por TIAGO FERRO*
Uno o dos comentarios sobre el ensayo “Parece una revolución, pero es solo neoliberalismo”
Leí con interés el ensayo “Parece una revolución, pero no es más que neoliberalismo” (revista Piauí, Ene. 21). Confieso que el texto me sedujo. Pero algo no hizo clic. Y era sólo el último párrafo. La extrañeza causada por el final del ensayo me hizo volver al texto y escribir estos comentarios.
Aquí está el final: “Lamento haber tenido que firmarlo bajo un seudónimo. La razón de esto es evidente. En estos tiempos de cruzadas autoritarias moralistas y de narcisismo mediático neoliberal, una crítica como la que he hecho aquí tiene que hacer uso de la intimidad autoral como escudo y refugio”.
En el mismo movimiento en que el autor desaparece, redobla la dramatización de lo que está en juego, reforzando el argumento construido de principio a fin de que él, el autor y sus compañeros de las universidades públicas son víctimas de tan violento ataque. , que le hizo renunciar a un supuesto básico de la búsqueda de consensos en la modernidad: el debate abierto y público.
Fue recién en 1960, con la publicación de El Otelo brasileño de Machado de Assis, que una nueva forma de entender el Dom Casmurro de Machado de Assis. La experta en Shakespeare Helen Caldwell notó cómo Bento Santiago distorsiona la obra OTELO para reforzar la culpa de Capitu. Pasamos del adulterio a los celos como pasión organizadora de la trama, y Capitu se encontró inocente. ¿Engañado o no engañado? Un juego de suma cero que, sin embargo, abrió las puertas al crítico literario Roberto Schwarz para interpretar la novela a partir de la idea de un narrador poco fiable. Dos alternativas se presentaban al lector, con consecuencias ideológicas opuestas: adherirse o no al relato de Bento. Y, por tanto, situarse al lado o en contra de la sociedad patriarcal representada por el narrador.
Pensemos en el narrador del ensayo en cuestión.
El texto se divide en dos partes. En el primero, hay una serie de reportajes sobre demandas absurdas y abusivas de estudiantes contra profesores de universidades públicas. Leer menos, obtener un diploma sin acreditar méritos, aprobar la materia sin redactar el trabajo final, etc. A pesar de las demandas absurdas, los profesores, los compañeros del narrador, se encuentran acorralados, perdiendo el sueño y sin saber cómo tratar a los alumnos. Después de una primera historia más larga, las otras son cortas, y la ausencia de referentes concretos –ya que siempre se trata de “un amigo que da clases”, “otro profesor de una universidad pública”, por un lado y, por el otro, “ un estudiante de pregrado”, “los estudiantes”, etc. – deja la narración suelta, despojada y al límite de la verosimilitud. Veamos la respuesta que un grupo de alumnos le da al profesor que, al entrar en el aula, pregunta por el motivo del alboroto: “Estamos armando un tumulto”. ¿Quién monta un motín lo anuncia con tranquilidad precisamente a su objetivo? ¿O mantienes todo en secreto para explotar en el momento justo? El narrador se traiciona a sí mismo cuando revela que elige el tono más adecuado para cada episodio: “El episodio que narré pudo haber sido particularmente teatral y pedagógico […]”.
En la segunda parte, cuando el narrador trata de explicar el fenómeno que anima tales disturbios, los estudiantes ganan espesor -y también color y género-. Así, comenzamos a salir del mundo de las generalidades y comprender la especificidad de la situación, que, sin embargo, se revela de manera ambigua, pero no obstante identificable.
Si en un primer momento es el neoliberalismo cultural el que anima a estos estudiantes-consumidores que se ven con derecho a exigir lo que más les gusta, en un segundo es la lucha de clases: los estudiantes se colocan en la posición de una clase explotada y ven a los profesores como una clase explotadora. ¿Lucha de clases o derechos del consumidor? Dos alternativas que quedarían excluidas de no ser por el cambio de términos del neoliberalismo cultural al neoliberalismo de izquierda. Los conceptos se cuelan y el hormigón toma el relevo.
Entre los profesores habría “una infrarrepresentación de colectivos discriminados y oprimidos por motivos raciales, étnicos, religiosos, de género, sexualidad o clase. Como muchos alumnos se ven afectados por estas discriminaciones, no es de extrañar que algunos vean a sus profesores como sujetos privilegiados dotados de un gran poder”. Finalmente sabemos quiénes son los estudiantes: pertenecen a grupos que sufren discriminación. Siempre según el narrador, estos estudiantes no dan en el blanco, ya que los profesores luchan por las mismas banderas, otra generalización más del texto. Estos estudiantes, que por lo tanto ahora tienen causas identificables y graves, no deberían “gastar su tiempo y energía peleando por 'causas' mezquinas como el supuesto derecho a estudiar menos […]”.
Una vez colocado el cuadro de simpatía con los profesores, una vez que se hace imposible ponerse del lado de estos consumidores impertinentes, el narrador pasa a las causas mayores, pero ya aquí distorsionadas por el avance de la historia, por el relato envenenado. “También es grave el desvío que hace la ofensiva política progresista cuando comienza a atacar a sus aliados. La expresión más atroz de esta tergiversación es la proliferación de acusaciones infundadas de racismo, sexismo, clasismo, homofobia y transfobia contra los docentes”. Nadie estaría en desacuerdo con la gravedad de un entorno donde reina la proliferación de acusaciones falsas. Pero el narrador se balancea sobre ambigüedades, de lo contrario tendría que ofrecer ejemplos concretos que prueben la proliferación de acusaciones y otros hilos sueltos que se van abandonando por el camino. Afirma que este tipo de denuncias deben ser tomadas en serio e investigadas, y continúa diciendo que si bien estas actitudes son frecuentes, “no significa, sin embargo, que todas las denuncias sean ciertas”, “ya que algunas de estas acusaciones son oportunistas”. actos de personas movidos por fines más inmediatos y menos que loables [...]”. Como puede ver el lector, es difícil entender el punto de equilibrio en oraciones que al final se anulan entre sí para crear un clima de injusticia general contra los docentes.
Una vez introducidos en el problema más concreto, el narrador pone ejemplos de ese primer oportunismo de los estudiantes-consumidores, pero ahora arropado por pautas de las llamadas luchas identitarias. Estudiantes de grupos discriminados buscan ventajas indebidas bajo las banderas de las luchas por la reparación histórica de las minorías. Las pequeñas causas y las grandes causas están aquí a la par, y por contagio ambas adquieren un signo negativo.
Luego, el narrador refuerza el problema al mostrar que la educación pública está siendo atacada por sus enemigos habituales, el neoliberalismo de derecha, ¿solo neoliberalismo? –y ahora también el neoliberalismo de izquierda– Nancy Fraser abordó el concepto de neoliberalismo progresista, término más apropiado y ciertamente un debate urgente que el texto en cuestión ofrece de manera sesgada–, que, como hemos visto, no se trata sólo de estudiantes-consumidores, sino de un determinado grupo de estudiantes que manipulan discursos e identidades para aprovecharse de “pequeñas causas”.
Antes de cerrar el texto, cuando se revela la “necesidad” de utilizar el seudónimo, el narrador compara la situación actual con el año 1815, cuando “europeos católicos, protestantes y ortodoxos unieron fuerzas retrógradas en una Santa Alianza contra los ideales republicanos”. Lo “teatral y pedagógico” se desliza hacia el sinsentido. El anacronismo sólo se justifica por la confianza de que el lector se ha adherido completamente a lo narrado hasta aquí. La conclusión por analogía es clara: será necesaria una guerra abierta contra los fanáticos que amenazan la existencia autónoma de la universidad pública.
El título y el nombre que firma el ensayo también forman parte de la construcción y son de interés. El nombre “Benamê Kamu Almudras”, por su sonoridad alejada del estándar blanco occidental, pone al autor cara a cara con los grupos que atacará. Esto lo blindaría de posibles acusaciones de prejuicio – si algún día sabemos quién escribió el ensayo, no importará si esa persona encaja más o menos en tal o cual grupo, ya que cuando se publicó el ensayo se eligió el seudónimo, y nuestro análisis se realizó completamente dentro del texto.
Y finalmente, utilizando la misma fórmula reduccionista del título del ensayo, del tipo “parece pero no es”, que no deja espacios intermedios para el debate, podemos decir que el texto aparentemente interesante y seductor, “parece crítico , pero es solo conservadurismo”.
PD: Gracias por el diálogo y las sugerencias a Francisco Alambert y Victor Santos Vigneron.
*Tiago Ferro es crítico y novelista, autor de El padre de la niña muerta. (Sin embargo), ganadora del Premio Jabuti a la Mejor Novela 2019.