Abre el cofre del tesoro

Imagen: Deva Darshan
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por LUIZ WERNECK VIANNA*

La primera tentación para el ganador es volver al repertorio antiguo, revalorizando obras e instituciones de probada utilidad en el pasado.

Venimos siguiendo, imprecisamente desde la década de 1930, dos líneas paralelas en nuestro proceso de desarrollo, la de la modernización y la de lo moderno, como sugiere Raymundo Faoro en su penetrante ensayo “La república inconclusa”, líneas que revelan un predominio inequívoco de lo de lo moderno que se presenta en débiles trazos a lo largo del período y, en general, como un efecto colateral no deseado del proceso de modernización, pero que en el gobierno de JK y hasta 1964 experimentó un auge afirmativo.

Todavía según Raymundo Faoro, por procesos de modernización se deben entender los que se derivan del accionar de las élites políticas que pretenden conducir sociedades atrasadas, mediante el control autocrático del poder político, en el sentido de acelerar su expansión económica e intervenir en el sentido de fortaleciéndolas en términos de competencia internacional por el control de los mercados, como en los casos clásicos de Alemania, Italia y Japón. Se origina, por tanto, en procesos políticos que operan por encima de la sociedad entre sus élites y, como tales, imponen caminos artificiales de desarrollo para una sociedad que sólo sufre sus efectos.

Bajo el gobierno de Bolsonaro, experimentamos una doble negación, tanto de las formas de modernización que durante décadas encontraron su principal apoyo en las corporaciones militares, como de las modernas que habían ido encontrando resquicios para infiltrarse, por supuesto debido a su carácter autoritario, y quedamos expuestos a la vacuidad del neoliberalismo propugnado por su ministro de Hacienda, Paulo Guedes, acérrimo opositor de ambos, dominado por sus pasiones sobre las virtudes de un mercado encomendado a su propia lógica. Con esta orientación, estrictamente seguida, se intentó separar quirúrgicamente al país de su pasado y sus tradiciones.

El proceso electoral, con la victoria de la candidatura Lula-Alkmin, cercenó la posibilidad de radicalizar aún más esta ruptura, aunque el daño ya hecho es difícil de reparar, incluso porque el campo vencido no sólo perdió por un escaso número de votos, sino que, sobre todo, por mantener una fuerte presencia en las cámaras legislativas y en importantes estados de la federación, incluido São Paulo.

En los cuatro años de destrucción sistemática de las instituciones y de la cultura política arraigada bajo el régimen democrático en el que se comprometió el gobierno de Bolsonaro, degradando la memoria del trabajo y de los emprendimientos que le sirvieron de guía, como en el caso de Paulo Freire, que se volvieron paradigmáticos, entre muchos otros, dejando un vacío en el lugar que ocupaban en el imaginario de los brasileños sobre cómo pensar y actuar en sus circunstancias.

La victoriosa campaña electoral que derrotó al fascismo, posiblemente por cálculos que resultaron ser correctos, eludió la agenda de los temas político-culturales sin dar respuestas a la furia destructiva del gobierno de Bolsonaro en este campo, centrándose en cuestiones de desigualdad, y luego en temas de pobreza, de mujeres sometidas a un patriarcado secular y de regiones desfavorecidas en el capitalismo brasileño, como el Nordeste, una agenda que allanaba el camino para el éxito, aunque prometía un terreno escabroso.

La primera tentación para el ganador es volver al repertorio antiguo, revalorizando obras e instituciones de probada utilidad en el pasado. Pero la Navidad ha cambiado, la creencia generalizada de que, a pesar de las desgracias, la sociedad estaba animada por un movimiento continuo, aunque lento, en una dirección progresiva hacia un desarrollo menos desigual en términos sociales y más próspero en la economía, está en franca disipación. Los viejos partidos que sustentaban tales creencias ya no existen, sepultados por un torrente de organizaciones desalmadas y meramente fisiológicas, aparte de los supervivientes como el PT y unos pocos y minoritarios como el PSol, Rede y Cidadania, todos con baja representación orgánica en la política. sectores subordinados

Por otro lado, los intelectuales, antes proclives a participar en la vida pública, se encuentran confinados en sus nichos especializados y carentes de apoyo social, y sólo unos pocos artistas de renombre rompen esporádicamente el aislamiento del público. La cognición deserta en un momento en que es más necesaria que nunca en este momento de moda de las concepciones distópicas.

En tiempos desafortunados como estos, cuando las puertas del futuro parecen estar cerradas, conviene abrir los cofres del pasado con sus tesoros escondidos de donde pueda salir la inspiración para retomar el impulso creativo que nos actualiza en el actuar del momento presente. , están nuestros mayores a quienes debemos devolverles la vida, retomando los vínculos presentes en sus creaciones. Con ellos y de ellos sacar ventajas de lo que fue nuestra modernización sin perder de vista que lo que queremos es modernidad.

*Luis Werneck Vianna es docente del Departamento de Ciencias Sociales de la PUC-Rio. Autor, entre otros libros, de La revolución pasiva: iberismo y americanismo en Brasil (Reván).

 

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