por HENRI ACSELRAD
La desigualdad ambiental afecta a los desposeídos en la expropiación de su entorno y en las condiciones precarias que caracterizan su ubicación en las ciudades
La noción de justicia ambiental surgió en la década de 1980 como una categoría de denuncia expresada por el movimiento negro norteamericano. Puso en tela de juicio la distribución desigual de los beneficios y daños de la producción de mercancías: los beneficios se quedan con los blancos de ingresos altos y medios, mientras que los desechos contaminantes se envían a áreas habitadas por comunidades negras y pobres. Al observar la regularidad con que camiones transportaban residuos tóxicos para depositarlos en barrios habitados por comunidades negras, el movimiento planteó la hipótesis de que podría tratarse de una práctica discriminatoria, fruto de la convergencia de decisiones que configuran la desigualdad racial. Así, con el apoyo de la universidad, por primera vez, en 1987, se elaboró un mapa de la distribución -que resultó ser desigual y discriminatoria- de los residuos de la industria química y petroquímica en EE.UU.[i]. Se comprobó la desigualdad ambiental y se exigieron medidas que conduzcan a una situación justa. Esto dio lugar a la noción de justicia ambiental como categoría de lucha, a partir de la percepción de la vigencia de indicadores observables de una de las formas de desigualdad. Es decir, un tipo de desigualdad empíricamente comprobable, expresada en índices cuantitativos aplicados a la distribución espacial del daño ambiental. Fue este hallazgo el que abrió nuevos debates sobre lo justo e injusto, objetos permanentes de discusión, según los contextos históricos, políticos y culturales, en adelante, aplicables también a las dimensiones ambientales de la vida social.
En su origen, la noción se aplicó a procesos socioespaciales ubicados aguas abajo de la producción de bienes – al final de los procesos productivos; es decir, la ubicación espacial de los objetos no vendibles de la producción de commodities – desechos, efluentes y emisiones gaseosas. Como muestran los diversos mapas de desigualdad ambiental elaborados hasta el momento, estos materiales peligrosos se depositan actualmente en las inmediaciones de las zonas habitadas por los grupos sociales más desposeídos. Pero también existen situaciones de despojo ambiental que se concretan aguas arriba de los procesos de producción de bienes, es decir, en las fases de ocupación del espacio y extracción material que preceden a los procesos de transformación industrial. En el caso de los pueblos indígenas brasileños, por ejemplo, el daño ambiental proviene con mayor fuerza de la invasión de sus tierras por parte de la agroindustria, el acaparamiento de tierras, la minería a gran escala, los madereros y los mineros: estos pueblos son, a través de estos mecanismos, despojados de sus entornos: de las aguas y los bosques que requieren para su reproducción biológica y cultural. Hay indios, sin embargo, que viven en ciudades, así como indios que viajan entre ciudades y pueblos. Tienden, por tanto, a estar expuestos, al mismo tiempo, a dos tipos de procesos: la degradación de sus condiciones de vivienda en las ciudades, vivir en áreas urbanas devaluadas y precarias, y la intrusión y expoliación de tierras en sus pueblos.
La desigualdad ambiental en los EE. UU. comenzó a comprobarse como resultado de –inmediatamente procesos sociales y políticos– decisiones sobre la ubicación de residuos indeseables de la producción capitalista, microdecisiones desigualitarias que subyacen al funcionamiento del mercado de tierras y la segregación socioespacial y racial de espacios habitacionales. Luego, notablemente después de las repercusiones del huracán Katrina en 2005, se verificó que los llamados desastres naturales también afectan más que proporcionalmente a negros y pobres - acceso desigual a la información sobre los riesgos, protección prioritaria de diques en barrios de altos ingresos, defensa civil ausente debido a su participación en la guerra de Irak. Ahora, vemos que la pandemia -fenómeno biológico y de salud- también afecta más que proporcionalmente a negros e indígenas, y con mayor letalidad. Ambos grupos tienen menor acceso a servicios de salud de calidad, entre otros factores de vulnerabilidad. Los pueblos indígenas, en particular, se vuelven más vulnerables dadas sus propias condiciones inmunológicas: tienen defensas sólidas para lidiar con la microbiología del bosque, pero están mal equipados para lidiar con el entorno microbiológico de la sociedad que los rodea, los blancos. Esta insuficiencia se manifiesta con especial fuerza cuando se produce la ocupación ilegal de sus territorios, lo que hace que el virus les llegue de forma descontrolada. La desigualdad ambiental afecta a los pueblos indígenas, por tanto, en ambos extremos, en las ciudades y pueblos; en la expropiación de sus entornos y en las condiciones precarias que caracterizan su ubicación en las ciudades.
A esta situación estructural se suma, como hemos visto, la agenda antiambientalista del actual gobierno, que se une al racismo históricamente constituido, configurando un antiambientalismo racializado que retoma el ideario colonial, brasilizando la discriminación que desde hace tiempo es denunciada por Movimientos por los derechos civiles de Estados Unidos. Allí, el racismo es denunciado por el hecho de que autoridades y empresas sancionan a las comunidades negras de escasos recursos, decidiendo ubicar en sus zonas de residencia los residuos nocivos de la acumulación de riqueza. Aquí, junto a esta misma práctica, vemos el racismo también expresado en la recriminación de los quilombolas y pueblos indígenas por ocupar espacios ambientalmente preservados que están siendo requeridos por la agroindustria y la minería para expandir sus ganancias, de manera extensiva e improductiva, dadas las grandes extensiones de terreno. la tierra privatizada que ya tienen. Este antiambientalismo racializado es, por lo tanto, una manifestación del racismo estructural que salió de las alas y ganó visibilidad en el ámbito político formal, con la adopción explícita, a partir de la campaña electoral de 2018, de propósitos y decisiones discriminatorias en relación con los negros y los negros. pueblos indígenas. .
Al constatar una condición de desigualdad ambiental que afecta a la población no blanca de manera más que proporcional, la noción de racismo ambiental ha ido ganando cada vez más visibilidad, evocada en dos niveles - en el nivel de observación empírica y en el nivel de percepción y expresión de los propios sujetos sociales. En el caso de los Estados Unidos, fue la interfaz entre el penetración del movimiento negro y la prueba empírica del mapa elaborado por el sociólogo Robert Bullard que suscitó el debate. En el caso de Brasil, a nivel empírico, la evidencia de convergencia entre prácticas asociadas con el racismo estructural y aquellas que producen desigualdades ambientales ha ido en aumento, especialmente cuando se observan datos sobre asentamientos urbanos precarios, falta de saneamiento básico y poblaciones en riesgo de desastres Se conocen los diversos mecanismos a través de los cuales, luego de la abolición de la esclavitud, las poblaciones negras fueron discriminadas, excluidas del acceso a la tierra, la educación y los derechos. Este conjunto de actos discriminatorios convergieron de tal manera que ciudadanos no blancos, descendientes de esclavos e indígenas pasaron a habitar zonas menos valoradas por el mercado inmobiliario, donde se superponen carencias de saneamiento, calidad del aire, áreas verdes, ubicadas cerca de fuentes de riesgo como líneas de transmisión, oleoductos, presas de relaves, etc. El caso del colapso de la presa Samarco en Mariana en 2015, por ejemplo, mostró que en los distritos de Bento Rodrigues y Paracatu de Baixo, los más inmediatamente afectados, más del 80% de la población local, según el censo de 2010, se declararon negros y morenos, cuando en el conjunto del estado de Minas Gerais, el 56% lo hizo[ii]. Para dar sustento estadístico a los resultados de las prácticas racialmente discriminatorias, se supone, preliminarmente, que el Estado acepta presiones sociales por sistemas de clasificación que produzcan equivalencias entre distintos individuos que pueden agruparse según una misma condición de exposición al racismo. El artículo de Gabriele dos Anjos sobre color y raza en los censos muestra cómo la codificación y las formas de recolectar esta información dependen del contexto político y de la historia de las relaciones raciales en el país[iii].
En Brasil, por ejemplo, los datos sobre el color de los afectados por COVID tardaron en registrarse. La Coalición Negra por los Derechos, asociaciones científicas y defensores públicos insistieron, junto con el Estado, en que se realicen dichos registros. En junio de 2020, los boletines epidemiológicos del Ministerio de Salud comenzaron a publicarlos, como ya lo hacían algunas unidades de la federación. Las hipótesis comenzaron a confirmarse. A mediados de junio, el IBGE anunció que la tasa de letalidad era mayor entre los negros afectados por covid-19 que entre los blancos; que las desigualdades de ingresos y color hacen que las personas negras y los grupos de bajos ingresos se vean afectados por la epidemia en porcentajes superiores a su participación en el conjunto de la población. Esta experiencia nos muestra los mecanismos a través de los cuales la construcción social de las cuestiones raciales puede reflejarse en la máquina pública.
Por otra parte, en la experiencia de convergencia entre la desigualdad ambiental y el racismo, se crearon condiciones subjetivas a través de las cuales los propios actores sociales perciben la vigencia de la condición discriminatoria como tal. El Movimiento de Justicia Ambiental de los Estados Unidos nació de un proceso de “ambientalización” del movimiento negro. El tema ambiental, que antes parecía, para sus integrantes, una demanda de la clase media blanca conservacionista, se ha mostrado, desde la elaboración del mapa de desigualdad ambiental, como una cuestión de vida o muerte. Se creó entonces un repertorio de expresiones y nociones movilizadoras como racismo ambiental, colonialismo tóxico, zona de sacrificio, etc. Una comisión de representantes de organizaciones de base estadounidenses vino a Brasil en 1998 para articularse con el movimiento negro brasileño con miras a prevenir la exportación de injusticias ambientales de Estados Unidos a Brasil. La “ambientalización” del movimiento negro en Brasil se dio a su propio ritmo, lo que provocó que algunas entidades, a partir de la década de 2000, evocaran la categoría de racismo ambiental para designar el impacto más que proporcional de los males ambientales sobre las comunidades negras y los pueblos indígenas y la aplicación laxa de las regulaciones ambientales gubernamentales para proteger a estas mismas comunidades[iv].
Con motivo del 2005º Seminario Brasileño contra el Racismo Ambiental, realizado en Niterói, en XNUMX[V], tanto el debate como la aplicación de esta noción incorporaron a las comunidades indígenas y abarcaron una amplia gama de males ambientales, a diferencia de su uso actual en los EE. El descaro de la presencia de discursos y prácticas racistas en las esferas del poder, así como los esfuerzos gubernamentales por fomentar prácticas ambientalmente depredadoras –que penalizan más que proporcionalmente a negros e indígenas– están justificando las tendencias hacia una creciente articulación entre antirracistas y movilizaciones indígenas denuncia del antiambientalismo del gobierno brasileño.
* Henri Acselrado es profesor del Instituto de Investigación y Planificación Urbana y Regional de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (IPPUR/UFRJ).
Notas
[i] En una entrevista concedida a la antropóloga Cecília Mello en septiembre de 2001, Robert Bullard, sociólogo vinculado al movimiento de justicia ambiental de los Estados Unidos, describió este proceso de la siguiente manera: “Cuando la gente empezó a mirar alrededor – esto en 1978, cuando yo vivía en Houston, Texas: pudieron ver dónde se ubicaban los vertederos, dónde se ubicaban los incineradores. Entonces descubrimos que estas cosas solo se asignaban en vecindarios pobres, en su mayoría afroamericanos. La tierra no solo se distribuyó de manera desigual, sino que se distribuyó en un patrón muy predecible. Y fue así como empezó a surgir la idea de la discriminación ambiental. Discriminar es contra la ley. Por lo tanto, decimos que la discriminación ambiental y el racismo ambiental son ilegales y deben verse como otras formas de discriminación”. Boletín de Política Ambiental, IBASE, Río de Janeiro, 2001.
[ii] Bruno Milanez, Luiz Jardim Wanderley y Tatiana Ribeiro, Lo que no se aprendió de la tragedia de Rio Doce, SITRAEMG, Belo Horizonte, 9/8/2017, http://www.sitraemg.org.br/post_type_artigo/o-que - no-aprendido-con-la-tragedia-en-el-rio-doce/
[iii] Gabriele dos Anjos, La cuestión del “color” o la “raza” en los censos nacionales, IIndicadores Económicos de la TARIFA, Porto Alegre, v. 41, núm. 1, pág. 103-118, 2013
[iv] Robert D. Bullard (editor) Enfrentando el racismo ambiental: voces desde las bases. Bostón: Prensa del extremo sur, 1983.
[V] S. Herculano, T, Pacheco (eds.) Racismo Ambiental – I Seminario Brasileño contra el Racismo Ambiental, BSD/FASE; LACTA/UFF, 2006