Bienvenidos al mundo de la “policrisis”

Imagen: Matheus Viana
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por DIOS ROMÁRICO*

Ascenso y caída de esta noción de moda, conservadora y fatalista por un lado, emancipadora y activa por el otro.

El historiador Adam Tooze ha resucitado la noción de “policrisis”, que se ha convertido en un tema favorito de las elites políticas y económicas del mundo. Consideramos a continuación el ascenso y la caída de esta noción de moda.

Bruno Le Maire, ministro de Finanzas francés desde 2017, no es un escritor prolijo. Pero, en su tiempo libre, también es profeta. En otoño de 2021, cuando presentó la Ley de Finanzas de 2022, dijo a los parlamentarios que su presupuesto era la primera piedra de una “gran década de crecimiento sostenible”. Fue un momento de optimismo: la economía global parecía recuperarse rápidamente de la crisis sanitaria. Los comentarios de Le Maire ilustran la euforia generalizada que surgió en los círculos empresariales y entre los principales economistas tras superar la crisis sanitaria.

El 1 de enero de 2021, cuando las heridas del Covid aún estaban abiertas, uno de los principales columnistas de Financial TimesEl periódico de la City de Londres, Martin Sandbu, abrió el nuevo año con un texto titulado: “Adiós 2020, año del virus; hola, “locos años veinte”. El término final del discurso (…) se refiere a la década de 1920, que, al menos en Estados Unidos, fue un período de fuerte crecimiento y nacimiento de la sociedad de consumo. La posición de Martin Sandbu parecía sencilla. Los consumidores, tratando de olvidar la crisis sanitaria, como un siglo antes habían intentado olvidar los horrores de la guerra, se embarcaron en un frenesí de gasto, colocando la economía en un círculo virtuoso, es decir, “la mayor prosperidad en un siglo”.

Por tanto, esta idea será un gran éxito en 2021. Es comprensible. Desde mediados de la década de 1970, y más aún desde la gran crisis financiera de 2008, el capitalismo parece atrapado en un proceso de debilitamiento interminable, que combina una desaceleración estructural del crecimiento, turbulencias financieras y tensiones en torno a la deuda pública y privada. El esperado retorno a una fase de crecimiento fuerte y compartido parece conducir a una fase de estabilización política y social del capitalismo.

La nueva palabra de moda

Pero dos años después, el ambiente cambió. La inflación volvió a la mayoría de las economías, superando el 10% en algunos países occidentales por primera vez en cuarenta años. La tendencia inflacionaria comenzó a mediados de 2021 y se aceleró con la invasión rusa de Ucrania al año siguiente, que volvió a hundir al mundo en la amenaza de una guerra total. Los salarios reales comenzaron a caer y el crecimiento se desaceleró mientras las catástrofes ecológicas se aceleraban.

Así acabó el optimismo del inicio de 2021. Ya no estamos hablando de los locos años 20, sino de una nueva fase de la crisis, más compleja, más general y más profunda. El 1 de enero de 2023, dos años después de la columna de Martin Sandbu, el mismo Financial Times definió el año que comenzó con una palabra: “policrisis”. Esta palabra se ha convertido en la nueva palabra de moda, la palabra privilegiada que todos en los círculos económicos y políticos han llegado a adoptar. Unas semanas más tarde, se convirtió en el tema de apertura del debate en el famoso foro de Davos, el Foro Económico Mundial.

¿De dónde viene la palabra? El término fue recuperado por el historiador británico Adam Tooze a finales de 2021 y se generalizó tras el inicio de la guerra en Ucrania. Convertido en los últimos años en una auténtica estrella entre las élites intelectuales del mundo anglosajón, este profesor de 56 años de la Universidad de Yale siempre ha intentado pintar cuadros históricos complejos, como en su libro de 2014 sobre las secuelas de la Primera Guerra Mundial: El diluvio.

En los últimos años, sin embargo, su ambición ha sido convertirse en un “historiador del presente”. Después de su libro fundamental sobre la crisis financiera publicado en 2018, que lo consagró como una autoridad mundial en el tema, a finales de 2021 publicó otro sobre la crisis sanitaria, cierre, en el que argumentó que la pandemia de Covid cambió el paradigma dominante y que esto podría conducir a una economía más próspera. Su predicción no dista mucho de las ideas presentadas por Martin Sandbu.

Pero el historiador del presente ha caído en la trampa de los acontecimientos. Cuando se publicó su último libro, el mundo atravesaba nuevos e impredecibles trastornos. Luego, Adam Tooze comenzó a utilizar el concepto de “policrisis” en su blog, muy leído, antes de popularizarlo en octubre de 2022 en un artículo sobre Financial Times titulado “Bienvenidos al mundo de la policrisis”.

El historiador explica el término: “En la policrisis, los shocks son dispares, pero interactúan entre sí, de modo que el todo parece mayor que la suma de sus partes”. Es como si los acontecimientos caóticos se multiplicaran y reforzaran entre sí hasta culminar en una forma de desestabilización general del sistema (económico, financiero, institucional, ecológico, etc.). “Lo que hace que las crisis de los últimos quince años sean tan desarmadoras es que ya no parece plausible señalar una única causa y, en consecuencia, una única solución”, afirma Adam Tooze.

Peor aún, las soluciones a ciertos aspectos de la policrisis están generando nuevas crisis. “Cuanto más afrontamos [la crisis], más y más aumentan las tensiones”, resume el historiador. Terrible decepción, entonces, para quienes pensaban que la crisis sanitaria, y la intervención pública masiva que provocó, marcarían el comienzo de una nueva era de prosperidad. Aunque esta solución evitó el colapso de la economía, sentó las bases para una ola de inflación al exacerbar las debilidades de la oferta en la esfera de la producción. Esto desestabilizó el orden económico de los últimos cuarenta años, basado en una baja inflación y bajas tasas de interés; he aquí, dos fuertes shocks caracterizados, según los economistas, como “externalidades” negativas –estamos hablando del conflicto en Ucrania y de la crisis ecológica– hicieron que la crisis fuera aún más difícil de gestionar.

Un concepto de Edgar Morin

Esta noción de policrisis no es nueva. Como señala Adam Tooze, fue tomado de textos del pensador francés de la complejidad Edgar Morin. Lo utilizó en los años 70 como una forma de tener en cuenta las cuestiones ecológicas. Le dio forma definitiva en su libro. Tierra Patria, de 1993.

Edgar Morin define la policrisis como una situación en la que “crisis interconectadas y superpuestas” toman la forma de un “complejo interdependiente de problemas, antagonismos, crisis y procesos incontrolables” que forman “la crisis general del planeta”. Esta visión es muy diferente de lo que en economía se conoce como “crisis sistémica”, es decir, una crisis que desestabiliza todo un sistema, pero cuyo punto de partida es un shock único e identificable. En este último caso, la espiral de crisis puede detenerse si se puede contener el contagio. Esta es la lógica que ha regido la gestión de crisis desde 2008, que no ha tenido éxito.

Por otro lado, en una crisis múltiple este tipo de contención no es posible, porque la crisis forma parte de una cadena de acontecimientos tan compleja que es imposible detenerla. Más aún, como ya hemos dicho, porque las soluciones propuestas dan lugar a nuevos problemas que se extienden a otros ámbitos por contagio. El mundo sujeto a la policrisis no es estático, está vivo: su crisis modifica el entorno, y el entorno modifica los términos de la crisis.

Aunque en su momento no se describió como una policrisis, la crisis financiera de 2008 ilustra cómo las “soluciones” pueden convertirse en “problemas”. Esta crisis desencadenó una inversión excesiva en China que salvó a la economía global del desastre, pero condujo a una sobreproducción de acero y hormigón en particular, lo que empeoró la crisis climática. Al mismo tiempo, esta recuperación china provocó una reacción en Estados Unidos, que llevó a Donald Trump al poder, pero también una crisis de sobreproducción de la que China sólo logró escapar a costa de una burbuja inmobiliaria que estalló en 2021... Cada solución abrió una nueva crisis, provocando desestabilización global.

El pensamiento complejo se desarrolló enormemente en el mundo anglosajón en las décadas de 2000 y 2010, especialmente en el campo de la historia. Sin utilizar el término “policrisis”, ha estado en el centro de controversias sobre un acontecimiento antiguo pero muy intrigante: el fin de la Edad del Bronce ocurrido a finales del siglo XIII a.C. Un complejo civilizacional muy complejo en torno al Mediterráneo oriental se derrumbó, o mejor dicho, se desintegró a lo largo de varias décadas, provocando la desaparición del imperio hitita y de la civilización micénica, pero también desestabilizando toda la región durante varios siglos.

Ha habido muchos intentos de explicar la situación, algunos citando la tradicional invasión de los “Pueblos del Mar” desde el oeste o el norte, que destruyó la civilización mediterránea, mientras que otros citaron causas puramente económicas, sociales o ambientales. Pero poco a poco empezó a prevalecer otra idea, que era complejo y, por tanto, a la vez inestable.

Las interacciones y las interdependencias adquirieron tal importancia que el más mínimo grano de arena podía trastocarlo todo y provocar un colapso general, a través de una serie de crisis que se retroalimentaban unas a otras. “Cuanto más complejo es un sistema, más probabilidades hay de que colapse”, resume el historiador Brandon Drake. A partir de entonces, terremotos, crisis climáticas, disturbios sociales, revueltas e invasiones se sucedieron sin coherencia, acelerando el proceso de desestabilización y acabando por hacer tambalear la cohesión general de la civilización mediterránea de la Edad del Bronce.

En su libro sobre el tema. El año en que la civilización colapsó, el antropólogo Eric Cline resume el interés de esta teoría de la complejidad aplicada a este acontecimiento histórico singular: “Adoptamos la teoría de la complejidad porque nos permite visualizar una progresión no lineal, contemplando una serie de factores, y no solo un factor único. Tiene ventajas tanto para explicar el colapso ocurrido a finales de la Edad del Bronce Final como para proponer una forma de seguir estudiándolo”.

Esta hipótesis sigue siendo discutida por muchos historiadores, pero no podemos evitar relacionarla con la situación actual y el análisis de Adam Tooze. Las crisis se multiplican, se suceden y se sostienen unas a otras, sin que se identifique ninguna conexión global coherente entre ellas. El aumento de la inflación, la crisis sanitaria, el aumento de las tensiones entre China y Estados Unidos, la guerra ruso-ucraniana y la catástrofe ecológica son crisis autónomas que ciertamente se perpetúan a sí mismas, pero no son el resultado de una perturbación ejemplar que está muy extendido. .

Como sabes, Adam Tooze resume todo en un diagrama que enumera estas interdependencias. Causas y consecuencias, crisis y reacciones se cruzan para crear riesgos. De esta manera, el historiador puede desarrollar una especie de “matriz” de la crisis, indicando las áreas que probablemente se deteriorarán, aquellas que podrían disminuir y aquellas cuyo resultado sigue siendo incierto.

Según este esquema, la crisis actual no es una crisis sistémica. Hay múltiples perturbaciones de diferentes orígenes, no sólo económicos, que están conduciendo, a través de la búsqueda de soluciones específicas, a una desestabilización del conjunto. A diferencia de la crisis de 1929, no hay una recesión repentina, sino más bien polos de resistencia, como el empleo y algunos servicios, y polos de depresión, como la industria y el consumo. Pero la crisis no es menos general y profunda porque parezca impredecible e incontrolable. Todo esto se parece mucho a la trayectoria “no lineal” de crisis que algunos han invocado para explicar el fin de la Edad del Bronce.

Entonces surge inevitablemente la pregunta: ¿cómo responder, en tal hipótesis, a este tipo de desestabilización compleja? ¿Cuáles son las consecuencias del pensamiento de policrisis para la acción política y económica?

El agotamiento de los tratamientos neoliberales

El 15 de mayo de 2023, Robert Lucas, el economista que ganó el premio del Banco de Suecia que lleva el nombre de Alfred Nobel en 1995, murió ante la gran indiferencia de los principales medios de comunicación en inglés. Sin embargo, este hombre fue uno de los creadores de una pieza de síntesis intelectual que fundó el neoliberalismo con su teoría de las “expectativas racionales”, presentada en 1972.

La idea es simple: los agentes económicos, siempre que no sean engañados, son capaces de reaccionar racionalmente ante los acontecimientos económicos. Ahora parece posible proponer un modelo fiable de funcionamiento del mercado que permita evitar crisis macroeconómicas. Esto es lo que llevó al premio Nobel a declarar que la cuestión de la prevención de crisis estaba resuelta en 2004.

Robert Lucas ejerció una influencia considerable en la economía hasta mediados de la década de 2000. Posteriormente, su estrella se apagó y casi desapareció. Cuando murió en mayo de 2023, pasaron casi cinco días hasta que Financial Times y el New York Times publicó esos habituales obituarios reducidos. La anécdota es significativa. En la era de la policrisis, el pensamiento de Robert Lucas se volvió inoperante. ¿Cómo podrían los agentes formular “expectativas racionales” en un contexto de múltiples crisis con efectos tan impredecibles y aparentemente insuperables?

En realidad, este callejón sin salida es parte del problema. De hecho, aunque la influencia intelectual de Robert Lucas ha disminuido, aunque nadie puede proponer seriamente la hipótesis de las “expectativas racionales”, sus teorías continúan estructurando la ciencia económica y las políticas públicas. Estos parecen repentinamente desorientados en este período de policrisis, pero los neoliberales neoclásicos, genios sólo para ellos mismos, se jactaron durante décadas de haber alcanzado el límite del conocimiento económico.

En el mayor desorden desde 2020, todas las principales organizaciones internacionales estudian incansablemente una situación económica que se desvía cada vez más de sus modelos. Sin duda siempre ha sido así, pero ahora la distancia con la realidad es cada vez mayor. “Desde la pandemia de Covid-19, las bolas de cristal de los economistas se han vuelto opacas hasta el punto de caricaturizarlas”, señaló un editorial en Le Monde a finales de mayo de 2023.

Esta creciente ineficacia de la ciencia económica está creando ahora un nuevo peligro: el de que las políticas públicas provoquen nuevas crisis, precisamente porque se basan en esta ciencia internamente defectuosa. Como los modelos no tienen en cuenta la complejidad de la crisis, se da prioridad a llenar los vacíos que crean nuevos brotes inquietantes, agravando la policrisis.

Esto es lo que ocurrió con la política de ajuste monetario de los bancos centrales. Ante el aumento de la inflación, los bancos centrales no tuvieron otra alternativa que actuar, dados los modelos imperantes: el aumento de los precios redujo en la misma medida los tipos de interés reales, allanando el camino al riesgo de sobrecalentamiento de la economía y a la espiral inflacionaria. Pero el aumento de las tasas nominales sólo creó más tensiones. Tanto es así que Adam Tooze considera este endurecimiento como el nuevo “corazón de la crisis”.

En el contexto de una policrisis, la gestión global no sólo es imposible, sino también contraproducente. En este contexto, los agentes se ven obligados a soportar la crisis y la estrategia a seguir consiste únicamente en minimizar sus efectos. No es posible detener el movimiento ni siquiera controlarlo.

Como concluyó Adam Tooze en su artículo de octubre de 2022 sobre Financial Times: “si tu vida ya se ha visto alterada, es hora de actuar juntos. Nuestra interminable cuerda floja será cada vez más precaria y angustiosa”.

Una falsa solución: la resiliencia

Por lo tanto, la historia está cayendo ahora sobre personas incapaces de controlar sus acontecimientos. Así, la lógica de la policrisis se parece a la lógica de los conservadores clásicos, que creían que la historia es una fuerza que la gente no puede controlar y que, por tanto, deben soportar.

La única respuesta posible sería la “resiliencia”, otro concepto de moda que es hermano gemelo de la policrisis. Este término ya ha entrado en el vocabulario tecnocrático: tras la crisis sanitaria, el plan europeo de apoyo se llama oficialmente “plan de recuperación y resiliencia”.

La resiliencia es la capacidad de resistir las crisis, de resistir los acontecimientos de la historia y salir de ellas de la mejor manera posible. En este contexto, el papel de las políticas públicas roza la impotencia. Debemos dejar de intentar superar las crisis, controlarlas, porque esto podría provocar nuevas crisis. Queda por reforzar la resiliencia, es decir, la capacidad de absorber impactos. La policrisis da lugar a una política del mal menor.

Pero esta idea de resiliencia también refuerza la lógica de la competencia. Ante crisis que no podemos controlar, tenemos que intentar superar las luchas de la vida. Esto es tan cierto para los Estados como para los individuos. Puede que la resiliencia tenga un aspecto colectivo, pero sobre todo hay una lógica individualista.

Así, es fácil comprender el entusiasmo de ciertos círculos empresariales y la conmoción que se generó en torno a la noción de policrisis, tanto antes como después de Davos. En su informe de riesgos globales publicado el 9 de marzo de 2023, Zurich Seguros vio “buenas noticias detrás de la policrisis”. Y la buena noticia es que existen profesionales de la “gestión de riesgos” en los que todos deberían confiar para aumentar su resiliencia.

Incluso hay formas de ganar dinero con este caos. El presidente del Banco Europeo de Inversiones (BEI), Werner Hoyer, que también fue uno de los protagonistas de la crisis griega a principios de 2010, afirmó con calma que “la policrisis es también una oportunidad de poliinversión”. Por lo tanto, el Foro Económico Mundial no podía sino celebrar tal concepto y elaborar su propio diagrama de “riesgos interrelacionados” para ayudar a las personas a invertir y protegerse de la mejor manera posible.

Aunque los agentes económicos ya no pueden darse el lujo de las “expectativas racionales” de Robert Lucas, ahora pueden adoptar una postura oportunista para obtener mejores resultados que sus vecinos. Desde un punto de vista social, la continuación de tal proceso parece renovar el interés por la visión de Friedrich Hayek.

A diferencia de los neoclásicos de los que descendía Robert Lucas, Friedrich Hayek creía que los agentes eran incapaces de comprender la complejidad de las situaciones económicas y sociales. Por esta razón, junto con Ludwig von Mises, se opuso a la planificación socialista de los años 1930 y 1940.

La idea de Friedrich Hayek es simple: si el conocimiento está siempre fragmentado, el Estado no sólo es incapaz de realizar una gestión óptima: él mismo se convierte en un elemento disruptivo. La única forma posible de coordinación es, por tanto, la confrontación de los intereses individuales en el mercado, lo que da lugar a un “orden espontáneo”, en el que el único equilibrio es capaz de satisfacer a todos.

Buscando un equilibrio “menos peor”, por así decirlo, podemos ver el vínculo con la policrisis: la incertidumbre fundamental sobre la situación conduce a estrategias individuales oportunistas, presentadas como las únicas verdaderamente efectivas en tales casos. Estas estrategias tienen un lugar ideal: el libre mercado.

Por supuesto, esta no es explícitamente la posición de Adam Tooze y, como sostiene Edgar Morin, se puede construir un proyecto de solidaridad colectiva para enfrentar la policrisis. El hecho es que la base de la teoría de la policrisis es conservadora. Y en el contexto de la desintegración del paradigma neoliberal, en el que el Estado debería apoyar el desarrollo de los mercados, la hipótesis de la policrisis bien podría revivir la opción del radicalismo libertario individualista y nacionalista.

¿Una crisis sin causa?

Entonces, a primera vista, la noción de policrisis parece encajar en el mundo que nos rodea. Pero él es muy problemático. Una comparación con el final de la Edad del Bronce lo pone de relieve. Como señala Eric Cline, si la teoría de la complejidad aparentemente ofrece una explicación adecuada para el colapso de esta civilización, es también porque nuestro conocimiento del período es fragmentario e incompleto.

Desde esta perspectiva, invocar la “complejidad” parece ser, de hecho, una solución fácil, una forma de ocultar los límites de nuestra reflexión sobre la realidad, ya sea porque nuestro conocimiento es limitado, como en el caso de la Edad del Bronce, o porque Nos encontramos ante un panorama que no permite claridad en nuestra comprensión de la realidad.

Hay otra objeción importante a la hipótesis de Adam Tooze: si los sistemas humanos se vuelven más complejos a lo largo de la historia, ¿por qué las policrisis no son sistemáticas? ¿Por qué la complejidad conduce a la desestabilización general en ciertos momentos y no en otros? La noción de policrisis no responde a esta pregunta, lo que plantea interrogantes sobre su relevancia. Si la complejidad no siempre es sinónimo de crisis, puede deberse a que el marco mismo en el que se ejerce y organiza esta complejidad está en crisis.

Adam Tooze considera que la noción de policrisis permite acabar con los “monismos”, permitiéndonos emanciparnos de las explicaciones monocausales. Apunta especialmente al marxismo y, en menor medida, a los esquemas neoclásicos. Pero también en este caso podríamos intentar seguir el camino más fácil, contentándonos con una “fenomenología” de la crisis: identificamos las perturbaciones, observamos las conexiones entre ellas, pero renunciamos a intentar comprender cómo y por qué se produce la perturbación. por qué aparece en un determinado momento de la historia.

Capitalismo en crisis

Por tanto, nos contentamos con la superficie de los acontecimientos y nos limitamos a intentar encontrar una manera de evitar o superar sus consecuencias con la ayuda de compañías de seguros o gestores de riesgos. Esto es también lo que hace Adam Tooze en su blog: se dedica una entrada a cada faceta de la policrisis que supuestamente demuestra su complejidad, pero se descarta cualquier otro análisis global.

Una visión así se vuelve entonces casi tautológica: es porque nos negamos a comprender la dinámica global –o no lo hacemos– que teorizamos su ausencia en nombre de la complejidad. Por tanto, es imposible comprender qué mueve el conjunto. Al final, la noción de policrisis equivale a ocultar una hipótesis central: que las múltiples crisis actuales están todas vinculadas a la incapacidad del sistema capitalista para cumplir sus funciones históricas. Al hablar de una crisis sin una causa única, evitamos plantear la cuestión del agotamiento del propio capitalismo. Esta es sin duda una de las razones del éxito de la noción de policrisis en Davos y otros lugares.

Pero hay un hecho obvio que debemos recordar: el capitalismo ya no es simplemente otra forma de gestión económica. Actualmente es el único modo de funcionamiento económico y social en todo el planeta. La lógica de acumulación y producción de valor se generalizó. Este monismo que tanto detesta Adam Tooze es, por tanto, una realidad objetiva. Por lo tanto, sería extraño que un sistema que determina los ingresos de casi todos los países y configura la existencia humana no estuviera involucrado como sistema en la gestación de la crisis actual.

Pero si este sistema está en crisis, no puede ser una crisis aislada entre otras. ¿Por qué sería una crisis en el contexto en el que ocurren otros fenómenos? Es esta hipótesis a la que debemos recurrir si queremos comprender la multiplicidad de las crisis y su profundidad.

Contrariamente a lo que sugiere Adam Tooze, la existencia de este tipo de causa “primaria” no es contradictoria con un estudio de los diversos y complejos aspectos de la crisis. Es muy posible que la perturbación original adopte varias formas que se transmitan a través de vínculos y dependencias causales complejos. Pero no comprender este marco de la crisis actual es, en realidad, negarse a comprenderla.

La caída de la productividad

Por lo tanto, debemos recurrir al capitalismo, que innegablemente está en crisis. El economista marxista Michael Roberts insiste en el carácter “limitado” de la noción de policrisis “en la medida en que oculta la base subyacente de estas diferentes crisis, los fracasos del capitalismo”.

Y no son sólo los marxistas los que ven las cosas de esta manera. En un editorial publicado el 4 de mayo de 2023, Olivier Passet, economista del canal económico Xerfi Canal, hablaba de la crisis del capitalismo y de un “modo de producción y de consumo agotado”. La constante disminución de los aumentos de productividad a lo largo de medio siglo es uno de los principales síntomas de esta crisis. Sin embargo, ninguna innovación, ni siquiera las revoluciones digital y de TI, ha podido revertir el fenómeno.

El problema de la productividad ha ocupado a los economistas durante décadas, dando lugar a debates que a menudo no son concluyentes. Pero la realidad es que el crecimiento de los países avanzados está en constante declive, y la desaceleración de las ganancias de productividad tiene mucho que ver con esto: las economías con menores ganancias de productividad naturalmente sufren presión sobre la rentabilidad de las empresas, es decir, sobre su capacidad. para crear valor.

Esta presión da lugar a reacciones o “contratendencias”. Desde la década de 1970 ha habido innumerables reacciones de este tipo, desde la globalización y la financiarización hasta la presión ejercida sobre los trabajadores por las reformas neoliberales y el recurso masivo al endeudamiento. El equilibrio de baja inflación en el que se basó la economía política después de la crisis de 2008 es producto de estas tendencias opuestas, que ayudaron a limitar el impacto de los reducidos aumentos de la productividad laboral.

Pero a medida que el movimiento subyacente persistió, estas tendencias contrarias se agotaron y, a su vez, provocaron nuevas crisis que ahora amenazan al sistema. La financiarización, la globalización y la moderación salarial se ven, a su vez, desafiadas por la crisis de 2008, la crisis sanitaria y la aparición de la inflación. Es urgente improvisar contratendencias, pero han demostrado ser inútiles: el sistema está desestabilizado, con evidentes consecuencias sociales, ambientales y geopolíticas.

Michael Roberts teorizó esta larga crisis en un libro de 2016 bajo el término “depresión larga”. Distingue entre “lo que los economistas llaman recesiones […] y depresiones”. Las recesiones son crisis económicas periódicas que son rápidamente absorbidas por una recuperación del nivel de actividad. “Las depresiones son diferentes”, explica el economista inglés, “en lugar de salir de una depresión, las economías capitalistas permanecen deprimidas durante un período más largo; Por tanto, hay un menor crecimiento de la actividad, la inversión y el empleo que antes”.

Según Michael Roberts, 2008 marca así el comienzo de la tercera depresión en la historia del capitalismo, después de las de 1873-1897 y 1929-1941. Y nada parece capaz, a corto plazo, de sacar al capitalismo de esta fase de ocaso. Michael Roberts ve una “intensificación de las contradicciones del modo de producción capitalista en el siglo XXI”, con tres componentes: económico, ambiental y geopolítico.

La teoría del colapso

Este panorama no niega la complejidad de la crisis, su diversidad o incluso el entrelazamiento de sus consecuencias más allá de la propia economía. Pero apunta al agotamiento, en el marco general de la actividad humana, del capitalismo. Esta lucha ahora por cumplir su función histórica: la creación de valor a partir de actividades productivas. Esta reflexión naturalmente se hace eco de las de Karl Marx en el Libro III de La capital, ampliado por el economista polaco Henryk Grossmann, en 1929.

Grossmann señaló el inevitable agotamiento del sistema capitalista debido a la propia dinámica de la ley del valor, que conduce al aumento del “trabajo muerto” (máquinas) en relación al “trabajo vivo”, único productor de valor. En su modelo, el capitalismo estaba atrapado en su propia lógica de desarrollo, de tal manera que entraría en una crisis subyacente permanente. Cuanto más tiempo pasa, más intentará el capitalismo encontrar tendencias contrarias.

Según Henryk Grossmann, este agotamiento conduce a un “colapso”, no inevitable y natural, sino en forma de una “crisis final” en la que la lucha de clases se desarrolla a escala internacional. "Si estas tendencias contrarias se debilitan o cesan, la tendencia al colapso se impone y se materializa en la forma absoluta de una crisis final", escribió.

La lógica de Henryk Grossmann es que el agotamiento del sistema conducirá a la revolución. Pero su traductor australiano, Rick Kuhn, subrayó más tarde que este colapso “es contingente”. “Henryk Grossmann no propone la idea de que el capitalismo simplemente se derrumbará, sino que, por el contrario, le resultará cada vez más difícil salir de sus crisis porque la rentabilidad será cada vez más baja”, añade Michael Roberts. Esto es precisamente lo que está sucediendo en la actual “depresión”.

Si la revolución no está en la agenda, lo que queda es la crisis de un sistema que utiliza todos sus recursos para sobrevivir: la guerra, la creación de dinero, el apoyo público a la economía privada, la precipitación tecnológica, la aceleración de la devastación ecológica, etc.

Pero es una carrera hacia el fondo. Podemos imaginar una recuperación de la productividad y la rentabilidad de las empresas gracias a la inteligencia artificial y la robotización, pero ¿resolverá esto todas las tensiones? Es dudoso desde el punto de vista medioambiental, así como desde el punto de vista geopolítico.

Es cierto que este marco explicativo puede llevarnos a pensar que la crisis sistémica es únicamente de origen económico. Robert Kurz, fundador de la escuela de “crítica de valores”, adopta un enfoque diferente al de Marx y propone un análisis más global de la crisis capitalista.

En su libro fundamental, El colapso de la modernización, publicado en 1991, sostiene que existe una crisis generalizada en el “sistema mundial de producción de mercancías”.

En el noveno capítulo de este libro, narra las diversas facetas de esta crisis y su carácter insuperable, pintando un panorama no muy diferente del actual de “policrisis”. Pero "la razón de la crisis es la misma para todas las partes" de este sistema global, dice. Esto es lo que él llama el declive histórico de la “sustancialidad abstracta del trabajo”.

Con el desarrollo de las fuerzas productivas y el continuo aumento de la productividad, el sistema mercantil ha perdido la base sobre la que funciona. Si antes el capitalismo era capaz de encontrar los recursos necesarios para perpetuarse, superando barreras, ahora esto ya no es posible.

“Con este nivel cualitativamente nuevo de productividad, se hizo imposible crear el espacio necesario para una acumulación real”, dijo Kurz en una entrevista en 2010. Como la mano de obra ya no era capaz de producir suficiente valor, era necesario encontrar soluciones alternativas, pero en todos fallaron, incluso, en última instancia, en la confianza en el Estado. Aquí encontramos una de las características dominantes del período: la utilización del Estado como salvaguarda del sistema, lo que abre los capítulos políticos, sociales y geopolíticos de la policrisis.

Ya en 1991, Robert Kurz no se hacía ilusiones sobre el “estatismo del fin de los tiempos que, a través de la violencia estatal, persistirá en mantener la cáscara vacía de la relación dinero-mercancía, a costa de una gestión brutal que tiende al terror, es decir , autodestrucción absoluta”. A partir de entonces, la “dinámica de la crisis se apoderará sucesivamente no sólo de todos los sectores de la producción de mercancías, sino también de todos los ámbitos de la vida, que durante décadas se volvieron dependientes de la expansión del crédito porque no podían alimentarse del excedente real de producción”. valor y su redistribución social”.

Robert Kurz ciertamente cree que existen “esferas diferenciadas” de la crisis que tienen su propia lógica y están organizadas a nivel socioinstitucional e individual. Estas esferas son parcialmente autónomas. Algunas facetas de tu realidad pueden escapar a la crisis de valores, pero todas ellas se ven afectadas por esta perturbación.

Así se desarrolla la “policrisis”, pero no puede entenderse independientemente de la crisis de la “totalidad social”. A menos que nos limitemos a una fenomenología de diferentes ámbitos y nos nieguemos a comprender el punto de partida y el punto común de estas perturbaciones.

La noción de policrisis es, por tanto, quizás más superficial de lo que sugiere su naturaleza, que se refiere a la complejidad. Al limitarse a afirmar que la complejidad es un hecho irreductible de la vida, quienes la utilizan no comprenden el funcionamiento global de las actividades humanas ni la lógica que las subyace. Lo único que queda es una simple observación que conduce a respuestas que son, en el mejor de los casos, defensas pasivas y, en el peor, oportunismo individual.

En resumen, la noción de policrisis ignora la existencia de un sistema global dominante que determina los aspectos más generales de la vida humana: el sistema capitalista. Dado que nada escapa al dominio de las materias primas, sería sorprendente que la crisis de las materias primas fuera un mero epifenómeno de una crisis global.

Esta crisis del sistema no significa –y éste es el error fundamental de Adam Tooze– que las perturbaciones que provoca no sean complejas y difíciles de predecir. Pero las múltiples facetas de esta crisis son síntomas de la incapacidad del sistema para funcionar.

Entender la policrisis como la crisis del capitalismo mismo significa que podemos prever soluciones que ataquen la lógica del capitalismo y la mercancía. Es más fácil decirlo que hacerlo, sin duda. En este sentido, las dos visiones de Henryk Grossmann y Robert Kurz, por ejemplo, son directamente opuestas: la revolución clásica en un caso, la crítica radical de todo el modo de vida vinculado a las mercancías en el otro.

Lo que está en conflicto aquí son dos visiones radicalmente diferentes: la visión metafísica y quietista de la policrisis, por un lado, y la visión materialista e histórica de la superación del capitalismo, por el otro. En realidad, esta distinción traiciona la distinción entre dos lecturas de la historia: una conservadora y fatalista, la otra emancipadora y activa. Y es precisamente en este punto donde la noción de policrisis se vuelve problemática.

*Romaric Godín es jornamentalista. Autor, entre otros libros, de La monnaie pourra-t-elle changer le monde. Vers une écologique et solidaire (10 x 18).

Traducción: Eleutério FS Prado.

Publicado originalmente en el portal Sin permiso.


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Incel – cuerpo y capitalismo virtual
Por FÁTIMA VICENTE y TALES AB´SÁBER: Conferencia de Fátima Vicente comentada por Tales Ab´Sáber
El nuevo mundo del trabajo y la organización de los trabajadores
Por FRANCISCO ALANO: Los trabajadores están llegando a su límite de tolerancia. Por eso, no es de extrañar que haya habido un gran impacto y compromiso, especialmente entre los trabajadores jóvenes, en el proyecto y la campaña para acabar con la jornada laboral de 6 x 1.
Umberto Eco – la biblioteca del mundo
Por CARLOS EDUARDO ARAÚJO: Consideraciones sobre la película dirigida por Davide Ferrario.
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