Anticapitalistas de la identidad de mercado

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por CUENTOS AB'SÁBER*

No nos identificamos con los 25 millones de parados y desanimados en nuestro mundo de comodidad industrial y consumista.

Somos tan débiles y contradictorios, no sanos y disponibles para tantas cosas. Hablamos mal del capitalismo ilustrado, de la razón instrumental, occidental. Sabemos –de alguna manera no queremos saber cómo– que destruye el mundo, subyuga vidas, regula la exclusión y la pobreza, proyecta golpes periféricos de acumulación global primitiva y con inmensa facilidad se convierte en fascismo, convocando a masas que así se vuelven. , para asaltar mejor la vida del trabajo y justificar el crimen de Estado contra los excluidos que produce.

Pero no queremos considerar la hiperproductividad general de la que dependemos todos los días. Ya no reconocemos en el capitalismo del terror y la extinción global las proyecciones no realizadas de igualdad, justicia y racionalidad pacífica universal, que el propio capitalismo ha deformado en una perversión particular e industrial, y que cambia por aceptación de las cosas y fetichismo dondequiera que esté. . Y sin embargo, fue el mismo mundo moderno, escindido entre la paz colectiva y la guerra privada, el único que inventó tales horizontes de afectos políticos, que no se rindió, por lucha de clases ganada y arreglada por uno, que destruyó y deformó la idea de la justicia como la plena y simple igualdad de las condiciones civiles y económicas de los hombres.

No existe una idea del mundo que supere la violencia social y el miedo mítico simultáneamente, en otras perspectivas de la cultura, no en las modernas. Pero queremos la justa salvación de los grupos identitarios de mercado, o el sueño de una Gaia neoindia, de equilibrio ecológico y multiplicidades míticas, siempre olvidando que en la vida hay mucho miedo, y siempre ha habido guerra y mucha la muerte, en mundos que no pusieron en su foco la fantasía de la universalidad igualitaria de la razón. Los mundos no occidentales tenían una función social de guerra, como se sabe, y por tanto de terror.

De ahí que seamos anticapitalistas de la identidad de mercado -racial, de género o de sexo- parciales en la inscripción de nuestro propio deseo, de nuestro cuerpo, en el orden del otro. O, en el mejor de los casos, período liberal, pero siempre sin saberlo. Y somos antineoliberales y antioccidentales anticapitalistas al mismo tiempo. Pero no somos socialistas, obviamente, porque nos gusta la vida del mercado y del consumo, manejada por el propio capital global, el mismo que destruye el mundo, en el buen sentido, y preferimos cualquier objeto de lujo basura a la lógica de identificarse con los arruinados del trabajo: los condenados por el desempleo, los desalentados por la hiperexplotación y Uber –blancos, negros, heterosexuales, cis o gays–, a quienes entregamos a la administración, orientados a vivir su miseria por la Pan joven, por la telenovela, por la Instagram, los domingos en el patio de comidas del centro comercial y en la iglesia evangélica de la esquina. Nuestro mismo sistema mundial de consumo, que es la reproducción del capital global.

Por lo tanto, somos anticapitalistas de identidad de mercado y de consumo -nuestra diferencia con los neofascistas es que ellos son capitalistas de identidad pro-consumista, cualquier otro grupo de identidad, en medio de una misma vida- y criticamos el mundo del terror universal. de gestión de la vida, mientras la disfrutamos felizmente y luchamos por ser gay con derecho a casarnos por la iglesia, o trans con derecho a entrar en el baño sexual elegido en el restaurante, mientras no tengamos política, ni solidaridad, para el mundo abusado del trabajo, nosotros mismos. Por lo tanto, somos neo-gays de identidad antioccidental.

Sin embargo, cuando un grupo fundamentalista, identitario, mítico-religioso, no democrático que desconoce los valores universales de igualdad y justicia, de género y sexo (y de acceso y derecho a criticar la violencia, explotación y destrucción del otro y de la naturaleza) , no metafísico de la Ilustración, llega al poder, todos sentimos lástima de nosotros mismos y estamos aterrorizados porque los valores de la igualdad civil y los derechos de las mujeres, construidos solo sobre la lógica de la razón universalista en Occidente, y en ningún otro lugar que sepamos, no se han realizado por la prevalencia de la forma capital en la vida, pero que nos guía en nuestros deseos de reconocimiento y poder, no existen allí en absoluto.

Nos identificamos con las mujeres violentamente perseguidas por los talibanes, no con los 25 millones de desempleados y abatidos en nuestro mundo de confort industrial y consumo. De ahí que ataquemos el fundamento metafísico de la razón emancipadora, entre nosotros, pero no el capital que lo niega, y que usamos bien como sujetos dóciles del consumo mundial, no nos interesa el destino degradado de los trabajadores en la sociedad de clases, nos quejamos de el “falso” Occidente en su universalidad, y cuando en un país complejo EEUU es expulsado por un grupo fundamentalista religioso, criminal, criminal y autoritario, nos quejamos de la falta de perspectiva de derechos civiles democráticos y de igualdad entre hombres y mujeres, la los mismos que sustenta el capitalismo imperialista norteamericano, y que lo legitiman como fuerza ideológica, los mismos derechos universales que sólo la historia de la ética propia de la razón occidental ha planteado como problema -en el plano no realizado de la filosofía- y que el poder, no universal pero eficaz, del capital, su razón práctica de la violencia, no la ha dejado pasar, mientras somos felices amantes de la forma mercantil cotidiana, nuestro mundo de la vida y sus placeres sin duda, y queremos el fin del capitalismo. ¿Quien soy yo?

*Cuentos Ab´Sáber es psicoanalista, miembro del Departamento de Psicoanálisis del Instituto Sedes Sapientiae y profesor de Filosofía en la Unifesp. Autor, entre otros libros de Soñar restaurado, formas de soñar en Bion, Winnicott y Freud (Editorial 34).

 

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