la violencia invisible

imagen: Oleg Magni
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por THIAGO BLOSS DE ARAÚJO*

Consideraciones sobre la violencia simbólica de Chris Rock y la física de Will Smith

A finales del siglo XX, cuando finalmente la violencia pasó a ser vista como un problema de salud pública, las políticas públicas de muchos países comenzaron a estructurarse bajo la premisa de que este fenómeno iría mucho más allá de la llamada “violencia física”.

La definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS) contemplaba esta nueva perspectiva, entendiendo la violencia como “el uso de la fuerza o el poder físico, efectivo o en grado de amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que produzca o pueda causar sufrimiento , muerte, daño psíquico, deterioro del desarrollo o privación”¹.

En este sentido, se llegó a entender que la “violencia” sería un fenómeno mucho más amplio que el acto físico que produce materialidad, que afecta al cuerpo físico y que produce efectos inmediatos en el individuo. En su concepto ahora sería violencia inmaterial, invisible, simbólica, que no necesariamente produce efectos inmediatos, pero que puede llegar a ser devastadora a largo plazo. Es la violencia producida por el simple ejercicio del poder, que puede ser tan o más grave que la violencia física.

A pesar de estas definiciones y de todo el debate sobre las diferentes manifestaciones de violencia estructural que constituyen el racismo, el machismo y otros sistemas de dominación, la tendencia aún hegemónica es la sobrevaloración de la violencia física en detrimento de la violencia simbólica. Existe una tendencia, según el contexto y la conveniencia, a formar el juicio de que la violencia física, que produce materialidad, sería mucho más grave que la violencia psicológica, moral, simbólica, que se encargan de negar la dignidad de la persona y, sobre todo, de la época, más naturalizados e invisibles.

Es precisamente desde esta perspectiva hegemónica que tendemos a tergiversar la expresión real del fenómeno, a veces dando una visibilidad hiperbólica a la violencia física, a veces invisibilizando convenientemente la violencia simbólica. La evidencia de esto está en nuestra vida diaria.

A principios de este año, muchas personas del llamado segmento progresista revelaron su gusto por Big Brother Brasil da Globo. Incluso hubo quienes coincidieron con el discurso de que la temporada actual es aburrida porque no presenta conflictos exacerbados y, además, que el intento de los participantes del programa por suavizar relaciones conflictivas sería absurdo, dada la naturaleza de esa atracción televisiva.

Aquí, en cierto punto de la demostración de la realidad, durante una actividad que fomentaba el enfrentamiento entre los participantes -pidiéndoles que echaran agua sobre la cabeza de sus rivales-, una mujer golpeó a su compañera en la cabeza con un balde tras agredirla verbalmente. Esta agresión física fue inmediatamente repudiada por los espectadores, lo que provocó la expulsión del participante. Sin embargo, en ningún momento se cuestionó la humillación presente en esta actividad, en la que las personas se bañaban en un balde de agua luego de ser agredidas verbalmente.

Otro ejemplo: en las últimas dos semanas, el mismo programa realizó las llamadas “pruebas de líder”, que obligaban a los participantes a permanecer casi 24 horas de pie, sin comer, beber, dormir y, encima, recibir chorros de agua y aire Estas situaciones explícitas de tortura no causaron indignación. Al contrario, muchos incluso aplaudieron la victoria del travesti que estaba pasando por esa tortura. Tal violencia está extremadamente naturalizada por la sociedad en su conjunto, así como por la realidad en cuestión. Lo que se vuelve hegemónicamente condenable a la conciencia no es la tortura, la objetivación simbólica del otro, sino la violencia exclusivamente física.

De hecho, estas preguntas deben plantearse en el caso de la violencia de Will Smith contra el comediante Chris Rock en los Oscar de este año. Son muchas las valoraciones absolutizadoras de la irracionalidad de la violencia física de Will Smith, que condenan cualquier tipo de relativización del caso. Por otra parte, abundan las valoraciones relativistas de la violencia simbólica perpetrada por el humorista que, no sin novedad, utiliza bromas para humillar a personas ya socialmente inferiores. La valoración de que la violencia física es peor que la violencia simbólica volvió a ser absoluta.

Un ejemplo de ello es el artículo publicado en la web la tierra es redonda de Julian Rodrigues “No, no puedes abofetearte (nunca)”², en el que el autor evalúa la violencia de Chris Rock y Will Smith de la siguiente manera: “una broma débil, seguro. Incluso de mal gusto. Hasta entonces, es parte de ello. ¿Cuál es el chiste malo y vergonzoso que circula? Lo que no hace el corte es la reacción de Smith. No, muchachos, no pueden. No está bien. No es caballerosidad. No es legítimo". Más adelante, contextualiza el chiste del humorista: “los chistes de buen gusto, y sobre todo de mal gusto, son recurrentes, sobre todo en el tipo de humor hegemónico en los EE.

La más simbólica es la frase que cierra el texto: “No normalicemos la violencia. No normalices la agresión física”. Según lo que está escrito –y ciertamente no es la idea del autor– la violencia que no debe normalizarse es la agresión física. Es decir, se reproduce esta visión dominante de que la violencia se restringe a su materialidad física.

En la atención psicosocial a las mujeres víctimas de violencia, por desgracia, a menudo vemos la reproducción de esta idea. Muchas viven durante años en una relación abusiva permeada de control, vigilancia, tortura psicológica y que, sin embargo, nunca se materializa en violencia física, lo que las lleva a reproducir un dicho de sentido común: “pero a mí nunca me pegó”. Lo que perdemos de vista es que, si bien la violencia simbólica está más lejos de un posible femicidio que la violencia física, su poder para desintegrar la subjetividad del otro puede ser exactamente el mismo. Por eso las mujeres intentan suicidarse mucho más que los hombres. Por eso las mujeres negras se matan más que las blancas.

De todos modos, ambas formas de violencia son reprobables e irracionales. De eso no hay duda. Sin embargo, la relativización de la violencia simbólica se vuelve extremadamente peligrosa, ya que es la base de cualquier violencia estructural que se centre en marcadores de género, clase, raza y capacidad. Basta recordar que antes de la implementación de los campos de concentración en la Alemania nazi, existía una fuerte propaganda negando simbólicamente a los judíos, a través de caricaturas y burlas sobre el sentido de su existencia.

La violencia simbólica es responsable de la naturalización de todas las formas de violencia inmateriales e invisibles, presentes a diario en los programas de la industria cultural y ante las que normalmente somos ciegos. Incluso prepara la naturalización de la violencia física, que muchas veces se manifiesta posteriormente.

Chris no solo hizo una mala broma. Esto es moralizar la violencia del agresor y negar la profunda estructura de dominación presente en ese ataque sublimado a la dignidad de una mujer negra que padece una enfermedad.

Es urgente no perder de vista que la violencia está fuertemente presente tanto en la tortura como en la humillación programada de programa de reality, así como la bofetada espontánea e impulsiva en un evento de gala de cine. Es necesario que no nos convirtamos en meros observadores atentos de la violencia física y cegados por la conveniencia de la violencia no física, invisible.

* Thiago Bloss de Araújo es estudiante de doctorado en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la UNIFESP.

 

Notas


[ 1 ] Organización Mundial de la Salud. Consulta mundial sobre violencia y salud. Violencia: una prioridad de salud pública. Ginebra: OMS; 1996.

[ 2 ] https://dpp.cce.myftpupload.com/nao-tapa-na-cara-nao-pode-nunca/

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