Los mensajes de Deltan Dallagnol

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por PIERPAOLO CRUZ BOTTINI*

Se trata de diálogos impresionantes que revelan el detrás de escena de una operación que se presentó como la vanguardia de una lucha heroica contra la corrupción.

Informes deliberadamente largos, falta de pruebas ocultadas por Slogans a los medios de comunicación, filtrando información, utilizando funciones públicas para perseguir a los opositores. Estos son los ingredientes de las conversaciones de Deltan Dallagnol con otros fiscales en la operación “chorro de lava”, publicadas en un reportaje de la revista Piauí de este mes.

Se trata de diálogos impresionantes que revelan el detrás de escena de una operación que se presentó como la vanguardia de una lucha heroica contra la corrupción. Chocan al profano, pero, desgraciadamente, no representan nada nuevo para quienes trabajan en el ámbito criminal, que se enfrentan a diario a prácticas que van más allá de las excusas en nombre de la lucha contra la delincuencia.

El primero de ellos es la larga y tediosa descripción de la conducta delictiva en la denuncia. Para narrar los hechos, muchas acusaciones son prolijas y repetitivas, con un aluvión de transcripciones y citas, que podrían resumirse en unos pocos párrafos. En el caso de la denuncia contra Lula, por el triplex, un fiscal incluso advirtió a Deltan Dallagnol que “lo reduciría a la mitad, lo que no se contó en treinta hojas, o como mucho en cincuenta, no merece ser contado”. No fue escuchado. La denuncia fue presentada con 149 páginas.

Las enormes acusaciones no son nada nuevo en el mundo de los procesos penales. No se trata sólo de una mala redacción, sino de un acto deliberado de adjuntar el mayor número de adjetivos y adverbios a los actos narrados, con el objetivo de confundir al juez y a la opinión pública. ¿Cómo rechazar una denuncia con cientos de páginas con expresiones tan fuertes y tantos documentos adjuntos, sin parecer irresponsable ante los ojos de la población?

Gilmar Mendes destaca los problemas de los informes exagerados,

“que fragmentan el análisis, dificultando la identificación específica de cada conducta alegada (…) que, bajo el argumento de describir el contexto, confundieron el conjunto de actos que sustentan la acción penal, con fines no siempre compatibles con la buena fe objetiva exigida a los agentes procesales” (STF, voto Mendes en el expediente de RE 1.384.414).

Aunque se trata de un texto repetitivo, que podría presentarse en unos pocos párrafos, aunque en los anexos se acumulan contratos sociales, transacciones bancarias y datos telefónicos que, reunidos juntos, darían como resultado unas pocas páginas de información relevante, todo el asunto asusta el juez, impulsa la apertura del proceso, y se prevé para los años siguientes el análisis más preciso de los hechos.

No es raro que, después de un largo período de calvario para los acusados, se den cuenta del vacío de las acusaciones, de la nada que se esconde detrás de las consignas, y se decida la absolución. Las noticias tardías, publicadas al final de las páginas, al pie de los artículos, en las últimas secciones de los periódicos, no son capaces de restaurar carreras destruidas, imágenes desgastadas y redimir la salud y las vidas perdidas.

Otro fenómeno común, revelado por los mensajes, es el ocultamiento deliberado de la falta de evidencia con estrategias de marketing. A falta de pruebas claras de actos ilícitos, se toca el tambor con mantras repetitivos, como si los comunicados de prensa y las entrevistas pudieran sustituir a los documentos, testigos o informes.

Los argumentos son reemplazados por estrategias de comunicación, los argumentos orales por conferencias de prensa, las tesis jurídicas por tomas de corriente.

En el “chorro de lava”, mensajes señalan que fallas en la denuncia contra Lula, como la dificultad para demostrar el conocimiento del origen criminal de los valores por parte de los contratistas, y la existencia de tesis “tontas”, fueron oculta por tácticas de marketing judicial, por la distribución de liberando a la prensa para “definir los primeros titulares”: “Él es quien marcará el tono y guiará a la prensa desde ahora”, dijo Deltan Dallagnol.

Emile Zola, con el pretexto de acusaciones infundadas contra Dreyfuss, en la Francia de finales del siglo XIX, señaló que era “un crimen engañar a la opinión, utilizarla para una tarea mortal, pervertirla hasta convertirla en delirante”.

Esta perversión y delirio fueron objeto de artículos, titulares y portadas de revistas en Brasil hace algunos años. En lugar de hechos, versiones, en lugar de pruebas, expresiones de impacto, en lugar de nombres, apodos con repercusión mediática, en lugar de coherencia, prisa en el centro de atención.

Finalmente, los mensajes revelan que filtraciones selectivas de información confidencial acompañaron el “lavado de autos”. Los agentes públicos, a quienes se les delegó la solemne tarea de mantener en secreto los datos sensibles, organizaron metódicamente su distribución a las organizaciones de prensa, para debilitar a los enemigos y fortalecer sus posiciones corporativas.

Hay mensajes sobre "liberar a los podridos" y "sembrar terror" contra los enemigos de la Policía Federal, "quemar lentamente" a personas y actos contrarios a los intereses de los miembros del grupo de trabajo, y sobre formas de forzar la colaboración mediante la divulgación de datos en secreto judicial.

“Mis filtraciones siempre tienen como objetivo hacer pensar a la gente que las investigaciones son inevitables y fomentar la colaboración (sic)”. Palabras de Deltan Dallagnol. Esta no es una frase que se esperaría de un agente de la ley, de alguien que, al asumir el cargo, prometió solemnemente respetar la Constitución.

El granjero no puede negociar con los zorros el reparto de las gallinas que juró proteger. Mucho menos en nombre de la lucha contra la corrupción y contra Dios.

Por cierto, muchas de las acciones parecen haber sido realizadas en nombre de Dios. “Veo a Dios actuando en este caso desde el principio”, “Creo que Dios quiere que la iglesia aproveche este cambio”, afirmó Deltan Dallagnol.

No creo que el Creador le haya otorgado ningún poder, pero si finalmente lo hizo, debe estar bastante insatisfecho con el resultado del trabajo.

El tiempo y el dinero, que podrían haberse utilizado para reunir pruebas relevantes, identificar la malversación de recursos públicos y castigar a empresarios y políticos involucrados en corrupción, terminaron gastados en proyectos políticos partidistas, megalomanías individuales y estallidos mesiánicos.

La enfermedad infantil de la vanidad aceleró acusaciones mal construidas y arrojó a la basura obras que podrían haber esclarecido fechorías, si se hubieran manejado con responsabilidad y competencia.

Carrara afirmó que “cuando la política entra por las puertas del Templo de la Justicia, huye por la ventana, para escapar al cielo”.

En este caso, la Justicia cedió, no sin refunfuños, y dio espacio a la política, que sacó a bailar a fiscales y jueces, al son de propuestas legislativas para enfurecer la legislación, la búsqueda de fondos y recursos para la promoción personal y las candidaturas.

La montaña del “chorro de lava”, con sus tambores y caravanas, engendró ratas. En particular, ratas en el mundo político, en diversos y relevantes puestos. Sin embargo, lo más triste es observar que tales estrategias no son fenómenos aislados, excepciones o valores atípicos.

Las prolijas denuncias, el manejo de la prensa para encubrir fallas en las acusaciones y la filtración selectiva de datos confidenciales, aunque no generalizadas, son prácticas repetidas en foros, oficinas y esquinas, en grandes y pequeñas investigaciones, en todo el territorio nacional. . Es difícil encontrar abogados sin historias que contar al respecto.

Al final de los mensajes, Deltan Dallagnol sugiere que alguien no se moleste en criticar el “chorro de lava”, y cita a Churchill al afirmar que “si nos paramos a tirar piedras a cada perro que pasa por el camino, no alcanzaremos nuestro destino".

Quizás los perros fueron los que ladraron pidiendo respeto al Estado de derecho, perturbando su impávido camino hacia la gloria política. Les tiraron piedras, se quejaron, pero siguieron ladrando. Y, al final, la caravana cayó. Sus efectos aún se están extendiendo por todo el país, pero no faltarán perros ladrando en cada esquina, molestando a cualquiera que abuse de sus funciones.

*Pierpaolo Cruz Bottini es profesor del Departamento de Derecho Penal, Criminología y Medicina Forense de la Facultad de Derecho de la USP.

Publicado originalmente en el portal Abogado.


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