Alckmin y los leninistas

Imagen: Francesco Ungaró
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por MARCOS AURÉLIO DA SILVA*

El uso equivocado de Lenin para defender una alianza que no está del lado de los sectores radicalmente democráticos de la vida nacional

El tema que ahora domina las discusiones en el campo de la izquierda brasileña, a saber, el tema Alckmin-vice-de-Lula, es tratado ocasionalmente a la luz de los fundamentos del leninismo. Hay dos cuestiones leninistas que se presentan aquí: una que corresponde a la modernización y por lo tanto a la vía del desarrollo – genéricamente la oposición “vía prusiana” vs. “vía campesina” o “vía democrática” −, y la que concierne a la política de alianzas.

Lenin utilizó el concepto de la vía prusiana para hablar de la derrota de los campesinos pobres ante la terratenientes, expresión del capitalismo agrario prusiano que se modernizaba sin permitir la emancipación del campesinado. Una impopular vía de desarrollo capitalista en la que la masa campesina no sólo es “expropiada en enorme escala”, sino que ve deteriorada “su situación económica”, mientras que “la masa principal de latifundistas y los pilares de la vieja superestructura” son conservado. .[ 1 ]

El concepto fue utilizado por diferentes sectores de la militancia de izquierda brasileña para pensar los males de nuestra modernización, desde João Amazonas hasta Carlos Nelson Coutinho. Una clave de lectura que siempre ha invitado a la crítica política, aunque el concepto también permitía identificar un proceso –“desde arriba” y por tanto sujeto a la crítica radical– de cambio.

Es cierto que ahora hay quienes, en nombre de la izquierda, hablan con entusiasmo de este tipo de modernización, insistiendo incluso en su carácter “obligatorio”. Una especie de visión burguesa, positivista y ahistórica, que se hizo hegemónica en el contexto de la crisis orgánica que atraviesa el capitalismo. Una crisis no sólo de representación, desconectando las estructuras económicas y las visiones político-ideológicas del mundo, bien expresadas en el debilitamiento de las estructuras partidarias, sino también una crisis moral, en forma de crisis de las ideologías.

Diríamos que su expresión cultural aparece en la crisis del pensamiento moderno y en el surgimiento simultáneo del llamado “sentimiento posmoderno”. Como resultado, estamos experimentando una completa desarticulación de relaciones entre concepto y realidad histórico-social (o socio-espacial), aceptando a veces una identificación inmediata y por tanto rígida entre ambos, proponiendo a veces una completa laxitud entre ellos, sólo empírico-discursiva y no menos arbitraria, conduciendo ambos casos a formas diferentes de “ negacionismo científico”. Y he aquí, marxista atento al análisis concreto de la situación concreta, y por eso mismo crítico de la rigidez de las modernizaciones conservadoras, vemos ahora a Lenin tranquilamente elevado al entusiasmo de la “vía latifundista”.

Sabiendo que la agroindustria brasileña ya no es la plantación del período colonial, el lector debe preguntarse si esta introducción al problema “Alckmin-vice-de-Lula” no ha perdido ya su sentido. Ni tanto. Y esto por dos razones.

La primera y más básica: es de conocimiento común que las bases del PSDB, el partido que ha sido la casa de Alckmin durante 30 años, están en la clase media conservadora, y notablemente en el segmento que se concentra geográficamente en el Sur, Sudeste y Regiones del Medio Oeste, vinculadas política e ideológicamente a la agroindustria.

Este es ciertamente un sector que ha migrado en gran medida al bolsonarismo. La elección de Ana Amélia Lemos como vicepresidenta en la campaña presidencial de 2018 de Alckmin es un buen retrato de esto, con la senadora ultraconservadora de Rio Grande do Sul prometiendo asegurar los votos de los movimientos anti-PT, anticorrupción, del sector rural y conservador en general. Una especie de transculturación dentro del bloque que organizó el golpe de 2016.

La segunda razón es que el agronegocio brasileño, expresión de una burguesía que tranquilamente veía reducir a casi nada el PIB industrial del país, aunque técnicamente muy moderno, opera con métodos de acumulación primitivos. Atención a los análisis que proponen una actualización del viejo concepto de Marx con el objetivo de ayudar a dilucidar la era neoliberal, ayudaría mucho.

Es cierto que este problema ha llevado a veces a conclusiones simplistas, como si criticar la reinvención capitalista de los métodos de acumulación primitiva significara ignorar toda modernización técnica. Y ahí es cuando es hora de volver a Lenin. Fue él quien supo proponer la absorción de la “gran técnica capitalista moderna y organización planificada, subordinada al imperialismo burgués junker”, que, sin embargo, requeriría dejar “a un lado las palabras subrayadas”, para poder hablar de “un Estado de otro tipo social.[ 2 ] En otras palabras, evitar la copia mecánica, positivista y burguesa del Estado. Junker, porque el marxismo no corresponde a las simplificaciones de Oswald Spengler.

Discutir estas cuestiones hoy obviamente no significa ignorar la excepcionalidad de la experiencia soviética y, una vez más, la crítica que el mismo Lenin dirigió a los “superhombres intelectuales que se dejan llevar” por la idea del triunfalismo. Marcha contra el "imperialismo internacional"[ 3 ]. Bueno, pero es precisamente aquí que surge el problema de las alianzas contra el fascismo, en el que se centró el último Lenin, y que tantas veces se menciona hoy en el debate brasileño.

La idea de que las “amplias alianzas” de Lenin significaron una apertura indistinta y acrítica a diferentes sectores de la clase dominante, supuestamente dispuestos a luchar contra el fascismo, es estrictamente falsa. El imperialismo internacional que Lenin sabía que era muy fuerte a principios de la década de 1920 era en sí mismo la expresión de la gran burguesía que había llevado a Europa a la Primera Guerra Mundial y de la cual, por lo tanto, era prudente que la socialdemocracia mantuviera la debida distancia.

De ahí que la política de “frente amplio” o “frente único”, que Lenin guió a Karl Radek a poner en práctica en la Alemania territorialmente ocupada por el Tratado de Versalles, fue una política de alianzas con los sectores medios, y no con el gran capital, responsables por el terrible botín impuesto a los alemanes.[ 4 ]

Manteniendo las debidas diferencias de tiempo y espacio, ¿no estaríamos frente a una situación muy similar en Brasil, que ahora discute, dentro de la izquierda, alianzas con vistas a las elecciones de 2022?

No cabe duda de que la gran burguesía agraria, o incluso la gran burguesía en general, fuertemente ligada a la lógica financiarizada que ahora domina el capitalismo, está metida hasta el cuello en la reedición de formas primitivas de acumulación (acaparamiento de tierras, ambientalismo). destrucción, subcontratación salvaje, privatización de activos estatales), la base indiscutible de Alckmin en la política nacional hasta hace muy poco tiempo.

La misma burguesía que no solo fue aliada por primera vez del golpe de 2016, sino que también se comportó de manera comprometida o al menos como un “espectador” sereno ante el ascenso del neofascismo bolsonarista.

La época en que esta misma burguesía -mucho menos financiarizada que la actual- pudo organizar el llamado grupo de los ocho, para así levantar, en plena dictadura militar, un manifiesto empresarial a favor de la democracia y las inversiones públicas.

De hecho, el dilema que tenemos ante nosotros hoy es, mutatis mutandis,, mucho más cercana a la anterior a Lenin en la década de 1920, poco parecida ni a la situación posterior a la Segunda Guerra Mundial -que hizo pensar a Togliatti en un camino pacífico hacia el socialismo- ni a la de los estertores de la dictadura brasileña en 1964.

Así, abrirse a capas que no forman parte de la clase obrera stricto sensu, como supo evaluar Lenin en la década de 1920, es una necesidad imperiosa, pero esto no equivale en modo alguno a abrirse al gran capital que le llenó el culo al y con el (neo)fascismo. El sector objeto de una política de hegemonía es el sector de la clase media, especialmente sus grupos más populares, poco identificados con Alckmin, pero en todo caso objeto de los ataques ideológicos del (neo)fascismo.

Intentar convencernos de lo contrario en nombre de Lenin no es más que una torpe operación intelectual. Y, lo que es peor, inclinado a comprometerse con ideas muy conservadoras. O, como decía Lenin en su crítica a las ilusiones de Plejánov con la vía prusiana −recuperando en realidad las palabras de Heine citadas por Marx−, una operación capaz de sembrar “dragones”, pero ciertamente destinada a cosechar “pulgas”.

Quizás no todo esté perdido. Las cosas se decidirán entre febrero y marzo y no sin consultar las bases del PT, como dijo el propio Lula. Quizás para entonces los “leninistas olvidados por Lenin” podrán “reconocer el error”, “sacudirse el polvo” y “dar la vuelta”, para finalmente reposicionarse junto a los sectores radicalmente democráticos de la vida nacional.

* Marcos Aurelio da Silva Profesor del Departamento de Geociencias de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC).

 

Notas


[ 1 ] Lenin, VI Prefacio a la segunda edición de El desarrollo del capitalismo en Rusia. Proceso de formación del mercado interno para la gran industria. Traducción José Paulo Netto; Reseña de Paulo Bezerra. São Paulo: Abri Cultural, 1982, pp. 9 y ss.

[ 2 ] Lenin, VI Sobre el infantilismo de izquierda y el espíritu pequeñoburgués. Trabajos seleccionados, vol. 2. Moscú: Ediciones Progresso; Lisboa: Ediciones Avante!, p. 602.

[ 3 ] Lenin, VI Séptimo Congreso Extraordinario del PCR (b). Trabajos seleccionados, vol, 2. Moscú: Ediciones Progreso; Lisboa: Ediciones Avante!, p. 501.

[ 4 ] Azzara, GS Comunisti, fasciti e questione nazionale. Germania 1923: ¿frente rossobruno o guerra de egemonía? Milán: Mimesis, 2018, pp. 28 y ss.

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