La (teo)política del Apocalipsis

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Por Benito Eduardo Maeso*

Los elementos de este mesianismo a la brasilera siempre han sido difusos y latentes en la sociedad y se manifiestan hoy en un estado de guerra permanente en la política.

Un evento con la dimensión de la pandemia de la COVID-19 permite analizar mejor un contraste específico de la sociedad brasileña: si la afirmación de que la construcción de la figura del líder en el imaginario social de una población sigue una dinámica religiosa/salvacionista puede pareciendo hoy un terreno ya explorado, el surgimiento de una amenaza a los modos de vida y a la lógica de organización de la sociedad contemporánea –en la que capitalismo y religiosidad se entrelazan en la llamada Teología de la Prosperidad– desencadenó aquí un conjunto de reacciones que permite evaluar que tal proceso teológico-político[ 1 ] entró en una fase más explícita, que puede llamarse (teo)política[ 2 ] del Apocalipsis.

Es importante, entonces, marcar claramente lo que se dice con Apocalipsis en este contexto. Si bien el Libro de las Revelaciones ha acumulado una imagen de horror y miedo a lo largo de los siglos, y sabemos que los libros de profecía y escatología tienen uno de sus puntos fuertes en el hermetismo de sus imágenes – lo que posibilita las más diversas interpretaciones del texto – lo que nos interesa son dos factores centrales en el texto: la lucha entre el bien y el mal y la imbricación entre las ideas de destrucción y renacimiento. Los acontecimientos revelados como signos del fin de los tiempos son condiciones cruciales y necesarias para que llegue la recompensa a los que creen, cuyas almas serán perdonadas y que tendrán la tarea de reconstruir el mundo (o ser acogidos en un mundo divino ya preparado para recibirlos).)

Las raíces teológicas de la cultura política brasileña –y, por extensión, de las producciones sociales, intelectuales y artísticas– son especialmente visibles en el binomio conceptual-histórico providencialismo y mesianismo ya hábilmente desentrañado por Chauí (1994): Brasil como tierra prometida, ahistórica y perteneciente al reino de la Naturaleza (el “gigante” y el “paraíso”), cuyo gobernante es el elegido por la divinidad para salvar al pueblo devoto. El soberano, designado desde lo Alto, puede ser tanto el redentor ansiosamente esperado como la prueba final antes del gran rapto. En la producción cultural, desde la poesía parnasiana hasta la producción académica de las Humanidades, se muestra, en distintas intensidades, un trasfondo de proyección de (o de retorno a) una época intacta, a este mito de edén brasil, a una solución telúrica capaz de reconfigurar las confusas relaciones de un país en eterna crisis de identidad. Como diría Paulo Leminski, “en el fondo, nos gustaría ver resueltos nuestros problemas por decreto” (2013, p. 195). Una era en la que el tiempo no discurre, atrapado en un eterno Ahora, desde la carta de Pero Vaz hasta el eslogan de ser el país del “futuro”.

Pero el puntero se movió. El futuro ha llegado, porque el apocalipsis, el momento de la batalla definitiva entre el bien y el mal, es el aquí y el ahora, al menos para un grupo de población que no solo tiene la idea de la guerra “contra todo y contra todos” como retorica: la adopta como forma de vida.

Es necesario recordar que, en este paraíso natural llamado Brasil, no existe ni siquiera la posibilidad de un pacto social al estilo hobbesiano, cuando la política nace como hija del miedo. En este gran “Oriente” no hay sociedad, sólo “pueblo” ya quienes el Altísimo “elige” para que lo representen. Hay, en este relato fundacional del imaginario brasileño, tanto el componente providencialista ya descrito como la presencia de un elemento de mesianismo en el que nuestras existencias en el país tropical bendecido por Dios y hermoso por naturaleza son el tiempo de espera de los “signos de los tiempos". Según Chaui,

El tiempo del fin, preludio de la era mesiánica de los mil años, es anunciado por señales – peste, hambre, guerra, muerte, tiranía, flagelos en general, desgracias traídas por el gobernante injusto que figura el Anticristo – y por la venida de quien realizará los primeros combates y creará la comunidad de los justos y santos para recibir a Cristo en gloria y majestad. (...) Un elemento esencial en esta perspectiva del milenio es la figura del combatiente que prepara el camino de Cristo: recibiendo varios nombres, como Papa Angelico, Emperador de los Últimos Días, el Oculto, el Encantado ( nombres dados, por ejemplo, a D. Sebastião y retomados por Antônio Conselheiro, entre otros), el pre-salvador aparece en las vestiduras del líder mesiánico en quien están depositadas todas y las últimas esperanzas. (1994, págs. 7-8)[ 3 ]

Ahora bien, si en el imaginario de parte de la población brasileña su existencia es el tiempo de espera del Armagedón, la ocurrencia de estas señales del Fin ocurre precisamente durante la vida de estos individuos. Cada crisis, cada problema, cada carencia (elementos comunes y constantes en la crisis “eterna” de la sociedad brasileña) puede ser vista como el anuncio del momento final, el instante del desmoronamiento de las fuerzas presentes en el último libro de la Nueva Testamento (aunque no todos y todos somos cristianos, tales símbolos, el trasfondo cultural de esta religión y este estado preapocalíptico son elementos constitutivos de nuestra comprensión del mundo). En el fondo, somos una sociedad -y somos individuos- siempre en vísperas de esta redención, lidiando diariamente con la dicotomía entre el colapso total y la salvación de la cosecha.

Este conjunto de ideas funcionó efectivamente como una herramienta de pacificación social durante un tiempo considerable, ya que para una élite esta narrativa sirvió como justificación de sus privilegios “en la vida” (ya que viviríamos en un paraíso fuera del tiempo, no existe una ética). o conflicto moral en recibir todos los beneficios, la leche y la miel, la recompensa eterna como un instante eterno del presente –pese a la existencia, en la misma población, de los desfavorecidos que esperan que su día sea agraciado por la Providencia) y por la resto de la población la lógica de “cuanto mayor la tribulación, mayor la recompensa posterior” sustentaba cada una de sus acciones. ¿Quién nunca escuchó con orgullo la historia de que los brasileños siempre tuvieron su “camino” en la crisis? En otras palabras, ¿se deshizo del Mal?

Pero el mesianismo populista brasileño –modo político presente en nuestra realidad social, por ejemplo, en Canudos, Contestado y en el legado del sebastianismo, que trata de la llegada del tiempo de la liberación y cristaliza al profeta como el Heraldo del Fin que conducir a su pueblo en seguridad- comienza a funcionar en modo de guerra gracias a una combinación de factores que terminaron por precipitar el derrumbe del carácter pacificador de esta mentalidad. Son ellos:

a) el surgimiento y difusión de una peculiar visión (por decir lo menos) del cristianismo, basada en las ideas de establecer una relación comercial con la divinidad, en la que la Gracia se recibe según la ofrenda dada, y de un conflicto permanente entre la pueblo elegido y el mundo secular[ 4 ].

b) El surgimiento de tensiones sociales que fueron enmascaradas por la narrativa de la paz perpetua entre los ciudadanos brasileños, en particular el arco de oportunidades para ciertos segmentos de la sociedad y la reducción de la desigualdad socioeconómica, lo que provocó en otro segmento social la sensación de perder su lugar de "justo" en el paraíso.

c) La crisis de la política representativa, que culminó con el golpe de Estado de 2016, que se vio potenciada por la instauración de una narrativa “bien x mal” y resultó en un vacío en el lugar y rol que tradicionalmente ocupaba el Elegido. El inmenso esfuerzo realizado –y fallido– en un intento de restaurar el “orden” en el que los nombrados desde Arriba pertenecían automáticamente a las clases “poseedoras” de la edén brasil allanó el camino para un nuevo tipo de “salvador”, uno que gobierna por la espada, no por la paz. Un Mesías “invertido” de dos caras, con identidades intercambiables que garantizan su coherencia externa aunque sus exponentes puedan estar disociados, simultáneamente judío y cristiano que lidera el Combate y preside el Juicio [ 5 ]. Aunque aparentemente disociados en determinadas situaciones, o amalgamados en un enfrentamiento de liderazgos, su matriz es idéntica: la unión entre la espera/llegada del Elegido – y su arribo siendo el sello de un conjunto de prejuicios y juicios sociales sobre el parte de sus componentes.

Así, la profecía brasileña parece haber dado pasos decisivos hacia su etapa final: el enfrentamiento en las llanuras de Har Meggido. Los elementos de este mesianismo a la brasilera han estado siempre difusos y latentes en la sociedad: el poder en las relaciones personales ejercido como tutela del Otro y el clientelismo derivado de ello, el poder sin mediaciones cristalizado en el Elegido, la satanización o deificación del el protagonismo y la imbricación entre estructura familiar y estructura político-social, manteniendo el poder parental, permeado por el mito fundacional de una sociedad paradisíaca y fuera de la Historia. La radicalización de este cuadro -la materialización del morobolsonarismo- es la galvanización, en un objeto, de este conjunto de factores tensionados por el enfrentamiento de fuerzas políticas, sociales, psicológicas y económicas. Responder a preguntas como por qué el morobolsonarismo -un sistema político en estado de guerra permanente, tensionando el tejido social hasta el punto de una ruptura casi constante- gana terreno entre las clases bajas implica entender que la percepción que genera este tipo de relación líder-persona (donde el líder es visto tanto como trascendente para el pueblo como uno entre iguales, dando la sensación de que el pueblo es ahora el Elegido) es que ha llegado el momento de la redención. Cuanto mayor es la crisis social, económica, ambiental, política, etc., mayor es la narrativa, alimentada por el neopentecostalismo neoliberalizador y por una maquinaria propagandística muy eficaz, de que la hora de la recompensa está cerca.

Asimismo, explicar el impulso suicida por parte de una clase alta y media, descrito con precisión por Safatle (2020), nos obliga a poner en pantalla los conceptos de Redención y Gracia (la liberación del género humano por Cristo y el don dado por Dios a los hombres que les permite alcanzar la salvación[ 6 ], como en el Salmo 130, donde el Señor viene a librar a Israel –y a todo aquel que cree– de todas sus culpa por mala conducta). En el imaginario que impregna la construcción de la sociedad brasileña, piadosa y pecadora, sincrética y fiel, vivir en el paraíso (o en los márgenes de la gran Babilonia) nos permite cruzar la línea de vez en cuando, porque el perdón es el horizonte de la espera para los verdaderamente fieles. Por tanto, toda transgresión es justificada por el plan mayor, abriendo espacio para la discrepancia entre el discurso moralizador y la práctica amoral y/o antiética, ya que la acción es objeto de reflexión sólo sobre sus medios, no sobre sus fines.

Un elemento clave del fascismo, entonces, siempre estuvo presente en la teología política brasileña: la coincidencia entre el deseo del líder y el deseo de Arriba, cualquiera que sea. Someterse al Poder le da al creyente la expectativa de ser parte de él. Según Adorno, en su estudio de la década de 1950 sobre la Personalidad Autoritaria, tal mecanismo de pulsión y satisfacción de deseos explícitos o implícitos es fácilmente reconocible tanto en el culto ciego a un líder como en los micropoderes de las estructuras burocráticas.

un hombre que informa que la experiencia más inspiradora para él habría sido "estrechar la mano del presidente" probablemente encuentra su satisfacción no solo en la sumisión, sino en la idea de que parte del poder del gran hombre, por así decirlo, lo imbuyó, de modo que es una persona más importante por haberle "estrechado la mano" o por "haberlo conocido" o por haber "estado allí". El mismo nivel de gratificación se puede lograr actuando en el papel de "lugarteniente" o desempeñando un papel en una posición intermedia en alguna jerarquía claramente estructurada, en la que siempre hay alguien arriba y alguien abajo. (Adorno, 2019, pág. 153)

La convicción de que el Covid no alcanzará a los manifestantes en las caravanas -o que sobrevivirán a la pandemia-, lo que les autoriza a la paradoja de pedir el fin del aislamiento social en eventos en los que mantienen la distancia mínima recomendada por la OMS y utilizan personal equipo de protección- no tiene como explicación sólo el desprecio folclórico por los pobres o la supuesta seguridad de sus automóviles y el acceso a camas de hospitales privados: la clave de este comportamiento es la idea de redención contenida en la promesa que los caídos la batalla final resucitan directamente en el Paraíso, junto a los ángeles, tras la victoria contra el mal – en este caso, contra todo lo que amenaza la narración apocalíptica salvacionista.

Siempre es el “suicidio del otro”, al final. La muerte como elemento de separación entre los que merecen la salvación por “derecho” y los que no “se esforzaron lo suficiente” para ello. Aquí hay una clave de cómo funciona el discurso económico: el trabajo, la meritocracia, la "preservación" de la economía y los empleos, etc. – es la máscara ideológica de la pulsión de muerte y resurrección que opera en este cuadro. Morir en la batalla final es renacer en el Paraíso.

El bolsonarismo ahora ha asumido todas las características de una secta cuyos miembros están dispuestos a seguir a su líder incondicionalmente, hasta la muerte. Este culto a la muerte se hace cada vez más evidente en las manifestaciones de los bolsonaristas. Un ataúd se lleva alegremente; en plena pandemia, se expone a sí mismo y a los demás al peligro de contagio y clama: “El Covid-19 puede venir. Estamos listos para morir por el capitán”. Como con todos los cultos religiosos, se ignoran las contradicciones. (Lichterbeck, 15/04/2020)

El caso Mack, analizado por Adorno, puede proporcionar una clave interesante en este sentido. Además de la ya conocida búsqueda de similitud y alineamiento con figuras de liderazgo que caracterizaría la sumisión autoritaria, “es en su admiración por el poder y en su voluntad de someterse a él, y no en el deseo de ser un líder agresivo, que radica su disposición para el fascismo” (Adorno, 2019, p. 226). Es decir, la fuerza es objeto de admiración y fascinación en sí misma, sin necesidad de que ésta sea una demostración de un oculto deseo de oprimir (aunque esto también existe). ¿Y puede haber mayor admiración, fascinación y amor, para el que cree, que aquellos que se vuelven hacia el Objeto de su fe, y hacia el heraldo elegido por Aquel en quien cree?

El detonante que aumenta la velocidad de estos procesos en la teopolítica brasileña es la llegada de una amenaza que no conoce fronteras, clases o barreras, que cumple otro paso en el ritual apocalíptico brasileño: la Peste. En la política del apocalipsis, tenemos la Guerra contra los enemigos de todos los colores (la izquierda, Pabllo Vittar, la ideología de género, la ciencia, las vacunas) y el Hambre (como resultado del olvido programado y la ausencia de políticas públicas para la defensa de la más necesitados, el desempleo y la destrucción de los modelos económicos anteriores por el neoliberalismo salvaje). Ahora es el turno de la Peste, antes de la llegada de la Muerte y el Reino de los Mil Años. Ganar la Plaga es más que cuidar tu salud, es ser parte activa en la división entre los justos y los condenados. Es para confirmar tu posición dentro del pueblo elegido. Pero si muchos son los llamados y pocos los escogidos, sólo el que más fielmente cumpla los deseos del Mesías llegará al cielo, y cada enemigo – competidor, pobre, minoritario, etc. – que se mantiene en el camino facilita esta “elección” por parte del líder. Después de todo, solo se dedica desprecio al Mal (el Otro) y nadie quiere ser el último elegido para jugar en el equipo de la escuela.

*Benito Eduardo Maeso es profesor del Instituto Federal de Paraná (IFPR).

Referencias

ADORNO, Teodoro. Estudios de personalidad autoritaria. São Paulo: Editora Unesp, 2019

BIBLIA EN LÍNEA, disp. en https://www.bibliaonline.com.br/acf/sl/130. Consultado el 22 de abril de 2020 a las 17:57

CHAUÍ, Marilena de Souza. Spinoza: una filosofía de la libertad. São Paulo: Moderna, 2003

______, Raíces teológicas del populismo en Brasil: teocracia de los dominantes, mesianismo de los dominados. En: DAGNINO, E. (org.) Década de 90: Política y Sociedad en Brasil. São Paulo: Brasiliense, 1994.

LEMINSKI, Paul. toda la poesía. 3ra edición. São Paulo: Compañía de las Letras, 2013

LICHTERBECK, Felipe. La secta que amenaza con arrastrar a Brasil al abismo. Publicado el 15/04/2020. disipar https://www.dw.com/pt-br/a-seita-que-amea%C3%A7a-arrastar-o-brasil-para-o-abismo/a-53137684. Consultado el 17 de abril de 2020 a las 14:56

SAFATLE, Vladimir. Bienvenido al estado suicida. São Paulo: n-1, 2020

______, Prepárate para la guerra. Artículo. El País, 20/04/2020. disipar en https://brasil.elpais.com/opiniao/2020-04-20/preparar-se-para-a-guerra.html. Consultado el 20 de abril de 2020 a las 12:50

Notas


[ 1 ] Esta expresión, tomada de Espinosa, es abordada por el autor hispano-holandés con la intención de explicar la incongruencia de la construcción de estructuras políticas, desde la Modernidad, con fundamentos que reproducen elementos religiosos. Como explica CHAUÍ (2003), la teología –interpretación de las Escrituras o libros sagrados– está, en su matriz, creada para ser un ejercicio de poder al establecer un concepto previo de Verdad. No hay teología que no sea política. Sin embargo, a partir de la práctica separación entre la religión como vida privada y la política como vida pública, resulta aberrante y violento que la teología exista como elemento constitutivo de las estructuras de poder. Para Spinoza, el estado teocrático hebreo está ubicado en el tiempo y no puede replicarse en ningún otro momento histórico. Si la religión cristiana -caracterizada por la interioridad- se vincula con la política, como en el caso de los reyes ungidos por el Papa, deja de ser cristianismo. Una república digna de ese nombre, es decir, una organización social en la que la religión es un asunto íntimo, no puede tener tales elementos en su constitución. En Brasil, esta asociación nunca se rompió por completo, al igual que en otros países de América. Por lo tanto, nunca fuimos una república completa.

[ 2 ] Una amalgama entre las raíces teológicas de la política brasileña, según el estudio de CHAUÍ (1994) y su eco en la influencia de las iglesias neopentecostales y de la Teología-Ideología de la Prosperidad en el tejido social brasileño contemporáneo, acompañada del carácter de identificación entre líderes totalitarios (o mesías) y prejuicios latentes en la población que los sigue (cf. ADORNO, 2019)

[ 3 ] La numeración de las páginas de este texto de Chauí seguirá la del archivo original compartido por el pensador con el autor del texto, ya que la edición del libro donde salió originalmente el texto está agotada desde hace décadas.

[ 4 ] Si bien la capacidad de adaptación y operación de este “pueblo elegido” al mundo de los hombres es sumamente eficaz: desde el Evangelio de Arraial hasta la capilaridad de las redes sociales, se refuerza la “cristianización” del mundo secular –elemento de la Teología del Dominio–. por la postura apocalíptica inspirada en el Antiguo Testamento asumida por pastores y líderes de estas comunidades. El mesianismo profesado por tales líderes hace eco simultáneamente de elementos del judaísmo (donde el Salvador AÚN NO HA venido) y del cristianismo (con la promesa de su regreso). Así, la figura del mesías es doble. Estos temas se desarrollarán más adelante.

[ 5 ] Es bueno recordar que la simbología del Reino de Israel y su conversión al cristianismo en preparación para el Gran Juicio del Mundo es sumamente poderosa dentro de las denominaciones cristianas más activas en este proceso de dominación sociocultural, tanto donde se originó (EE.UU.) y en Brasil. El “Templo de Salomón” no es solo una figura del lenguaje. También es importante recordar que varios exponentes de la Operación Lava-Jato promovieron, en conferencias, sermones y cultos, la narrativa de ser los portadores de la espada de la Justicia contra la materialización del Mal (Lula, izquierda, PT, etc.). El lavajatismo morobolsonarista llena las dos categorías planteadas anteriormente.

[ 6 ] Vale la pena señalar que esta postura salvacionista no es necesariamente deseada solo por los creyentes en la divinidad judeocristiana. La idea de buscar en elementos extramundanos, en lo sobrenatural, las claves de la vida en esta sociedad y que a través de tales elementos nuestra realidad fáctica sería redimida en algún nivel es ciertamente seductora. Estamos hablando aquí de una disposición personal y cultural, o de una carácter distintivo, que tiene un elemento salvacionista.

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