por EUGENIO BUCCI*
Integridad y libertad, aunque un poco demacrado, no está de acuerdo. Te da algo en qué pensar. Él también necesita ser escuchado
La observación fue hecha por el cineasta Roberto Gervitz. Cuando se encendieron las luces en la sala de cine, tras la proyección del documental partido (dirigido por César Charlone, Sebastián Bednarik e Joaquín Castro), en el 47º Festival Internacional de Cine de São Paulo, declaró, con su habitual astucia, que el discurso del rapero Mano Brown es el punto culminante de la película. Estábamos en la Rua Augusta el sábado por la noche, afuera llovía, en el tiempo libre de la clase media y, bueno, ya sabes cómo es, Roberto Gervitz tiene razón.
¿Pero de qué se trata exactamente? Expliquemos. El documental registra la campaña presidencial de Fernando Haddad (PT), en 2018. El trabajo de los camarógrafos mueve el hilo narrativo. La cámara abandona los protocolos y previsibles espacios públicos para adentrarse en el ámbito familiar del político hasta instalarse, cómodamente, en la cocina y el comedor. El informe captura, entre otros episodios reveladores, el momento en que los Haddad reciben al lingüista Noam Chomsky para almorzar. En sus ratos libres, Noam Chomsky hace consideraciones, en inglés, sobre el consumo de artículos de lujo.
Es interesante. Otros pasajes, con personajes también inesperados, denotan signos de cierta vida inteligente en la burocracia del partido. Con ingredientes como este, el curso de imágenes conlleva declaraciones ilustradas y, por momentos, eruditas, pero, al final, quien más llama la atención es el compositor de rap.
La escena de Mano Brown no tiene precedentes. Aparece en pantalla con el famoso discurso que pronunció en un mitin del candidato del PT en Río de Janeiro, la noche del 23 de octubre de 2018. Fue un martes nervioso. Con duras palabras, compartiendo plataforma con Chico Buarque y Caetano Veloso, atacó el fracaso de la comunicación de la campaña e hizo un contrapunto crítico, sin concesión alguna a las técnicas motivacionales del marketing (ante las que tantos artistas se inclinan sonriendo).
Esa noche, las desconcertantes frases del cantante perturbaron al público, como informaron los periódicos al día siguiente. “No me gusta el ambiente de fiesta”, comenzó. “La ceguera que afecta allí, afecta aquí también. Eso es peligroso. No hay humor para celebrar”. En ese momento, todos se dieron cuenta de que un regreso era más que improbable, pero el rapero no se quedó ahí. En lugar de sumarse al grupo que culpa al oponente, afirmó que el bando de aquí también tiene responsabilidad: “Si en algún momento falla la comunicación aquí, pagarán el precio. La comunicación es alma. Si no puedes hablar el idioma de la gente, realmente perderás. Hablar bien del PT a los fans del PT es fácil. Hay una multitud a la que hay que convencer o caeremos por el precipicio”.
De hecho, caímos por el precipicio en 2018. Pero ¿qué pasa hoy? ¿Cómo estamos en 2023? ¿Las elecciones del año pasado nos sacaron del abismo?
En términos inmediatos, la respuesta es sí. Si el electorado impidió la reelección del expresidente se debe a que la campaña de 2022 fue más eficiente que la anterior. Lo obvio, nada más que lo obvio. Sin embargo, este cambio se produjo a nivel de la situación, es decir, sólo renovó la superficie de los acontecimientos. Detrás de las apariencias, el acantilado sigue donde estaba antes. La nación sigue dividida, dividida, separada en dos mitades que no se reconocen como legítimas. Si tomamos en serio la advertencia del incómodo discurso de hace cinco años, veremos que la miseria de la comunicación en el llamado “campo democrático” no se ha resuelto.
Comunicar no se trata de convencer al otro lado de las apedreadas convicciones del aquí, no es un truco de magia para convertir a quienes están en contra nuestra en nuestros seguidores. El verbo “comunicar” tiene un prerrequisito, y ese prerrequisito es otro verbo, el verbo “escuchar”. La comunicación de Fernando Haddad en 2018 y, en buena (o mala) medida, la de Lula en 2022 fracasaron. Los dos fracasaron no porque no dieran publicidad a sus causas, sino porque no supieron escuchar. Repitieron sus fórmulas retóricas un tanto desgastadas y, por lo demás, no escucharon las novedades.
Para empezar, no escucharon a las periferias empobrecidas que estaban preocupadas (y todavía están preocupadas) por la seguridad pública. Despreciaron los gritos de esta gente humilde, como si no aceptar el crimen rampante fuera lo mismo que no aceptar los derechos humanos. Las dos campañas también hicieron la vista gorda ante las personas que cultivan costumbres convencionales, como si fuera pecado que les gusten las familias conservadoras. Otro error mortal.
Inmediatamente floreció la prédica de la extrema derecha antidemocrática. La histeria del moralismo reaccionario invadió la agenda, con sus mensajes desinformativos, como la “botella de…” (ya sabes). De hecho, el documental muestra con detalle la apoteosis de la llamada “botella”. El recuerdo nos impacta, incluso hoy, pero nos impacta menos porque fue un fraude flagrante, y más porque era creíble, cándidamente creíble, para las multitudes hostiles a la comunicación arrogante de la que hablaba Mano Brown. Integridad y libertad, aunque un poco demacrado, no está de acuerdo. Te da algo en qué pensar. Él también necesita ser escuchado.
*Eugenio Bucci Es profesor de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP. Autor, entre otros libros, de Incertidumbre, un ensayo: cómo pensamos la idea que nos desorienta (y orienta el mundo digital) (auténtico).
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