por LUIZ WERNECK VIANNA*
Es beneficioso saldar cuentas con el pesado legado de nuestro pasado, pero resta presentar los nuevos rumbos para el desarrollo del país
Atrás quedan cuatro años de pesadillas, la sociedad aliviada despierta aún con el regusto de la amargura que ha atravesado, pero eso no impide que se entregue efusivamente a las celebraciones por el regreso de la esperanza en su horizonte. Fue una victoria difícil, considerada por muchos improbable, bajo permanentes amenazas golpistas de que no se lograría mediante actos de fuerza. En su camino surgieron una serie de obstáculos, entre ellos una inédita instrumentalización del Estado que derramó una cornucopia de recursos destinados a fines electorales en sectores sociales seleccionados, especialmente en la población de bajos ingresos.
Difícil, improbable y, además, fuera de nuestras tradiciones en materia de campañas electorales en la medida en que no estuvo respaldada por la presencia de un programa de gobierno. Esta fue una disputa presidencial en la que el tema de la economía, en su sentido tradicional, salió del centro de atención. De hecho, se guió por los resultados de las encuestas electorales, tomando forma a medida que avanzaba, a partir de las políticas sociales del candidato Lula y sus pasadas administraciones. Con este procedimiento insólito, los temas dominantes pronto comenzaron a imponerse, como la pobreza, la mujer y las regiones desfavorecidas por el capitalismo brasileño, y fueron ellos los que allanaron el camino para la estrecha victoria electoral.
En ese sentido, la campaña presidencial dio el giro inesperado de cuestionar los pilares de nuestra desastrosa formación, basada en la exclusión, el patrimonialismo y el patriarcado que el gobierno de Bolsonaro pretendía con sus prácticas conferir legítima permanencia, como queda explícito en sus intervenciones en el mundo agrario favoreciendo la monopolización de la propiedad en detrimento del medio ambiente, cuando facilitó la devastación de la Amazonía, y en su prédica a favor de la familia tradicional bajo el liderazgo masculino.
Con esta orientación, derrotar a su gobierno en la actualidad se revistió del sentido de una denuncia de la modernización autoritaria que siempre ha presidido el curso de nuestra historia. Consciente o no, la lectura de los resultados y sus efectos encontró plena inteligibilidad en la forma en que se llevó a cabo en las celebraciones de la victoria, especialmente en los actos de subida a la rampa del palacio y en el traslado de la banda presidencial, con la participación de los excluidos, negros, mujeres e indígenas, manifestaciones simbólicas refrendadas en la práctica por la composición de ministerios con miembros representantes de sus orígenes sociales.
Sin duda, este ajuste de cuentas con el pesado legado de nuestro pasado es beneficioso, pero resta presentar los nuevos rumbos para el desarrollo del país que tiene como norte la innovación de su sistema productivo, principalmente en las actividades industriales. En esta dirección, no nos faltan centros de investigación científica y personal cualificado capaz de liderar nuestra entrada en el mundo cerrado de los países desarrollados, sobre todo si sabemos explotar las ventajas que tenemos en el tema ambiental y en el área de la salud. en el que tenemos el SUS y centros de excelencia, como el instituto Butantan y Fiocruz.
Reactivar la industria y animar el mundo del trabajo significa revivir el sindicalismo, cuyos líderes deben ser promovidos a posiciones fuertes en la dirección de las empresas a las que sirven, como es el caso de Alemania. Valorar el trabajo y al trabajador depende también de una cultura que preste atención a esta dimensión clave en el mundo contemporáneo, contemplando en su reflejo y percepción sociológica del mundo los problemas y callejones sin salida a los que se enfrenta en el escenario contemporáneo, aquejado por cambios a un ritmo constante. ritmo más rápido
Para estos efectos, contamos con un conjunto de instituciones tanto de educación técnica, como el Sesi y el Senai, entre muchas otras. En este caso, se carece de un organismo coordinador que actúe de acuerdo a un plan dirigido a este fin. Vale la pena recordar que, en la década de 1930, dejamos atrás la primacía del mundo agrario y entramos en la industria a través de una política concertada que consideró múltiples intervenciones, incluidas las culturales. Es cierto que tal empresa, victoriosa en su momento, fue realizada por la acción de un Estado autoritario. Sin embargo, nada impide, en esta época en que florecen los ideales democráticos, que se abra un amplio camino para la industria moderna del país con nuevas inspiraciones.
*Luis Werneck Vianna es docente del Departamento de Ciencias Sociales de la PUC-Rio. Autor, entre otros libros, de La revolución pasiva: iberismo y americanismo en Brasil (Reván).
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