por ALEXANDRE ARAGÃO DE ALBUQUERQUE*
La operación legal-mediática que secuestró la democracia brasileña
Al principio fue Lava Jato. Y todas las estrategias de la derecha brasileña fueron operadas criminalmente por su brazo legal, bajo las riendas de Deltan Dallagnol y el ex juez declarado, por el STF, por sospecha e incompetencia Sérgio Moro. Sin ella, nada de lo que hizo el autoritarismo reciente habría llegado a su realización: el Golpe de Estado, la implementación del programa “Puente al futuro” de desmantelamiento y entrega de bienes públicos brasileños, la detención ilegal y desvergonzada del Presidente Lula, la ostensiva ingreso del Partido Militar en el Poder Ejecutivo federal, la elección del capitán de extrema derecha a la Presidencia de la República.
Ella dio cuerpo a la conspiración consolidada en abril de 2016, con la aceptación del juicio político a la presidenta Dilma Rousseff, bajo el mando del propietario de la offshore Eduardo Cunha, entonces presidente de la Cámara de Diputados. Propietarios offshore también son el ministro de Economía de Bolsonaro, Paulo Guedes, y el presidente del Banco Central de Brasil, Roberto Campos Neto, denunciados por la “Operación Papeles Pandora”.
La Lava Jato se destacó por ser un sistema articulado, que en el ámbito de la justicia y del Ministerio Público brasileños volvió a incriminar, sin pruebas, sujetos meticulosamente elegidos por él, sólo para las conveniencias subjetivas de sus operadores, como etapa de la plan de condena de la Política y sus agentes, con el objetivo de demonizar a los partidos y líderes de izquierda, más específicamente al Partido de los Trabajadores y al Presidente Lula.
Hace dos años, más precisamente el 14 de octubre de 2019, el Ministro Gilmar Mendes del Supremo Tribunal Federal (STF), en una entrevista con el periodista Pedro Bial, de Organizações Globo, denunció públicamente que la COALIZÃO, entre los Medios Corporativos Hegemónicos y la Curitiba fiscales con Sérgio Moro, creó un “lavajatismo militante” a través del ostensible estímulo de los medios de la Rede Globo. Mendes declaró que se había quejado del tema a los responsables, Ali Kamel y los hermanos Marinho: con el apoyo táctico de Globo, los abogados resultaron ser infinitamente mejores publicistas y operadores políticos, y mucho menos juristas.
Este choque entre Globo (Lavajatismo) y Mendes quedó claro desde la presentación del ministro que hizo Bial al inicio de su programa, buscando descalificarlo. Lo presentó como un juez destemplado, que choca “con la voz de la calle” (como si el juez tuviera que seguir la voz de la calle en lugar de la Constitución), al que no le gusta perder y es apodado el Soltador General de la República por utilizar el instituto de Habeas Corpus como escudo nobiliario.
Pero poco a poco el Ministro se hizo cargo de la entrevista, comenzando por aclarar qué es un Habeas Corpus. Recordó el hecho de que un juez de Lava Jatista en Río de Janeiro casi se disculpa con alguien que estuvo preso por su orden durante nueve meses sin tener nada que ver con ese asunto. Y preguntó: ¿quién reparará estos nueve meses de prisión de este inocente? ese juez? El Habeas Corpus es la garantía del Estado Democrático de Derecho para salvaguardar la libertad de cualquier persona indebidamente detenida.
En la estela del pensamiento del ministro Gilmar Mendes, la pregunta es: ¿quién reparará los 580 días de detención ilegal, en las instalaciones de la Policía Federal de Curitiba, sufridos por el presidente Lula? Además de las más de doscientas horas de propaganda difamatoria publicada por Organizações Globo? Esta difamación sistemática y estratégica, perpetrada por el medio de comunicación más grande del país, ¿puede considerarse “libertad de expresión”? Es, como mínimo, un amplio y fuerte sistema de “noticias falsas”. ¿Quiénes serán procesados y condenados por este delito?
Gilmar Mendes también registró que cuando Lava Jato comenzó a institucionalizarse, como una verdadera iglesia, una de sus acciones militantes fue precisamente demonizar la garantía constitucional del Habeas Corpus. “Pero esto es muy peligroso para las sociedades democráticas, porque abre un camino al totalitarismo”, dijo Gilmar. Además, Lava Jato lanzó una campaña popular de recogida de firmas para las denominadas “10 Medidas”. Varias personas, incluidas las CEB y las ONG progresistas, firmaron esta lista sin darse cuenta de la gravedad del documento referido. Entre las propuestas fascistas de Moro y Dallagnol en estas “10 Medidas”, estaba, por ejemplo, la derogación del Habeas Corpus, además de la introducción de Pruebas Ilícitas que pudieran ser utilizadas como motivo de condena penal.
En ese mismo período, la Rede Globo abrió sus focos y micrófonos a una de las militantes fiscales de la “iglesia Lava Jato” para que hiciera su profesión de fe en los medios. La fiscal propagó su sofisma en una entrevista reproducida en casi todos los programas periodísticos de Globo: "si los congresistas no aprueban en su totalidad las 10 Medidas, es prueba de que todos son corruptos".
Según el profesor de Derecho Constitucional, Pedro Serrano, en una lapidaria conferencia pronunciada en TVT en la noche del 3 de febrero de 2021, “el proceso Mensalão fue el laboratorio para el desarrollo de la técnica de las medidas de excepción autoritaria en el proceso penal – reducción de la norma probatoria, la hipernomia, la cultura punitiva, el papel figurativo de la defensa, etc. – antes impuesta a los jóvenes negros de la periferia, a través de la legislación antidrogas”. Desde Mensalão, esta técnica de medidas de excepción fue probada en juicios políticos –claramente en el juicio de José Genoíno, por ejemplo– demarcando la acción nefasta del movimiento autoritario populista de derecha en la búsqueda de la sustitución del Estado Democrático de Derecho por un Estado de seguridad, garante del bienestar de los ricos, a través del orden y la seguridad, uniformando el relato de la vida nacional al criminalizar la diversidad política y social implícita e intrínseca de todo régimen democrático.
Lava Jato jugó un papel muy relevante en este proceso porque introdujo el clima, que ya estaba creado en la sociedad, a través del Mensalão y las manifestaciones callejeras de 2013 (técnicas de las guerras híbridas del siglo XXI), en la política y la justicia. Algunas tareas las cumplió de manera ejemplar. Por ejemplo, elevando el nivel de conmoción afectiva en la sociedad, creando una especie de descontento nacional contra los objetivos -Dilma y Lula- definidos por sus operadores. En la práctica, el Golpe de Estado de 2016 fue mucho más judicial que parlamentario. El parlamento no hubiera podido consolidar formalmente el golpe de juicio político, sin un delito de responsabilidad probado, si el clima de conmoción social no hubiera sido construido por los medios de comunicación y el poder judicial.
Luego, manteniendo su guión, Lava Jato produjo un proceso de excepción, dentro de la apariencia democrática, con dos acusadores bien definidos – Moro actuando como “juez” acusador (basta pensar en la portada de la revista Isto É, de mayo de 2017, donde aparece Moro como boxeador contra el expresidente Lula), y Dallagnol al frente del grupo de Curitiba – en el proceso persecutorio de condena al expresidente Lula. Siempre ha estado claro que el ex presidente Lula fue tratado como un ser “inferior al humano” (homo sacer), sin una mínima protección política y jurídica de los derechos. El “estándar de prueba” se redujo con total desprecio por los argumentos de su defensa. En otras palabras, se instaló una apariencia de proceso penal, un mero maquillaje, una apariencia mínimamente legal, pero con el contenido material de una acción política tiránica para combatir y condenar la persona del presidente Lula.
El pasado jueves 28 de octubre, el TSE decidió absolver la fórmula Bolsonaro-Mourão, esta vez no por falta de pruebas, sino por falta de condenas. ¿Sería una especie de lavado de autos a la inversa? Según el ministro Alexandre de Moraes, “Si hay una repetición de lo que se hizo en 2018, se revocará el registro¸ y las personas que lo hagan irán a la cárcel por atacar las elecciones y la democracia en Brasil. No permitiremos que estas milicias digitales lo vuelvan a hacer, tratando de desestabilizar elecciones, instituciones democráticas basadas en financiamiento espurio no declarado, basadas en intereses económicos no declarados”.
Es decir, la Corte, a pesar de haber reconocido ampliamente la existencia de los delitos (impulsos indebidos + financiación encubierta), colocó sobre los hombros de la parte peticionaria la carga de no haber probado la gravedad de los hechos. Ocurre, como afirmó el exministro de Justicia Eugênio Aragão, que su estudio de abogados solicitó a la Corte “compartir información del CPI sobre Fake News”, y dicha solicitud fue rechazada por el ministro de Justicia. Por lo tanto, el Tribunal denegó la petición y luego declaró que la parte no la había probado. Además, según Aragão, se solicitaron 25 (veinticinco) testigos, además de romper el secreto bancario y telemático para demostrar la configuración del esquema, y todo fue negado. Un trámite muy diferente al que se le dio al proceso contra el boleto Dilma-Temer.
Ante todo esto, hay una fuerte impresión de que Jair M. Bolsonaro sigue siendo “el mal favorito” de esta Articulación. ¿Qué esperar de las elecciones de 2022, con Lula liderando, como en 2018, las encuestas? ¿Habrá una nueva estafa electoral? ¿Lanzarán otra etapa del golpe híbrido?
*Alexandre Aragão de Albuquerque Máster en Políticas Públicas y Sociedad por la Universidad Estatal de Ceará (UECE).