por MARCELO GUIMARÃES LIMA*
En el Brasil del siglo XXI, torturadores, simpatizantes y verdugos aún duermen tranquilos
En 1973 yo estaba estudiando filosofía en la USP, en cuarteles improvisados como aulas mientras aún se estaba construyendo el nuevo edificio de la FFLCH en el campus. Era mi segundo año de estudios y ese semestre asistía al curso vespertino. Esa noche, al comienzo de las clases, alguien anunció la detención del estudiante de geología, Alexandre Vannucchi, en el pasillo del galpón del curso de filosofía. Hubo un pequeño movimiento entre los estudiantes, discreto porque el ambiente estaba muy tenso.
Me dirigí a la entrada de la cercana Escuela de Comunicaciones, cuyo director se creía que era alguien vinculado de alguna manera al régimen y, por tanto, a la represión. Allí había una pequeña concentración de estudiantes de varias unidades. En grupos se comunicaban y discutían la prisión muy discretamente. La concentración en sí ya era una “manifestación silenciosa”, es decir, una protesta evitando discursos, carteles, consignas, etc., pero significativa dentro del clima de terror impuesto por la dictadura militar empresarial. Una protesta solidaria contra el encarcelamiento del estudiante y contra la inacción, e incluso lo que fue señalado como complicidad por parte de ciertas autoridades universitarias.
No conocía personalmente a Alexandre Vannucchi, pero sabía algo sobre su papel en el movimiento y la representación estudiantil dentro de la universidad. Razón suficiente para expresar mi solidaridad y protestar de la forma que sea posible, o imposible en las circunstancias, contra la maldita dictadura, sus políticos, sus empresarios que apoyan la represión, sus diversos cómplices, sus torturadores asesinos y sus militares contra la patria.
Nuestra mera presencia frente al edificio de la universidad en aquella noche lúgubre y sin estrellas, en un campus oscuro y dormido, ya era un desafío al terrorismo del estado policial militar brasileño en el espacio universitario. Esperábamos la represión policial en cualquier momento, el precio a pagar por nuestra inconformidad y protesta. La represión finalmente no llegó esa noche, tal vez tendrían tareas más urgentes, ocupados en atormentar a un estudiante encarcelado por sus opciones políticas, un joven sin defensas ante la indecible cobardía de los torturadores profesionales. Todo torturador es un cobarde, como lo son sus principales y sus seguidores.
La represión no nos dispersó esa noche en el campus de la USP. Faltaba también justicia en ese momento, faltaba para Alexandre Vannucchi, para todos los opositores a la dictadura militar empresarial y para el país. Como sigue siendo hoy. La justicia ha fallado en Brasil y sigue fallando. ¿Hasta cuando?
En el Brasil del siglo XXI, los torturadores, los simpatizantes y los que ordenaron la tortura aún duermen tranquilos. Asimismo, todos los que facilitaron y se beneficiaron de la dictadura duerman tranquilos. Entre ellos, como uno de los factores importantes del período dictatorial, los grandes grupos de medios comerciales brasileños. Los mismos que impulsaron el golpe de 2016, y que ahora ensayan nuevos golpes contra el gobierno popular de Lula da Silva.
De nuestro lado tenemos la memoria, es decir, el recuerdo permanente del valor y el coraje de nuestros muertos como Alexandre Vannucchi y tantos otros. Nos guía en el caos producido y manejado por quienes se lucran con la opresión y miseria material y moral de nuestro pueblo. Em nós vive a indignação de Alexandre Vannucchi contra a miséria e a opressão imposta aos brasileiros, em nós permanecem a indignação e coragem de todos os caídos nas lutas contra a tirania, a mentira, a violência, a covardia e hipocrisia dos opressores no Brasil ontem es hoy.
*Marcelo Guimaraes Lima es artista, investigadora, escritora y docente.