¿Es Venezuela una dictadura?

Imagen: Jayrocky
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por ANGELITA MATOS SOUZA*

Todo lo que el ejército venezolano necesita hacer es establecer los acuerdos deseados por las compañías petroleras estadounidenses y Venezuela “se convertirá inmediatamente en un ejemplo de democracia”.

Oficialmente, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ganó una nueva elección, un resultado impugnado por la oposición del país e incluso por líderes políticos progresistas de otras naciones. Para hablar de ello, partamos de una definición realista de democracia.

A la manera de Joseph Schumpeter y sus seguidores, la democracia es un método de elección de líderes políticos mediante la libre competencia electoral. Es decir, de vez en cuando, la mayoría social elige la minoría política que gobernará, ofrecida en el mercado electoral por los partidos políticos, generalmente “influenciados” por quienes detentan el poder económico. Una definición que poco tiene que ver con cualquier ideal de soberanía popular.

Por nuestra parte, preferimos el significado defendido por Décio Saes, quien identifica la forma democrática de Estado con la existencia de un órgano representativo (Asamblea) elegido por voto popular, con lo cual la burocracia no electa y el gobierno a la cabeza del Ejecutivo tienen dividir el ejercicio del poder. Y no basta con su existencia, este organismo debe tener efectivamente poder, aunque el autor descarta la necesidad de un equilibrio entre poderes, difícil de encontrar en las realidades concretas.

En otras palabras, para Décio Saes, el criterio es fundamentalmente el de la existencia del “órgano de representación directa de la clase explotadora”, condición que exige libre competencia electoral (el régimen político democrático). Órgano de la clase explotadora, porque, a pesar de ser elegido por la mayoría social, generalmente está controlado por los tenedores de la riqueza.

La ventaja de las visiones “minimalistas” reside tanto en su capacidad de amplitud como en su distanciamiento del idealismo. Sirve como el mínimo común denominador a partir del cual podemos avanzar, pero no debemos retroceder. Vale la pena señalar que el criterio de alternancia en el poder no está incluido en un concepto central, ya que debe abarcar tanto el sistema presidencial como el parlamentario.. En efecto, cualquier concepto debe servir para comprender un mismo fenómeno en diferentes realidades sociales.

A su vez, adherirse a este enfoque “simplista” no implica descartar la importancia de mantener la democracia liberal. Especialmente en tiempos de ascenso de ideologías fascistas, debemos ser políticamente liberales y recurrir a sus versiones idealizadas en la lucha por mantener y ampliar los derechos de la mayoría social. En los huecos siempre queda algo.

Volviendo a Venezuela, alguien podría objetar que incluso a la luz de definiciones poco exigentes, la democracia requiere de libre competencia electoral, restringida en el país vecino. Honestamente, no sabemos exactamente cuál es la situación política en el país, pero en la era de las redes sociales hay limitaciones en todas partes.

En el caso venezolano, por lo que leemos, además de elecciones periódicas y la existencia de una oposición bien financiada, hay un Parlamento con poder (mayoritariamente oficialista porque fue elegido). Por lo tanto, la calificación de democracia todavía encajaría, quizás de manera incómoda, pero lo hace.

En el campo progresista, apoyar o no al presidente de Venezuela tiene que ver con un cierto desapego entre la economía y el Estado. Éste busca afirmarse como un Estado no dependiente, pero corresponde a una economía muy dependiente.

La brecha, para los interesados ​​en el petróleo venezolano, debe resolverse con el restablecimiento del Estado dependiente, que se caracteriza por la fuerte presencia de intereses extranjeros entre los que deben ser tomados en cuenta en el proceso de definición de políticas de Estado. En las economías de enclave, estos intereses tienden a ser aquellos atendidos principalmente por el Estado.

En Venezuela, por el contrario, el Estado ha buscado mantener el petróleo bajo control nacional, a costa de un cierto desprecio por los derechos que configuran el régimen político liberal. Para Brasil, desde el punto de vista diplomático, ésta es una elección difícil, especialmente teniendo en cuenta el ascenso de la extrema derecha en el mundo. Como se indicó, en la lucha política es hora de abrazar las versiones más idealizadas de la democracia liberal. Sin embargo, si Nicolás Maduro parece tener tendencia a ser un dictador, la oposición tiene vínculos con la extrema derecha internacional, que tiende a ser fascista.

Sea como fuere, la solución al problema de la democracia en el país vecino ya ha sido señalada (irónicamente) por Liszt Vieira en artículo publicado en el sitio web la tierra es redonda: todo lo que los militares venezolanos necesitan hacer es establecer los acuerdos deseados por las compañías petroleras estadounidenses y Venezuela “se convertirá inmediatamente en un ejemplo de democracia (…). Véase el caso de Arabia Saudita, la dictadura más sanguinaria del mundo y tratada como una democracia por los medios en general”.

En resumen, la pobreza no forma parte del concepto de democracia que aquí se presenta.

*Angelita Matos Souza Es politólogo y docente del Instituto de Geociencias y Ciencias Exactas de la Unesp. Autor, entre otros libros, de Dependencia y gobiernos del PT (Appris). [https://amzn.to/47t2Gfg]

Publicado originalmente en periódico GGN.


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