Alexandre Herculano y Pinheiro Chagas

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por CLEBER VINICIUS DO AMARAL FELIPE & JEAN PIERRE CHAUVIN*

Alexandre Herculano se destacó no solo por sus obras históricas, sino también por su ficción.

En abril de 1842, Alexandre Herculano de Carvalho e Araújo (1810-1877) envió una serie de cartas a los editores de la Revista Universal Lisboaense, en el que discutió la Historia de Portugal y las formas de concebirla. Tras narrar los orígenes, cartografiar la geografía antigua del país -una estrecha franja de la península española- y trazar la genealogía de los reyes (agrupados en cuatro dinastías), el historiador se centró en los siglos XV y XVI, sugiriendo que el apogeo de el reino habría llegado durante el siglo XIV, y la decadencia marcó el siglo XV.

Para reforzar su punto de vista, el historiador estableció metáforas entre la trayectoria del país y los ciclos del hombre (desde la niñez hasta la decrepitud), sugiriendo que la época en que vivió él, Herculano (siglo XIX) representó un período vigorizante de la cultura portuguesa. nación, agitada por el debate político, el cambio social, el choque económico y cultural, en una especie de reedición de la época en que ese pueblo era considerado “bárbaro”. Entre los temas más relevantes que abordó el también novelista, estuvo la necesidad de situar la cronología de su país con mayor precisión y rigor:

Nuestra historia comienza recién en la primera década del siglo XII; no porque los tiempos históricos no se remonten a una época mucho más remota, sino porque antes de esa fecha no existía la sociedad portuguesa, y las biografías de los individuos colectivos, así como la de los singulares, no pueden comenzar más allá de su cuna. (HERCULANO, sin fecha, p. 121)

Inquieto por el argumento de los historiadores contemporáneos, que eligieron el siglo XVI como el período en el que el reino portugués habría alcanzado su apogeo, gracias a las disputas de ultramar y la expansión del reino por África, Asia y América, Herculano sentenció todo lo contrario. Precisamente por eso, consideró impropio llamar a ese período “Renacimiento”.

En el estudio de la época comúnmente conocida como Renacimiento, nombre que tal vez sólo le convenía como antífrasis o burla cruel, había sido necesario cerrar los ojos al resplandor de la aparente grandeza, e iluminar con la antorcha de la historia la cuerpo enfermo de la sociedad portuguesa, que apresuró su tiempo para morir con la fiebre de las conquistas. (HERCULANO, sin fecha, p. 139)

Las cartas permiten suponer que el historiador se guió por la creencia en el progreso, como forma de superar el período de impotencia, situado entre 1580 y 1640 (período de la unificación de las coronas española y portuguesa), y de letargo (entre el finales del siglo XVI y principios del XIX). En definitiva, Herculano había elegido su época como aquella en la que la sociedad portuguesa más se había opuesto al Renacimiento y más cercana a la época originaria del país, entre los siglos XII y XV. Para validar esta premisa, eligió la inestabilidad política del siglo XIX como la característica que más lo acercaba al siglo XIV, cuando la identidad nacional se constituía bajo el influjo de las “conquistas” y el poder de los reyes aún no se había hecho absoluto.

¿Cuáles son las revoluciones políticas de nuestro tiempo? Son una protesta contra el renacimiento; un rechazo de la unidad absoluta, una renovación de los intentos de organizar la variedad. Hoy los pueblos de Europa atan el hilo roto de sus tradiciones infantiles y juveniles. El siglo XIX es el undécimo de lo que sólo puede llamarse socialismo moderno. Los tres que le precedieron fueron una especie de hibernación en la que el progreso humano no estaba suspendido, sino latente y concentrado en las inteligencias que iban acumulando fuerzas para traducirlo en realidades sociales. De ahí provienen las analogías de los llamados siglos bárbaros con los tiempos en que vivimos. (HERCULANO, s/d, págs. 144-145)

Una vez más, Alexandre Herculano recurrió a la metáfora que identificaba la historia de su país con las etapas de la vida de un hombre: imagen con la que reforzaba la analogía entre juventud y vigor (siglo XIII); vejez y decadencia (siglo XVI); Juventud y rebeldía (siglo XIX). Como la mayoría de los historiadores de su tiempo, parecía convencido de que, en contraste con casi tres siglos de latencia, el pueblo portugués había despertado nuevamente, ahora bajo las luces del progreso, aunque era una llama débil, desorientada entre el dogma y la nostalgia; entre la mojigatería y el invencible atractivo sebastianista.

Alexandre Herculano murió el 13 de septiembre de 1877. Trece años después, Manuel Pinheiro Chagas (1842-1895) recibió el encargo de preparar/pronunciar un discurso laudatorio en su honor en una sección pública de la Real Academia de Ciencias de Lisboa. Tomando el intervalo entre la muerte y el homenaje, el autor, justo al comienzo del panegírico, decía que ya no era tiempo de llorar la pérdida de un gran hombre, sino de canonizar su memoria y reconocer sus virtudes. El elogio, marcado por convenciones propias del género encomiástico, suena sincero porque la lista de méritos atribuidos a Herculano es compatible con los recursos movilizados por Chagas en su obra histórica y novelesca.

Herculano se destacó no solo por sus obras históricas, sino también por su ficción. Según Chagas, priorizó “vivir ignorado por el pueblo, que nadie conocía cuando la historia era sólo el bajorrelieve en el que aparecían en un mismo plano los personajes que la componían”. Para caracterizar su producción literaria, Chagas estableció contrapuntos entre Garret y Herculano: si el primero “estudiaba en el canto de la campesina que brotaba de sus labios sonrientes la ingenua formación de las leyendas nacionales”, el segundo “descifraba pacientemente las cartas, tantas veces escrita con sangre, la laboriosa formación del derecho popular”; si Garret se entretenía con “los rayos de la luna de junio tejidos por las manos de las moiras encantadas”, Herculano retrataba el “gemido del viento en los claustros solitarios, con los murmullos que subían del coro espectral de las generaciones oprimidas, cuyo las protestas se habían inmovilizado en las delicadas palabras de los viejos pergaminos”; ambos presentaron una actuación compatible con la grandeza del Océano, pero Garret se dejó conmover por el “Océano que gime en una noche amorosa, reflejando la luz de la luna, y acompañando el canto triste y dulce del barquero que pasa”; con Herculano, el Océano “ruge rompiendo en el acantilado e iluminado por el relámpago” (CHAGAS, 1890, pp. 12-13).

En cuanto a la producción histórica, Alexandre Herculano habría dado importancia a aspectos comúnmente pasados ​​por alto por los historiadores, reconstruyendo “las generaciones extinguidas, como si hubiera presenciado su tumultuoso paso sobre la faz de la tierra”, escrutando “la intimidad de los primeros reyes” y “el más secreto de tus pensamientos”. (CHAGAS, 1890, pág. 17). Estas características fueron enumeradas una vez por Pinheiro Chagas en su Pruebas críticas, publicado en 1866. En la ocasión, escribió que la misión del novelista histórico era “más grande, más sublime que la del propio historiador”. Ambos consultan las historias y de ellas “sacan los espectros de generaciones extinguidas de su tumba secular”. El historiador, sin embargo, “pone el cadáver sobre la mesa anatómica” y se contenta con “explicar con frialdad” los misterios del organismo e investigar “el modo en que el fluido vital hacía jugar esos resortes, que la muerte despedazaba, y cuyos secretos el tiempo borra”. El novelista, en cambio, “galvaniza el cadáver, le devuelve el movimiento” para que el lector “vea pasar frente a él, no el esqueleto rígido y helado, sino el cuerpo animado con el calor de la vida, con el fuego de la vida”. las pasiones, que lo habían animado, que una vez lo habían quemado” (CHAGAS, 1866, p. 58).

en la novela El juramento de la duquesa (1873), Chagas se dio a la tarea de celebrar no “las grandes hazañas de las campañas de Restauración”, sino “las tramas cortesanas, las calumnias, las traiciones que se desarrollaron en el reverso de este brillante cuadro de épicas batallas y hazañas sobrehumanas”. Las debilidades y defectos de los antepasados ​​seguían siendo “amargas lecciones”, así como las virtudes se convertían en “gloriosa incitación” (CHAGAS, 1902, p. 100). En las instancias preliminares de El naufragio de Vicente Sodré (1894), admitió la importancia de la “forma romántica” para presentar la “vida íntima” de los ilustres antepasados ​​de los portugueses y elaboró ​​algunas recomendaciones: “no busquen el drama fuera de la realidad, no inventen episodios, ni fantaseen personajes, trata simplemente de ver las escenas tal como las describe la historia, entendiendo a los personajes tal como se revelan en sus acciones”.

Su propuesta es “revivir” tiempos históricos sin desmerecer el interés dramático de las narraciones. Chagas manifestó entonces que recurrió a Lendas de la India, de Gaspar Correia y evitaba la fantasía, limitándose a utilizar personajes históricos y poniendo en sus labios “las palabras que tenían en la cabeza, pero que tal vez no supieron expresar con la claridad con que las podemos formular ahora”. Para él, la historia “tiene dos caras, y ninguna debe ocultarse” (CHAGAS, 1894, pp. IV-V). Es evidente, entonces, que los méritos de Alexandre Herculano, destacados en su encomio, no provienen de su biografía, sino que resultan de la forma en que su obra se ajustó a los preceptos una vez sistematizados por Pinheiro Chagas. De ello puede deducirse que: los límites entre historia y ficción eran tenues; imaginación y retórica no constituyeron referencias contradictorias; obras poéticas e historiográficas podrían servir al res publica, en la medida en que incluyeron lecciones ético-políticas.

*Cléber Vinicius do Amaral Felipe Es profesor del Instituto de Historia de la UFU.

*Jean Pierre Chauvin es profesor de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP.

Referencias

CHAGAS, Manuel Pinheiro. Nuevos Ensayos Críticos. Oporto: Casa de la Viuda More, 1867.

CHAGAS, Manuel Pinheiro. El juramento de la duquesa. Romance histórico original. 3ra ed. Lisboa: Empreza da História de Portugal, 1902.

CHAGAS, Manuel Pinheiro. El naufragio del Vicente Sodré. Lisboa: Librería Antonio Maria Pereira, 1894.

CHAGAS, Manuel Pinheiro. Elogio histórico. Lisboa: Tipografía da Academia, 1890.

HERCULANO, Alejandro. Cartas sobre la Historia de Portugal. En: _____. Opúsculos, Tomo V – Controversias y Estudios Históricos, Tomo II. 5ª ed. Lisboa: Librería Bertrand; Río de Janeiro: Librería Francisco Alves, s/d, pp. 33-155. 

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