por DANIEL BRASIL*
Borba Gato es el ídolo oculto de los pastores fundamentalistas, de los terratenientes, de las élites a las que les conviene elogiar a los esbirros y felpudos que cumplen con su deber
Borba Gato, símbolo de São Paulo durante más de cuatrocientos años, pionero de larga trayectoria, fue uno de los primeros genocidas de nuestra historia. Además de matar a cientos de nativos brasileños, violó a jóvenes y niños indígenas, según consta en los registros. Sirvió audazmente a los intereses colonialistas hasta que se vio envuelto en una pelea con el orfebre real, Rodrigo de Castelo Branco, quien fue encontrado muerto en una pirambeira. Borba Gato pasó años escondido en el monte después de ese evento.
Brasil, siglo XXI. Pueblos indígenas son criminalmente quemados y un representante de la Funai es captado en una grabación diciendo que tiene que “disparar” a los pueblos aislados. Las favelas incrustadas en la ciudad, en regiones de alto interés inmobiliario, son incendiadas de manera “misteriosa”. Mendigos son quemados con gasolina en vía pública. Los terreiros de umbanda y candomblé son carbonizados por manos supuestamente cristianas, blancas y defensoras de los valores evangélicos. Bosques, campos y cerrados son destruidos por incendios provocados, por lo que nuevos bandeirantes ocupan esos territorios.
Borba Gato está vivo. En el espíritu del líder de la Funai, en el discurso del Ministro del Medio Ambiente, del Presidente de la República, de los directivos de la Fiesp. Borba Gato es el ídolo oculto de los pastores fundamentalistas, de los terratenientes, de las élites a las que les conviene elogiar a los esbirros y felpudos que cumplen con su deber.
Quemar una estatua de Borba Gato no expiará ningún delito que haya cometido. No devolverá la vida a los miles de brasileños que murieron calcinados en aldeas, favelas, paradas de autobús y bosques desde 1718, año de la muerte del asesino. Pero ciertamente indignará a todos aquellos que se han beneficiado, incluso sin saberlo, de su premonitoria y seminal actuación.
No importa si fue una estatua espantosa, un muñeco de goma, un ingenuo homenaje de Julio Guerra a los muñecos de barro nordestinos, o un símbolo del barrio de Santo Amaro, erigido en 1963. No importa el irrelevante valor histórico de la obra, que materializa el discurso estético de cierta élite decadente de São Paulo.
Lo que importa es que el espíritu de Borba Gato sigue vivo. Desafortunadamente.
* Daniel Brasil es escritor, autor de la novela traje de reyes (Penalux), guionista y realizador de televisión, crítico musical y literario.