por CLAUDIO KATZ*
Con o sin actas, Estados Unidos quiere el petróleo de Venezuela
1.
Han pasado dos semanas y continúa la discusión sobre las actas, que es un tema muy controvertido y hasta el momento no hay datos sólidos para valorar lo sucedido. El Consejo Nacional Electoral mantiene el anuncio de la victoria de Nicolás Maduro, pero sin información detallada por provincias, tablas o distritos. El organismo tiene 30 días para dar a conocer estos informes, pero el retraso genera muchas dudas, que no se resuelven con la presentación del acta por parte de cada parte al Poder Judicial.
La principal explicación oficial del actual impasse es el sabotaje sufrido por el sistema electoral. Un ciberataque con invasión generalizada, que saturó las redes mediante tráfico espurio, es decir, utilizando un nuevo tipo de conspiración digital.
La existencia de este apagón electoral es perfectamente creíble en el escenario actual de guerras informáticas. Si Israel utiliza la inteligencia artificial para llevar a cabo un genocidio personalizado en Gaza, es muy posible que Venezuela haya sufrido el ataque contra las redes denunciado por el gobierno. Pero esta acusación tendría que ser contrastada con pruebas o pruebas, que hasta el momento ningún responsable ha presentado. En cualquier caso, me parece que la publicación de las famosas actas no solucionará el problema.
La derecha no reconocerá un resultado adverso. Para ellos, cualquier elección perdida equivale a un fraude. Desde 1999 ha habido 35 elecciones en Venezuela y sólo han validado las dos que ganaron. En los casos contrarios, ignoraron los números finales. En la feroz disputa de 2013 se realizó el recuento de votos que exigían y tampoco aceptaron el veredicto de ese conteo.
La derecha sólo acepta presentarse si tiene garantías previas de victoria. Semejante postura invalida cualquier elección. Actúan como Donald Trump, que desconocía su derrota ante Joe Biden, alegando un fraude que nadie ha podido probar. Para empeorar las cosas, ahora han hecho público su propio recuento, anunciando que González Urrutia ganó por un margen de 60 a 80% a su favor. No presentan ningún documento serio que corrobore esta afirmación. Improvisan e inventan afirmaciones completamente inverosímiles.
Además, la publicación del acta no soluciona nada debido al carácter atípico de esta elección. Las elecciones estuvieron precedidas por el acuerdo de Barbados, que definió una convocatoria acorde a las relaciones de poder que mantienen a las dos partes en conflicto. La derecha aceptó presentarse tras varios años de fiasco con Guaidó. No podían seguir apoyando al títere corrupto que se autoproclamó presidente sin antecedentes. Debido a esta derrota, apoyaron la participación en las elecciones generales, con miembros en el Consejo Nacional Electoral. Incluso validaron el engaño de los funcionarios que restringieron severamente el voto de los emigrantes.
Por su parte, el gobierno aceptó la presencia negociada de observadores internacionales, lo que no es natural en ningún evento electoral. En Estados Unidos, Francia, Israel o Reino Unido los inspectores extranjeros no llegan con tanta naturalidad como en los países periféricos. La elección estuvo condicionada por este compromiso previo.
2.
La derecha firmó el acuerdo asumiendo que había ganado las elecciones, pero luego ignoró este compromiso cuando empezó a darse cuenta de que su victoria era incierta. A partir de entonces retomó sus habituales provocaciones. Corina Machado tomó las riendas de la campaña y lógicamente el gobierno decidió inhabilitarla por su participación en numerosos intentos golpistas. El oficialismo también restringió la presencia de conspiradores disfrazados de observadores internacionales, en un acto legítimo de soberanía. Reapareció plenamente el típico escenario de enfrentamiento directo entre el oficialismo y la oposición.
Este es el comportamiento que este sector ha recreado invariablemente desde el fallido golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002. Han acumulado un sinnúmero de provocaciones. Basta recordar el paro petrolero, los ataques armados desde Colombia, las manifestaciones manipuladas, el intento de asesinato de Nicolás Maduro mediante un dron, el desembarco de mercenarios y una guerra económica que incluye 935 sanciones unilaterales de Estados Unidos.
Ahora intentaron establecer que su victoria estaba asegurada y cuando se dieron cuenta de que algo andaba mal retomaron la violencia contra el chavismo. A los incendios, asesinatos y llamados a un golpe militar, esta vez se sumó la destrucción simbólica de estatuas de Hugo Chávez.
3.
La complicidad de los medios internacionales es decisiva porque articula, desde Miami, toda la campaña contra Venezuela, con el reiterado argumento del fraude. Es la misma bandera que usaron los incipientes bolsonaristas contra Dilma Rousseff y los racistas de Santa Cruz contra Evo Morales. Pero nunca recuerdan el único fraude efectivamente probado: el cometido por sus colegas en México en 2006.
Los medios también repiten descaradamente que en Venezuela impera una dictadura, omitiendo que esta definición actualmente sólo se aplica a un país de la región: Perú. Nadie menciona el nombre de Boluarte y el mando militar que derrocó a Castillo.
Lo más curioso es el desprecio por el sistema electoral venezolano, que incluye mecanismos con mayor legitimidad democrática que los modelos discutidos por la prensa occidental. Este esquema no está sujeto al filtro del Colegio Electoral de Estados Unidos, que permite la selección de presidentes sin una mayoría de votos de los votantes. Y no se sustenta, además, en los pilares plutocráticos que predominan en este país, donde el dinero define quiénes obtienen los principales puestos. Tampoco está sujeto a las distorsiones impuestas por los distritos electorales en Inglaterra o Francia ni al chantaje electoral que prevalece en nuestra región. Más inusuales son las lecciones de republicanismo enunciadas por los portavoces de la monarquía española.
La norma que se impuso para juzgar a Venezuela es completamente arbitraria. La gran emigración que sufre esta nación se presenta como un caso único en todo el planeta. Se olvida, por ejemplo, que, en términos porcentuales, hay más uruguayos que venezolanos fuera de su país y que nadie calificaría de dictadura el sistema político de nuestros vecinos platenses. Venezuela sufre la misma hemorragia poblacional que México, Centroamérica o el Caribe, por las mismas razones de empobrecimiento.
4.
Es difícil saber quién está ganando la pulseada en Venezuela. De momento, parece que una nueva manipulación política ha fracasado y se repite el rechazo de la sociedad a la violencia de extrema derecha. Después de uno o dos días de provocaciones, regresaron las manifestaciones masivas a favor del gobierno y la oposición, y reapareció el terreno a favor de la mayoría de la población. El deseo de paz es grande, lo que dificulta mucho el golpe callejero impulsado por María Corina y su descolorido candidato presidencial. Este personaje es acusado de complicidad en actos criminales, pues supuestamente utilizó su cobertura diplomática para facilitar la guerra sucia de la CIA en Centroamérica.
Estados Unidos juega el mismo juego de siempre: apropiarse del petróleo. Vale recordar la sinceridad de Donald Trump cuando declaró que, bajo su administración, “Venezuela estaba a punto de colapsar y hubiésemos tenido todo el combustible de ese país”. Las elecciones en territorios con petróleo codiciado por el imperio nunca son normales, porque incluyen un componente geopolítico de enorme centralidad.
El Departamento de Estado siempre ha intentado repetir en Venezuela lo que hizo en Irak o Libia. Si Chávez hubiera terminado como Saddam Hussein o Gadafi, nadie mencionaría en la prensa mundial lo que está sucediendo en una nación perdida en Sudamérica. Después de haber logrado derrocar al demonizado presidente, los portavoces mediáticos de la Casa Blanca se olvidan por completo de estos países. Actualmente nadie sabe quién es el presidente de Irak o de Libia.
Tampoco se menciona el sistema electoral de Arabia Saudita. Como Estados Unidos no puede presentar a los jeques de esa península como campeones de la democracia, simplemente silencian la cuestión. No hay necesidad de ser ingenuos respecto de la disputa en Venezuela. Con o sin actas, Estados Unidos quiere petróleo.
Los dirigentes yanquis ya acordaron con la derecha venezolana un compromiso de privatizar PDVSA y observan con gran preocupación el ingreso del país a los BRICS que negocia Maduro. Por eso se apropiaron de CITGO, reservas monetarias en el exterior, aumentaron sanciones y cerraron el acceso a cualquier tipo de financiamiento internacional. Quieren repetir lo que hicieron en Ucrania de tener un subordinado tipo Zelensky al frente del país.
Pero como fracasaron una y otra vez, Joe Biden optó por negociar y Chevron reanudó las perforaciones en el cinturón del Orinoco. Hizo compatible este guiño con provocaciones diplomáticas y ejercicios militares en Guyana. Donald Trump parece apostar por la brutalidad de otro golpe de Estado, pero es un pragmático y veremos qué pasa si gana otro mandato.
5.
Una victoria de la derecha en Venezuela tendría consecuencias perjudiciales para Argentina. Javier Milei opera codo con codo con María Corina Machado, y su ministro de Relaciones Exteriores y su ministro de Seguridad participan con toda naturalidad (como si no fueran agentes públicos) en las manifestaciones frente a la embajada de Venezuela en Buenos Aires. Javier Milei fue el principal patrocinador del fallido comunicado de la OEA a favor de Urrutia. La hipocresía de esta organización no tiene límites. Después de apoyar el golpe de Estado en Bolivia y Perú, le dan sermones democráticos a Venezuela.
Lula, junto a Petro y López Obrador, lidera una reacción defensiva, dejando constancia de las terribles consecuencias que tendría un gobierno de extrema derecha en Venezuela. Para disuadir esta perspectiva, intentan restablecer puentes de negociación entre el oficialismo y la oposición. Saben que estas negociaciones van más allá de la mera publicación de actas y su posterior rechazo con acusaciones de fraude. AMLO centró el problema en rechazar la injerencia de la OEA y se sumó a Cristina Kirchner. Por otro lado, Lula no logró obtener el apoyo de Gabriel Boric, lo que refuerza su subordinación a la Casa Blanca.
Creo que la crisis venezolana revela una gran división en el progresismo latinoamericano, entre un sector que refuerza su perfil autónomo y otro que opta por seguir el guión del Departamento de Estado. Los medios de comunicación elogian a este último grupo, que decepciona cada vez más a sus votantes.
6.
Venezuela sigue dividida en dos bloques con fuerte apoyo social. La imagen mediática de un gobierno solitario y aislado es tan falsa como la suposición de una derecha sin ramas. El oficialismo parece haber recuperado su influencia con la recuperación de la economía y la mejora de la seguridad vial. La magnitud de sus acciones indicaría una cierta recomposición de la decadencia moral de sus seguidores. Paradójicamente, sin embargo, si se confirma que ganaron las elecciones, este resultado se producirá debido a la baja participación electoral. Este ausentismo ilustra un alto nivel de desacuerdo que, afortunadamente, la derecha no capta.
La confirmación de la victoria oficial debe verse como positiva para la izquierda porque implicaría una derrota de la extrema derecha en estas elecciones. Es como si nos preguntáramos si celebraríamos aquí la derrota electoral de Javier Milei. Un fracaso de los peones del imperio, en un país asediado por sanciones económicas y atacado por los medios de comunicación, siempre es prometedor. Este resultado sería parte de los recientes éxitos contra la derecha que hemos visto en México y Francia.
7.
Firmé un Manifiesto apoyando el voto por Nicolás Maduro basado en el historial de las terribles consecuencias que tendría una victoria de la derecha para la región y especialmente para nosotros, en Argentina. No hace falta ser un gran analista para imaginar el implacable revanchismo contrarrevolucionario que iniciaría Corina Machado si llegara al poder. Es increíblemente ingenuo suponer que una victoria así marcaría el comienzo de un período de mayor democratización. La condición para concebir cualquier avance popular en el futuro es la victoria del oficialismo.
Hasta cierto punto, tenemos que aprender del pasado. Existe una larga tradición de críticas de izquierda a los gobiernos que se interponen en el camino o que se retiran del camino de los cambios radicales que defendemos. En estas situaciones, la solución no es nunca tirar al bebé con el agua sucia y empezar de nuevo. En este camino, el retroceso es siempre mayor. Veamos lo que ocurrió con la restauración del capitalismo después de la implosión de la Unión Soviética. Debido a este resultado, sufrimos 40 años de neoliberalismo brutal.
En muchos ámbitos, comparto las objeciones del chavismo crítico a la política económica, el debilitamiento del poder comunal, la validación de la boliburguesía y la inaceptable intervención en partidos de izquierda que no aceptaron los estándares exigidos por el gobierno. También hay casos problemáticos de judicialización de las protestas sociales y poca tolerancia ante los cuestionamientos dentro del propio campo. El precedente del camino seguido por Nicaragua hace saltar las alarmas.
Pero ninguna de estas objeciones me lleva a dudar del campo en el que debería ubicarse la izquierda. Tenemos que estar en un terreno diametralmente opuesto al enemigo principal que es el imperialismo y la extrema derecha. Este posicionamiento es la condición para cualquier otra consideración.
Considero completamente irreal una tercera vía para la izquierda, de crítica simultánea a Nicolás Maduro y Corina Machado y se la resumiré en el ejemplo práctico de la participación en las marchas que convulsionan al país. La vida política venezolana se ve sacudida por importantes movilizaciones de funcionarios y de la oposición. Es en estas acciones callejeras donde reside gran parte del futuro de la crisis. Si asumimos como propia la identidad de la izquierda: ¿en cuál de las dos manifestaciones deberíamos participar?
Como es completamente impensable que un socialista participe en las acciones de los colegas de Javier Milei, Donald Trump o Marine Le Pen, cuando uno decide no participar en las marchas del chavismo, la única opción es quedarse en casa. Entonces será posible profundizar en el estudio del marxismo, pero con un divorcio total de la acción política.
Esta desconexión no puede remediarse escribiendo un manifiesto, redactando un artículo, convocando a un grupo pequeño o evaluando repetidamente por qué la izquierda está aislada. Tampoco sirve juzgar a los movimientos que mantienen su arraigo popular desde una condición invariable de minoría. Tenemos que intervenir en los escenarios políticos tal como se nos presentan, para encontrar formas de construir nuestro proyecto socialista.
*Claudio Katz. es profesor de economía en la Universidad de Buenos Aires. Autor, entre otros libros, de Neoliberalismo, neodesarrollismo, socialismo (expresión popular). Elhttps://amzn.to/3E1QoOD].
Traducción: Fernando Lima das Neves.
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