La verdad es hija del tiempo.

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por PEDRO DE ALCÁNTARA FIGUEIRA*

Nlos encontramos viviendo un proceso de decadencia que, como en todas las épocas de grandes transformaciones, todos estamos llamados a combatir

“La verdad es hija del tiempo” (Francis Bacon).

Empecemos por el final, como exige nuestra realidad. Abordar la historia no es más que plantearse en qué etapa nos encontramos en un proceso que se inició a mediados del siglo XIX y ha adquirido transformaciones radicales en nuestros días. Comencé diciendo que comenzaría por el final, bueno, es precisamente esta situación, la transformación urgente, por cierto, la que está reclamando toda nuestra atención.

En todos los planos de la vida se escuchan los gritos de cambio. No pocos, y posiblemente los más básicos, ya se han cumplido como resultado de los cambios inherentes al proceso mismo de desarrollo del capitalismo.

Los cambios en este período son tan profundos que sería más correcto contar el tiempo a partir de la Revolución Industrial debido a la intensa capacidad de aceleración que la industrialización otorgó a estos cambios.

Con todos los reveses posibles e inimaginables, fue en este período, de aproximadamente siglo y medio, cuando el capital se convirtió en la potencia económica dominante en el mundo. Un camino accidentado, ya que, a principios del siglo XX, una guerra cuyo propósito era resolver sus contradicciones, terminó por exponerlas de manera inequívoca con el estallido de la primera revolución socialista en 1917.

La principal motivación del período que siguió fue resolver sus contradicciones, la primera de las cuales fue la evidencia de que bajo la forma socialista las fuerzas productivas adquirieron tal fuerza que se convirtieron en un riesgo real para la supervivencia del capital. A nivel de organización política, la respuesta a este “peligro” fue el nacimiento y expansión del nazi-fascismo en toda la órbita capitalista.

Enfrentar esta explosiva realidad derivó en la organización de un conflicto que tenía como principal objetivo excluir al socialismo. El nazifascismo, que se extendió por toda Europa para evitar revoluciones en varios países, como fue el caso de España, donde el fascismo ganó su propio nombre, el franquismo. Por otra parte, las fantasías de un imperio milenario, como lo soñaba el hitlerismo alemán, aliadas a una posible expansión colonial alemana en detrimento del Imperio Británico ya en estado de quiebra, generaron una guerra intercapitalista, sin perdiendo el principal objetivo que era eliminar el socialismo en Rusia.

La derrota del nazifascismo contra el Ejército Rojo fue, al mismo tiempo, la primera derrota del capitalismo contra el socialismo.

No es nuestro propósito narrar este período en el que los sobresaltos sufridos por el capitalismo no se redujeron sólo a sus manifestaciones más aparentes. El proceso histórico implica necesariamente el desarrollo social, y es de éste que derivan los cambios que se producen en cada momento.

Estamos precisamente en el momento en que todas las manifestaciones que claman por el cambio pueden sintetizarse, con absoluta exclusividad, en el término Transformación. Cometeríamos un grave error si abandonáramos en este punto la imperiosa necesidad que consiste en considerar los hechos en su cadena histórica y lo que esto significa como revelación de cambios a todos los niveles, tanto en el mundo de las ideas como en el de sus orígenes en la realidad concreta.

Dicho esto, consideremos dónde nos encontramos en cuanto a la validez de las categorías científicas, provenientes de la naturaleza misma del capital, considerado entonces como la fuerza productiva por excelencia, y que constituyen la estructura analítica de La capital por Marx.

Nadie mejor que Marx para definir la gama de procesos en los que la historia sufre cambios radicales. Cito aquí un pasaje de La miseria de la filosofía: “Los mismos hombres que establecieron relaciones sociales según su productividad material, también producen principios, ideas, categorías según sus relaciones sociales. Así, estas ideas, estas categorías son tan poco eternas como las relaciones que expresan. Son productos históricos y transitorios”.

Pues bien, lo importante, resultado de todo este período de profundas transformaciones, es que el capital dejó en el pasado su carácter revolucionario, su excelencia productiva. Como no podía ser de otra manera, aquellas categorías que se relacionaban con este personaje, ya no se prestan al análisis de su situación actual en la que el propio término capital perdió vigencia histórica.

Comenzando por la categoría máxima de cualquier análisis científico, el trabajo, cuyo nacimiento coincide con el nacimiento del capitalismo, y cuyo producto toma necesariamente la forma de mercancía en la sociedad capitalista, incluida la plusvalía, cuya existencia implica también necesariamente la relación del capital con el trabajo. ; todas las demás categorías, que habían ido perdiendo algunas de sus características esenciales a lo largo de siglo y medio, llegan al final de su período de vigencia.

Queda, sin embargo, en pie, firme como una roca, “la ley de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia”, capítulo 13 del tercer libro de La capital, conceptualización precisa de la trayectoria del desarrollo de un modo de producción que, como todos los demás, produjo su propia decadencia.

Si la sociedad sigue dependiendo, como no podía dejar de hacerlo, del trabajo, lo cierto es que rápida y necesariamente pierde su forma asalariada y, por tanto, deja de acumularse como capital, condición, según David Ricardo, para poder hablar de sociedad capitalista.

Estamos ante una situación que nos recuerda el punto de inflexión histórico que generó en el mundo de las ideas el tránsito del feudalismo al capitalismo. John Locke expresó este cambio tan radicalmente como lo fueron las manifestaciones de una verdadera conmoción en todos los planos provocada por cambios que rápidamente adquieren el carácter de irreversibilidad. Dio justo en el corazón de los dogmas fundamentales de la Iglesia Católica cuando afirmó que el origen de la propiedad se debe, no a un don divino a los señores feudales, sino al trabajo, propiedad que todos los hombres poseen en su cuerpo. John Locke derrumbó toda una concepción que había perdurado durante más de un milenio, evidentemente ayudado por fuertes signos de una transformación real que llegaba a los cimientos mismos de la sociedad feudal.

Nos encontramos en una situación que guarda una gran semejanza con la detectada a finales del siglo XVII.

De los escombros de un modo de producción incapaz de reproducir las formas de relaciones productivas que permitieron su existencia, nos queda el trabajo, una fuerza que, por eso mismo, deberá encontrar otros rincones sociales. Por ahora, envuelto en estos escombros, sobrevive como residuo capaz de reproducir formas ya liquidadas por el devenir histórico. Seguimos viviendo situaciones que erróneamente se caracterizan como capitalistas. Los procesos de transición conllevan anomalías de todo tipo. Podemos decir que todo esto indica que las fuerzas productivas sociales se encuentran en una fase crítica que sólo puede ser resuelta a través de una transformación radical en la base de la sociedad.

Todos los escombros en los que se está degenerando el trabajo asalariado son visibles. Por otro lado, el personaje que comandaba el proceso de producción y que acaparaba los medios de producción fundamentalmente dedicados a actividades productivas, el capitalista, se perdió por completo cuando se embarcó en actividades que contradecían en términos absolutos su rol anterior.

El trabajador, en cambio, ya no es una categoría económica, es decir productiva. Vive al capricho de las circunstancias, expresado, por ejemplo, en la externalización. La proximidad al trabajo esclavo ya no es algo remoto.

Las revelaciones sobre la existencia de la esclavitud no son más que denuncias morales, barrera que se crea al no revelar el carácter histórico del hecho resultante de la impotencia de las relaciones propiamente capitalistas. Un fenómeno similar es la denuncia frecuente de los multimillonarios, un grupo que, con mucho gusto y sin exagerar, alguien dijo que podía caber en una camioneta. Es importante ir más allá de las denuncias, esto es lo que exige decir la realidad. Es necesario mostrar que este fenómeno, la concentración monetaria, no es sólo el resultado de la impotencia reproductiva de un determinado modo de producción, sino que también ejerce una destrucción monumental de las fuerzas productivas.

A este nivel, lo confieso, es difícil aceptar, sin cierta irritación, la conversión de esta debacle en noticia, en agenda, en agenda, que es como se expresa la ideología televisiva. Así, se mata el sentido revolucionario que su interpretación científica puede revelar. Quiero decir que el siguiente paso que indica esta concentración, que constituye una expropiación monumental, no puede ser otra cosa que una revolución en los cimientos de la sociedad.

Alguien podría preguntarse cómo es, en vista de los argumentos desarrollados hasta ahora, La capital de Marx? Respondería, sin rodeos, que está más erguido que nunca. La pregunta tiene su razón de ser, a la vista de nuestras conclusiones sobre las condiciones históricas del trabajo. La capital tiene firme respaldo histórico en la definición de capital de Ricardo, es decir, el capital es trabajo acumulado. Para Ricardo, como para Marx, ese trabajo que se acumula y se convierte en capital no es ninguna forma de actividad productiva, es decir, no es, por ejemplo, artesanal. El proceso de transición histórica impone un cambio en la naturaleza del trabajo, condición para distinguir los modos de producción. Estamos viviendo, de hecho, la crisis del trabajo asalariado. Por lo tanto, se requiere un nuevo formulario.

Para concluir, podemos decir que la realidad actual otorga una especial fuerza a Tesis 11 sobre Feuerbach por atribuir a nuestro tiempo la necesidad de transformación: “Los filósofos simplemente interpretaron el mundo de diferentes maneras; sin embargo, lo que importa es transformarlo”.

Y, por eso mismo, La capital marca su presencia en este momento, porque, en definitiva, podemos decir que la construcción analítica de su magnum opus tiene la mirada puesta en la transformación en los cimientos de la sociedad capitalista.[i]

Por lo tanto, es desde aquí, es decir, desde las condiciones propias y maduras de la transformación, que debemos mirar los elementos que sirven como indicación segura de la necesidad de la transformación.

Es precisamente aquí donde nos encontramos, viviendo un proceso de decadencia que, como en todos los períodos de gran transformación, todos estamos llamados a combatir. La realidad es merecedora de que acortemos los dolores del parto.

* Pedro de Alcántara Figueira es doctor en historia por la Unesp. Autor, entre otros libros, de ensayos de historia (UFMS).

Notas


[i] Inserto aquí un pasaje del artículo del Prof. Ilarión Ignatievich Kaufmann publicó con motivo de la publicación en Rusia de la traducción del primer libro de La capital para ruso Un largo pasaje de este mismo artículo se encuentra en el epílogo de la segunda edición. Profe. Russian afirma lo siguiente: “Para él [Marx] lo que importa sobre todo es la ley de su modificación, de su desarrollo, es decir, la transición de una forma a otra, de un orden de interrelación a otro”.


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