Autoritarios, psicópatas y manipuladores

Imagen_Estela Maris Grespan
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Por JOSÉ LEÓN CROCHICK*

Los movimientos sociales ligados al fascismo no se alimentan sólo del sadomasoquismo, sino también de impulsos destructivos.

Si podemos definir provisional y crudamente el fascismo como la dominación de la sociedad por parte del Estado para preservar y aumentar los intereses de quienes ostentan el poder económico y político dominante, debemos concluir que es un fenómeno que no puede reducirse a las características psíquicas de sus defensores; al mismo tiempo, es difícil argumentar que la adhesión individual no garantiza su sostenibilidad; si lo que defiende el fascismo no es razonable, pues es contradictorio con lo que ya sería posible como vida civilizada, por lo que ya se puede obtener con el desarrollo de las fuerzas productivas, tiene que provocar deseos de destrucción de la libertad.

El texto consagrado, y ciertamente controvertido, de Freud (1930/2011) – Descontentos de la civilización– denuncia dos formas distintas de violencia, generadas por la convivencia. Uno se expresa mediante el concepto de 'narcisismo de pequeña diferencia'; los grupos pueden formarse siempre que la hostilidad que estaría dirigida a todos pueda desviarse hacia un objetivo externo; así, otro delimitado como la negación del grupo aparece como ideal, movido por el odio, para unir a todos los que lo odian; de esta manera, es posible comprender la hostilidad entre naciones vecinas y la persecución de las minorías sociales.

La conservación de las instituciones depende de esta negación de los que están fuera. El prejuicio, en este sentido, es conservador del grupo formado, sea un equipo, un equipo, una clase, porque hay alguien externo que puede recibir su deseo de destrucción. La diferencia ilusoria se amplifica hasta que ya no podemos identificarnos con este otro extraño, demasiado familiar, ya que, por supuesto, proyectamos en él lo que no podemos soportar en nosotros mismos.

La base de esta hostilidad se encuentra al comienzo de la vida, cuando aún no sabemos muy bien cómo diferenciar lo interno de lo externo; juzgamos, según Freud, que lo placentero es interno y lo que nos hace sufrir, externo. Con la experiencia nos damos cuenta de que es todo lo contrario: lo que genera el sufrimiento -dolor, hambre- está ubicado en nosotros, lo que permite el alivio de ese sufrimiento viene de afuera. El autor no deja de decir que, en algunos períodos de la vida, podemos volver a atribuir a los demás todo lo que nos hace sufrir, y todo lo bueno para nosotros: momentos de paranoia.

La otra forma de violencia señalada por Freud, en este texto, proviene también de lo que llamó pulsiones de muerte; estos serían inherentes a toda vida orgánica y, junto con Eros -que representa los impulsos de la vida- serían responsables del progreso y, en algunos casos, también de la destrucción. Silenciadas las pulsiones de muerte destruyen para eliminar la tensión existente, cuando se disocian de las pulsiones de vida; cuando se asocia, la destrucción puede ser necesaria para el progreso y también para los movimientos que hagan la sociedad justa; en este sentido, la violencia no sólo es reprobable, sino que puede ser necesaria, cuando tiene un objetivo racional a conseguir, que precisamente apunta a cambiar una situación que es violenta en su base. Pero el análisis freudiano no es sólo crítica social; describe lo que hace posible su mantenimiento y destrucción.

Para resumir, tratando de no perjudicar el fructífero análisis de Freud, los dos tipos de pulsión se unen para el progreso; pero cuanto mayor es el progreso, mayor es la tensión existente para mantener lo construido, y más sacrificios individuales son necesarios para el mantenimiento de la sociedad; estos sacrificios, renuncias a la satisfacción de los deseos, de manera civilizada, separan los dos tipos de pulsión y, según la hipótesis que plantea Freud, la represión sexual se convierte en síntomas neuróticos y la represión de la agresión en aumento de la culpa, pues los que formaron una conciencia moral.

Así, cuanto mayor el progreso, mayor el sufrimiento y el deseo de destruirlo todo; pero para que se forme la culpa es necesario un largo proceso, por el cual las pulsiones de muerte dirigidas a la sociedad vuelven al individuo mismo, constituyendo el superyó; ya en las décadas de 1920/1930, sin embargo, Freud nos advierte que muchos individuos no desarrollan conciencia moral y pasan toda su vida en una especie de juego entre el gato y el ratón: cuando la autoridad está presente, uno no hace lo que es contrario a la ley ; cuando está ausente, puede cometer un delito, siempre que no sea descubierto.

Es importante mencionar que Freud no defiende 'amar para amar', ya que el objeto amado debe tener algunas peculiaridades que son importantes para nosotros, y defiende que si los demás nos respetan, también seremos capaces de respetarlos. Si nos dejáramos a la voluntad del otro, nos dice, ese otro descargaría sobre nosotros toda su furia. Tal agresividad no se agota en el sadismo y el masoquismo, en los que también está presente una tendencia erótica: “Reconozco que en el sadismo y el masoquismo siempre hemos visto las manifestaciones, fuertemente mezcladas con el erotismo, de la pulsión de destrucción dirigida hacia afuera y hacia adentro, pero Ya no entiendo que podamos ignorar la omnipresencia de la agresividad y la destructividad no erótica, sin darle el lugar que le corresponde en la interpretación de la vida”. (pág. 65).

Pues bien, de esta manera, parece que los movimientos sociales ligados al fascismo no se nutren sólo del sadomasoquismo, sino también de impulsos destructivos que no se enlistaron en la formación del yo, y que, sin embargo, satisfacen deseos, que también apuntan a la destrucción de ese ego. .

El trabajo sobre la personalidad autoritaria, desarrollado por Adorno y colaboradores (1950/2019), en la década de 1940 y publicado en 1950, presenta el momento psicológico del fascismo, una personalidad que se forma en base a una jerarquía: admira a los de arriba, desprecia a los de abajo, un tipo que parece bordear el sadomasoquismo. Ya en el prefacio de Horkheimer (1950) a esta obra, sin embargo, se argumenta que se trata de un nuevo tipo de autoritarismo que aúna cualidades racionales y supersticiosas; también en el fragmento de Dialéctica de la Ilustración, de Horkheimer y Adorno (1947/1985), titulado “Elementos del antisemitismo”, se señala este nuevo autoritarismo: los autores concluyen que ya no hay antisemitas –y que en 1947– y, sí, una mentalidad del boleto.

La Escala de fascismo (Escala F) fue construida por estos investigadores como una medida indirecta de prejuicio; involucraba nueve dimensiones; tres de ellos -agresión autoritaria, sumisión autoritaria y convencionalismo- según los autores, expresan sadomasoquismo, los otros seis, una fragilidad aún mayor del yo. Una vez más, debe señalarse que no es solo el sadomasoquismo lo que se asocia con el fascismo, en lo que respecta a la estructura de la personalidad, sino también un yo más regresivo.

En el análisis de Adorno (1950/2019) sobre los tipos de personalidad autoritarios, el autoritario mismo se asocia con el sadomasoquismo, con la preservación de la jerarquía existente, como ocurre con el movimiento del narcisismo de las pequeñas diferencias analizado por Freud; los tipos delincuente y psicópata, por otro lado, pueden tratar de reemplazar la jerarquía existente con una más caracterizada por una fuerza más primitiva.

Así, el autor se refiere al psicópata: “Aquí el superyó parece haber sido completamente deformado por el resultado del conflicto edípico a través de un retroceso a la fantasía de omnipotencia de la primera infancia. Estos individuos son los más 'infantiles' de todos: no han logrado desarrollarse por completo, no han sido moldeados por la civilización en absoluto. Son 'asociales'. Los anhelos destructivos afloran de forma explícita, no racionalizada. La fuerza y ​​la dureza del cuerpo, también en el sentido de poder 'agarrarse', son decisivas”. Su indulgencia es crudamente sádica, dirigida contra cualquier víctima indefensa; es poco específico y está pobremente matizado por prejuicios. (pág. 553).

El sadismo aquí no está asociado con Eros, y el autoritarismo no parece expresarse a través del prejuicio; se indica la existencia de un tipo de personalidad más regresivo psíquicamente que el autoritario; alguien que no ha delimitado un objetivo específico, perteneciente a una minoría social, a quien se puede dirigir la hostilidad, como lo indica el concepto de “narcisismo de las pequeñas diferencias”.

Esto está de acuerdo con lo que también defienden Horkheimer y Adorno en “Elementos de antisemitismo”: cuanto más se desarrolla técnica y administrativamente la sociedad, menos se desarrolla el yo, puede ser socialmente prescindible: guías éticas de comportamiento, celebridades, organizaciones gremiales ( uniones de resultados) pueden pensar por nosotros.

Ahora bien, si procede lo desarrollado, brevemente y con carácter exploratorio, en este texto, hoy tenemos un fascismo expresado por el conservadurismo, con la adhesión de individuos autoritarios, pero también expresado por una tendencia más regresiva: los que se complacen en destruir. para mostrar su fuerza, placer basado en la omnipotencia infantil. Es cierto que Adorno indicó que hay tendencias destructivas en la base de la defensa del orden por parte de los autoritarios, pero sus sustitutos y, al mismo tiempo, contemporáneos, ya que esos autoritarios no dejaron de existir, son más directamente destructivos, y, por tanto, como no tiene objetos de amor delineados, tampoco tiene objetos de odio definidos: destruyen a los que pueden ser destruidos, sin ser amenazados.

Así, vivimos en una época, ya prevista por los autores citados en este texto, en la que, si el prejuicio pretende mantener un orden jerárquico, hay una violencia más directamente destructiva, que no necesita justificación para satisfacer deseos destructivos, y que parece manifestarse también en las violaciones, las diversas formas de acoso y la intimidación; algunos utilizan la violencia no asociada a fines racionales para mantener el orden; otros lo usan para destruirlo.

Pero hay algo aún peor, descrito por Adorno en su análisis de los tipos autoritarios: el manipulador, que se complace en 'hacer cosas', en ser eficiente, pase lo que pase. Su afectividad se desplaza de las personas a las tareas; se convierte en una cosa entre otras cosas. Si los prejuiciosos y los psicópatas son peligrosos, ¿qué pasa con aquellos que se preparan para desarrollar sus habilidades para el trabajo, sin preocuparse por lo que hacen, aquellos que se complacen en cumplir órdenes para complacer a sus superiores jerárquicos, a quienes también desprecian? Quizá podamos hacer uso de la distinción que hace Adorno (1995) entre 'asesinos callejeros' y 'asesinos de gabinete'; el manejador, que puede clasificarse entre estos últimos, planearía el asesinato de forma industrial, pero no lo llevaría a cabo.

Para concluir, subrayemos una vez más: parece que desde el siglo pasado no sólo estamos tratando con el sadomasoquismo propicio al fascismo, sino también con otros tipos más regresivos. Si bien la estructura social que engendra tales tipos de personalidad no se puede cambiar, existe la posibilidad de que aquellos que fueron creados para la no violencia y que se niegan a condonar la injusticia social, actúen para salvar lo que es posible y luchen para cambiar lo que es posible. que provoca esta destrucción de la democracia, que, si hasta ahora no puede ser completa, quizás algún día lo sea.

*José León Crochick Es profesor jubilado del Instituto de Psicología de la USP y profesor invitado de la Unifesp.

Referencias


Adorno, TW (1995) Educación y Emancipación. 4. ed. Traducido por Wolfgang Leo Maar. São Paulo: Paz y Tierra. 

Adorno, TW (2019). Estudios sobre la personalidad autoritaria. Trans. Virginia Helena Ferreira da Costa, Francisco López Toledo Correa, and Carlos Henrique Pissardo. São Paulo: Editora da Unesp, 2019. (Obra original publicada en 1950).

Freud, S. (2011). Descontentos en la Civilización y Otras Obras. Trans. Pablo César Souza. Sao Paulo: Cía. de Letras. (Obra original publicada en 1929/1930).

Horkheimer, M. (1950). Prefacio. En: Adorno, TW, Frenkel-Brunswik, E., Levinson, DJ y Sanford, RN La personalidad autoritaria. Nueva York, NY: Harper and Row.

Horkheimer, M. y Adorno, TW (1985). Dialéctica de la Ilustración. Trans. Guido de Almeida. Río de Janeiro: Zahar, 1985. (Obra original publicada en 1947).

 

 

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