por WOLNEY UNIS*
Comentario al libro del músico Henri Pousseur
Hacer música o reflexionar sobre ella, ¿qué importa más? ¿Qué es más decisivo, el autor o el intérprete, el resultado sonoro o la fidelidad a la partitura? La música, más allá de su fascinación, siempre ha planteado interrogantes. Controversias que se prolongan durante siglos.
La primera pregunta: ¿un maestro debe enseñar a tocar un instrumento o enseñar a reflexionar sobre la música? – divide opiniones no sólo en el ambiente académico brasileño actual, sino que marcó la pauta hace tres siglos, en la época del francés Jean-Philippe Rameau. Este es uno de los puntos guía de esta colección de ensayos del belga Henri Pousseur, escritos entre 1955 y 1971.
En los artículos, recopilados por Flo Menezes, Pousseur analiza obras de Stravinsky, Webern, Schoenberg, entre otros, buscando comprender sus procesos y tal vez arrojar luz sobre el rumbo de la música en el siglo XX. En esta constelación, no rehuye declarar su preferencia por Webern, el “Ícaro victorioso” de la música moderna, que “supo liberarse radicalmente del peso de la armonía terrestre”.
Pousseur fue uno de los pioneros de la nueva música surgida en la posguerra, con un fuerte uso de instrumentos electrónicos y fundamentos matemáticos y físicos. “La música seriada suele concebirse como fruto de una excesiva especulación, fruto de una aplicación exclusiva de la razón”, reconoce. En otro ensayo aborda uno de los puntos cruciales de este estilo musical: “Buena parte de las relaciones métricas deseadas por el autor quedan cerradas a nuestra escucha, prácticamente ausentes”. Es lo que podrías llamar musica de papel, el resultado de especulaciones geométricas, matemáticas, algorítmicas o lo que sea, que solo pueden visualizarse y comprenderse en la superficie del papel, lápiz y regla a la mano. Es un tipo de música en la que al transformarse en sonidos se desvanece toda intención, se pierde el proceso, que no llega a concretarse a nivel acústico. No es música para escuchar, sino para apreciar como una hermosa ecuación; el placer no debe buscarse en escuchar, sino en resolver el problema matemático, en develar la simetría propuesta.
Volviendo a la cuestión inicial, sobre reflexionar o hacer, ésta parece haber surgido con mayor urgencia en el tránsito de los antiguos conservatorios medievales, receptáculos y depositarios de la tradición, a los institutos superiores laicos de música, modelados sobre la Facultad de Filosofía Latina. Oficio o pensamiento, esa es la encrucijada. Rameau, contemporáneo de esta transición, es quizás el mayor ejemplo de un músico dedicado al tema.
Pero Pitágoras también se había ocupado del asunto dos milenios antes. Es posible establecer un interesante paralelismo entre ambos. Pitágoras partía de cuestiones como la división de la octava, la afinación y altura exacta de los tonos, y la relación entre ellas. Creyó haber descubierto una base universal: vio en la música la materialización terrenal del gran orden natural de las cosas, la armonía de las esferas. Rameau, por su parte, buscó recopilar y organizar los conocimientos teóricos de la época, elaborando un tratado de armonía, definiendo acordes, sugiriendo reglas sobre cómo utilizarlos. Al teorizar sobre la consonancia y la disonancia, Rameau creía haber obtenido un conjunto de reglas universales, a las que llamó “principio natural”, que ordenaban y gobernaban toda armonía. Curiosamente, a través de diferentes procesos, ambos llegaron al mismo punto, el enigma de la música.
Pero, a diferencia del pensador griego, Rameau legó una obra musical consistente, aplicaciones prácticas de su teoría. Y con ello, marca una nueva era en la música occidental: no bastaba con conservar y reproducir la música del pasado, con perfeccionar la técnica de tocar el instrumento sin reflexionar sobre el hacer musical. Se necesitaba más. Y así Rameau –autor al mismo tiempo de innumerables piezas de todos los géneros, así como de algunos de los primeros compendios teóricos– inaugura una era de músicos anfibios: hacen música y reflexionan sobre ella, aunando práctica y reflexión.
Y es a Rameau a quien Pousseur rinde homenaje, en el ensayo que da título a la colección. Él busca en Rameau un ejemplo para tratar de salir del aprieto en el que se ha metido la música en los últimos 50 años. Tras las propuestas del austriaco Schoenberg, quedó claro que no había forma de volver a hacer música a la antigua. Pero, si Schoenberg mostró la salida, no señaló una puerta de entrada consistente y así toda una generación comienza a dedicarse a buscar la entrada a un nuevo mundo musical.
Si Rameau logró marcar toda una época con su Tratado de Armonía, Pousseur restringe su zona de influencia a pequeños círculos de música experimental. El compendio teórico de Rameau parte de la práctica musical de su tiempo para armar lo que sería una especie de cartilla válida para los próximos 300 años de historia de la música. La música que trata Pousseur se encuentra en un punto de inflexión, restringida a los iniciados.
Lo mismo ocurre con sus ensayos. los textos de Apoteosis no son fáciles de leer, presuponen un amplio conocimiento de la teoría y la historia de la teoría musical. Pousseur no rehuye esa afición por los fundamentos matemáticos, que supone que el lector también debe dominar los conceptos y técnicas de algoritmos, fractales y otras cosas mas.
Pousseur es uno de los compositores-teóricos menos conocidos del siglo XX. Boulez, Schaeffer y Schoenberg gozan de prestigio fuera de los círculos especializados, con la condición de pensadores, iconos del siglo. Parte de esta semioscuridad puede atribuirse quizás a sus desacuerdos con el grupo de París, especialmente con su principal representante, Pierre Boulez. En el artículo sobre la obra de Stravinsky, incluido en la colección, desestima literalmente las opiniones de Boulez sobre el músico ruso. La unanimidad en torno a Boulez ayudó a desterrar al belga, pues la disputa acabó colándose en el plan personal.
Entrar en contacto con una disputa de maestros -en torno a un gigante como Stravinsky- es en sí mismo un deleite intelectual (casi desearíamos que el texto de Boulez sobre Stravinsky se hubiera incluido en el volumen). La crítica de Pousseur es feroz, acusando a Boulez de "negativa irracional a considerar válido aquello que no se ajusta a los criterios de validez que uno mismo admite como indiscutible". Se dice en todas las letras: Boulez es un dogmático, que sólo tiene en cuenta lo que está de acuerdo con sus principios. Es todo un vuelco en la forma de ver a una de las figuras centrales de la música del siglo pasado.
Aquí radica el mayor interés de los ensayos de Pousseur: al tratar de responder a preguntas apremiantes en la música, Pousseur plantea muchas otras. Tiene sentido. La mayor brillantez de la inteligencia radica en la capacidad de formular preguntas. No tanto en responderlas.
*Wolney se une es profesor de música en la Universidad Federal de Goiás y autor de Entre músicos y traductores (Editorial UFG).
Publicado originalmente en Revista de reseñas no. 9 de mayo de 2010.
referencia
Enrique Pousseur. Apoteosis de Rameau y otros ensayos. Traducción: Flo Menezes y Mauricio Oliveira Santos. São Paulo, Unesp, 358 páginas.