por FRANCISCO EDUARDO DE OLIVEIRA CUNHA*
Estamos en un momento clave para que el continente siga su propio rumbo o siga dependiendo del centro
Las discusiones que han sostenido los intelectuales latinoamericanos a raíz del libro dialéctica de la dependencia por Ruy Mauri Marini han dejado en claro nuestra condición de región de capitalismo dependiente. En efecto, América Latina ha vivido hegemónicamente por lo que sucede en regiones de capitalismo avanzado basado en una interacción desigual. Por esta desigualdad, la crisis cuando golpea en el centro, fluye más intensamente en nuestro continente.
De un breve contexto político de América Latina en el presente siglo, con algunas excepciones como Venezuela, Cuba, Bolivia, así como las recientes victorias de la izquierda en Argentina, Perú y Chile, es claro que la región ha experimentado movimientos pendulares. en el cual, parte de los países lograron gobiernos más democráticos, algunos más progresistas; y gobiernos de derecha, más conservadores y/o con una agenda neoliberal en el campo económico.
Una cuestión importante en este escenario inicial es darse cuenta de que en oleadas progresistas se nos escapó de las manos la oportunidad de importantes reformas populares. Ya sea en gobiernos reformistas o en aquellos considerados aún más revolucionarios, se hizo evidente que los modelos vigentes considerados democráticos, no se presentaban como capaces o lo suficientemente capaces como para promover cambios estructurales, sino que por el contrario, favorecían el mantenimiento de estructuras colonialistas de dependencia y dominación. , aunque podemos reconocer importantes avances sociales en los gobiernos de izquierda, principalmente en Brasil.
Por lo tanto, el problema parece perpetuarse. América Latina sigue ocupando este rol estratégico para el capitalismo, es decir, sigue suministrando materias primas, mano de obra barata y un espacio socioproductivo propicio para la intensificación de la superexplotación de la fuerza de trabajo. Desde un punto de vista más político, un lugar absurdamente fértil para los esfuerzos de las políticas neoliberales.
El caso venezolano, como ejemplo contrahegemónico de lo que hemos visto en América Latina, se presenta como una interesante ilustración de avances populares, como ocurrió con la construcción de una constitución más democrática, así como con la discusión y decisión de temas importantes consultando a la población, y también, con el proceso de nacionalización de la renta petrolera a favor del pueblo. Así mismo, podemos mencionar a los bolivianos con el plurinacionalismo, los conflictos por el agua, la nacionalización del gas natural y del petróleo. Estas experiencias señalan a América Latina la necesidad de rumbos soberanos y la superación de un letargo político que deja a nuestro continente a merced de lo que sucede en el mundo central.
Al entrar en aspectos de la crisis cíclica del capitalismo, es importante darse cuenta de que tiene un impacto desigual en los estratos sociales, especialmente en nuestra región. Esto es muy evidente en los medios de comunicación, donde es muy común ver reportadas las ganancias desorbitadas de los grandes empresarios y banqueros, así como el propio precio del dólar que hace que la producción destinada a abastecer las demandas internas sea trasladada a la exportación en el afán de mayores ganancias, lo que termina, en cierta medida, corroborando los índices inflacionarios que caen sobre la población de menores ingresos. Finalmente, la crisis tiene un impacto desigual en ricos y pobres, estos últimos de manera más despiadada.
Es precisamente en estos ciclos de crisis cuando se intensifica la lucha de clases. La ola conservadora, el fascismo, el militarismo, son las características más visibles de esta intensificación. Es necesario entonces, dentro de esta lucha, recuperar algunas acciones importantes como el trabajo de base, la formación política, la conciencia de un proyecto de ruptura a favor de los trabajadores, campesinos, indígenas y otras clases oprimidas por el poder económico en nuestra región.
En vista de lo anterior, es necesaria una reflexión más urgente sobre el continente, considerando que las olas de izquierdas son inciertas y, en consecuencia, las oportunidades de ruptura se vuelven más escasas, a la vez que más complejas, aunque no imposibles. De esta forma, es importante provocar sobre el papel actual de América Latina en este contexto y en estos vientos que soplan para el continente en 2022. Reversión compleja, al menos en una perspectiva temporal más corta.
Finalmente, ingresamos a un año histórico de luchas y derrocamiento de los proyectos fascistas en el continente. Este es un momento clave para que o bien mantengamos nuestra condición de subdesarrollados, dependientes, en consecuencia, de un espacio socioeconómico propicio para las políticas neoliberales antipopulares, las condiciones de trabajo precarias, la sobreexplotación de la fuerza de trabajo, políticas necesarias para el mantenimiento de las ganancias del capital en ciclos de crisis; o si nos movilizamos en el sentido de un proyecto de ruptura, con conciencia popular, de las masas y, en lograr una reanudación de gobiernos progresistas en el continente, no nos conformamos con las movilizaciones para que en los hechos se lleven a cabo las reformas estructurales necesarias a cabo, con el fin de tomar un camino propio para América Latina.
La transición es posible al continente. Una revolución es urgente y necesaria.
*Francisco Eduardo de Oliveira Cunha Profesor del Departamento de Ciencias Económicas de la Universidad Federal de Piauí (UFPI).