por RUBENS PINTO LYRA*
El proletariado puede convertirse en clase dominante en la medida en que logre crear un sistema de alianzas que le permita movilizar a la mayoría de la clase obrera contra el capitalismo y el estado burgués.
Procesos dialécticos y construcción de hegemonía
Los modos de producción no son estáticos. Cada uno de ellos genera, a medida que se desarrolla, fuerzas económicas y sociales que tienden, en el límite, a superarlos. Tales fuerzas se expresan, en el capitalismo, a nivel económico, en la contradicción entre la creciente socialización de la producción y la tendencia opuesta a la concentración de la propiedad. En el plano social, en el constante crecimiento del número de trabajadores, asalariados y, cada vez más, de autónomos.
Al mismo tiempo, el espacio público independiente del Estado ha crecido exponencialmente en las últimas décadas: partidos políticos y sindicatos de masas, asociaciones profesionales, culturales, feministas, medioambientales, deportivas, religiosas y minoritarias, etc. Este espacio se denomina actualmente “esfera pública de la ciudadanía”. También incluye los órganos de democracia participativa en la gestión pública, de carácter híbrido, directo o semidirecto, como los consejos de derechos, de gestión, de presupuestos participativos y de defensores del pueblo.
Estos órganos no tienen un sesgo clasista y cuentan con diferentes grados de autonomía frente al Estado, otorgándole, cuando se profundiza la democracia, una porosidad creciente. (Lyra: 1999, p. 5). En palabras de Carlos Nelson Coutinho: “No sería difícil mostrar cómo la formación de estos sujetos políticos colectivos corresponde al proceso de socialización de las fuerzas productivas que se acentúa en el capitalismo y, en particular, en el capitalismo monopolista de Estado” ( 1984, pág. 73).
Todos estos cambios, dialécticamente articulados, tienen el potencial de dar lugar y consolidar instituciones, prácticas sociales y representaciones que configuran paulatinamente una nueva ideología cuyos contornos básicos emergen dentro del propio sistema capitalista. Y se configuran plenamente, en la medida en que dicho sistema no logra responder satisfactoriamente a las necesidades económicas, sociales y culturales de amplios sectores populares. La sociedad capitalista se convierte así, con el desarrollo de sus contradicciones, en el terreno en el que se libra una feroz batalla ideológica, oponiendo lo viejo (la ideología dominante, que lo sigue siendo, aunque empieza a dejar de serlo) y lo nuevo (la ideología en formación, que, aún no siendo plena, ya lo es, en cierto modo) que encarna los valores generados por la clase obrera naciente.
A medida que se desarrolla favorablemente la lucha ideológica –y con ella, la lucha contra la explotación del capital–, los trabajadores logran identificar el sistema productivo como un obstáculo para su emancipación y así construir estrategias de cambio que rompan progresivamente su integración a los valores y prácticas. de la clase dominante. Las notables transformaciones acaecidas en las sociedades capitalistas avanzadas socavan el monopolio de la producción intelectual por parte de la clase dominante: “se crean entidades culturales vinculadas directamente a las organizaciones de las clases subalternas (periódicos, revistas culturales, editoriales, etc.)”. (Coutinho: 1984: p. 67-68).
Además, la ideología de estas clases encuentra difusión dentro de los “aparatos hegemónicos” tradicionales, como las Iglesias y el sistema escolar. Es así como “avanza una nueva hegemonía, incluso antes de que la clase que la expresa se haga dominante, cuando aún se opone y lucha por conquistar el poder”. Esta clase difunde sus propias concepciones y pone en crisis la ideología hegemónica. En realidad, “las revoluciones sólo surten efecto cuando la clase dominante deja de serlo, cuando su hegemonía entra en crisis”. (Gruppi: 1990. p. 91).
Por tanto, se vuelve no sólo posible, sino incluso necesario, que “la clase que es candidata a la dominación ya sea dominante”, en el plano ideológico. O, para usar la terminología de Gramsci, que ya sostiene la “dirección intelectual y moral” (Coutinho: 1984, p. 67-68).
el bloque historico
Para construir la hegemonía, y así obtener el liderazgo, a nivel de ideas, sobre la mayoría de la sociedad, la clase obrera debe buscar estrategias de lucha comunes, respetando, sin embargo, su creciente diversidad, y las especificidades de las distintas organizaciones sociales con las que cuenta. que tienen afinidad. En efecto, “el proletariado puede convertirse en clase dominante en la medida en que logre crear un sistema de alianzas que le permita movilizar, contra el capitalismo y el Estado burgués, a la mayoría de la clase obrera” (Gruppi: 1990, p. 55). ).
En la actualidad, sin embargo, la correlación de fuerzas, a nivel mundial y nacional, favorable a la ideología y los proyectos neoliberales, no apunta a propuestas de transición al socialismo. Por otro lado, gracias a las conquistas obtenidas por sectores obreros y progresistas de la sociedad civil, el objetivo ya no es luchar, desde “fuera del Estado burgués” –ya que ha sido “ampliado”, ni producir estrategias para su inmediato derrocar, sino buscar, en el ámbito del Estado, hacer alianzas contra el neoliberalismo, y el autoritarismo que le es inherente.
Las reflexiones de Vladimir Safátle sobre “reforma” y “revolución” están directamente relacionadas con nuestro tema. Así, “uno de los signos de la inteligencia es la capacidad de saber hacer distinciones. Aquellos que sólo tienen ojos para las revoluciones, quizás estén muy fascinados por su propio “espíritu geómetra” (uno que sólo puede aprehender rápidamente totalidades). La falta de finura en el análisis político puede ser catastrófica, en la medida que llevan a procesos acumulados de transformación, para simplemente perderse” (Safátle: 2012, p. 73).
Boaventura dos Santos va más allá, afirmando que “el mundo vive en una 'coyuntura peligrosa' en la que, a lo largo de los años [..] los diversos imaginarios de emancipación social con sus luchas contra la dominación capitalista, colonial y patriarcal han desaparecido o perdido su carácter ”. Y concluye: “esto nos lleva a pensar que se necesita coraje para evaluar críticamente los procesos y saberes que nos trajeron hasta aquí y afrontar con serenidad la posibilidad de tener que empezar de nuevo” (Boaventura dos Santos: 2016, p. 22). . Ruy Fausto opina sobre un aspecto central de esta revisión cuando afirma que “la unión de la izquierda no está reñida con la discusión interna. Al contrario. La unión solo puede venir sobre la base de una discusión profunda dentro de la izquierda” (Ruy Fausto: 2017, p. 8).
Se hace necesario, por tanto, en las circunstancias actuales, que el mundo del trabajo logre soldar una articulación, lo más amplia posible, de fuerzas sociales y políticas que apunte a cambiar la correlación de fuerzas a favor de la izquierda, en particular, y , más generalmente de las fuerzas democráticas. Solo en el mediano y largo plazo será posible construir un bloque histórico, cimentado en fuentes ideológicas socialistas, capaz de irradiar su hegemonía a todos los que tienen al capital como oponente.
La viabilidad de este bloque histórico sólo tendrá posibilidades de éxito si incluye, bajo la hegemonía de los trabajadores asalariados de la ciudad y el campo, a los pequeños propietarios rurales, profesionales liberales y autónomos, desocupados, estudiantes y trabajadores del arte y la la cultura, además de los movimientos sociales de mayor expresión. El éxito de este empeño dependerá del estudio y comprensión de la multifacética realidad social, en toda su complejidad. Pero, sobre todo, como el “bloque revolucionario histórico” al que alude Gramsci, este bloque debe tener la capacidad de construir una voluntad colectiva “nacional popular” (Coutinho: 1984, p. 120).
Para el revolucionario sardo, la construcción de esta voluntad es un trabajo prioritario del partido político revolucionario. Este núcleo central de poder hegemónico en construcción jugaría el papel de catalizador de las aspiraciones manifestadas por las diversas organizaciones obreras y populares. Considera que, gracias a la mediación de ese partido, tales organizaciones “se convierten en las articulaciones del cuerpo unitario del nuevo bloque histórico” (Coutinho: 1984, p. 120). A él le correspondería, por delegación del proletariado, reconstruir los cimientos del Estado, poniéndolo al servicio de la revolución socialista.
Hoy en día, sin embargo, teóricos de diferentes escuelas de pensamiento, críticos de status quo, Tienden a enfatizar el papel de la sociedad organizada y participativa, en particular la ubicada en el mundo del trabajo, como principal protagonista en la construcción de voluntades colectivas, capaces de crear un proyecto alternativo a la hegemonía neoliberal. A mi juicio, “la construcción de este proyecto político y social transformador resultaría de una amplia combinación de fuerzas, tanto del Estado como de la sociedad civil, lideradas por quienes reciban en las urnas el visto bueno del pueblo para su realización. de cambios”. El “Príncipe moderno, portador de la hegemonía, ya no sería un ente único, sino la encarnación dialéctica de múltiples determinaciones” (Lyra: 2017: p. 106).
Otro factor estratégico a tener en cuenta es el reciente reparto del poder del Estado con la sociedad, a través de los procedimientos de democracia participativa antes mencionados. Hacen al Estado “poroso”, más transparente, lo que diluye las fronteras entre ambos, generando, en este proceso, una nueva espacialidad pública: no estatal, híbrida o paraestatal.
Para la conformación de un nuevo bloque histórico, los diversos componentes de la clase obrera deberán despojarse de diversos tics que sus prácticas políticas y sindicales han acumulado a lo largo del tiempo. Uno de ellos es el sectarismo, es decir, la política del “todo o nada”, los “manotazos”, expresados en posiciones “maximalistas”, marcadas por el carácter “puro y duro” de una línea doctrinal considerada expresión de la verdad, en oposición a posiciones “reformistas”. Otro gran vicio es el corporativismo, que fragmenta a la clase obrera, impidiéndole construir una propuesta global de sociedad (Lyra: 2017, p. 211). Como explica Gramsci: “el proletariado sólo podrá desarrollar un rico espíritu de sacrificio si es capaz de liberarse por completo de todo residuo corporativo” (En: Gruppi: 1981, p.15).
Por ello, el proyecto nacional-popular sólo podrá materializarse cuando quienes viven de la fuerza de trabajo se conviertan en protagonistas de los reclamos de otros estratos sociales para unirlos en torno a ellos, haciendo alianza con ellos en la lucha contra el capitalismo, y así aislar al propio capitalismo” (Coutinho: 1984, p. 190).
Estrategias de contrahegemonía en Brasil
La realidad social y política de Brasil no permite, en el corto plazo, la lucha por la superación inmediata del capitalismo, por lo que es necesario construir, tanto en el plano social como político, estrategias innovadoras de contrahegemonía, adecuadas para enfrentar, en condiciones desfavorables, a un gobierno de claras inclinaciones fascistas. Boaventura dos Santos llama la atención sobre las consecuencias de las transformaciones del capitalismo en la formulación de estas nuevas estrategias: Este sistema “fue mucho más allá de la producción convencional. Se convirtió en una forma de vida, un universo simbólico cultural lo suficientemente hegemónico como para permear las subjetividades y la mentalidad de las víctimas de sus clasificaciones y jerarquías. La lucha anticapitalista se ha vuelto más difícil y necesita ser cultural e ideológica para ser efectiva en la esfera económica (Boaventura dos Santos: 2016, p. 148).
Evidentemente, no se trata de despreciar la esfera política, ya sean sus manifestaciones tradicionales o más recientes, como las ollas y sartenes. Pero vimos, por los factores ya mencionados, que la esfera cultural cobró importancia en la lucha por la construcción de valores contrahegemónicos, extendiendo su campo a la industria del cuidado del cuerpo, al estilo de vida, a la industria del entretenimiento y del ocio y, incluso incluso sistemas de creencias como la Teología de la Prosperidad.
En Brasil, con aún mayor énfasis, cobra protagonismo la lucha en el campo de las costumbres y las artes, contra las políticas conservadoras plagadas de moralismo, actitudes racistas y discriminatorias hacia las comunidades LGBT, los negros, los pueblos indígenas, los artistas y el mundo de la cultura. Ejemplar en este sentido fue la negativa de Bolsonaro a firmar el diploma que confirió a Chico Buarque la principal distinción literaria en lengua portuguesa, el Premio Camões. Simboliza el carácter oscurantista de un gobierno en el que hasta quienes consideran beneficiosa la esclavitud en Brasil (Chefe: 2020).
Para oponerse a la ideología del “marxismo cultural” (mera adaptación de la fórmula acuñada por Hitler: “bolchevismo cultural”) (Hofer: 1965, p. 81), existen ejemplos particularmente ilustrativos de la lucha contrahegemónica, como los recientes parcelas por escuelas de samba de carnavales carioca. Se trata de manifestaciones artístico-culturales con una fuerte connotación social y política, que las convierten en instrumentos de denuncia de injusticias y exigencia de reparación.
Desde la época de la esclavitud, los amos de Casa Grande siempre han tratado de poner límites a las celebraciones de Momo. Gil y Caetano entendieron cabalmente su dimensión libertaria, al exaltar, en sus composiciones, “la samba, padre del placer, hijo del dolor, el gran poder transformador”. Este es precisamente el caso de la trama de samba de Mangueira, campeona del carnaval de Río 2019. En homenaje a Marielle, asesinada por sicarios de extrema derecha, su letra recuerda que “hay sangre negra pisoteada detrás del retrato enmarcado” (Lyra: 2020 , pág. 34).
Eligiendo como tema de su presentación la denuncia de los falsos héroes de la nacionalidad, Mangueira brindó una magnífica demostración de contrahegemonía, traducida en la íntima relación entre protesta, carnaval y democracia. En la misma línea, en 2020, la trama de esta escuela contaba la historia de un Jesús “de rostro negro, sangre india y cuerpo de mujer”. Criticando a Bolsonaro, sin nombrarlo, esta trama concluye que “no hay futuro sin compartir, ni hay un Mesías con un arma en la mano”.
Se ve que los carnavales, en tiempos de crisis, dan lugar a protestas que se asemejan a actos de desobediencia civil, insubordinación y resistencia. Cuanto mayor es el desfase entre los valores dominantes y las necesidades y deseos del hombre común, más ciudadanos -en este caso los juerguistas y sus cuadras- encuentran en las fiestas populares espacios para el ejercicio de la libertad de crítica, sin la censura de autoritarios. gobernantes y de sus siervos.
Otra manifestación popular “contrahegemónica” es la Marcha del Orgullo Gay. Su 23ª edición, celebrada el 22 de junio de 2019, que reunió a tres millones de personas, configuró, volens nolens, un poderoso acto de resistencia. Sirvió como contrapunto a las opiniones homofóbicas del gobierno de extrema derecha, encabezado por Bolsonaro, que cultiva arraigados prejuicios contra la comunidad LGBT. Recordemos que fue elegido “con un discurso basado en el conservadurismo, como antagónico al discurso centrado en agendas igualitarias y de diversidad, hasta entonces hegemónicas” (Schulz: 2019).
El objetivo final a alcanzar -la construcción de la hegemonía- apuntará al advenimiento, en el mediano o largo plazo, de una nueva sociedad, cuyos pilares sean los valores de la igualdad y el respeto a la diferencia, en la perspectiva de lograr la democracia. socialismo. La cuestión que surge de antemano es la de la naturaleza de las alianzas a firmar para la reconstrucción de la democracia en Brasil, tema que ya suscita, en el ámbito de la izquierda, una importante polémica.
Un manifiesto en defensa de la democracia, suscrito por un amplio espectro de personas con convicciones políticas opuestas -incluidos los líderes del PSOL- pero que están dispuestos a trabajar juntos para acabar con la amenaza neofascista en Brasil, encuentra una firme oposición de sectores del PT y líderes, entre ellos el ex presidente Lula. De sus declaraciones se desprende que sólo firmaría un documento similar si se mencionara explícitamente la necesidad de preservar los derechos de los trabajadores, y siempre que no incluyera entre sus suscriptores a quienes apoyaban la acusación (Calamar: 2020).
Aguirre, en el sitio web la tierra es redonda, sigue la misma línea que Lula. Niega validez a un documento que defiende un “proyecto común” y que sólo tiene carácter institucional, señalando como salida la construcción de un “Frente Popular” (2020). Se ve que las reservas presentadas por Lula y Aguirre no son compatibles con la formación de un frente amplio que necesariamente incorporaría a amplios sectores sociales y políticos que no integran el bloque de izquierda.
Queda por ver si, de forma aislada, este Frente Popular, con la izquierda como núcleo, tendrá por sí solo la fuerza para contener al bolsonarismo y cuáles serían las consecuencias de esta estrategia para la supervivencia de la democracia, si por casualidad fracasa. Esa es la pregunta.
La polémica está instalada y tiene todo que ver con las payasadas autoritarias e izquierdistas que pueblan la fauna política de la izquierda brasileña. Es un presagio de las dificultades que tendrán para construir su unidad y adoptar estrategias más integrales para luchar contra el protofascismo brasileño.
Boaventura dos Santos, ya había dictaminado en 2016 que la izquierda “cuando está en el poder, se divide internamente para definir quién será el líder en las próximas elecciones y sus análisis están vinculados a ese objetivo. Esta indisponibilidad a la reflexión, si siempre ha sido perniciosa, ahora será suicida”. Y tanto más grave cuanto que “carecen de instrumentos de reflexión abiertos a los no militantes mientras, internamente, la reflexión sigue la línea interna de las facciones” (Boaventura dos Santos: 2016, p. 176).
Para él, sólo la combinación de la democracia representativa con la democracia participativa podrá rescatar la credibilidad de los partidos políticos de izquierda, con apertura a sus militantes y simpatizantes, asegurándoles “participación en la definición de las agendas políticas partidarias y en la elección de candidatos a cargos”. representantes en el Parlamento” (p.163).
Es evidente que la estrategia propuesta por Boaventura dos Santos se enfrenta a la tradición autoritaria de la izquierda brasileña, ya mencionada, de la que tampoco escapa el PT, que aún sufre la influencia del leninismo. Fausto observa que “antes del estalinismo, estaba el leninismo. El estalinismo no habría salido a la luz si no hubiera existido el leninismo” (Fausto: 2017, p. 20). La fuerza de la tradición autoritaria explica el apoyo incondicional de este partido -pero también de otros que se dicen socialistas- a regímenes autoritarios de diversa índole, como Cuba y Venezuela.
La autocrítica que el PT nunca hizo, supuestamente, para no dar municiones a la derecha –pero dejando sin respuesta a millones de personas que lo votaron– podría alentar a la izquierda en su conjunto a abrirse también al diálogo, sin condiciones, entre los partidos que la apoyan, conforman, y con todos los que se identifican con sus propuestas.
Este sería el punto de partida, en Brasil, de un largo camino hacia la construcción de una nueva sociedad “en la que la vida no carecerá de ninguna justificación dada por el éxito o cualquier otra cosa, en la que el individuo no sea subordinado ni manipulado por ningún ser ajeno”. fuerza, que es el Estado, el sistema económico y los intereses materiales espurios y en la que los ideales del hombre no se limitan a la interiorización de demandas externas, sino que realmente proceden de él y expresan los objetivos que emanan de su propio yo” (Fromm: 1970, pp. pág. 214).
* Rubens Pinto Lyra, Doctor en Ciencias Políticas, es Profesor Emérito de la UFPB.
Referencias
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