por ANTONIO SERGIO ALFREDO GUIMARÃES*
Las protestas que siguieron al asesinato de George Floyd, de alcance intercontinental, se desarrollaron en todos los países donde la población negra es sometida a esta forma de racismo.
Las protestas contra la violencia policial que han victimizado constantemente a los negros en Estados Unidos durante décadas han dado lugar recientemente a una ola de manifestaciones callejeras en todo Estados Unidos, y posteriormente en todo el mundo occidental, que mostró un rostro que no se veía antes: blancos, negros. y asiáticos, de diferentes tonalidades, de diferentes etnias, salieron masivamente a las calles contra el racismo. En la década de 1960, existía la misma alianza plurirracial en la lucha por los derechos civiles, pero restringida a Estados Unidos. El asesinato de negros por parte de la policía ya había motivado el movimiento hace algunos años. Negro Materia Vidas, pero sin obtener una adhesión tan amplia y diversa.
Como suele suceder, la gran prensa brasileña cuestionó una vez más por qué no sucedió lo mismo en Brasil. Si antes, la respuesta de fondo era que no teníamos el mismo racismo -al menos tan violento-, esta vez la pregunta era diferente: ¿por qué, sufriendo la misma violencia policial, los negros en Brasil no se rebelaron? Asimismo, surgieron voces advirtiendo que el problema era de todos, blancos y negros, que hacía falta un antirracismo activo por parte de los blancos.
Sin poder afrontar el tema en toda su complejidad, me limitaré a una sola faceta del problema: el cambio en la comprensión de lo que es el racismo.
Para ser breve y directo, mi respuesta es: la comprensión de lo que es el racismo ha cambiado y esto ha hecho posible que la violencia policial se entienda como tal, y que los ciudadanos blancos comiencen a darse cuenta de que son tratados de manera diferente por la policía porque son blancos, no porque sean pacíficos, o bien vestidos, o cualquier otro atributo que no sea la raza. Y más: la violencia que se ha naturalizado contra otro ser humano, contra los negros, tarde o temprano, también lo afecta.
Considerábamos el racismo, en la década de 1950, una doctrina que predicaba la existencia de razas humanas con diferentes fenotipos, cualidades morales y capacidades intelectuales también diferentes. Nina Rodrigues, la fundadora de nuestra antropología social, a principios del siglo XX, creía en la superioridad de la raza blanca y en las desigualdades naturales entre las razas, lo que no le impidió ser defensora de las religiones africanas y amiga de el pueblo de los santos. Todo eso cambió a fines de los años 1930 y 1940. Nuestras ciencias sociales abandonaron las doctrinas racistas y, en cambio, comenzaron a combatirlas. Pero, lamentablemente, la estructura social vivida durante la vigencia de la doctrina racista apenas cambió y se empezó a atribuir a la cultura, la falta de educación de los negros y la violencia de las periferias pobres, lo que antes se veía como cualidades intrínsecas de la raza. Más aún, comenzamos a sentirnos orgullosos de no pronunciar la palabra 'raza' (el color parecía una prueba irrefutable) y a jactarnos de mantener relaciones entre blancos y negros permeadas por la intimidad y por compartir una misma herencia cultural luso-brasileña: la nuestra. el fútbol era mestizo en blanco y negro, así como nuestra música, nuestra comida, etc. Ya analicé en otra parte lo que fue nuestra democracia racial, no es necesario repetirlo aquí.
Pues bien, a principios de este siglo continuamos desenmascarando el racismo en nuestra sociedad denunciando la preferencia sistemática de nuestras universidades en reclutar estudiantes blancos, aunque seleccionados de forma anónima, a través de exámenes de ingreso sin declaración de color. Lo logramos a través de una campaña de masas masiva, que duró más de una década, en contra de la opinión unánime de la prensa mayoritaria y de buena parte de nuestra establecimiento intelectual, para convencer, primero a los consejos deliberantes de nuestras universidades públicas, luego a nuestro Supremo Tribunal Federal, de que la absurda ausencia de negros en nuestra educación superior era injusta y sólo podía atribuirse a un racismo que ya no era individual, restringido a actitudes y comportamientos – más sistémico, estructural. Las cuotas de negros se impusieron como una medicina amarga pero necesaria, si no queríamos seguir frenando el desarrollo del talento y la inteligencia negra en este país, en pleno siglo XXI.
Ahora el tiempo es diferente. Necesitamos pensar en lo que realmente está en juego en la forma brutal en que la policía trata a los residentes de la periferia urbana. La excusa que desencadena la violencia del narcotráfico y el resguardo de bandidos en estos lugares necesita ser mejor entendida, ya que la mayoría de las veces encubre un enfoque policial violento, innecesario y racista.
¿Qué es entonces el racismo hoy? Además de las actitudes y comportamientos, dos rasgos siempre están presentes en el racismo.
Primero, un sistema de desigualdades sociales que se reproduce sistemáticamente, afectando a los mismos grupos, beneficiando a unos y penalizando a otros, aunque no utilice la doctrina racista, pero que estadísticamente puede identificarse que afecta a grupos con características consideradas raciales o étnicas. Es decir, no se trata de la explotación de clase, clásicamente estudiada por Marx, que expolia a los trabajadores sin ninguna coacción física ni ningún marcador cultural. O la dominación masculina, u otro sistema de desigualdades sistemáticas. Pero, igualmente, se inscribe en la lógica de funcionamiento de las instituciones: en el lenguaje, en las organizaciones civiles, en los aparatos estatales, en nuestra forma de vivir la vida y no pensar en ella.
Segundo, es un sistema moralmente injusto basado en la falta de respeto. Falta de respeto en el sentido dado por el filósofo neozelandés Joshua Glasgow (“no reconocer adecuadamente a las personas como criaturas autónomas, independientes, sensibles y moralmente significativas” en “Racism as Disrespect”, Ética, PAG. 85). Falta de respeto que no solo se manifiesta en las relaciones interpersonales, sino en las instituciones sociales, cuando se ignoran de forma duradera los valores, intereses y vida de las personas de un determinado origen racial.
Pues yo creo que las protestas que siguieron al asesinato de George Floyd, de alcance intercontinental, se dieron en todos los países donde la población negra es sometida a esta forma de racismo. En Brasil, nuestra comprensión de lo que es el racismo está comenzando a mostrar que ha cambiado. Una nueva generación de intelectuales negros trabaja en nuestras universidades y en nuestra prensa y es necesario fortalecer el diálogo con ellos. Están en varios blogs y ya están en los principales medios de comunicación. Algo ha cambiado, ha cambiado la percepción del racismo, la violencia racial se ha vuelto un lenguaje y, como dicen los oligarcas vigilantes, el palo que le pega a Chico, le pega a Francisco.
*Antonio Sergio Alfredo Guimarães es profesor titular jubilado del Departamento de Sociología de la USP. Autor, entre otros libros, de Clases, razas y democracia (Editorial 34).