las puertas del infierno

Imagen: Elyeser Szturm
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Por Tarso Genro*

Ministro Dias Toffoli, en entrevista concedida al antiguo Estadão en el la semana pasada (30/10/2019), hizo unas declaraciones que al final se convirtieron en una peligrosa apología de lo que sucede hoy en un Brasil sin rumbo y permeado por el odio. Afirmó en todas sus cartas que la “élite política del país”, considerada aquí como un grupo preparado (en los partidos) con capacidad de dirección política e institucional del Estado, fracasó. Por eso la burocracia surgió como la fuerza dirigente de la política nacional.

El Ministro hizo esta declaración como si las “élites” fracasaran por las mismas razones y también tuvieran idénticos propósitos políticos. Este hecho habría despertado en la alta burocracia estatal, así, una lúcida voluntad salvadora de cuidar la moral pública y las reformas, como si ella -la alta burocracia- también tuviera siempre fines comunes y tuviera la capacidad de captar, por sí misma, las virtudes de la republica

Este es un error brutal y elemental, pues si hay falta de rumbo en la “élite política (tradicional) del país” es precisamente porque la mayoría de lo que se denomina “burocracia” (léase alta burocracia del Estado) era políticamente cooptado a través de un golpe mediático-parlamentario, por un grupo de extrema derecha, vinculado a lo peor de nuestra política “apartidista” que, como se sabe hoy, tiene profundas relaciones con las religiones del dinero y el crimen organizado.

Esta es, de hecho, la coalición de facto que dio lugar a la eliminación de las influencias de las élites tradicionales en el juego político liberal-democrático, el cual, lejos de ser perfecto, constituía -en la correlación de fuerzas como las del presente- el único proceso conocido, hasta hoy, de depuración de la democracia y del reformismo democrático institucional.

Max Weber, en parlamentarismo y gobierno dice en un momento: “Este escritor, que proviene de una familia de funcionarios, sería el último en permitir que esta tradición sea mancillada. Pero lo que nos interesa aquí son los logros políticos no burocráticos, y los hechos mismos provocan el reconocimiento que nadie puede negar realmente: que la burocracia fracasó por completo cada vez que tuvo que lidiar con problemas políticos. Weber ya olía el caos político e institucional que exigía soluciones políticas que, de no ser respondidas, transformarían a los criminales nazis en Jefes de Estado.

Los últimos hechos que involucran la calidad política de la democracia ya muestran las duras consecuencias pornográficas de las formas de excepción, procesalmente establecidas en el país y en el mundo: desde la defensa de la tortura hasta la defensa de las ejecuciones por milicias; de la invitación a asesinar a los opositores a la abierta consagración del retorno a la dictadura; desde las indescifrables invitaciones a relaciones amorosas hasta las promesas de llevar a los disidentes para ejecutarlos “en Ponta da praia” –entre una locura y otra–, indicando que el país navega en un mar de locura, sociópatas, ignorancia medieval y pobreza de espíritu.

Esto no sería posible sin el golpe de estado contra Lula y Dilma, esto no sería posible sin la naturalización de la locura en el poder, proporcionada por los medios oligopólicos; esto no sería posible sin las clases dominantes nostálgicas de la esclavitud; sin la falta de generosidad, compasión y falta de consideración por la vida humana de gran parte de las clases medias brasileñas.

El contexto de esta crisis de la moralidad política y la radicalización de la violencia de clase está bien expuesto en Guerra híbrida contra Brasil, de Ilton Freitas (Liquidbook, 2019) que muestra que el intercambio planificado de noticias falsas, videos, informaciones aparentemente inocentes promovidas por el Imperio que convencieron -en acción conjunta con los medios oligopolizados- de que Brasil renacería quitando a Dilma Rousseff de la presidencia y satanizando a todas las fuerzas de izquierda, incluidas las que conscientemente se integraron al golpe de Estado. état, porque pensaban que estaban haciendo lo mejor para el país.

No conozco gente que simpatice con algún partido político, que defienda conscientemente el régimen democrático representativo, que apoye algo así como el “derecho a la corrupción”. Tampoco conozco ningún partido político que, habiendo llegado al gobierno -con más o menos poder- no sufra en alguna medida, para cierto porcentaje de sus miembros, las tentaciones de corromperse.

Las tentaciones comienzan con las dudas de los agentes políticos más (o menos) conscientes de sus prerrogativas, sobre cuáles son los límites entre lo “público” y lo “privado” y llegan al punto de desconocer cuáles son los límites políticos de lo legítimo. gobierno son -para la aplicación de su "programa de partido"- sin invadir los derechos de la oposición. En el actual gobierno no se trata de “dudas” o desconocimientos, sino de políticas deliberadas de liquidación de la democracia a partir de nuevas relaciones de poder.

Los derechos en la democracia liberal están inscritos -con el mismo cincel de legitimidad- en la Carta Constitucional. Aseguran que cualquier oposición puede convertirse en Gobierno, pero son derechos que construyeron sólo un marco ideal-formal -de normas y fundamentos- que no configuran la realidad concreta de la vida política moderna, idealizada en la constitución democrática.

Engendrados en la historia de la Revolución Francesa, los cimientos de la Revolución fueron construidos artificialmente (y positivamente) sobre las filosofías de Igualdad y Justicia, para ser los cimientos de un nuevo orden. Esta, sin embargo, aborrecía la esclavitud en los albores de la industria moderna, porque necesitaba permitir que la necesidad económica construyera -como imperativo moral- la libertad del trabajador, premisa del régimen de trabajo asalariado.

La compra gratuita de fuerza de trabajo a través de la relación asalariada prescindía de la propiedad del cuerpo de la persona por parte del dueño de la industria, pero permitía apropiarse de su fuerza de trabajo como mercancía, generar riqueza y hacerla circular. Fue la apertura de un ciclo que creó la ideología de la “identidad necesaria” entre democracia y capitalismo (que ahora está llegando a su fin), abriendo la época en que democracia y capitalismo se armonizarían, contraerían y disentirían, abriendo las vías para la despegue del Estado Social, buena memoria y corta duracion.

El Estado Social es, por tanto, un Estado esencialmente “político” -artificial y frágil- porque se opone a la máxima explotación que está en la génesis del capitalismo. Gramsci, en el primer volumen de cartas de prisión Decía que “No se puede pensar en Hegel sin la Revolución Francesa y sin Napoleón y sus guerras, es decir, sin las experiencias vitales e inmediatas de un período histórico muy intenso de luchas, en el que el mundo exterior aplasta al individuo y le hace tocar el tierra.”

Son los momentos en que los conceptos se ven obligados a poner los pies en la tierra –como ahora– cuando las flores de la duda parecen brotar con fuerza: pero la duda ya no es si la democracia, como régimen de mayorías políticas, es realmente compatible con el capitalismo, sino si el capitalismo logra sobrevivir -dentro de una verdadera democracia- sin la manipulación permanente de los medios de comunicación oligopólicos y sin la violencia de las milicias organizadas al margen del Estado.

En estos momentos de volcánico surgimiento de una nueva era, ya se perfila un nuevo “espíritu de los tiempos”, que se propone aparecer –por la proximidad de la dictadura militar– como un “pasado aún demasiado presente” que, si desafía a los verdaderos estadistas, pone a la luz del día el atraso, la sociopatía o la simple mediocridad de quienes detentan el poder. Son los momentos radicales de crisis en los que los seres humanos de todo el espectro político expulsan lo mejor o lo peor de su conciencia moral y de su dimensión humana.

José Bonifácio –monárquico constitucional– dijo sobre las miserias de la esclavitud, durante la Asamblea Constituyente de 1823, que “la sociedad civil se funda primero en la justicia y finalmente en la felicidad de los hombres. Pero ¿qué justicia tiene un hombre para robar la libertad de otro hombre, y lo que es peor, los hijos de este hombre y los hijos de estos hijos? Aquí Bonifácio se eleva por encima de su tiempo y enuncia el humanismo moderno para Brasil, que rechaza ver al hombre como cosa y objeto y se sitúa como estadista lumbrera.

Pasemos a un tiempo más inmediato. En La palabra de Behemoth (Ed. Trotta), Ramón Campdrerrich habla de la consolidación jurídica y política del nazismo y relata: “en pocos meses, la actividad del partido nazi y sus aliados conservadores había barrido de la realidad institucional alemana, todos los elementos que podían caracterizar un estado de derecho”, desde los derechos fundamentales hasta las libertades políticas, mediante una “hábil combinación de manipulación de la opinión pública (…) con la violencia terrorista de las organizaciones paramilitares”.

¿Estamos más cerca de José Bonifácio o Behemoth? ¿La sociedad brasileña ha perdido la capacidad de reflejar, en su mayor parte, soluciones compuestas para emergencias, que nos alejan de las puertas definitivas del infierno? En el momento del dominio global del capitalismo financiero y el mercado, como fuerzas agregadoras de corazones y mentes –en las que el trabajo mismo se disuelve como identidad– sólo la subjetividad humana plenamente enfocada en la política puede abrir nuevos escenarios con más democracia.

Hay que promover la unidad hoy para cerrar las puertas del infierno. Se ha dicho que el fascismo era “elegancia en el poder”. Sería correcto decir, sin embargo, que es el crimen transformado en política de Estado, que ninguna burocracia o “leyes de hierro de la economía” podrán bloquear.

Si no somos derrotados definitivamente, será porque lograremos despertar lo mejor de cada ser humano. Porque el fascismo, cuando triunfó, fue porque supo despertar en todos, en los pobres y en los ricos, lo que tienen -también como víctimas de nuestra milenaria historia- de lo más cruel y animal. El tiempo de la cultura histórica, como decía Benedetto Croce: “tiene por finalidad mantener viva la conciencia que la sociedad humana tiene del pasado, o más bien de su presente, o más bien de sí misma”.

*tarso-en-ley fue Gobernador del Estado de Rio Grande do Sul, Alcalde de Porto Alegre, Ministro de Justicia

Publicado originalmente en el sitio web Carta Maior

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