Benedito Nunes

Alberto da Veiga Guignard, Bambú, 1937.
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por FÁBIO FONSECA DE CASTRO*

Reflexiones sobre las lecciones del filósofo sobre Martín Heidegger.

El pasado 27 de febrero se cumplieron diez años de la muerte del filósofo Benedito Nunes. Nacido en Belém el 21 de noviembre de 1929, Benedito fue uno de los fundadores de la Facultad de Filosofía de Pará, luego incorporada a la Universidad Federal de Pará (UFPA) y también de la Academia Brasileña de Filosofía. Su actividad intelectual se desarrolló en diferentes campos y subcampos de las ciencias humanas, desde la estética hasta la teoría literaria, desde la fenomenología hasta la historia de la filosofía, desde la hermenéutica hasta los estudios de poesía.

Profesor emérito de la UFPA, Benedito trabajó en varias universidades de Brasil y del exterior, y produjo una obra – compuesta por 22 libros y decenas de artículos – reconocida e influyente, como lo atestiguan los diversos premios recibidos, entre ellos el Premio Estadão Multicultural,el Premio Jabuti de Literatura (dos veces) y Premio Machado de Assis de la Academia Brasileña de Letras, por su obra.

Tuve el honor de tenerlo como maestro consejero y como maestro, increíblemente generoso y paciente, en mis caminos en el pensamiento heideggeriano. Sin tener una formación filosófica y buscando un diálogo entre la fenomenología y las ciencias sociales que me permitiera un despeje interdisciplinario –para mí políticamente necesario, si no “existencial”–, puedo decir que estos caminos fueron y son tortuosos. Pero también reconozco el inmenso aporte, duración e importancia de Benedito Nunes en mi formación, incluida la política, porque a pesar de que la política no estaba claramente problematizada en su obra, mi diálogo con él se basó, en gran medida, en ella.

Si lo digo, es considerando que es clara la apropiación del pensamiento y la figura de Benedito Nunes por parte de un pensamiento de tinte conservador presente en los círculos académicos, intelectuales, cristianos y políticos de la sociedad parense. Impulsado por relaciones de amistad y cariño, pero no necesariamente de acuerdo o de coherencia intelectual y política, el profesor Benedito se acercó, en su última década de vida, a ciertos oportunismos provincianos, que no tuvieron reparos en apropiarse de su obra y de su imagen pública para validar proyectos que , sea desde una política cultural conservadora y excluyente, sea desde una academia guiada por el elogio y el miedo a la profundidad, sea desde un catolicismo mezquino e intransigente, pretendió producir, fantasear y atribuirle la imagen -incorrecta e injusta- de un pensador conservador . Son los males de la provincia, que necesita domar a sus grandes hombres cuando no es posible, simplemente, destruirlos.

Buscando alguna oposición a esta apropiación – oposición ya iniciada por los colegas Ernani Chaves y Sílvio Holanda, profesores de la UFPA, como yo, que también trabajé con Benedito Nunes – quisiera traer aquí una breve reflexión sobre algunos elementos de nuestro diálogo, a lo largo nuestra convivencia, específicamente en el proceso de construcción de mi referente heideggeriano.

Puedo comenzar diciendo que el elemento inicial de nuestro diálogo se desarrolló en torno al problema de la experiencia banal del mundo, presente en Ser y Tiempo, la obra inaugural (aunque no necesariamente inicial) heideggeriana. Acudí al profesor Benedito con el pretexto de pedirle ayuda para comprender el estatuto de la inautenticidad del Ser, el diálogo entre lo auténtico y lo inauténtico, lo propio y lo impropio. eigentlichkeit e uneigentlichkeit – esto en el horizonte de una investigación sobre los encubrimientos del imaginario social de nuestra ciudad.

Era, a mi modo de ver, una cuestión elemental: viniendo de Comunicación, habiendo leído mucho sobre las masas, la industria cultural, la manipulación, la seducción, el patrón, la influencia, la repetición, etc., estaba convencido de que la uneigentlichkeit, el “modo” inauténtico del Ser, pensado sociológicamente, se materializó en el conjunto de objetos por los que se interesaron las ciencias de la comunicación y se tradujo como discutido por muchos autores que fueron leídos en mi campo de formación académica.

Evidentemente sospeché que la pregunta no sería tan simple ni tan dicotómica y, precisamente por eso, me acerqué al profesor, quien me recibió con su extraordinaria generosidad y quien, después de una hora de conversación, después de haberme explicado mi problema, me dijo: yo, si reproduzco bien sus palabras, que el tema de Heidegger era el Ser y que los caminos de investigación asociados al filósofo centraban su observación en la verdad del Ser, y no precisamente en las condiciones de interposición del Ser. Dasein (o estando allí de la vida cotidiana), sus encubrimientos, como le parecía que le estaba proponiendo.

Recuerdo que dije que el vector del cuestionamiento de Heidegger iba de uneigentlichkeit hacia su problemática central, que era la eigentlichkeit y que invertir este orden no puede ser, propiamente hablando, una vía fenomenológica –o de “desvelamiento”, como decía. Además, también comentó el hecho de que no se percataba de hasta qué punto sería posible desplazar el pensamiento de Heidegger de su matriz filosófica a un enfoque en las ciencias sociales, como yo pensaba.

Mi respuesta consistió en situar el ocultamiento/desvelamiento del Ser en dos niveles, los dos niveles que me interesaban más directamente: la política y la cultura. “Es que estas dos esferas, en la vida cotidiana, el ocultamiento, no hay forma de exigir a las personas un estado de atención certero, ni permanente”, argumenté.

"¿Cuál es el problema?"

“Es que la idea de develación, de autenticidad, requiere un esfuerzo sobrehumano, irreal, insostenible. Si de esto depende, nunca tendremos una democracia. Tanto la demanda de una atención dialéctica, en Marx, como la demanda de una Dasein auténtica, en Heidegger hacen inviable en un principio la buena política y la buena cultura…”

El problema, de hecho, es que tenía en mente la visión dicotómica y maniquea de la política y la cultura: verdadero y falso, correcto e incorrecto, correcto e incorrecto, bueno y malo, cultura auténtica y cultura inauténtica, política real y política aparente. , conciencia y alienación.

“Pero eso no es lo que dice Heidegger”

"¿No?"

Y entonces Benedito Nunes me dio la conferencia más preciosa sobre Heidegger que he tenido en mi vida, explicando que lo auténtico/inauténtico no eran, para el filósofo, niveles cualitativos, sino niveles ontológicos, interpretativos.

“Tanto en la música que suena en la radio como en la música sinfónica, el Dasein está presente y puede encontrar un claro”, respondió, con su peculiar ironía, presente en las palabras, pero dulcificada por la mirada, siempre condescendiente.

“Pero usted, profesor, no debe encontrar sus claros viendo la televisión el domingo por la tarde”, aventuré.

“Ciertamente, pero cada Dasein tiene su propio camino, lo que no significa que un camino sea mejor, o más verdadero, para usar el término heideggeriano, que otro”.

Mi ignorancia fue silenciada. Salí de su casa considerando que la buena política sí puede estar en la vida cotidiana y en la banalidad del mundo. Salí de allí tumbando mentalmente la sociología de las élites, la teoría de la comunicación, la idea de los niveles de cultura...

Años después, leyendo el Heráclito de Heidegger, encontré el mismo discurso en una parábola que recupera Heidegger: unos visitantes habrían venido a visitar a Heráclito en su casa, pero lo encontraron en un acto prosaico de la vida cotidiana, calentándose junto a la estufa de la casa. Los visitantes quedaron asombrados y avergonzados, ya que no esperaban ver al gran maestro en una escena tan banal. Y Heráclito, un poco irónico, pero también condescendiente, los animó a entrar, diciendo la siguiente frase: "Aún aquí, junto al fuego, los dioses están presentes".

Es decir, incluso en el más banal de los acontecimientos, incluso en el acto más prosaico de la vida cotidiana, la verdad puede estar presente.

Eso es lo básico, pero no lo sabía. Y aún hoy, es tal el oscurecimiento que la vieja metafísica impone a la palabra “verdad”, que veo que se habla de Heidegger –y de Benedito Nunes– sin darse cuenta de esta condición crítica básica, elemental: la condición de la política, o de la cultura. ., no están en el mejor saber, en el mejor hacer, en los títulos académicos, en la fe, en los ritos, en los laureles y habas de la vida social, sino en los claros que se pueden abrir en cualquier parte, y, sobre todo, a alguien.

Algunos temas heideggerianos fueron recurrentes en nuestra convivencia: cuestiones referidas a la experiencia banal del mundo, el estatuto de la intersubjetividad, los temas de la “ligereza” y la “pesadez” de la existencia, los “acontecimientos de apropiación” y, aún, la relación entre poesía y política, entre otras, de las que espero seguir hablando. En todos ellos, los problemas de la política y la cultura cruzaron la conversación y nunca, en ningún momento, Benedito Nunes expresó un pensamiento elitista, conservador o marginador. Todo lo contrario, todo en él era inclusión, tolerancia, cuidado y atención al otro.

Por mi parte, profundamente influido por el diálogo con Benedito Nunes, sigo convencido de que el pensamiento de Heidegger, a pesar de sus graves y reprobables errores, proporciona una preciosa fuente crítica, útil para la sustitución del problema de lo común y lo intersubjetivo -condición más elemental, a mi modo de ver, para la política y para las tramas de la cultura, la historia, la identidad – y también para el reposicionamiento político de la problemática del Ser. Y si pude tomar este camino fue en gran parte gracias a Benedito Nunes, quien siempre apoyó una lectura progresista de Heidegger y quien siempre actuó en defensa de la diversidad y la apertura de pensamiento.

* Fabio Fonseca de Castro es profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad Federal de Pará (UFPA).

 

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