por BENITO EDUARDO MAESO*
BBB 21, la (de)construcción de las luchas sociales y el autoactivismo
¿Eres del Frente Popular Judío?
¡Vete al infierno! ¡Somos el Frente del Pueblo Judío!
Sólo hay una cosa que odiamos más que los romanos: ¡el maldito Frente Popular Judío!
¡Disidentes!
y el Frente Popular del Pueblo Judío.
¡Disidentes!
¡Y el Frente del Pueblo Judío!
¡Disidentes!
¡Pero nosotros somos el Frente del Pueblo Judío!
¿No éramos el Frente Popular?
(Monty Python, la vida de brian)
Este año, la tradicional dosis de voyeurismo La televisión brasileña fue aclamada como revolucionaria en la historia de la pequeña pantalla: la gran Hermano Brasil, programa en el que el espectador satisface su deseo de sentirse como una deidad con poder sobre los destinos de un grupo de personas que interpretan “papeles reales” para complacerlo y hacerse con un importante premio en metálico, además de contratos comerciales, entrevistas en el medios de comunicación y honorarios por eventos, trajo a su 21ª edición un elenco compuesto por protofamosos y desconocidos con una alta participación de activistas de causas sociales, étnicas, de género, LGBTQIA+ y similares.
Si se observa este hecho en sí mismo, como lo fue para muchos en un principio, realmente puede sonar como un gran avance en temas de representatividad de grupos fuera del estándar mayoritario para ocupar espacio y visibilidad en una audiencia abanderada de todos los medios de comunicación. , on e desconectado. Sin embargo, en la práctica, la teoría es diferente. El espectáculo de malos tratos, intrigas y agresiones psicológicas entre los integrantes de la edición, que culminó con la abrupta retirada de uno de ellos tras -el colmo- ser cuestionado por una muestra de afecto, no es sólo la materialización en vivo del vale- tudo en nombre de la audiencia que puebla la televisión brasileña, pero es el ejemplo mejor acabado de dos categorías de análisis que propongo aquí[i] comprender la subjetividad neoliberal contemporánea: sujetos-mercancías y autoactivismo.
De autoempresario a automercancía
Según Dardot y Laval (2014), si los sujetos de la Modernidad se caracterizaron por una porosa segmentación entre instancias, como la religiosa, la política y la del trabajo/mercado, el sujeto neoliberal subsume todas las divisiones al único imperativo de la producción. El sujeto en perpetua mutación no cambia sólo en una cosa: la obligación de cambiar, de ser más eficaz y adaptable. La racionalidad empresarial une todas las relaciones de poder (social y personal) en un único discurso, situando a la empresa como un modelo general que debe ser imitado y estimulado.
Surge la identidad del “emprendedor o autoemprendedor”, que además de la idea de gobierno ou cuídate, que también presentan serios problemas cuando se aplican a la comunidad – opera en un doble flujo ya que sustenta una sociabilidad en la que la mentalidad emprendedora y el máximo rendimiento están presentes y operativos en todos los campos de la vida (docencia, trabajo, relaciones personales y sociales, sexualidad, salud, etc.) y en el que la propia sociedad se reduce a una sociedad formada por un conjunto de sociedades (individuos).
Tales personas, como empresas, competir entre ellos y producir algo más allá de tu propia explotación física (si una empresa tiene jefes y empleados, ser tu propio jefe significa ser tu propio proletario): las metas que te propongas solo las puedes lograr explotándote a ti mismo: más trabajo, más rendimiento, valor agregado obtenido de su propio esfuerzo, absorbiendo y normalizando la explotación física y psíquica que sufre y realiza sobre sí mismo. En la subjetividad neoliberal, la única relación social es el principio universal de competencia de todos contra todos. El mercado se vuelve equivalente a la sociedad.
Para ganar en el mercado, todo lo que produce una empresa, ya sea un automóvil, un applicación o una idea, necesita ser distribuida y consumida. Ser empresa es ser instancia y loci de produccion. ¿Qué se produce en una empresa en sí? identidades ¿Cuál es la materia prima de este proceso de producción? El deseo, dirigido, beneficiado y empaquetado de interactuar en el mercado de las subjetividades. El yo como producto es investido de plusvalía por la asincronía entre el valor de “uso”, o existencia en sí, y el valor de “cambio”, desempeño personal y profesional, influencia, visibilidad e imagen. De personas-productos se llega a sujetos-mercancías formados por un paquete de discursos, acciones y reacciones. Esto nos trae una nueva interpretación a la famosa frase de Marx: la sociedad es realmente formado por una gigantesca colección de bienes: nosotros mismos.
La persona-producto y la como uno vale más que el dinero
No es necesario recordar en detalle el proceso de fetichización descrito en La capital, basta recordar que las propiedades de este fetiche, según Marx, “no son propiedades naturales. son sociales Constituyen fuerzas reales, no controladas por los seres humanos y que, de hecho, ejercen control sobre ellos”. (MARX, 2013, pág. 148). Es decir, si bien estos poderes someten a las personas al proceso del capital y funcionan como una máscara de las relaciones sociales, las apariencias que mistifican y distorsionan la percepción espontánea del orden capitalista producen efectos en la realidad: son formas sociales objetivas, que están determinadas por las relaciones que las subyacen y oscurecen, actuando sobre la personalidad (psique) de la persona o personas que dotaron a la mercancía de tales poderes.
Este primer movimiento de la dialéctica fetichista es fácilmente aplicable en las relaciones sociales mediadas por el producto, como la identificación entre usuarios de una determinada marca de ropa, automóvil o celular. Pero si el producto somos nosotros mismos, se establece una tensión entre la dimensión sensible de este proceso de producción, distribución y consumo del producto-sujeto y su dimensión suprasensible o, en este caso, psicológica.
La producción de subjetividad parte de la familia burguesa, la empresa familiar propietaria de los medios de producción y formateando el ser que impone tanto categorías rígidas como la de Edipo o el molde tradicional del buen ciudadano, como contribuyendo a la creación de subjetividades que son vistos como proyectos de sí mismos y que buscan la línea de fuga del modelo visto como molar o mayoritario. El manual de fabricación del sujeto neoliberal es ideológico, con elementos morales a menudo conservadores, basado en la exacerbación del individualismo y en un vocabulario tomado de la literatura gerencial de los años ochenta, como ENTRENAMIENTO , trabajo en progreso e empoderamiento.
El producto-persona se ofrece en canales de distribución para una mejor inserción en el mercado social. Si en el pasado la presentación a la sociedad se realizaba en fiestas bizarras como bailes de debutantes y graduaciones, en la sociedad red, la incesante producción y difusión de información por parte de los propios individuos va de la mano con la necesidad de ser vistos, de ser notados por el mercado social Se abre una competencia desenfrenada entre los miembros del sistema para encontrar la mejor forma de venderse.
Hoy, las redes sociales, y su fantástica capacidad de engagement y retribución psicosocial a través de likes, reconocimientos, elogios y “sellos”, operan como canales de venta idóneos para las subjetividades proyectadas, que son las que los seguidores esperan ver en ese perfil. Cuantos más seguidores, más mercado como persona conquista, mejor: cuanto más “exitoso” se es – más recompensa psicológica y/o comercial se obtiene en cada interacción – en la economía política del como uno.
Bubbles y el propio activista
Si el neoliberalismo transformó la subjetividad en una mercancía y loci la sociedad se define por la competencia de todos contra todos, el principio de segmentacion y nicho de mercado domina las relaciones sociales. Y tal lógica es muy visible en lo que convencionalmente se llama el campo progresivo.
Dejemos de lado la vocación mesiánica de los grupos que se ven como heraldos de una moral infalible y recordemos la reflexión de Adorno sobre la capacidad de la Industria Cultural para hacer de la diferencia una forma sumamente eficaz de reforzar la unidad y la integración en el sistema: “para todos, algo está previsto; para que nadie escape, las diferencias se acentúan y difunden” (ADORNO, 1985, p. 116). Esta lógica de segmentación opera tanto para los defensores como para los críticos del sistema social, en una lógica de señales conmutadas en las que la captura por el engranaje del capital se vende como autonomía en relación a él.
Como los sujetos-mercancías sólo se tienen a sí mismos como guía, ya que las instituciones han perdido su función referencial, la creencia dominante es que es en el individuo que en última instancia reside la capacidad de vencer en el neoliberalismo o de destruirlo simbólicamente. Sin embargo, cada fractura en el sistema genera las condiciones automáticas para su absorción por el conjunto.
El deseo de sobresalir y también pertenecer a algo se convierte en un movimiento castrado de crítica: es más simple silenciar a los competidores en el mercado (de privilegios o luchas) que asumir que la racionalidad del capitalismo neoliberal requiere un alto nivel de desigualdad y exclusión para su funcionamiento. No es necesario un orden superior para que el individuo se convierta en represor de los demás: al mismo tiempo que el ser se incluye, excluye a los que pueden amenazar el goce incesante que codicia.
La autorreferencialidad del sujeto neoliberal, el sujeto-mercancía que se convierte en fetiche de sí mismo, es también visible en la contestación misma del sistema, pues al vivir inmerso en su (ir)racionalidad, se termina reproduciendo su lenguaje.[ii], manierismos y modales. El autoempresario, o el sujeto mercancía, se transmuta, en este mercado específico, en el autoactivista.[iii], o en la mercancía militante. Un individuo político que derrama afectos en un discurso autodirigido, que perpetúa la lógica de la competencia silenciando o invisibilizando de alguna manera a otros individuos o grupos sociales.
Como el debate dialéctico es visto con malos ojos, el objetivo de cada acción (ya sea texto, post o diálogo) es la llamada “lacración”, la confirmación de la creencia a priori del autoactivista que prohíbe el debate y niega al otro toda posibilidad de diálogo o revisión de conceptos. La idea adorniana de que el oprimido y el opresor son posiciones sociales, no características intrínsecas de ciertos sujetos o modelos sociales, es fundamental para entender el proceso.
Contrariamente al discurso de que toda expresión individual se acepta como auténtica, sin imponer normas ni etiquetas, existe una rígida jerarquía en el llamado proceso de “deconstrucción”, o reemplazo de una norma inoperante en la racionalidad actual (el sujeto de la Ilustración) por una ausencia de una norma que funcione, en la práctica, como una nueva norma moduladora, en la que se exprese mejor la racionalidad de la sociedad competitiva.
Como el éxito o el fracaso en la sociedad neoliberal es responsabilidad exclusiva del individuo o grupo de individuos, la producción de compromiso es simultáneamente negación y confirmación del proceso: el fetiche de ser escuchado y respetado como formador de opinión en un tsunami de opiniones y datos descontrolados, desde el flujo de Internet hasta la choza en el programa de televisión. La competencia para saber quién puede decir qué significa ser deconstruido, lloroso o militante. La ideología del éxito como centro de ideologías que históricamente se han posicionado en contra del éxito a cualquier precio.
Más sencillo que buscar las condiciones materiales para cambiar lo real es realizar el cambio discursivo sobre uno mismo y prescriptivo sobre los demás, centrado en un conjunto de valores que asume como verdaderas únicamente las creencias preexistentes del individuo y del grupo al que pertenece. el pertenece. La lógica de la competencia en el neoliberalismo es identificable en la competencia entre luchas por la aceptación entre pares o por la sociedad en su conjunto. El autoactivista es la imagen especular de la autocompañía, como fetiche y narciso, deseoso de éxito y en la lucha por el reconocimiento.
La “telenovela trágica” de la vida real
Pero, ¿qué tendría que ver todo esto con otro campeón de ratings? Ahora bien, tal vez nada sea más simbólico y que afirme la relevancia de las categorías presentadas en este texto más que pensar que lo que se muestra en las pantallas de TV, celulares y computadoras hoy en día son personas. compitiendo unos contra otros en busca de un valor en dinero que, para algunos, signifique el triunfo social y el ascenso a un nuevo nivel de clase; para otros, la posibilidad de calentar sus carreras y promover la distribución y consumo de sus “bienes personales” por parte de su público. No es necesario mencionar nombres, pues lo importante son las funciones de cada elemento en la dinámica del ritual de validación e interdicción de discursos, personas y acciones, guiada por el solipsismo, la autorreferencia y la experiencia personal puesta como determinante de el juicio: si yo soy X, SOLO yo puedo decir si TÚ eres o no X o Y – una imposición de identidad (o representación) sobre diferencias y multiplicidades.
La inmolación psicológica de uno de los participantes (realizando el ritual señalado por Silvia Viana), incluyendo la imposición de una normatividad intrínseca a la visión de deconstrucción de los participantes, la demostración más evidente del activismo del yo – o de la transformación y capitulación de banderas de lucha social como diferenciales de mercadeo (además de apropiaciones comunes, como la utilización de minorías para vender productos en comerciales de TV, películas que romantizan pasados míticos de continentes que sufren pobreza y enfermedades y otras ilusiones que la Industria Cultural nos ofrece en abundancia) – dice sin duda que la apuesta, si es que alguna vez la hubo, de la producción sobre la diversidad de los participantes sirvió para mostrar que la lógica de la mercancía no es exclusiva de un campo político o psicosocial, habiéndose convertido en una práctica mayoritaria en la sociedad, incluso entre aquellos que, en teoría, pertenecerían menos a los modelos estándar.
*Benito Eduardo Maeso es profesor del IFPR, investigador posdoctoral del Departamento de Filosofía de la FFLCH/USP. autor de Diferencias en común: Deleuze, Marx y el ahora (Apris).
Referencias
ADORNO, Teodoro; HORKHEIMER, Max. Dialéctica de la Ilustración. Río de Janeiro: Jorge Zahar Editor, 1985
DARDOT, Pierre; LAVAL, Cristian. La nueva razón del mundo: ensayo sobre la sociedad neoliberal. Sao Paulo: Boitempo, 2016
FRASER, Nancy. Feminismo, capitalismo y la astucia de la historia. Revista Mediações (UEL). v. 14, núm. 2, 2009
HAN, Byung Chul. La sociedad cansada. São Paulo, Voces: 2015.
HAN, Byung Chul. psicopolítica. Madrid: Herder, 2013
MAESO, Benito. Diferencias en común: Deleuze, Marx y el ahora. Prólogo: Marilena Chauí. Curitiba: Appris, 2020.
MARX, Carlos. capital, vol. 1. El proceso de producción de capital. Prólogo: Jacob Gorender y Louis Althusser. Epílogo Francisco de Oliveira. São Paulo: Boitempo, 2013
VIANA, Silvia. Rituales de Sofrimento. Estado de la colección de sitios. São Paulo: Boitempo, 2013.
Notas
[i] Y que me tomo la libertad de indicar mi reciente libro (As Diferenças em Comum) para una comprensión más profunda del tema.
[ii] El uso de términos como empoderamiento – empoderamiento – en las luchas sociales, lejos de ser una subversión del lenguaje empresarial, puede entenderse como un reforzamiento de la ideología competitiva que la palabra porta
[iii] El trabajo de Nancy Fraser sobre la cooptación de ciertos segmentos de las luchas feministas por la lógica de la empresa, cooptación que comienza a reducir un problema complejo como es la opresión del patriarcado en la sociedad a una mera lucha por la igualdad salarial, es decir , por el poder de consumo y la igual satisfacción con el varón, muestra que la equivalencia abstracta operada por el dinero y la circulación y presentación de los bienes en el campo social nunca puede dejar de ser objeto de seria crítica social. Esta apropiación y formación de las luchas sociales, en el formato denunciado por el autor, reproduce la idea de medir el valor de la persona en su equivalencia en mercancía-dinero. El fetichismo propio es también cuánto “vales”, el precio de tu propio producto en el mercado. Cuanto más caro es, más lo desea el individuo.