por SANDRA BITENCORT*
¡No! No es una guerra, porque solo el bolsonarismo mata
El periodismo es esencialmente discurso. La información es básicamente una cuestión de lenguaje y el lenguaje no es transparente. Como los medios no sólo transmiten o reflejan lo que sucede en la realidad social, sino que la construyen, la forma en que visibilizan los hechos y seleccionan aspectos de la realidad suele estar subordinada a los intereses de quienes la controlan. Es así como los medios masivos construyen una visión del espacio público. La responsabilidad es enorme y estamos en un momento de evitar eufemismos y ocupar el lugar que debe tener el periodismo en una democracia: velar por él, defenderlo, expandirlo.
Esta noción de género discursivo, si bien puede ser problematizada en varios aspectos, es una clave importante para acceder a la comprensión de las complejidades de la función y el funcionamiento periodístico. Charaudeau (2003) nos enseña que es necesario ayudar a develar las circunstancias enunciativas en las que circula un discurso y cómo esta circulación discursiva se materializa en productos textuales concretos. En la década de 1930, la Escuela Rusa (Bakhtin, Voloshinov, Medvedev) se centró en el estudio del uso del lenguaje en situaciones de la vida real, no solo en la retórica.
Lo que Charaudeau llamó el “campo de la práctica social”, donde los actores constituyen instancias de comunicación en torno a un dispositivo que determina su identidad, la(s) finalidad(es) que establecen entre ellos y el campo temático que constituye su base semántica. Es decir, en el dispositivo periodístico está la finalidad de la información (dar a conocer) y de la demostración (relación de conocimiento centrada en la verdad). Los objetivos se pueden articular y combinar, pero siempre predomina uno. Cuando miramos al periodismo, hay varias particularidades, pero siempre es necesario operar el debate sobre el poder y el papel de sujetos condicionados por diversos intereses y escenarios históricos. Estas son nociones valiosas para entender la actividad periodística. Conceptos que los profesionales del ramo conocen (o deberían conocer), comprender y operar en el día a día.
Pero más allá de lo que nos diga la literatura teórica del campo, podemos ayudarnos de la propia práctica. No hay periodista ni rutina de redacción que no analice exhaustivamente las palabras escogidas para construir titulares y narrar hechos, señores. No hay. Cualquiera que haya trabajado durante mucho tiempo en una redacción sabe cómo proceder en la elección de palabras, en la selección y jerarquía de lo que va a contar, en la consulta de las fuentes que elige. Cuando rediseñamos la realidad para publicar lo que queremos contar sobre el mundo, nada sucede por casualidad. Nunca. Ningún periodista puede reclamar un significado neutro para el uso de una determinada expresión o no para nombrar crimen, violencia, asesinato, precisamente crimen, violencia y asesinato.
El lenguaje se disputa todo el tiempo. Fue así cuando trabajé en un importante grupo de comunicación y estaba prohibido usar la palabra ocupación para caracterizar alguna acción del MST. El término dado fue invasión. Asimismo, estaba terminantemente prohibido utilizar el sonido (entrevista) de sindicalistas como última línea del informe en la edición de cualquier artículo. Es decir, es claro que la elección de ciertos términos importa y son determinantes para construir el evento en el espacio público.
Desde este último domingo me escandalizan algunos vehículos y figuras públicas, líderes de partidos y candidatos, que se atreven a definir el asesinato del militante del PT por parte del bolsonarismo como guerra, lucha o discusión. El asesinato de un militante del PT, por pertenecer al PT, debe acabar con el cinismo mediático que utiliza eufemismos, subterfugios y falsas simetrías en la cobertura política donde de un lado está la sociedad y los escombros democráticos y del otro la barbarie, la violencia y la la destrucción.
O Power360, un importante blog de noticias, tuvo el descaro de reportar el magnicidio político como “bolsonaristas y lulistas mueren a cambio de balazos en Paraná”. La justificación del editor es que el artículo explica con más detalle lo sucedido. Ahora bien, los títulos deben anunciar y resumir la información y convencer al lector de que el sesgo presentado es importante, además de atraerlo a leer y “vender” la importancia del texto. No sirve de nada decir la verdad después del titular.
¿No es esta la primera muerte autorizada por una facción política que cultiva la violencia, que defiende el crimen, que ataca las instituciones, que viola la constitución, que desmantela la República, que persigue a los científicos, que acusa a los artistas, que niega la ciencia y tergiversa la información? que desmantela las funciones públicas del Estado. Y no es nuevo que la prensa informe sin dar el nombre que tienen las cosas: delincuencia, fascismo, sexismo, misoginia, racismo. Continúa en su periodismo declarativo. A Folha de São Paulo tuvo el descaro de imprimir en un titular que el periodista asesinado por los delincuentes -cuyas prácticas mineras, pesca criminal y otras actividades ilegales son defendidas por el gobierno y sus autoridades-, Dom Phillip, era mal visto en la región. ¿Qué clase de titular es este?
Na Radio Gaucho, hagámosle justicia, ha buscado hacer periodismo ante el espectáculo de terror de sus competidores, escuché de un escritor comentarista el lamento de que la violencia del fútbol, el régimen de las gradas se había trasladado a la política, lo cual era grave porque todos ahora estaban armados. ¡No! No es una guerra, porque solo el bolsonarismo mata. De nada sirve el micrófono para quejarse genéricamente y pedir paz, pedir odio a profesionales y milicianos armados a ser respetuosos con la opinión del otro y desarmarse.
Hace años que no volvemos a la normalidad. Durante años, las armas han crecido al mismo ritmo que el descontrol de las armas, muchas de las cuales, como se sabe, abastecen al narcotráfico ya las milicias. Ya tenemos más armas no civiles en el país que entre las fuerzas policiales y militares. Hace tiempo que sabemos que esto amenaza a la sociedad, amenaza a la democracia y aumenta la violencia. No todos están armados. No es honesto pretender y lamentar el sufrimiento de dos familias, como si los dos involucrados fueran víctimas de la polarización.
Marcelo fue una víctima más del bolsonarismo. Y el periodismo también. El disparate sobre la polarización que repiten los vehículos no es peor que el disparate sobre el “ala ideológica del gobierno”, que los medios crearon para salvaguardar la parte que les interesa en este gobierno espurio, la de las reformas que prometían crear empleo. y el crecimiento y jugó miles en la miseria, sin ingresos, sin empleo y sin alimentos.
Elegir entre dos opciones de política no es polarización. La polarización es entre extremos. Y hoy tenemos la barbarie de un lado y la democracia del otro. Es claro como el cristal. El bolsonarismo está fuera del marco democrático. Insulta a los medios, amenaza a las instituciones, chantajea las elecciones. Mente, mente, mente.
Solo puedo entender que parte de los medios estén acorralados. También rehén de la furia, temerosa de las reacciones en las redes sociales. Está tratando de lidiar con la pérdida de credibilidad, con ataques que no perdonan a ninguna institución, con tratos que están fallando. Necesitan objetar, necesitan adherirse, necesitan fingir. Pero este simulacro no funciona en tierra arrasada. Los negocios tampoco. En algún momento será imperativo actuar.
*Sandra Bitencourt es periodista, doctora en comunicación e información por la UFRGS, directora de comunicación del Instituto Novos Paradigmas (INP).
referencia
Charaudeau, P. El discurso informativo. La construcción del espejo social. Gedisa: España, 2003.