rodrigo Maia. El presidente de la Cámara de Diputados es quien tiene la competencia para aceptar la denuncia, dando inicio a un proceso que pasa a ser tramitado por una comisión creada al efecto y, posteriormente, al escrutinio del Pleno, donde 3/ Se necesitan 5 votos Condiciones favorables para la remoción temporal del presidente. La siguiente etapa es la sentencia definitiva en el Senado, de nuevo por mayoría cualificada. Las dificultades aquí también son diversas. Existe cierto consenso en que aún no se ha formado la “tormenta perfecta”, suma de factores necesarios para el impeachment: crisis económica y política, baja popularidad y cierto nivel de apoyo al vicepresidente, que asumiría el cargo político más alto en el país. país.

Aunque la aprobación de Bolsonaro se ha ido deteriorando, el resistente apoyo a su gobierno no indica claramente el repudio de la población, lo que movilizaría en gran medida a los congresistas. Incluso las medidas de aislamiento hacen que las grandes manifestaciones públicas sean extremadamente difíciles, eventos que comúnmente marcan procesos de este tipo. Intentando evitar una mayor erosión de su autoridad, Bolsonaro ha buscado negociar con partidos más conservadores, buscando asegurar suficientes votos para evitar la formación de la mayoría calificada necesaria para su destitución. Además, como advirtieron Fernando Limongi y Argelina Figueiredo (Folha, 30/04/20), no parece haber voluntad del vicepresidente para señalar a la élite política que puede avanzar, dejándola “en la oscuridad” sobre importantes aspectos de cómo sería un futuro gobierno de Mourão. El juicio político, aunque tiene una dimensión legal (el presidente del STF preside el juicio en el Senado, por ejemplo) es la salida más politizada de una crisis de la magnitud que enfrentamos. Esto se debe a que involucra fuertemente la actuación de los parlamentarios, elegidos por voto popular.

Finalmente, está la posibilidad más canónica en las democracias liberales, que pasa por la derrota del gobierno en las elecciones de 2022. El presidente sería candidato a la reelección y los votantes tendrían la oportunidad de poner fin a la era Bolsonaro. Paradójicamente, la posibilidad de una disputa electoral sí está amenazada por este gobierno -que no escatima en ataques a las instituciones democráticas-. El tiempo es aquí una dimensión fundamental.

Brasil se encuentra en una encrucijada y cualquiera que sea el camino que decida tomar, involucra procesos complejos. Los líderes políticos y sus partidos son actores clave, pero su asociación con actores legales y cierta aceptación del ala militar del gobierno parece inevitable. Estamos ante la difícil tarea de sacar a un presidente de la República -lo que en los regímenes presidenciales se supone que es una medida excepcional- en medio de una pandemia, que trae condiciones aún más adversas. Este es un mapa para los demócratas, aquellos que se arriesgan en el frontal o trasero de batalla con la claridad de la responsabilidad que tienen para asegurar que la caída del gobierno de Bolsonaro no signifique el colapso de la democracia brasileña.

* Marjorie Marona es profesor de ciencia política en la UFMG. Es co-organizadora del libro. Justicia en Brasil: al margen de la democracia (Arras)

* Fabio Kerche es profesor de ciencia política en la UNIRIO y en el IESP/UERJ. es el autor de Virtud y Límites: autonomía y atribuciones del Ministerio Público en Brasil (EDUSP)

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