Agua de beber

Jackson Pollock, Sin título, (c. 1952)
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por JOSÉ MIGUEL WISNIK*

“Discurso de saludo” pronunciado con motivo del otorgamiento del título de Profesor Emérito, por parte de la FFLCH, a Alfredo Bosi

Muchos han podido vivir, a lo largo de las décadas, en las clases del profesor Alfredo Bosi, momentos de descubrimiento, esclarecimiento, develamiento, encantamiento y llamado a una posición crítica. Muchas veces salimos de la clase contentos con ella y descontentos con nosotros mismos (adaptando una frase de Vieira que Bosi aplica a los ensayos de Otto Maria Carpeaux), es decir, movilizados por su capacidad de ir al meollo espinoso de los temas, contemplando tanto la auténtico consuelo que la literatura nos posibilita, al iluminar el mundo, como el malestar que grita sordamente en el mundo tocado por la reflexión.

Se reconoce en él, en cierto modo, un vaivén dialéctico, como su maestro Carpeaux, entre el deseo de superar los límites de la literatura y el reconocimiento de la imperiosa necesidad de la “inutilidad” de la literatura. Para él, asumir profundamente la Universidad siempre ha ido acompañado de una advertencia de no encerrarnos en su “isla de la ilusión”. En su caso, lo hizo reuniéndose con quienes estaban fuera y pensando alternativas para una política educativa transformadora.

Siempre ha sido un reto, un placer y un regalo recorrer estos espacios, lo explícito y lo implícito, las estrechas conexiones de sus exposiciones y los mensajes que difunde, los entresijos heurísticos y la amplitud hermenéutica, las sutilezas y matices de la observación y su empuje totalizador, guiado por su visión de la gran amplitud de la literatura y por su extraordinaria capacidad para transitar con propiedad por los campos de la historia, la sociología, la antropología, la psicología y la filosofía.

Ya sea en un curso de Literatura Colonial, Romanticismo o Modernismo, todo el terreno secular de la historia moderna fue convocado directa o indirectamente como contrapunto a las complejidades de la literatura. Además, si pudiéramos aprender, por ejemplo, la distinción entre clase, casta e estado, o la etimología de la palabra Decisão (caer desde arriba) concreto (crecer con), adolescente (participio presente del mismo verbo cuyo participio pasado es adulto), por no mencionar colo, culto e cultura como modulaciones, en la misma raíz, de toda la dialéctica de la colonización, aún podríamos ser transportados, en ciertos momentos, al Neolítico, al origen de las ciudades, al mito de Prometeo, a la cuestión de persona en las sociedades tribales, por el mito tupí-guaraní de tierra sin mal (antropología indígena presentada en sus múltiples refracciones), así como el examen crítico de la sociología desarrollada en la USP, la aclaración de sus supuestos y la discusión de sus límites. En su primer curso de pregrado sobre Modernismo, la concepción del lenguaje de las vanguardias estéticas se confrontó con la teoría del inconsciente de una manera inusual entonces, e incluso después.

Yudith Rosenbaum llamó la atención sobre la presencia en su texto crítico, especialmente en el ensayo “Céu, inferno”, de un vocabulario en sintonía con el psicoanálisis —sin apegarse a él, sino como indicación de la relevancia de la subjetividad en una crítica que no no perder de vista desde un punto de vista histórico-social: “esfera de lo imaginario”, “mosaico de sueños y deseos”, “angustia del sujeto”, “necesidades y carencias transmutadas en realizaciones compensatorias”, “frustraciones infantiles”, la “torsión de los sueños, los deseos y la realidad”. Yudith también observa que su crítica presta atención a las “voces únicas”, a los temas “de la identificación, del devenir de la fantasía, del paso del estado de falta a la plenitud”, así como a las instancias sutiles de lo repentino, lo imprevisto y el azar.

Recuerdo a nuestro querido colega João Luiz Lafetá (cuyo cumpleaños se celebraría hoy, 12 de marzo) contando, aún en la época de las comisiones mixtas de Maria Antonia, sobre el seminario que el joven profesor Bosi había presentado sobre el entonces reciente Las palabras y las cosas, de Michel Foucault. Así conocemos también su exposición sobre Vico o la discusión de las teorías del biólogo Jacques Monod sobre el azar y la necesidad, signos escritos de lo que se respiraba en las clases, de tal forma que no hay forma de resonar si no es en la memoria: una inquietud reflexiva de amplio espectro, con vocación universalista, que libra choques cada vez más feroces y recrudecientes con la contemporaneidad. Lo que destaca es su dominio muy personal, a su manera única y llamativa, de una amplia gama de temas tratados con rigor y extrema articulación en un estilo no propenso, como sabemos, a la digresión y la digresión.

Cuando, en buena hora, el profesor Alfredo Bosi comenzó a actuar en el área de Literatura Brasileña, el primer posgrado que impartió fue sobre la poesía de Jorge de Lima, a principios de la década de 1970. Una muestra de una de sus marcas personales. , casi un pronunciamiento implícito: como católico de izquierda, llamó la atención de manera discreta e incisiva sobre temas menos queridos por el materialismo imperante, como la irreductibilidad de la persona, su constitución moral, la infancia, la memoria y, ciertamente, la visionaria del poeta. y lirismo religioso de Alagoas. Estas claves regresarían en sus muy posteriores ensayos sobre la irreductibilidad de la persona, su constitución moral en Machado, sobre la infancia y la memoria en Graciliano Ramos y Guimarães Rosa, sobre la gran construcción poético-religiosa en Dante. Bosi moduló estos temas con amplia erudición y aguda percepción de los supuestos críticos involucrados en las elecciones, propio de alguien que conocía las teorías críticas vigentes, pero sin dejar de picarlas con un tamiz que le era ajeno.

Esta posición tuvo un rendimiento extraordinario en aquella época en que las defensas de tesis eran momentos serios e importantes de la vida académica: sus argumentos casi siempre se dirigían a puntos nodales y núcleos problemáticos involucrados en los trabajos. Véase, por ejemplo, el “Arguição a Paulo Emílio” y el “Homenaje a Sérgio Buarque de Holanda” en Cielo infierno, que contienen lecturas comprensivas y agudas de las fuerzas motrices y las contradicciones involucradas en la obra de estos dos grandes intelectuales de la Universidad de São Paulo.

El curso de Alfredo Bosi sobre Jorge de Lima también tuvo un cierto perfil generoso que marcó los estudios literarios de la USP en ese momento: la bibliografía abrió un amplio campo, que iba del estructuralismo a la estilística, del análisis de las tensiones subyacentes entre acento prosódico y métrica en verso a interpretación de sueños de freud, de semántica estructural de Greimas al ensayo de Adorno sobre poesía y sociedad. Esta amplia gama de enfoques no significó en modo alguno abandonar el eclecticismo.

Comparable a la experiencia de los cursos del profesor Antonio Cándido en el mismo período, aunque de manera diferente, cada ítem de la bibliografía propuesta se relacionaba con la lectura de un poema específico de Jorge de Lima que parecía reclamar la especificidad de ese sesgo crítico. Si bien las bases hegelianas y croceanas de su formación y su fuerte vinculación con el historicismo humanista lo situaban muy lejos del formalismo y el estructuralismo, el profesor Bosi estaba poniendo en práctica ese principio tácito de la buena cepa USP, entonces vigente, de incorporar a los enfoques elementos formales en un ámbito más amplio que incluía, en este caso, el psicoanálisis y la Teoría Crítica.

La confianza en el arco de esta alianza metodológica, propuesta como modelo de formación apuntando a lo por venir, que era auspiciosa, y con la cual la carrera de Idiomas rebatió y respondió con grandeza a las exigencias técnicas de la época, se rompió luego con la intensificación de la polémica y con la disposición de ánimo más militante y reactiva, separados en campos opuestos e ideologizados.

Recuerdo un debate moderado por Alfredo Bosi en una Reunión de la SBPC, realizada en un salón lleno de gente en la Universidad, a fines de la década de 1970 o principios de la de 1980, entre Luiz Costa Lima y Roberto Schwarz, con la participación especial de José Arthur Giannotti y Marilena Chaui. Entre los temas candentes planteados allí, el choque entre el marxismo y el estructuralismo, el frankfurtismo y la cuestión de la cultura popular, Bosi parecía saber cómo orquestar los supuestos involucrados en las diferentes posiciones, viéndolos de tal manera que señalaron el peligro de convirtiendo sus puntos de vista en ideologías. (Si me permito hacer esta narración, no es porque quiera afirmar la superioridad de alguien sobre otros, sino para nombrar la singularidad de una posición, en un momento histórico determinado).

Si también es cierto que Alfredo Bosi realiza, como pocos, el ideal integrador de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas, esto ciertamente no sería posible sin el aporte de la literatura como instancia dialógica y unificadora por excelencia, capaz de solicitando, provocando, alterando, cuestionando y traspasando la especificidad y especialización de los discursos. Sé que a la idea de la vocación universalizadora de la literatura no se le puede atribuir una validez genérica. Por el contrario, quiero decir precisamente que esta proposición se sitúa históricamente: al profesor Alfredo Bosi le fue posible cumplir con excelencia, y tal vez consumar, entre nosotros, el gran ciclo de la crítica literaria historicista y humanista, de la formación filológica e histórica. , con un tiempo estético y social, que propone acompañar a la literatura a través de un gran arco temporal, que se remonta a Homero, como una línea de fuerza anti-ideológica, una línea de fuerza con vocación de cruzar, contrarrestar y resistir la dominación de las ideologías.

Aquí surgen dos cuestiones difíciles. Un punto de corte a estudiar, como tema de historia cultural, hace que la idea de que tal escala pueda concentrarse hoy en la “masa crítica” de una sola persona (como en Auerbach y Carpeaux, Antonio Candido y Bosi) sea un perfecto espejismo (aquí tampoco estoy comparando personas, pero trato de distinguir un paradigma: el del crítico que parece llevar consigo la toda la literatura).

Por otro lado, la herencia de esta tradición se sitúa, como desafío y problema, en un mundo cuyo extremo diagnóstico hizo el propio profesor Bosi (intento revisarlo sabiendo que plantea cuestiones controvertidas que no es el lugar para discutir). aquí): la literatura absorbida por la hipermimética espectacular y mercantil que asumió los efectos de la sociedad del espectáculo; desfigurado en cita y brillo infinito, sin nervio, sin centro y sin sujeto en las corrientes críticas posmodernas; reducido a testimonio sin espesor poético en las pretensiones políticamente correctas de los estudios culturales; reducido al esquematismo típico en detrimento de su singularidad irreductible.

Esta evaluación devastada de lo contemporáneo, en la que el discurso capitalista (estoy pensando en el sentido psicoanalítico del concepto, tal como se ha desarrollado a partir de la teoría lacaniana) gana un poder de intrusión subjetiva y objetiva sin precedentes; apunta, en el límite, a un punto de ruptura en esa línea de fuerza de la que la literatura es testigo de largo alcance en el historicismo humanista (Bosi habla de un tiempo de “prueba”). Aun cuando no nos identifiquemos del todo con su postura (las diferencias, como él mismo dice citando a Simone Weil, no impiden la amistad, ni las amistades las diferencias), pensar en la complejidad de estos temas es un desafío ineludible para los estudios literarios y para profesores, alumnos. e investigadores de otras generaciones, sabiendo que estamos ante un legado problemático, una irradiación generosa y una lección de grandeza.

Como sello de su personalidad intelectual, puede decirse que Alfredo Bosi buscó efectivamente discutir y comprender temas difíciles y complejos, ampliando el campo de nuestro entendimiento y oscilando, a su manera, entre ser comprensivo e implacable, implacable y comprensivo. No quiero dejar de subrayar que su enseñanza, por su carácter abierto y cuestionador, no puede reducirse a fórmulas prefabricadas y de fácil aplicación previa.

Y quiero finalmente tararear una canción. Ella viene aquí para celebrar la recuperación total del profesor Alfredo después de la enfermedad que lo llevó a someterse a una delicada operación de corazón. Es música de Antonio Carlos Jobim para las palabras que escribió Vinicius de Moraes cuando abrazaba la causa de la justicia social y se convertía a la izquierda:

Nunca hice nada tan bien, me uní a la escuela del perdón. Mi casa está abierta,
Abre todas las puertas del corazón.
Agua de beber,
Bebiendo agua, amigo. Agua de beber,
Bebiendo agua, amigo.

* José Miguel Wisnick es profesor jubilado de literatura brasileña en la FFLCH-USP. Autor, entre otros libros, de Mecanizando el Mundo: Drummond y la Minería (Compañía de Letras).

 

 

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