por OLGARIA MATOS*
La utopía trata del bien común, de vivir juntos en un mundo común compartido en el amor.
Utopía es una palabra ambivalente, I-tops UE-topos, un “buen lugar” y “ningún lugar”. Por su irrealismo, la utopía conserva su poder de sueño, su realización la disolvería en la realidad. A diferencia del espacio y tiempo lineales y continuos, los de Utopía son disruptivos. Liberados de la “corvée de ser útil”, constituyen así una “idea reguladora”, contraria a la alienación de la sociedad, todo lo que es sufrimiento, injusticia, mal, temporal. Por eso, “cuanto más lejos, más bonito”. Sin embargo, es lo que pone al mundo en movimiento.
El pensamiento griego, del que somos herederos híbridos, y la República utópica de Platón, evocan solidaridad, dada nuestra condición común como seres mortales expuestos, vulnerables. Por tanto, en la Utopía, es el fundamento de la vida pública, el perfeccionamiento del alma y el origen de las Leyes. Refiriéndose al mito de Cronos, en una época de abundancia y paz, Platón explica por qué no es a los hombres a quienes se debe confiar el poder, sino a las Leyes, ya que tienen el impulso de corromper incluso a las mejores almas, corriendo el riesgo de excesos. y la injusticia.
Así, las leyes son, utópicamente, una análogo de la perfección de lo divino. El derecho, antes de inscribirse en el campo del derecho, pertenece al campo de los sentimientos morales.
Su forma paradigmática es la idealización occidental de lo femenino, del amor incondicional, la generosidad, el cuidado, la reserva utópica de la no agresividad, la receptividad, la no violencia y la compasión. En este sentido, la utopía se refiere al bien común, a vivir juntos en un mundo común compartido en el amor.
No por casualidad, el banquete La obra de Platón sobre Eros. En él, Sócrates se encuentra fuera del registro de los dualismos esquematizantes que oponen lo masculino a lo femenino. Sócrates, hijo de la partera Fenareta, toma el lugar de su madre, convirtiéndose en partera de ideas, a la manera de Hércules –héroe de trabajos excesivos, ganador de toros salvajes, dragones y otras hazañas– que también invierte los roles de la convención. .
Enamorado de Ofale, Hércules depone las armas de un guerrero viril y valiente, las pasa al telar y le borda el vestido de novia, al mismo tiempo que Ofale se viste con la piel de león de Hércules. Y, en esta utopía de lo femenino, Sócrates no toma la palabra, sino que se la cede al personaje legendario de Diotima, la sacerdotisa de Mantinéia, prefiriendo la Logos masculino la palabra mántica femenina, la que alberga lo racional y lo extraracional.
En este contexto, Walter Benjamin también sitúa la “conversación” femenina con el “diálogo” masculino; los hombres en general utilizan las palabras como si fueran armas con las que construyen un mundo lógico y racional. Su discurso viola lo femenino, exilia lo sagrado –cuyo guardián es la mujer: “dos hombres, uno al lado del otro, están siempre turbulentos […]. Palabras con el mismo significado se unen y se afirman en su atracción secreta, generando una ambigüedad desalmada, mal disimulada en su dialéctica”.
Entre las mujeres, por el contrario, “el silencio se eleva majestuoso sobre su discurso. El lenguaje no encierra el alma de las mujeres […]: gira en torno a ellas, tocándolas […]. Las mujeres que hablan están poseídas por un lenguaje delirante […] [el delirio amoroso, el entusiasmo, en-theos, lo divino que entra en lo humano], guardan silencio y lo que oyen son palabras no dichas. Acercan sus cuerpos, se atreven a mirarse […]. El silencio y la voluptuosidad –eternamente separados en el discurso– se juntaron y se identificaron […]. La esencia irradia”. Para Walter Benjamin, las mujeres preservan la grandeza de esta experiencia desterrada del mundo moderno por el lenguaje lógico y el pensamiento técnico y sus desarrollos bélicos.[i]
Recordemos también que lo femenino, vinculado a la no violencia, está en Lisístrata o la huelga sexual, la negativa de las mujeres griegas a procrear, para interrumpir la lógica masculina de la guerra. Como señaló Massimo Cacciari: “De nada sirve hacer la guerra, dice Lisístrata –la que disuelve ejércitos–, ya que, en cambio, se podría ser feliz. ¿No sería la paz como último tiempo, la edad de oro en la que el lobo vivirá con el cordero y que sólo los dioses nos podrán dar, otra ideología más para engañar a los adivinos? ¿No nos corresponde a nosotros hacer la paz y eliminar los horrores de la guerra?[ii]
El amor, y no la violencia, quedó aún más inmortalizado en la utopía lírica de Safo de Mitilene: “acordaos ahora de Anactória, la ausente,/ Su hermoso andar quisiera ver/ y el brillo luminoso de su rostro,/ Allí se ven los carros y la infantería armados en combate entre los lidios”.[iii] Es por eso que las imágenes asociadas con lo femenino como la no violencia y el amor constituyen la utopía de una sociedad andrógina, en la reconciliación entre lo masculino y lo femenino, convertido en antagónico en la larga historia de la civilización bajo el dominio patriarcal.[iv] En este sentido, “la mujer es el futuro del hombre”: “El futuro del hombre es la mujer/Ella es el color de su alma/Ella es su rumor y su sonido”.[V]
En esta utopía, logos y mito son inseparables, lo masculino y lo femenino se confunden. Porque si “el logos es un sofista”, Eros es un “tejedor de utopías”.
* Olgaría Matos Es profesora de filosofía en la Unifesp y en el Departamento de Filosofía de la USP. Autor, entre otros libros, de Palíndromos filosóficos: entre el mito y la historia (Unifesp) [https://amzn.to/3RhfKz9].
Notas
[i] Cf. también Pierre Clastres y sus análisis de las llamadas tribus primitivas, en las que las mujeres también se negaban a tener hijos: “la mujer es un ser para la vida y el hombre guerrero es un ser para la muerte” (P. Clastres, “Desgracia del guerrero salvaje”, en Arqueología de la violencia y otros ensayos, traducido por Carlos Eugênio Marcondes de Moura, São Paulo: Brasiliense, 1983, p.236). En la historia moderna, recordemos a Simone Weil, que va a España para apoyar a los republicanos en la guerra civil, pero se niega a tomar las armas, y a Juana de Arco, que cambia su espada por la bandera de Francia.
[ii] Cacciari, Máximo, 2017, Occidente sin utopía, trans. Íris Fátima da Silva Uribe/Luis Uribe Miranda/ Flávio Quintale, p 79, ed Ayiné, B/Veneza, 2017, p. 79.
[iii] Antología de poetas griegos y latinos, “Oda a la Anactória”, trans.Giuliana Raguso, org Paulo Martins, Edusp., SP, 2010.
[iv] Herbert Marcuse. Cf. “Marxismo y feminismo”, en Actual, trans Jean-Marie Menière ed Alilée, París, 1976.
[V] Cf. Aragón, El Fou d'Elsa, ed. Gallimard, París, 2002, p. 196.
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