por LUCIANA GENRO*
La barbarie, el autoritarismo, los discursos de odio, las llamadas al golpe militar y los saludos nazis no se pueden normalizar.
Jair Bolsonaro fue derrotado. Incluso con todo el uso de la maquinaria pública a su favor, cuyo vértice fueron los bloqueos de la Policía Federal de Caminos el día de las elecciones. Incluso con buena parte de los empresarios chantajeando a sus empleados. Incluso con la inundación de noticias falsas. Incluso con los púlpitos de las iglesias convirtiéndose en plataformas bolsonaristas. Todo esto no fue suficiente. Jair Bolsonaro fue el primer presidente que se presentó a la reelección y perdió.
Pero su derrota electoral no significa el fin del bolsonarismo, como demuestran las patéticas manifestaciones golpistas de los últimos días. El auge de la extrema derecha es un fenómeno mundial cuyas múltiples razones van más allá del alcance de este artículo. El hecho es que la lucha contra esta corriente política que defiende la dictadura, la discriminación de negros, LGBT y mujeres, la eliminación física de la izquierda y otros grupos divergentes tendrá que continuar. El resultado electoral nos deja en mejores condiciones para esta lucha. La victoria de Lula expresó un movimiento democrático tan importante como la unidad para enfrentar la dictadura impuesta de 1964 a 1984.
De ese proceso se pueden rescatar muchas lecciones para hoy. Uno de los más importantes es no repetir la impunidad. Brasil no llevó a cabo la persecución penal y la rendición de cuentas de los políticos y agentes públicos que actuaron criminalmente durante la dictadura como debería. Este fue, sin duda, uno de los elementos que permitió prosperar a una extrema derecha golpista, reaccionaria, violenta y autoritaria.
La lista de delitos cometidos por Jair Bolsonaro y sus seguidores es amplia: omisión deliberada y negacionista en la lucha contra la pandemia, violencia política y electoral, escándalos de corrupción encubiertos por un secretismo centenario, ataques a la labor de la prensa, el intento de pasar a través de la presión empresarial a sus empleados y las movilizaciones golpistas tras la victoria de Lula.
Jair Bolsonaro es responsable directo del estado de delincuencia política instalado en el país. Es necesario investigar sus crímenes y lograr que responda por todo lo que ha hecho. Pero no solo a él: todos los líderes nacionales y regionales que han estado involucrados en delitos deben ser investigados, desde la política hasta el sector privado, en un esfuerzo que involucra a la sociedad en su conjunto y sus organizaciones.
No se trata de revanchismo y mucho menos de venganza. Se trata de la defensa de las libertades democráticas y los avances civilizatorios que hemos conquistado hasta ahora y que son puestos en jaque por los delincuentes políticos de la extrema derecha. No se puede normalizar la barbarie, el autoritarismo, los discursos de odio, las llamadas al golpe militar y los saludos nazis. Hay que actuar: investigar, juzgar y sancionar. ¡Verdad, Memoria y Justicia, para que no vuelva a suceder!
*Luciana Genro es abogado, diputado estatal y presidente del PSOL-RS.
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