Albert Camus

“Jazz” (1954), de Yoshida Chizuko.
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por ARTURO GROHS*

Revisionismo respecto de la figura del escritor y pensador francés

1.

El lanzamiento de un libro llamado Olvídate de camus (Olvídate de camus) causó repercusión internacional, especialmente después de una entrevista concedida al periódico tradicional español El País. Licenciado en literatura comparada (Columbia Uiversity), con maestría y doctorado en Estudios Románticos (Universidad Duke), Oliver Gloag, profesor de Universidad de Carolina del Norte, acusa a Albert Camus de sexista y colonialista. Una polémica, a excepción de la primera acusación, que no presenta elementos nuevos y, en cierto sentido, sólo reaviva una reivindicación que, de vez en cuando, vuelve a la agenda del debate intelectual.

2.

Entiendo que, para poder sacar inferencias sobre el tema, es necesario rescatar algunos puntos de esta cronología oscilante y hostil a Albert Camus. Así, recuerdo que esta controversia surgió en realidad con la ruptura entre Albert Camus y Jean-Paul Sartre, en 1952. Después de la publicación del ensayo de Camus el hombre enojado, revista de Sartre, Los tiempos modernos, publicó una reseña, firmada por el acólito sartreano Francis Jeanson, que no fue bien recibida por Albert Camus. La reseña, de hecho, tardó mucho en salir debido a la omisión de los colaboradores de la publicación (nadie se ofreció voluntariamente a juzgar la obra). Todas las manifestaciones tuvieron un tono personal, lo que fue, a grandes rasgos, peor para Albert Camus, que acabó siendo marginado.

Dicho esto, paso al segundo momento de la polémica, ocurrido en los años 1970, a través de Conor Cruise O'Brien y Edward Said. Resulta que ambos autores realizan una lectura pobre y absolutamente insuficiente. Ambos hacen inferencias sin haber, de hecho, ahondado en el patrimonio del autor. Edward Said llega a decir que Albert Camus es un autor “cuya mentalidad colonial no simpatizaba con la revolución ni con los árabes”. Algo que a priori debe demostrarse se da por sentado.

Pero esta lectura fue trabajada más extensamente por Edward Said, en los años 1990, en la obra Cultura e imperialismo. En él, Edward Said interpreta las novelas de Albert Camus (que tienen propósitos específicos dentro de su cosmovisión) como “elementos de la geografía política de Argelia construidos metódicamente por Francia”, funcionando, entonces, como coartadas para el colonialismo para, entre otras razones, no nombrar el Árabe asesinado en el extranjero.

Hay una especie de contorsionismo argumentativo, perdón la ironía, para que el objeto (en este caso, la obra de Camus) encaje en el argumento. Edward Said busca elementos que prueben su hipótesis, en lugar de ponerla a prueba. A menudo hay una proyección de los deseos políticos particulares de Said sobre los autores que estudia. Esto se ve principalmente en el caso que acabo de describir: para él, el hecho de que Albert Camus “omitiera” la estructura colonial –algo que, por cierto, no es tan simple en territorio argelino– apoyaría su tesis. Sin dar más detalles, los argumentos de Edward Said son ilustraciones que perpetuaron la posición política de Albert Camus y no están aislados; por el contrario, se hicieron frecuentes a partir de la segunda mitad del siglo XX, con raras e indiscutibles excepciones.

3.

Finalmente llego a Oliver Gloag. Como se trata de una publicación reciente y la obra en cuestión no circula más allá de Francia, no pude ponerme en contacto con los argumentos del autor. Sin embargo, logré leer su entrevista en la que él mismo afirma que decidió, como Edward Said, interpretar la obra de Albert Camus en función de lo que confirmaría su tesis. Es decir, expresamente se puede leer lo siguiente sobre la novela La plaga: “Propongo una lectura diferente. La plaga no es Alemania ni los alemanes, es la resistencia del pueblo argelino a la ocupación francesa, un fenómeno intermitente pero ineluctable que se equipara con una enfermedad mortal desde el punto de vista de los colonos”.

La motivación del revisionismo respecto a la figura de Albert Camus, según el autor de Olvídate de camus, es el hecho de que “actualmente existe un uso permanente” de la imagen del escritor. Así, “sirve para justificar todo y nada, hay que deshacernos de él” y, a la luz de su interpretación, sería posible separar al verdadero hombre del mito, que se configura de manera abusiva y complaciente, según Gloag.

Mi tesis es que, a partir de la década de 1970, poco se leyó en serio a Camus –o, al menos, poco se leyó en serio a Albert Camus en relación con el conflicto de independencia de Argelia. Mientras estaba al frente de Combate, por ejemplo, fue muy crítico con la política colonial francesa, creyendo en la deuda de Francia con Argelia y afirmando que “Europa debería acusarse a sí misma de que, debido a sus constantes convulsiones y contradicciones, [Europa] ha logrado producir el reinado más duradero y más terrible. de barbarie que el mundo jamás haya conocido”. La primera serie de textos que dedicó a Argelia, de hecho, estuvo motivada por un texto de otro periodista, que pedía castigos ejemplares para los activistas independentistas que habían perpetrado ataques contra personas de ascendencia europea.

En la década de 1950, cuando Albert Camus era columnista del El Expreso, buscó resaltar que los llamados argelinos franceses no tenían las mismas condiciones que los que vivían en Francia. En realidad, la abrumadora mayoría eran trabajadores. En primer lugar, responsabilizar a los sucesivos gobiernos franceses por no movilizarse para evitar el derramamiento de sangre en suelo argelino. La lista de evidencias presentes en los ensayos de Albert Camus continúa... y podría continuar aún más. Sin embargo, me parece que la gran implicación, si puedo llamarla así, se debe al hecho de que Camus también vio responsabilidad por parte de los árabes. Algunas personas parecen olvidar convenientemente que hubo ataques terroristas que mataron a ciudadanos comunes y corrientes. Estos, según Albert Camus, poco o nada tenían que ver con los problemas entre los musulmanes y la metrópoli.

Creo que Albert Camus parece ser tratado como un autor ingenuo. Si bien la obra de Albert Camus no queda impune y, de hecho, tiene debilidades, no es un autor despreciable, como parece ser tratado por sus detractores. Tanto por su reconocida contribución a la denuncia de la arbitrariedad del sistema colonial en Argelia (no sólo cuando era reportero en su tierra natal, sino también durante su estancia en Francia), como por el hecho de que obtuvo un apoyo masivo del público francés cuando él dirigió el Combate. Además, por supuesto, de su influencia literaria, que es perenne y le valió el Premio Nobel de Literatura.

Hay algo recurrente hoy en día, que es el intento de destruir reputaciones, como parece ser el caso. Con cierta frecuencia surgen movimientos que buscan excluir nombres por la fuerza, basándose en una prerrogativa moralista. Sin embargo, sin el debido argumento, es un moralismo vacío. Observar el pasado y juzgar con los valores del presente es una de las formas más pobres de anacronismo, pues escapa a la más mínima noción de trabajar en una perspectiva histórica.

Dicho esto, para nombrar algunos de los personajes involucrados en esta disputa, basta recordar el prefacio de Jean-Paul Sartre a Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon. Esto fue vetado por Josie Fanon, la esposa del autor. La censura se produjo porque se entendió que Jean-Paul Sartre contradecía el legado de su marido al apoyar el avance beligerante del Estado de Israel contra los palestinos. Si se reviviera el incidente, tal vez las acusaciones cambiarían de dirección.

El “moralismo de la Cruz Roja”, como ironizó Jeanson con la visión pacifista de Albert Camus, refleja, en el origen de esta vieja controversia, una característica (a veces problemática) del periodismo y del debate público: la temperatura. En el calor del momento se pasan por alto elementos que el buen trabajo historiográfico recupera en el futuro. En el caso de Camus, se trata de un intelectual que (i) quedó huérfano debido a la Primera Guerra Mundial y (ii) fue testigo presencial de la siguiente. Al leer, por ejemplo, su famosa serie Ni víctimas, ni burreaux (Ni víctimas ni verdugos), es inequívoco que su mayor preocupación es el mantenimiento de la paz y un nuevo orden de la política internacional en torno al bienestar colectivo.

La tergiversación de sus preocupaciones y posiciones resulta en el ataque más bajo contra alguien que, claramente, no puede defenderse. Al final, lo que queda es el sentido común y el compromiso de quienes siguen vivos. De esta manera, deben actuar preocupados por refutar la desinformación en nombre de la verdad, imponiéndola incluso por encima de sus ideas políticas.

*Arturo Grohs es candidato a Doctorado en Comunicación por la PUC-RS.


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