por DIOGO FAGUNDES*
Comentario sobre el militante de izquierda que combinó experiencia política y profundo conocimiento intelectual
La semana pasada, el 12 de junio, falleció uno de los amigos más importantes de mi vida. Había perdido el gusto por la vida después de dos infartos, un paro cardíaco y sus terribles consecuencias de consecuencias y limitaciones. La vida, sin poder hacer política y trabajar, había perdido sentido para él. Alguien que fuera, ante todo, un animal político.
En este texto destacaré algunas grandes virtudes de la figura. Sin embargo, no me comprometo en estas líneas a hacer una elegía hagiográfica, a fin de promover una personalidad ejemplar e idealizada, un ciudadano correcto. Este atuendo no le sienta bien a nuestro amigo, quien nunca se sentiría cómodo en esta posición. La autocomplacencia, una inclinación por la adulación y la postura de un presagio de la moralidad nunca fueron su estilo. Al contrario, se burlaba de todo con ese humor tan cortante suyo que nos encantaba.
Hablando de eso, Artur Araújo debe ser el tipo menos moralista que he conocido en mi vida. Era un rasgo extraño para alguien criado en la vieja tradición marxista-leninista, tan celosa de su rigidez. Precisamente por eso pude llevarme tan bien con él: nunca me sentí juzgado, menospreciado o despreciado. De hecho, Artur Araújo, sin celebrar nunca ni hacer una apología romántico-decadente del hedonismo, las adicciones o los desórdenes, tuvo una profunda empatía, tal vez incluso una identificación fraternal, con aquellos que tenían sus demonios contra los que luchar. Esto ayuda a explicar por qué, además de las afinidades políticas e intelectuales, creamos vínculos tan fuertes, incluso con la gran diferencia de edad y experiencia.
Tampoco quiero describir aquí su biografía en detalle. Sin embargo, como su vida es algo anónima incluso para muchos militantes que lo conocieron o convivieron, debo comenzar con algunas notas biográficas antes de pasar a lo que importa: su pensamiento político, un legado transmitido a quienes pudieron compartir su amistad, pero también, espero, para todo aquel que lea este texto.
Notas biograficas
Artur Araújo vivió bajo el signo de lo múltiple. Sobre la base de unos persistentes rasgos unitarios (el humor amargo, la precisión analítica y asertiva del activista político, la destreza con las ollas en la cocina, el gusto por la novela...) se han desarrollado a lo largo del tiempo sus múltiples facetas.
Iniciado en la militancia política como estudiante de ingeniería en la Poli-USP a mediados de la década de 1970, participó intensamente del renacimiento del movimiento estudiantil entonces en ebullición, a través de Refazendo, corriente estudiantil ligada a la Acción Popular marxista-leninista. Allí se destacó como líder nacional, participando en la reconstrucción de la Unión Nacional de Estudiantes (UNE) y en los procesos políticos de oposición a la fase final de la dictadura militar.
Tras el desmantelamiento de la APML, formó, con algunos restos, entre ellos, el periodista Breno Altman, una pequeña asociación marxista-leninista llamada Comunidade Comunista (UC). Su secretario general fue José Aníbal, el futuro hombre fuerte del PSDB en los años de la FHC. Artur recordaba aquella época con una mezcla de nostalgia y humor, por las exageradas pretensiones propias de un joven entusiasta de la conversión, de los pies a la cabeza, a una causa trascendente. Fue en este momento que cuenta como una obligación militante haber leído las obras completas de Lenin.
Las obligaciones militantes consumieron prácticamente toda su vida durante este período, lo que explica las razones por las que nunca logró terminar su graduación. Un compromiso mayor que su propia carrera y vida puede parecer una locura para cualquiera que nunca se haya rendido a las paradójicas satisfacciones de la militancia política –algo así como una versión ampliada del “loco amor” celebrado por los surrealistas–, pero Artur, como muchos de su generación , vivía esta extraña forma de entrega desinteresada a algo más grande que uno mismo. Ante las necesidades económicas, necesitado de ejercer un oficio, tuvo que apartarse de la vida estrictamente política, especializándose en la hostelería y el turismo.
Siguieron años de viajes y diferentes aventuras, que van desde una vida como dueño de un pequeño restaurante en los Estados Unidos hasta aventuras en la política interior de Goiás casi típica de occidental. Siempre me pareció fascinante e irónico que un comunista de cuatro patas lo hiciera razonablemente bien como personaje en la saga de hombre hecho a sí mismo Norteamericano. De manera aparentemente contradictoria, lo atribuyó a su formación comunista y militante: según él, el marxismo-leninismo le dio los medios para saber organizar y dirigir cualquier reunión o asunto colectivo, observación que, para mí, hace mucho de sentido, ya que me recordó el contenido de la última sección de la Fundamentos del leninismo, refiriéndose al estilo del trabajo bolchevique, si se me permite citar a un autor de la índice prohibido del marxismo: “Unir el ímpetu revolucionario ruso con el espíritu práctico estadounidense: esta es la esencia del leninismo en el trabajo del Partido y el Estado”.
Aprovechando esta oportunidad, destaco que siempre he sentido esta conexión entre Artur Araújo y los EE. UU. en muchos aspectos: el gusto por la tradición de la novela norteamericana y el fino estilo periodístico. Neoyorquino al cine occidental, pasando por el permanente interés por la música popular negra del país (blues, jazz, rock, R&B….). Hasta el final de su vida hablamos de esto y se emocionaba cuando encontraba artistas o nueva información sobre esta gran escuela de salvaje energía musical.
Sin embargo, para los efectos de nuestro informe, dos cosas importan sobre todo: (i) Artur Araújo se convirtió en un alto ejecutivo en el negocio hotelero, lo que le permitió ser director de Embratur durante la primera administración Lula, (ii) su integración en el Partido de los Trabajadores. Esa, dijo, basándose en un comentario de su amigo João Guilherme Vargas Netto (ex militante del PCB y consultor sindical), era la verdadera “singularidad” brasileña. El error de los comunistas, según él, fue no haberse unido y disputado direcciones en el partido. Esta formulación sobre la “singularidad” siempre me ha recordado –y tengo una deuda mental permanente por no haber escrito nunca un artículo sobre ella– la teoría de mi filósofo favorito, Alain Badiou, sobre el “acontecimiento”, caracterizado como una mutación basada en en una fuerte singularidad en una situación o mundo dado.
Digresiones especulativas aparte, Artur Araújo fue en el PT, al mismo tiempo, un militante fiel y alguien un poco fuera de lugar. Proveniente de una cultura comunista, Artur nunca se llevó muy bien con la lógica de tendencias o disputas entre diferentes reyes parlamentarios, con la falta de formulación estratégica y programática o con la cultura de ausencia de autocrítica real, base de cualquier terapia para inmunización o roto.
Trabajó con David Capistrano Filho en la alcaldía de Santos, alguien que, como él, provenía de una cultura comunista y allí trabó amistad para el resto de su vida, especialmente con militantes del movimiento sanitario, especialidad de David, ex secretario de Estado. salud Estos viejos comunistas vinculados a la salud –muchos de ellos en el origen de la creación del SUS– se reunían a menudo para discutir la situación en un grupo llamado “Orfanato”, con la presencia de algunos nombres importantes del PT, como Rui Falcão. Tuve el privilegio de asistir a algunas de estas reuniones, verdaderas lecciones de política.
A pesar de los lamentos, vislumbró en el PT un instrumento para construir algo entre el Estado de bienestar europea y la New Deal rooseveltiano Últimamente estaba entusiasmado con las posibilidades abiertas por la llamada Teoría Monetaria Moderna (el estudio de la economía era una de sus pasiones), por la Green New Deal (Nuevo Acuerdo Verde) de los “socialistas democráticos” anglosajones, por el retorno de las políticas industriales y proteccionistas al centro de la discusión económica y por la industrialización y modernización a través del Estado emprendida por China. En cierto modo, Artur Araújo abogaba por el socialismo al estilo de la revista Jacobin avant la carta y brasileño. En esto diferimos un poco, pero esto nunca perturbó nuestra relación y nuestras convergencias.
En su opinión, el PT debería convertirse en un fuerte partido reformista, como el Partido del Trabajo a fines de la década de 1940 o el SPD alemán antes del colapso de la Segunda Internacional. Dijo, sin temor a ser juzgado por nosotros, militantes más jóvenes que teníamos horizontes más amplios y esperanzadores, que era un reformista (como muchos, pero al menos tenía el coraje de decirlo). Una mezcla de herencia nacional-desarrollista del PCB de los años 50/60, eurocomunismo italiano e incluso Karl Kautsky (no se avergonzaba de ello, a pesar de su permanente deuda con Lenin) formó un núcleo de pensamiento basado en el antirrentismo y el anti- el neoliberalismo como objetivos fundamentales del Estado. Este “reformismo fuerte” podría verse como un ala izquierda de la socialdemocracia (definitivamente a la izquierda de los gobiernos del PT) o como un ala derecha del comunismo, dependiendo de sus inclinaciones.
En esta perspectiva, el PT cumpliría su papel histórico si lograra ceñirse firmemente a esta misión, que comandaba todas sus intervenciones en la dirección del partido. Para ello habría que hacer una revisión sincera de los dogmas liberales en materia de política económica y del papel del Estado, principalmente en lo que se refiere al balance del desastroso gobierno de Dilma II, así como una lucha permanente contra los supuestos heraldos de “ciencia económica” consagrada en los medios de comunicación, la academia y en los arcanos del poder. Artur Araújo muchas veces hizo esta lucha de manera hilarante, como saben quienes leen sus textos comentando los grandes desastres, presentados en lenguaje técnico, por economistas de los medios como Samuel Pessoa, gran entusiasta de las altas tasas de desempleo.
Fue como militante del PT en mi juventud que conocí a Artur Araújo, en ese momento asesor sindical de los ingenieros y luego empleado de la Fundación Perseu Abramo, donde trabajaba frenéticamente: leía todos los periódicos desde las 6 am en adelante, a menudo acostarse al amanecer, en torno a diferentes actividades.
A partir de 2017, Artur se convirtió en un verdadero compañero, casi en un veterano del Colectivo Contraponto, grupo que encabezó durante algunos años el Centro Académico XI de Agosto de la Facultad de Derecho de la USP, y Balaio, el núcleo de estudiantes del PT que este escriba muchos otros compañeros que habíamos fundado en la USP, responsables de que el PT volviera a la USP DCE después de muchos años como una oposición un tanto desarticulada.
Fue una experiencia de aprendizaje increíble contar con la presencia intensa de Artur durante todo este período, en sesiones de entrenamiento, reuniones, conversaciones de bar (él siempre con su Coca-Cola Zero). Desarrollamos una verdadera amistad, a veces incluso bajo la forma de una relación paternal (en sentido positivo), con protección, exigencia, regaños y estímulo al crecimiento. Conocí la generosidad, la entrega y el entusiasmo (cariño que señala toda la dirección correcta hacia la verdadera política) de alguien muy experimentado, tratando a todos esos jóvenes como verdaderos amigos.
Años de gran aprendizaje y formación política, aunque, a nuestros ojos, Artur Araújo siempre nos pareció excesivamente realista y apegado a las cuestiones concretas más inmediatas: empleo, trabajo, ingresos. Casi como un mantra, a Artur le gustaba repetir estas palabras para sensibilizarnos y nunca olvidar que ninguna política es victoriosa si carece de los intereses más básicos de supervivencia y reproducción de las más populares.
Cuatro legados de la política artúrica
Cierro este pequeño homenaje, escrito bajo el ímpetu de una profunda nostalgia, con cuatro de las llamativas características que hacen que Artur sea siempre recordado por quienes convivieron con él:
(1) Humor serio: nuestro viejo camarada era conocido por una habilidad única para reírse de sí mismo y de los demás. Era otra característica más que no concordaba con el estereotipo del militante comunista tradicional, serio y que se toma muy en serio a sí mismo. Sin embargo, quienes veían en este humor sólo un elemento lúdico, un placer del alegría de vivir, una forma de relajación e irreverencia. Para él, el humor era un arte intelectual y político: corrosivo, hecho para derribar máscaras y poses, desnudar roles sociales y recordarnos nuestras estúpidas ilusiones sobre nosotros mismos, en la buena tradición de la comedia, desde sus orígenes griegos.
Esta arma de desnudez, afilada y hasta despiadada, no era un mero rasgo de personalidad, sino una forma imprescindible en la tarea de rescatar una seriedad distinta a la habitual, una seriedad sin los señuelos que muchas veces acompañan a nuestras representaciones imaginarias. Por eso acuñé la paradójica expresión “humor serio” para caracterizarlo y diferenciarlo de las meras bromas juveniles. Nunca había visto a alguien con tanto humor y al mismo tiempo tomándose las cosas tan en serio como Artur.
Todos sus discursos o discursos estaban meticulosamente planeados, toda su conducta en las reuniones era una forma de pensamiento concentrada ya veces hasta violenta y desconcertante (Dios sabe lo necesarios que son estos momentos en política). He aquí una lección valiosa: Artur Araújo nos recordó que una reunión política era algo serio, hecho para producir efectos duraderos en la realidad y no para reconciliar comadres que ya estaban de acuerdo.
(2) Nunca olvidar la vida de la gente común: una política sólo es verdaderamente popular cuando trata directamente con las aflicciones y angustias de las masas empobrecidas y entregadas al salvajismo inhumano del capitalismo. Artur nos recordaba a menudo que ciertas discusiones sobre política de Estado y sus representaciones un tanto teatrales y mediáticas servían para reforzar nuestra identidad de grupo frente a otras identidades cerradas que para movilizar el pensamiento de la gente. Era importante, sobre todo, nunca cerrarnos en grupos exclusivos: era necesario proceder a través de conversaciones en bares, panaderías, ferias, para indagar en los pensamientos de las personas, comprender sus dramas y deseos, más que comentar de forma parlanchina y desenfocada. manera (sabemos lo voluble, móvil e incoherente que es el comentario periodístico) las noticias “importantes”.
En ese sentido, Artur Araújo era alguien profundamente antiidentitario. No me refiero al identitarismo como un estigma para caracterizar a los grupos minoritarios, sino a algo más profundo: la idea de que la cohesión de nuestras identidades y pertenencias determina nuestra conducta política. A pesar de ser un militante serio y comprometido del Partido de los Trabajadores, Artur no tenía una concepción y partidario cerrado, de club, del mismo. Nada es más antitético a su punto de vista que la visión de la política como un estilo de vida, una tribu urbana o un club de convivencia para reforzar nuestras identidades.
Alguien podría ver esto como “economicismo”, esa forma de bajar la conciencia a las cuestiones más inmediatas que tanto denunciaba Lenin. Sin embargo, siempre vi esto más desde la perspectiva de Mao (y en cuanto a estilo y método de trabajo, Artur Araújo siempre rindió homenaje al líder chino), el teórico de la “línea de masas”. Partir de la experiencia real de las personas antes de sistematizar las directivas es el punto cero de toda política real.
(3) Democracia real: Como consecuencia casi necesaria del punto anterior, en el pensamiento de nuestro amigo reinaba un respeto supremo por lo que considero un axioma fundamental de la política: la igualdad de pensamientos. Esto no significa concesiones demagógicas, sino una atención a lo que cualquiera dijo y pensó, sin importar títulos, distinciones, oficios, cargos. Artur Araújo era capaz de hablar con cualquiera, independientemente de su nivel educativo, y eso le parecía importante: perdía el tiempo con personas que, desde fuera, podrían no ser muy interesantes.
Me gustó mucho la discusión entre diferentes puntos de vista, provoqué el debate a través de la polémica cuando vi un consenso demasiado flojo. Nunca se prestó a la adulación y al servilismo de los poderes, así como, por el contrario, no actuó con desprecio y desprecio por las opiniones provenientes de personas sin autoridad. Para mí este es el significado de la democracia real: resolver desacuerdos entre amigos (que potencialmente abarcan a toda la humanidad), con persuasión, paciencia infinita (uno de los rasgos más destacados de Arthur) y apoyo en hechos y métodos racionales. Como diría nuevamente Mao: “para resolver las contradicciones dentro del pueblo”. El gusto por debatir ideas, generalmente de manera afable y educada, pero nunca rehusando la polémica, la asertividad y el humor, es el combustible necesario para cualquier acción.
(4) La política está hecha de principios y convicciones: el estilo mordaz de Artur Araújo, un humor negro algo beckettiano, casi absurdo, podría hacernos creer que se trataba de un ser humano cínico. El cinismo, por cierto, es una permanente tentación de la política, casi una filosofía oficial del 90% de los políticos profesionales del país. Sin embargo, este camino es engañoso, porque Artur, aunque consideró el juego de intereses involucrado en toda política de una manera extremadamente realista (¿no fue esta una lección fundamental de Marx, por cierto?), partió de sólidos principios y convicciones. . Tan amplio y flexible como táctico, fue riguroso y duro en términos estratégicos, como predicaba el dicho comunista.
Por eso, aunque cultivó muchas relaciones amplias y no dio muestras de sectarismo, nunca olvidó lo fundamental que le impidió corromperse. No hablo de “corrupción” en un sentido monetario y legal (pero en este sentido su vida sencilla y hasta austera al final de su vida demuestra que la política no era un medio de enriquecimiento para él), sino en el más fundamental, ideológico. nivel. Su compromiso con el mundo del trabajo, con el bienestar de las mayorías, con la crítica implacable -más allá del comercio de opiniones- al neoliberalismo y todo lo que el Estado y el mercado son capaces de hacer, sobre todo si éste se subordina servilmente. mismo a este último, era inquebrantable.
Arthur decía a menudo que el error de los franceses fue haberse inspirado demasiado en Rousseau, cuya antropología filosófica era idealista y romántica. El materialismo estaba del lado de Hobbes y su punto de vista. triste en relación con los intereses egoístas y mezquinos del hombre. A pesar de estar parcialmente de acuerdo, pensé que, excepcionalmente, un ser humano podía ser rousseauniano y el propio Arturo era la vida misma de esto. Termino el texto con una anécdota que confirma esta intuición.
Una vez me sorprendió que Arthur se negara a tomar un Uber conmigo. No entendía por qué prefería el transporte público en una ocasión en que llegábamos tarde, cuando tenía sesenta años. Me respondió diciendo que se negaba a contribuir a esa forma de trabajar que a sus ojos era completamente brutal, explotadora y salvaje. Era casi un gesto infantil. Totalmente apolítico e ineficaz, como él lo sabía. Esta inutilidad práctica no era para fines de predicación: los sermones moralistas no eran su estilo.
Fue un gesto de rebelión interior, una insubordinación casi espiritual a las desgracias del capitalismo contemporáneo, un rito de purga de la barbarie del mundo. Actitud idealista, gran ironía, de alguien tan realista, práctico y sin afecto por cuestiones psicológicas internas. Este gesto, sin embargo, decía mucho para mí sobre el verdadero Arthur, ya que representaba una gran excepción a lo que se celebraba incluso en la izquierda (muchas veces ansiosa de vincularse con la “modernidad” del capital, más cómoda y prometedora que los arcaísmos de “dinosaurios”, como Artur Araújo se aburre).
Pero, ¿cuál es, después de todo, la lección que queda? Lo siguiente: sin convicciones profundas, sin principios de pensamiento, sin ideas, no hay forma de escapar de la resignación ante las injusticias de nuestro mundo. Y Artur Araújo, nuestro realista incorregible, tantas veces visto por los más jóvenes con desviaciones “derechistas”, nos lo recordaba: el capitalismo es esencialmente infame, nunca podemos consentir en la idea de que representa lo mejor que la humanidad puede concebir y hazlo tu mismo.
Si la humanidad no está en consonancia con la Idea Comunista, ni siquiera podemos pensar en ella como diferente de otras especies animales. Seamos consecuentes en nuestra vida práctica con esta afirmación, celebremos a Artur Araújo en nuestra vida.
* Diogo Fagundes está estudiando una maestría en derecho y está estudiando filosofía en la USP.
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