¡Rojo de abril con achiote!

Imagen: Rafael Brasileiro
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Por MÁRCIO MEIRA*

Retomando Brasil: demarcando territorios y aldeando políticas

En memoria del jurista Dalmo Dallari, defensor y aliado decisivo de los pueblos indígenas en la Asamblea Constituyente, denuncio: la apuesta de este gobierno genocida es la destrucción del conjunto de políticas públicas dirigidas a los pueblos originarios de Brasil.

Brasil vive un rojo abril con urucu. Más de 7 mujeres y hombres indígenas, de varios pueblos y de todas las regiones de Brasil, establecieron un nuevo récord de asistencia en Brasilia, con la agenda 'Retomar Brasil: Demarcar Territorios y Aldear a Política'. Para quienes pasaban por la explanada de los ministerios, era imposible ignorar los cuerpos pintados de rojo, en señal de lucha.

El Campamento Terra Livre 2022 ya es el mayor evento de protesta de estos pueblos en la historia. Por eso, es estrepitoso el silencio de los llamados medios corporativos sobre las manifestaciones y amenazas del gobierno de Bolsonaro y sus secuaces sobre los gravísimos temas que los indígenas denuncian ante el mundo. Las denuncias conectan los derechos humanos con la protección del medio ambiente como un desafío único e inseparable con impacto local y global, especialmente los relacionados con la emergencia climática.

Ha pasado casi un año desde que se realizó el último campamento, en junio de 2021, hasta entonces la mayor movilización indígena jamás realizada en la capital federal de Brasil, con más de 5 participantes. El acto estuvo marcado por la inmensa danza circular nocturna, salpicada de luces, realizada en la Praça dos Três Poderes, representando una de las manifestaciones populares más contundentes contra el actual gobierno de Brasil, cuya imagen circuló por el mundo.

La agenda central de los reclamos fue la garantía de los derechos indígenas en Brasil, amenazada por iniciativas como el Proyecto de Ley 490/2007, iniciativa que propone modificar el Estatuto del Indígena, como se llama la Ley 6001/73, en lo que respecta a los derechos territoriales .

A estas, hoy se suman otras amenazas anunciadas como prioritarias por el gobierno federal en el Congreso, como el Proyecto de Ley 191/2020, que abre tierras indígenas a la explotación a gran escala, como minería, hidroeléctricas y otros planes de infraestructura, para Se votará en régimen de emergencia impuesto por el actual alcalde, Arturo Lira.

También pende sobre nuestras cabezas la sentencia, en el Supremo Tribunal Federal, del llamado “plazo”, que se retomará a fines de este semestre, además del paquete que integra los proyectos de ley 6.299/2002, liberación de plaguicidas, 2.633/2020 y 510/2021, que favorece el acaparamiento de tierras; y 3.729/2004, sobre licenciamiento ambiental. Todas estas iniciativas atacan directamente los principios fundamentales de la Constitución, especialmente en relación con los derechos territoriales indígenas.

La demostración actual de lucha y resistencia indígena se da porque desde 2019, con el inicio del gobierno de Jair Bolsonaro, además de las iniciativas legislativas antes mencionadas, ha resurgido las acciones y omisiones delictivas, contrarias a los indígenas, emprendidas o apoyadas. por el gobierno federal y por las fuerzas económicas y políticas antiindígenas vinculadas a él, presentes en el Congreso y fuera de él.

Los ataques a las tierras indígenas en la Amazonía Legal, en particular, han provocado un aumento descontrolado de la deforestación en estas importantes áreas protegidas, caracterizando una afrenta tanto a la legislación indígena como ambiental, e incluso a la soberanía brasileña y los compromisos internacionales del país.

El aumento de la deforestación en la Amazonía llegó a más de 9 km² en 2019, reflejando entonces un aumento del 100% en cinco años. Y 2021 volvió a batir ese récord, con un incremento del 100% respecto al año anterior.

El primer trimestre de 2022 ya ha vuelto a batir ese récord. Los datos son del INPE. Mientras tanto, el Ibama, el ICMBio y la Funai, los órganos encargados de la protección de las áreas protegidas, han sido destruidos, en forma de “coupinización”, de adentro hacia afuera, como acertadamente afirmó la ministra Carmen Lúcia, en una histórica votación sobre el so- llamado “pauta verde” en el Supremo Tribunal Federal.

Cabe reiterar que la Constitución de 1988 tiene un capítulo propio, con los artículos 231 y 232, entre otros dispersos a lo largo de la Carta, que disciplinan rigurosamente la materia indigenista como derecho fundamental. El caput del artículo 231 reconoce los derechos originarios de los pueblos indígenas sobre las tierras que tradicionalmente ocupan según sus usos, costumbres y tradiciones, y determina que la Unión promueva la demarcación y protección de sus bienes.

En cuanto al Estatuto del Indio de 1973, las disposiciones relativas a los derechos territoriales se encuentran en plena vigencia, siendo reglamentado por el Decreto 1775/1996, y más recientemente por el Decreto 7747/2012, que estableció el marco legal de la Política Nacional de Derechos Territoriales y Ambientales. Ordenación de las Tierras Indígenas, que tiene por objeto garantizar y promover la protección, recuperación, conservación y aprovechamiento sostenible de los recursos naturales de las Tierras Indígenas.

Reglamentando la Constitución de 1988, tales mecanismos legales aseguran la integridad del patrimonio indígena, el mejoramiento de la calidad de vida y las condiciones plenas para la reproducción física y cultural de los pueblos indígenas, respetando su autonomía y formas de gestión ambiental y territorial.

A pesar de esta legislación, que busca redimir la deuda histórica con los pueblos originarios, en los últimos tres años la situación de las comunidades indígenas se ha vuelto cada vez más vulnerable a diversas situaciones de violencia: invasión de territorios tradicionales, tala ilegal, minería ilegal, arrendamiento ilegal de tierras indígenas a sectores agroindustriales, presiones de fundamentalistas religiosos, todo ello agravado por la pandemia.

La situación de amenaza a los pueblos indígenas en aislamiento voluntario o contacto reciente en la Amazonía extrapoló todas las variables de seguridad definidas por la legislación brasileña, considerada referencia internacional.

Repito aquí lo que escribí en 2021, en la edición de Focus: la apuesta de este gobierno genocida es la destrucción del conjunto de políticas públicas dirigidas a los pueblos indígenas, con énfasis en combatir las demarcaciones de sus territorios tradicionalmente ocupados.

Esta banda de matones, anclada en el gobierno federal desde 2019, es impulsada por el robo, el rencor y el espíritu vengativo contra los principios del pacto democrático establecido por la Constitución de 1988, y por ello apuestan por cambios legislativos que los afrentan. Los indígenas se encuentran entre las víctimas más vulnerables de esta verdadera necropolítica bolsonarista.

Sin embargo, siempre es bueno recordar que no siempre fue así en la historia reciente del país. Los gobiernos de Brasil desde 1988 hasta el Golpe de Estado de 2016, desde diferentes espectros políticos, mantuvieron y garantizaron, aunque a veces mínimamente, el respeto a los derechos ambientales y de los pueblos indígenas establecidos en la Carta Magna. Después de todo, estos derechos fueron el resultado de muchas luchas de los pueblos indígenas y de la gran mayoría de la sociedad brasileña durante la Asamblea Constituyente de 1987.

Con una enorme variedad de pueblos, lenguas, culturas y también posiciones políticas diversificadas en sus organizaciones, articuladas en torno a la Articulação dos Povos Indígenas do Brasil (APIB), lo que más caracteriza a los indígenas acampados en Brasilia es su diversidad.

Sin embargo, si hay algo que los une es el anhelo por el fin inminente del gobierno de Bolsonaro y la pesadilla que representa. El color rojo del urucu revela, sobre todo, la expectativa de estos colectivos de que después de esta pesadilla se respeten sus derechos y se valoren sus autonomías y diversidades socioculturales, trayendo paz y esperanza a su vida y la de las nuevas generaciones.

*Marcio Meira, antropólogo del Museu Paraense Emílio Goeldi (MPEG) y profesor del Programa de Posgrado en Diversidad Sociocultural del MPEG. Fue presidente de la Funai entre 2007 y 2012.

Publicado originalmente en la revista Foco Brasil.

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